Vistas de página en total

sábado, 29 de julio de 2017

“La narratura del capitalismo”, por Jorge Majfud







Ansina es…

En nota distribuida por la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI) y que reproducimos, Julio Majfud (47), uruguayo, compilador de Eduardo Galeano y traductor de Noam Chomsky que desarrolla su actividad profesoral en literatura latinoamericana en una universidad estadounidense, refiere en la nota que ahora publicamos que:

En términos absolutos, el capitalismo es el período (no el sistema) que ha producido más riqueza en la historia. Esta verdad sería suficiente si no consideramos que es tan engañosa como cuando en los años 90 un ministro uruguayo se ufanaba de que en su gobierno se habían vendido más teléfonos móviles que en el resto de la historia del país.

Mientras tanto, entre los titulares de hoy del diario de Montevideo que en su nombre presume totalizar una identidad paisana, El País, hoy aparecen: «Interior dijo a la Justicia que no es responsable por vida de presos», «Dorrego, el otro dolor de cabeza de ASSE», «Enfoque de guía sexual escolar desata polémica», «Venezuela sobre máxima tensión», y «Vida o muerte, las venezolanas que viajan a parir en Colombia». G.E.


La narratura del capitalismo, por Jorge Majfud*
(http://www.alainet.org/es/articulo/187151)

Ilustración original de ALAI

¿Realmente le debemos la modernidad al capitalismo?

Una de las afirmaciones que los apologistas del capitalismo más repiten y menos se cuestiona es aquella que afirma que este ha sido el sistema que más riqueza y más progreso ha creado en la historia. Le debemos Internet, los aviones, YouTube, las computadoras desde la que escribimos y todo el adelanto médico y las libertades sociales e individuales que podemos encontrar hoy.

El capitalismo no es el peor ni el menos criminal de los sistemas que hayan existido, pero esta interpretación arrogante es, además, un secuestro que la ignorancia le hace a la historia.

En términos absolutos, el capitalismo es el período (no el sistema) que ha producido más riqueza en la historia. Esta verdad sería suficiente si no consideramos que es tan engañosa como cuando en los años 90 un ministro uruguayo se ufanaba de que en su gobierno se habían vendido más teléfonos móviles que en el resto de la historia del país.

La llegada del hombre a la Luna no fue simple consecuencia del capitalismo. Para empezar, ni las universidades públicas ni las privadas son, en sus fundamentos, empresas capitalistas (excepto algunos pocos ejemplos, como el fiasco de Trump University). La NASA tampoco fue nunca una empresa privada sino estatal y, además, se desarrolló gracias a la previa contratación de más de mil ingenieros alemanes, entre ellos Wernher von Braun, que habían experimentado y perfeccionado la tecnología de cohetes en los laboratorios de Hitler, quien invirtió fortunas (cierto, con alguna ayuda económica y moral de las grandes empresas norteamericanas). Todo, el dinero y la planificación, fueron estatales. La Unión Soviética, sobre todo bajo el mando de un dictador como Stalin, ganó la carrera espacial al poner por primera vez en la historia el primer satélite, la primera perra y hasta el primer hombre en órbita doce años antes del Apolo 11 y apenas cuarenta años después de la revolución que convirtió un país atrasado y rural, como Rusia, en una potencia militar e industrial en unas pocas décadas. Nada de eso se entiende como capitalista.

Claro, el sistema soviético fue responsable de muchos pecados morales. Crímenes. Pero no son las deficiencias morales las que distinguían al comunismo burocrático del capitalismo. El capitalismo sólo se asocia con las democracias y los Derechos Humanos por una narrativa, repetitiva y abrumadora (teorizada por los Friedman y practicada por los Pinochet), pero la historia demuestra que puede convivir perfectamente con una democracia liberal; con las genocidas dictaduras latinoamericanas que precedieron a la excusa de la guerra contra el comunismo; con gobiernos comunistas como China o Vietnam; con sistemas racistas como Sud África; con imperios destructores de democracias y de millones de habitantes en Asia, África y América latina, como en los siglos XIX y XX lo fueron Inglaterra, Bélgica, Estados Unidos, Francia, etc.

La llegada a la Luna como la creación de Internet y las computadoras que se atribuyen al capitalismo fueron básicamente (y, en casos, únicamente) proyectos de gobiernos, no de empresas como Apple o Microsoft. Ninguno de los científicos que trabajaron en esos revolucionarios programas tecnológicos lo hizo como empresario o buscando hacerse ricos. De hecho, muchos de ellos eran ideológicamente anticapitalistas, como Einstein, etc. La mayoría eran profesores asalariados, no los ahora venerados entrepreneurs.

A esta realidad hay que agregar otros hechos y un concepto básico: nada de esto surgió de cero en el siglo XIX o en el siglo XX. La energía atómica y las bombas son hijas directas de las especulaciones y los experimentos imaginarios de Albert Einstein, seguido de otros genios asalariados. La llegada del hombre a la Luna hubiese sido imposible sin conceptos básicos como la Tercera ley de Newton. Ni Einstein ni Newton hubiesen desarrollado sus maravillosas matemáticas superiores (ninguna de ellas debidas al capitalismo) sin una plétora de descubrimientos matemáticos introducidos por otras culturas siglos antes. ¿Alguien se imagina el cálculo infinitesimal sin el concepto del cero, sin los números arábigos y sin el álgebra (al-jabr), por nombrar unos pocos?

Los algoritmos que usan las computadoras y los sistemas de internet no fueron creados ni por un capitalista ni en ningún período capitalista sino siglos atrás. Conceptualmente fue desarrollado en Bagdad, la capital de las ciencias, por un matemático musulmán de origen persa en siglo IX llamado, precisamente, Al-Juarismi. Según Oriana Fallaci, esa cultura no dio nada a las ciencias (irónicamente, el capitalismo nace en el mundo musulmán y el mundo cristiano lo desarrolla).

Ni el alfabeto fenicio, ni el comercio, ni las repúblicas, ni las democracias surgieron en el periodo capitalista sino decenas de siglos antes. Ni siquiera la imprenta en sus diferentes versiones alemanas o china, un invento más revolucionario que Google, fueron gracias al capitalismo. Ni la pólvora, ni el dinero, ni los cheques, ni la libertad de expresión.

Aunque Marx y Edison sean la consecuencia del capitalismo, ninguna gran revolución científica del Renacimiento y la Era Moderna (Averroes, Copérnico, Kepler, Galileo, Pascal, Newton, Einstein, Turing, Hawking) se debió ese sistema. El capitalismo salvaje produjo mucho capital y muchos Donad Trump, pero muy pocos genios.

Por no hablar de descubrimientos más prácticos, como la palanca, el tornillo o la hidrostática de Arquímedes, descubiertas hace 2300 años. O la brújula del siglo IX, uno de los descubrimientos más trascendentes en la historia de la humanidad, por lejos más trascendente que cualquier teléfono inteligente. O la rueda, que se viene usando en Oriente desde hace seis mil años y que todavía no ha pasado de moda.

Por supuesto que entre la invención de la rueda y la invención de la brújula pasaron varios siglos. Pero el tan vanagloriado “vertiginoso progreso” del periodo capitalista no es ninguna novedad. Salvo periodos de catástrofe como lo fue la peste negra durante el siglo XIV, la humanidad ha venido acelerando la aparición de nuevas tecnologías y de recursos disponibles para una creciente parte de la población, como por ejemplo lo fueron las diferentes revoluciones agrícolas. No es necesario ser un genio para advertir que esa aceleración se debe a la acumulación de conocimiento y a la libertad intelectual.

En Europa, el dinero y el capitalismo significaron un progreso social ante el estático orden feudal de la Edad Media. Pero pronto se convirtieron en el motor de genocidios coloniales y luego en una nueva forma de feudalismo, como la del siglo XXI, con una aristocracia financiera (un puñado de familias acumulan la mayor parte de la riqueza en países ricos y pobres), con duques y condes políticos y con villanos y vasallos desmovilizados.

El capitalismo capitalizó (y los capitalistas secuestraron) siglos de progreso social, científico y tecnológico. Por esa razón, y por ser el sistema global dominante, fue capaz de producir más riqueza que los sistemas anteriores.

El capitalismo no es el sistema de algunos países. Es el sistema hegemónico del mundo. Se pueden mitigar sus problemas, se pueden desmantelar sus mitos, pero no se puede eliminarlo hasta que no entre en su crisis o declive como el feudalismo. Hasta que sea reemplazado por otro sistema. Eso en caso de que quede planeta o humanidad. Porque también el capitalismo es el único sistema que ha puesto a la especie humana al borde de la catástrofe global.

Nota:
* Jorge Majfud es escritor uruguayo y docente-investigador en Literatura latinoamericana y Estudios internacionales en la Universidad de Jacksonville (Florida, EE. UU.), donde reside actualmente luego de haber vivido y trabajado en distintos países de América del Sur, América Central, África, Asia y Europa. Majfud es autor de numerosos artículos, ensayos y novelas, entre éstas Hacia que patria del silencio. Memorias de un desaparecido (1996), Crítica de la pasión pura (2000), La reina de América (2002), La ciudad de la luna (2009), Crisis (2012) y El mar estaba sereno (2017). También es traductor de Noam Chomsky y compilador de textos de Eduardo Galeano.

martes, 11 de julio de 2017

Cultura contra fascismo. “El compromiso de los intelectuales en el siglo XXI”, por Pascual Serrano*

 
Facsímil del programa del II Congreso en Valencia, 1937



















Intervención de Pascual Serrano, periodista y ensayista español, en conmemoración del 80° Aniversario del II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura realizado en Valencia, España, en 1937. La exposición de Serrano fue hecha hoy, 11 de julio, en La Habana, Cuba, en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, con el auspicio de la Fundación Nicolás Guillén.

En aquel II Congreso realizado en Valencia en 1937, hace ahora ochenta años, participaron artistas e intelectuales de diversos países en solidaridad con la República Española que era atacada por la reacción fascista mundial. Entre otros participaron Nicolás Guillén, Antonio Machado, Pablo Neruda, Ernest Hemingway, Raúl González Tuñón, César Vallejo, Octavio Paz y André Malraux. G.E.


Antes que nada quiero agradecer a la Fundación Nicolás Guillén, a la Unión de Nacional de Escritores y Artistas de Cuba y al Ministerio de Cultura de Cuba su invitación a este Congreso y felicitar por su celebración. Igualmente agradezco la colaboración de la embajada de España en La Habana y la presencia del embajador y su agregado cultural. Ojalá esto suponga un mayor compromiso del gobierno de España con la memoria histórica de nuestro país y la justicia con nuestro pasado.

Dijo el lingüista Noam Chomsky en su obra La responsabilidad de los intelectuales, allá por 1969 con motivo de la guerra de Vietnam, que la responsabilidad del intelectual es, sencillamente, “decir la verdad y denunciar la mentira”. Es impresionante que ese reto sea tan simple y al mismo tiempo tan complicado en los tiempos actuales. Existen momentos históricos en los que el papel del intelectual es fundamental y debe mostrar si trabaja para perpetuar el sistema de los poderosos o, al contrario, se sitúa al lado de los pueblos. La guerra civil española fue una de esas situaciones. Pero también la de Vietnam, la revolución cubana, la invasión de Iraq, la revolución bolivariana de Venezuela.

La otra función del intelectual es acortar al máximo la brecha que existe entre él y el ciudadano. Es decir, elevar el nivel cultural de cada hombre y cada mujer para que la literatura, el arte, la música, el cine y el resto de ciencias y artes dejen de ser privilegio de pocos para convertirse en riqueza de todos. Y ahí es donde se comprueba si un gobierno de verdad quiere un pueblo culto, con conciencia, sin miedo al conocimiento, al debate o la confrontación de ideas.

El gobierno de Cuba, en esta ocasión y en otras muchas, ha convocado a los intelectuales que se sitúan al lado de los pueblos. Y el gobierno de Cuba ha demostrado su apuesta por elevar el nivel cultural de los cubanos: con su lucha contra el analfabetismo nada más llegar al poder, con su política editorial, su apoyo al teatro, a la danza, a la pintura, su capacidad de enfrentar al mercado también en el dominio cultural.

Es mi intención hablar del compromiso de los intelectuales en el siglo XXI. Alguien podrá plantear que este siglo no tiene nada de diferente a cualquier otro a la hora de plantear el papel de los intelectuales. En parte es verdad, algunos elementos no han cambiado: la necesidad de unos intelectuales que respondan a los intereses de las clases populares y a ellas se deban, un poder que intenta comprarlos como primera opción o silenciarlos como segunda, un mercado como principal herramienta para ejecutar esas acciones del poder. Pero hoy tenemos características nuevas, sin precedentes.

Un mundo globalizado

Si siempre, por razones éticas o morales, nos debía resultar cercana cualquier injusticia contra cualquier persona en cualquier lugar del mundo, ahora todo se encuentra interrelacionado. Cuando una persona es explotada laboralmente quizás una empresa a la que nosotros apoyamos sea responsable, cuando una bomba cae sobre una población quizás detrás esté nuestros ejército o el dinero de nuestros impuestos, cuando un gobierno occidental apoya un golpe de Estado quizás detrás esté nuestro voto a ese gobierno. Por tanto, la necesidad de un compromiso del intelectual que llegue a cualquier lugar del globo hoy es más importante que nunca. Es más, la ausencia de compromiso con el combate a la injusticia hoy ya deja de ser un signo de indiferencia para ser directamente crimen.

Un mundo multipolar

Pasamos de un mundo dividido en dos bloques al derrumbe de uno de ellos y la, aparente, victoria del otro. Es verdad que el bloque capitalista tiene un claro predominio mundial, pero están surgiendo otras potencias con gran capacidad de contestacion: China, Rusia, Irán, Brasil, India. ¿Alguna de ellas son nuestro referente o alternativa? No. ¿Son tan peligrosas para la paz mundial y tienen las manos igual de manchadas de sangre que Estados Unidos? Tampoco. Por tanto, en nombre de la equidistancia y de la pureza de ideas no debemos aceptar el trato por igual. El intelectual no silenciará injusticias, pero no deberá permitir que, con la coartada de combatirlas se cometan más crímenes. No debíamos aceptar que en nombre de la lucha contra la opresión de las mujeres se invada Afganistán, no debíamos permitir que bajo lo excusa de la defensa de minorías étnicas se destruya Yugoslavia, tampoco que la excusa de déficits democráticos se utilice para bombardear Libia o Siria y derrocar gobiernos. No vamos a permitir que el vecino que lanza a sus hijos por la ventana nos diga que debemos denunciar al que les da un azote. No seremos coartada para el crimen. El imperio ha aprendido que necesita excusas y coartadas para los genocidios, las encuentra con la complicidad de gobiernos lacayos, de medios de comunicación sumisos y de intelectuales rastreros. Nuestro deber es denunciarlo.

El uso y abuso de la religión como arma de enfrentamiento de los pueblos

Durante siglos los poderosos han utilizado el nombre de Dios para llevar a las gentes a la guerra y la muerte. Durante el siglo XX, a pesar de sus guerras y sus holocaustos, parecía que el racionalismo se iba imponiendo. Ahora vemos que no está siendo así. De nuevo apelar a Dios sirve para intereses de los poderosos. Sirve para atacar cuando se está desesperado y para contraatacar cuando se quiere criminalizar al diferente. Sirve para reclutar mercenarios a los que ahora se les paga con la promesa del paraíso y sirve para sembrar el miedo que nos paralice y nos hace aceptar la opresión. Los intelectuales solo aceptaremos y principios basados en el racionalismo nacido en la revolución francesa y en las banderas de justicia e igualdad que se alzaron en posteriores revoluciones. Si el creyente se quiere unir a ellas bienvenido será.

El siglo de la información

Otra de las novedades de nuestra era es que estamos viviendo los tiempos de la información. El mundo ha producido en treinta años más informaciones que en el transcurso de los cinco mil años precedentes... Un solo ejemplar de la edición dominical del New York Times contiene más información que la que durante toda su vida podía adquirir una persona del siglo XVII. Por poner un ejemplo, cada día, alrededor de veinte millones de palabras de información técnica se imprimen en diversos soportes (revistas, libros, informes, disquetes, CD-Rom). Un lector capaz de leer mil palabras por minuto, ocho horas cada día, emplearía un mes y medio en leer la producción de una sola jornada, y al final de ese tiempo habría acumulado un retraso de cinco años y medio de lectura...1

¿Ha servido el manejo de esa información para crear individuos más sensibles al dolor de los lejanos, para reconocer mejor a los responsables de las injusticias, para organizarse mejor en la búsqueda de alternativas? Sinceramente creo que no.
Y mi respuesta es que no, porque desde el poder se han encargado de sepultar las grandes verdades con ruido, paja e incluso mentiras. Porque los grandes pensadores, los grandes luchadores, las grandes causas siguen siendo silenciadas. Como decía el arzobispo Heldert Camara, cuentan que la gente es pobre pero se cuidan mucho de explicar por qué son pobres.

De ahí que otra de las responsabilidades de los intelectuales en el siglo XXI es explicar el mundo con el arma de la verdad. Algo que, paradójicamente, quizás hoy sea más difícil por dos razones. Porque los altavoces los tienen otros y porque, a diferencia de otras épocas, la gente cree, equivocadamente que sabe la verdad. Y es más difícil convencerles de que viven en una mentira que enseñar la verdad al ignorante. Los ciudadanos en España, en Europa, en Estados Unidos, creen que Venezuela es una dictadura cuando hubo más elecciones y más justas que en nuestros países, creen que la oposición es pacífica cuando lleva un centenar de asesinatos, algunos quemando vivos a partidarios del gobierno sin que lo sepan en nuestros países, creen que Estados Unidos está preocupado por llevar la democracia y la libertad a otros países y solo ha llevado muerte, creen que los empresarios crean trabajo y que lo estados son ineficientes y desconocen que la mayoría de los empresarios del mundo acumulan riqueza con la explotación de una humanidad que no tiene otro patrimonio que su fuerza de trabajo que debe ofrecer prácticamente gratis. Y no saben que solo tendrán salud, sanidad, salarios justos y paz si tienen un Estado fuerte y democrático. Y ahí debemos estar los intelectuales que hemos logrado movernos en la búsqueda de una información rigurosa y veraz, en el compromiso de llevarla a las gentes. La verdad os hará libres, dijo Jesús, el de la Biblia. Y en eso tenía razón, aunque luego la Iglesia de Roma se haya dedicado dos mil años a difundir mentiras. La verdad, además es revolucionaria cuando se vive en un mundo donde predomina la mentira, como es el actual.

Para ello debemos enfrentar a todo el aparato mediático. Un aparato que se ha demostrado mucho más eficaz en silenciar las voces de los dignos que cualquier dictadura. Hoy no haría falta encerrar a Miguel Hernández hasta que muriese de tuberculosis, ni fusilar a Lorca o que se tuviese que exiliar Antonio Machado. La plutocracia mediática los silenciaría con quizás el mismo efecto. ¿Acaso pensamos que un gran medio de difusión masiva publicaría hoy los llamados revolucionarios de Bertolt Brecht? ¿O defendería “violencias” como las de franceses o italianos bajo la ocupación nazi? Al contrario les llamarían terroristas ¿Cómo tratarían hoy los medios al Che si existiera? ¿Qué diría hoy lo crítica si un escritor plantease el dilema de Camus en Los Justos?

La tragedia de los últimos cincuenta años es la puesta en marcha de un sistema de genocidio informativo de todo intelectual rebelde y de consolidación de la meritocracia mediática del sumiso y halagador.

Por eso tenemos ante nosotros un gran reto, que forma parte del compromiso intelectual. El de romper el cerco mediático, romper el bloqueo. Durante la clandestinidad, el Partido Comunista de España creó lo que llamó los “equipos de pasos”. Eran comandos de militantes cuya función era que los líderes y militantes comunistas pudiesen atravesar los Pirineos sorteando los controles fronterizos. Ahora debemos crear también “equipos de pasos” para que el pensamiento, las ideas y las palabras, sonidos e imágenes que traen la verdad atraviesen los controles fronterizos interpuestos por los grandes medios de los grandes capitales entre los ciudadanos y los intelectuales díscolos.

Los militares de fronteras y represores o el burdo censor que antes había que burlar para que el intelectual subversivo no terminara en prisión, ahora se ha transmutado en responsable de medios que son la voz de su amo, gran empresa accionista o publicitaria.
Los intelectuales comprometidos debemos también ir organizando grupos de pasos que emitan al aire la palabra, que impriman las letras, que iluminen las imágenes.

La era de la internet

Sí, el papel de los intelectuales, hoy y siempre, es intentar iluminar, con humildad y con modestia, es un mundo en el que hay más poderes interesados en mantenernos en las tinieblas. Pero cada época tiene sus propios formatos de dominación y, por tanto, también debemos aprender las técnicas de liberación. Nuestros tiempos son indisociables de internet, la era de la internet le llaman incluso. Y es en ese ciberespacio donde se está desarrollando parte de la batalla. No toda, pero sí parte. Internet puede servir para alienarnos con sus chisporreteos de frivolidades e intrancendencias, con los narcisismos de sus redes sociales, con su alud de mentiras y falsedades, con una falsa sensación de militancia. Pero también puede servirnos para enfrentar al oligopolio de los grandes medios de la información, para tejer redes de solidaridad e interacción que se materialicen en la vida real, para llevar la cultura donde nunca pudimos llevarla. Los intelectuales debemos saber utilizar en cada época las armas que disponemos, y ni una sola del enemigo debemos ignorar. Pero siempre recordando que el hambre, la opresión y las injusticias se producen en el mundo real y no en el virtual.

Notas:
* El texto de la conferencia de Serrano fue tomado de La pupila insomne, publicación  digital cubana que dirige Iroel Sánchez Espinosa (https://lapupilainsomne.wordpress.com/2017/07/11/el-compromiso-de-los-intelectuales-en-el-siglo-xxi-por-pascual-serrano/).

1 Ignacio Ramonet, La explosión del periodismo, Clave Intelectual, Madrid, 2011.

miércoles, 5 de julio de 2017

Muy bien lo dice Rodolfo Rabanal, argentino, 77 años… (Contratapa de Página|12)



Coincidimos plenamente en la indignación y el grito de alerta de Rabanal, 
apenas un año y medio mayor que nosotros.

Es imprescindible darse cuenta de lo que sucede en este mundo al que le hemos dejado centenares de millones de hijos y nietos, es imprescindible que esos hijos y nietos se percaten que están yendo al más lúgubre matadero. Que se percaten para resistir y vencer en la construcción de otro mundo.

 Gervasio Espinosa


Todos somos culpables, salvo algunos

Por Rodolfo Rabanal, escritor argentino nacido en 1940, en la contratapa del diario Página|12 de hoy, 5 de julio de 2017. La ilustración es la publicada por el diario acompañando la nota.



Es sorprendente el escaso tiempo que le tomó al gobierno de Mauricio Macri transformar a la Argentina en el país de la culpa y de la deuda. Hoy, tanto las personas discapacitadas como aquellas otras que perciben pensiones por viudez son culpables de haber robado al Estado hasta que prueben lo contrario. 

La maquinaria culpabilizadora alcanza a los abogados laboralistas (tratados de mafiosos) y a los trabajadores que abusan de los juicios a su favor y empujan a las pymes a la misma ruina. Esto último se lo escuchamos todos al Presidente capturado por las fotos en un primer plano de furia. Incluso se señalan como probables estafadores aquellos obreros accidentados en medio del trabajo. 

Estas y algunas otras docenas de declaraciones aplastantemente antipopulares suenan a increíbles torpezas de mal gusto si no fueran las pautas que marcan el avance de un programa de medidas implacables donde no hay ningún margen de error. 
La matriz restauradora y la línea neoliberal de este gobierno responde –no importa si lo sabe o no– al  famoso anatema de Margaret Thatcher cuando, a principio de los ochenta, sentenció: “Ya no hay sociedades, sólo están los individuos y sus familias”, frase con la que convocaba a la violencia del consenso reprimiendo la crítica y anulando la memoria para, obviamente, demoler la política.

Hoy es evidente que en aquel momento había empezado un cambio cultural devastador. Y es también evidente que ese cambio procura adueñarse ahora de la Argentina, si es que ya no lo hizo.

La decisión macrista de invertir la carga de la prueba (todos son culpables hasta que demuestren lo contrario) reinstaló en estas últimas semanas las peores fantasías del universo de Kafka: ancianas y ancianos a quienes se les exigía revalidar la documentación con la que habían conseguido sus pensiones, debieron rebuscar entre olvidados papeles acaso lo que habían extraviado y después hacer colas de tres horas –de pie– en las antesalas de las oficinas públicas. Muchos debieron contratar gestores que interpretaran el galimatías de los formularios burocrático. Otro sacó un revólver y se pegó un tiro.

Es difícil no indignarse ante semejantes afrentas, es difícil reducir esas actitudes –aunque lo son– a puras estrategias políticas; uno percibe que la sociedad argentina ha sido atrapada por una suerte de epidemia de analfabetismo espiritual e insensibilidad social de la que no va a ser sencillo salir. Cuando al principio de esta nota mencioné a la culpa y la deuda tuve presente la palabra que en idioma alemán reúne a ambos conceptos: schuld. 

Creo que la observación ya fue hecha en este diario anteriormente, pero ese vocablo sucita una tentación reflexiva ineludible y entonces vuelvo a ella, porque esa coincidencia no es un capricho semántico o una casualidad lingüística sino una perfecta designación conceptual: la culpa me endeuda y la deuda me culpa. Tanto se carga con una deuda como se carga con una culpa. Es preciso tener en cuenta que la culpa elimina la libertad y se encamina hacia su fin anulando derechos.

El gobierno de Macri está endeudando a la Argentina creo que como nunca antes había ocurrido y quienes cargarán con esa deuda –o esa culpa– serán los de siempre, es decir los famosos ciudadanos de a pie, o sea la mayoría. De ese modo, todos somos culpable (y corruptos), salvo los grandes empresarios, los contratistas de Estado, los servicios de inteligencia y una buena parte del Poder Judicial, es decir todos aquellos que señalan, acusan y se benefician. 

Se busca doblegar de este modo a una sociedad, vaciarla de historia, inferiorizarla y volverla dependiente. En suma, se la violenta, lo cual es, desde todo punto de vista, extremadamente peligroso.