Con
el título “En una nación no puede haber
una categoría de ciudadanos integrada por no ciudadanos” y la firma del
periodista Martín Granowsky, el diario de Buenos Aires Página/12 publicó este
lunes 30 de junio la siguiente entrevista a Suzy Castor.
La historiadora Suzy Castor dice que la misión de
las Naciones Unidas en Haití ya debería irse. Niega que Haití sea un país
violento. Cuenta qué falta en la nación más pobre del Caribe. Explica su
interpretación histórica, con fuerte impronta de la intervención de los Estados
Unidos iniciada en 1915 y de las prolongadas dictaduras de los Duvalier, que
define como “retrógradas” y “arcaicas”.
Por Martín Granovsky
Suzy Castor recibió a Página/12
y a Clacso TV de paso por Buenos
Aires. En una entrevista que puede verse haciendo click en
http://bit.ly/1q6LqnJ, la historiadora accedió a explicar en perspectiva las
principales claves de su país. En un castellano impecable, en parte por su
formación y en parte por su exilio de veintiséis años en México, Castor contó
por qué se niega a pensar que Haití es un país condenado y por qué prefiere
analizar los hechos más importantes del pasado.
–¿Las dictaduras
haitianas de los Duvalier, de François y de Jean-Claude, tuvieron alguna
característica distinta a otras dictaduras de América latina?
–Sí. Por un lado, fue significativa esta dictadura en Haití
por su carácter más tempranero en comparación con las otras dictaduras, porque
François Duvalier subió en 1957, mientras que en Brasil la dictadura comenzó en
1964 y en otros países de América del Sur han sido un poco más tardías. Por
otro lado, la dictadura de Duvalier se enmarca en el grupo de gobiernos
autoritarios frutos de la ocupación norteamericana, como el de Rafael Leónidas
Trujillo, en República Dominicana o el de Alfredo Stroessner, en Paraguay.
–También fue un
comienzo más precoz el de Stroessner, en 1954.
–Lo mismo que en Nicaragua. Duvalier tiene este carácter por
el momento en el que surge. Pero la dictadura de Duvalier también fue, en
comparación con otros gobiernos similares, una dictadura muy retrógrada y
arcaica, y ése fue el sello que tuvo mientras gobernó Haití. Al mismo tiempo
compartió algunas características con otros gobiernos dictatoriales de la
región, por ejemplo, la represión o el sistema de dominación.
–El terror.
–El terror. Pero a la vez también estas dictaduras tenían
proyectos que aplicaron, mientras que el proyecto de Duvalier era perpetuarse.
Las consecuencias de este plan se van a sentir durante la dictadura y,
obviamente, después.
–¿En qué sentido fue
retrógrada o arcaica la dictadura de Duvalier?
–Si comparamos el régimen de Duvalier con, por ejemplo, la
dictadura de Trujillo, podemos afirmar que ambos fueron fuertemente represivos.
Pero Trujillo invirtió en infraestructura, aumentó la producción de bienes,
desarrolló la economía.
Al servicio de la dictadura, pero la desarrolló. En
cambio en el caso de Duvalier no existió ningún plan de desarrollo, ni siquiera
en función del régimen, aunque sí llevó al extremo todo un sistema de control
represivo de la
población. Este es el sentido en el que digo que el
duvalierismo fue retrógrado. Por eso, a la caída de la dictadura Haití se
encuentra completamente desfasado en lo que hace a desarrollo productivo
respecto de muchos países de América latina.
–¿No había ni siquiera
un plan en favor de una elite?
–No hablaría de una elite, sino de un clan.
–Un clan es algo más
pequeño que una elite.
–Sí. Exactamente. Uno de los aspectos centrales del duvalierismo
es que aplicó a la elite haitiana tradicional los mismos métodos de control que
aplicaba a la población en general. Así amplió el sistema de dominación, en
tanto se beneficiaba de ese control únicamente un clan, el clan duvalierista.
Por eso no hablaría de elite.
–¿Con qué apoyos
internacionales contó en ese momento?
–Con el apoyo de Estados Unidos esencialmente. Sin ese apoyo
no hubiera podido mantenerse. Son veintiéis años de dictadura hereditaria y no
lo encontramos con ese rasgo en ningún otro país de América latina. No hay
dictadura que pueda mantenerse exclusivamente con el uso de la fuerza si no
cuenta con cierto apoyo internacional. El apoyo de los norteamericanos fue
fuerte para Duvalier. Pero no fue el único.
–¿Francia?
–Francia también. Hubo momentos de relaciones más tensas
pero en general se puede decir que esta dictadura contó con apoyo
internacional. Muchas veces ese apoyo les resultó incómodo, pero lo sostenían.
–Se acomodaban, ¿no
es cierto? Usted escribió que una clave fue la ocupación norteamericana de
1915.
–Sí. Sin tomar en cuenta la ocupación norteamericana es
imposible entender lo que pasa en Haití hoy en día. ¿Por qué? Porque Haití
adquirió su independencia en condiciones muy singulares respecto del resto de
América latina. Fue una hazaña impensable en la época, una revolución, una
verdadera revolución como ninguna otra lucha de independencia. En 1804
declaramos nuestra independencia y las potencias extranjeras siempre castigan a
los pueblos que van en contra de los caminos que ellas mismas trazan. En 1826
tuvimos el honor de alcanzar la primera deuda externa de América latina. Se
contrajo una deuda con Francia para poder romper un poco el cerco que se había
impuesto a Haití para estrangularlo. Esa suma representaba el presupuesto de
Francia por cinco años. Fue una deuda grande, pero pese a ello en el siglo XIX
el país se constituyó. Caminó con problemas pero también con logros. Pudo
resistir, pudo avanzar. Después de la Revolución Industrial,
Haití, como muchos otros países de América latina, entra en la crisis del
sistema poscolonial ya que necesitaba una profunda modernización de sus
estructuras productivas. Pero no pudo hacerlo y fue determinante para la
historia haitiana. La solución le fue impuesta y esa solución fue la ocupación
norteamericana desde 1915 hasta 1934. Durante este tiempo, la modernización
buscada por la sociedad haitiana se hizo según los norteamericanos. La economía
no fue modernizada. No hubo desarrollo del modelo de plantación como en
Dominicana o en Cuba, sino que se exportó mano de obra a los países con modelo
de plantación. La ocupación no modernizó las estructuras económicas, pero sí
modernizó las estructuras políticas: democracia representativa, elecciones,
cámaras de representantes. Este modelo, que tenía como garante al ejército,
funcionó muy bien desde 1934 hasta los años cincuenta. Con el profundo
desfasaje económico, en los cincuenta vuelve la crisis. Y para poder
resolver una crisis postergada, la solución fue dictatorial. Duvalier nació del
sistema de ocupación, pero rompió el sistema de democracia representativa. La
dictadura se extendió por muchísimo tiempo. Hay un autor que dice que fue la
dictadura la que formalizó la crisis...
–La cristalizó.
–Exactamente. Y en 1986, con la caída de la dictadura, se
abre una nueva crisis, en este caso posdictatorial. Se apoya sobre crisis no
resueltas. Esto explica en gran medida, pero no totalmente, las vicisitudes del
período posdictatorial que estamos viviendo desde 1986.
–¿Se puede hablar de
un castigo a los haitianos, o “castigo” suena ahistórico y apocalíptico?
–Cuando hablamos de “castigo” quedamos a un paso de decir
“pueblo maldito”, pero también “pueblo ingobernable”. Es un proceso histórico
que se explica muy bien en su evolución. Nuestros pueblos se han enfrentado
históricamente a dificultades, y siguen enfrentándose a ellas, cada vez que
buscan un camino que no es el camino que les han trazado. Ayer fue el apoyo a
las dictaduras. Hoy son imposiciones que se ven o que no se ven, pero que
están. Se conforma así un sustrato que hace más difícil el camino. La situación
haitiana es muy, muy difícil, pero el haitiano es un pueblo que sigue y que
seguirá luchando, aun confrontando en el marco de grandes miserias, de
profundas desigualdades, casi de apartheid, como sostienen algunos autores. Aun
así, existe esta búsqueda de un camino.
–Noventa y nueve años
después de la ocupación norteamericana. ¿Cuáles son los desafíos de Haití
ahora, los actuales?
–El siglo XX tuvo tres etapas de duración larga para
nosotros: la ocupación norteamericana, de 1915 hasta 1934; el reino de los
Duvalier de 1957 a
1986, y la transición que cierra el siglo y los comienzos del siglo XXI. Así
que fueron tres grandes momentos de esta historia que nos llevan hoy a los
grandes desafíos. Por ejemplo, la demanda de ciudadanía para todos. Es una
demanda que atraviesa a la nación haitiana.
–¿Qué sería la
ciudadanía para todos en Haití? ¿Cómo se traduciría en la práctica?
–Durante los años noventa, cuando se desarrolló un gran
movimiento popular, una de las principales consignas sociales fue esta: “Todo
hombre es hombre”. Por ley existen los mismos derechos para todos, pero cuando
uno piensa en el hambre que hay, en el desempleo que hay, en la falta de
escuelas, en la falta de servicios de salud, y de otros servicios básicos,
elementales, en las condiciones de vivienda en que vive la mayoría, es legítimo
afirmar que no todos los haitianos son verdaderos ciudadanos.
–Ciudadanía son derechos.
–Que todos tengan efectivamente derecho de vivir, derecho de
desarrollarse, derecho de trabajar, de nutrirse, de tener salud. Son demandas
que pueden sonar demagógicas. No lo son. Si vas a Haití verás que algo te
golpea. Es el hecho de que hay unos que no tienen condiciones mínimas. Viven en
condiciones infrahumanas. En una nación no puede haber una categoría de
ciudadanos integrada por no ciudadanos. Otra demanda que atraviesa la nación es
que el país pueda subvenir a sus necesidades. Hoy día Haití produce muy poco.
Las líneas de producción que teníamos incluso durante el siglo XIX y XX se
están reduciendo. Y Haití es un país que –hay que recordarlo– tiene 68 % ciento
de su presupuesto nacional constituido por subvenciones exteriores. Así que un
país no puede seguir así. Tiene que producir. Un país que no produce es un país
que no es un país. Que no puede subvenir a sus necesidades. Haití, además, debe
ser un país soberano. Efectivamente hoy en día, después de más de doscientos
años de independencia, debemos ser soberanos y no lo somos. Estamos bajo una
tutela. Una tutela de hecho con la presencia de militares y de funcionarios
internacionales que tienen no tanto su presencia, sino injerencia en las
decisiones que atañen al país. Por consiguiente muchas de las decisiones que se
toman en Haití muchas veces se toman en el exterior. Podemos hablar por ejemplo
del hecho de las últimas elecciones, las de 2010. Así que es una demanda de
toda la población que el país sea soberano y pueda permitir que sus hijos se
desarrollen desde todo punto de vista. Que sea una nación integral. Yo creo que
esas cosas son los grandes desafíos que tenemos más allá de la política
cotidiana, de los pleitos y de las reivindicaciones inmediatas. Es la búsqueda
de un país del siglo XXI.
–¿Debería terminar la
misión militar y de seguridad de la ONU?
–Debió haber terminado. La Minustah, la Misión de
Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, tiene ya diez años, cumplidos
desde 2004. Y efectivamente unos pensaban que la Minustah estaría dos años.
Otros imaginaban una estancia mucho más prolongada. Actualmente la Minustah es
rechazada por una gran parte de la población. Uno en cierto modo no entiende qué
está haciendo. Y además está la soberanía del país. Es un país ocupado, sea
cual sea el signo de la tutela, ¿no? Aunque cualquier ocupación tiene su signo.
La de 1915 lo tuvo. Hoy el signo no es el mismo.
–¿La actual fue, al
menos en un principio, una ocupación paternalista?
–Exactamente.
–¿Y sigue siéndolo
hoy?
–No. A partir del momento en que se ha prolongado, los
puntos de fricción se multiplicaron. Por eso digo que hay un rechazo cada vez
mayor a la Minustah, que ya ha empezado a disminuir sus tropas. La Minustah
tiene que salirse ya, más temprano que tarde. Hay una cosa que hace pensar en
un propósito de una estancia mucho más larga por parte de la Minustah: la
construcción de la policía nacional. Como sabe, en Haití no tenemos ejército.
Fue un paso muy grande haberlo disuelto en 1994. Tenía las características de
una fuerza de ocupación en un país ocupado. Hizo muchos desmanes. Había una
policía que podría haber sido algo muy nuevo en Haití, para garantizar la
seguridad pública y el orden público. Pero la Minustah, que tenía todos los medios
para poder alentar eso, no lo hizo. Hoy día no tenemos una policía digna de
este nombre. Y, hay que decirlo, tampoco los gobernantes haitianos se preocupan
mucho. La Minustah constituye para ellos un respaldo. Pero es una demanda que
se hace sentir constantemente. Actualmente, por la falta de policía asistimos a
ideas sobre un retorno al ejército. El gobierno actual es un partidario de este
ejército tal como lo conocíamos, lo que para mí sería un regreso al pasado. Así
que aquí hay un nudo a desatar. Un problema. Por una parte, la Minustah tiene
que irse. De esto no hay duda: tiene que irse. Por otra parte, y al mismo
tiempo, nosotros tenemos que fortalecer la policía para que pueda asegurar el
orden y que no regresemos a la constitución de un ejército que sería
catastrófico para el país.
–Lula escribió en The New York Times que habría que llamar
a una conferencia especial de la ONU sobre Haití y consolidar la transición
entre la presencia militar y una ayuda masiva para el desarrollo del pueblo
haitiano.
–Sí. Lo que planteó Lula efectivamente es lo que ya en 2004
se había planteado, porque efectivamente cuando uno mira el caso de Haití ve
que no se trata de un país en guerra como muchos otros, adonde van los cuerpos
de paz. Así que era un caso especial, con un país muy desbaratado y sometido a
una gran tensión, pero sin guerra civil. La presencia nueva de los
latinoamericanos –un fenómeno nuevo– hacía pensar justamente en la posibilidad
de una cooperación solidaria. Y sí, claro, sería mejor una cooperación
solidaria que las tropas de ocupación.
–¿Haití es un país
violento?
–Haití es un país muy pacífico. Yo diría que demasiado si
uno piensa en una nación de diez u once millones de habitantes para los cuales
hay nada más que ocho mil policías. Actualmente están las fuerzas de la
Minustah, tal como hablamos, pero hay regiones sin policía, como en sitios
rurales. En esta situación, un país fácilmente sería un caos. Sin embargo Haití
funciona. O sea que no hay desbordes. De hecho no vivimos en un país violento,
aun con los estereotipos que hay afuera. Luego está la miseria. Una gran
miseria para muchos, con una gran distancia de los pocos que tienen riqueza. Es
normal que exista un cierto nivel de delito. Pero si nos referimos a la
violencia, hay dos tipos de violencia en Haití. Una es la violencia de los
mafiosos ligados a la droga porque, como sabe, Haití es un terreno de paso de
la droga hacia Estados Unidos, y bastante fuerte. La otra es la tentación de la
violencia política tal como se ha manifestado en el pasado. Hablo del pasado
reciente. Durante esta transición hay violencia y los gobernantes siempre la
han usado. El gobierno actual introdujo un matiz: el uso del sistema judicial
para la violencia.
Pero hay que subrayar que durante toda la transición, pese a
la violencia empleada por el poder, jamás la oposición planteó la violencia
como respuesta. A mí se me hace que es algo que hay que tener en cuenta.
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