Facsímil del programa del II Congreso en Valencia, 1937 |
Intervención de Pascual Serrano, periodista y ensayista español,
en conmemoración del
80° Aniversario del II Congreso Internacional
de Escritores en Defensa de la Cultura realizado en
Valencia, España, en 1937. La exposición de
Serrano fue hecha hoy, 11 de julio, en La Habana, Cuba, en la sede
de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, con el auspicio de la Fundación
Nicolás Guillén.
En aquel II
Congreso realizado en Valencia en 1937, hace ahora ochenta años, participaron
artistas e intelectuales de diversos países en solidaridad con la República
Española que era atacada por la reacción fascista mundial. Entre otros
participaron Nicolás Guillén, Antonio Machado, Pablo Neruda, Ernest Hemingway,
Raúl González Tuñón, César Vallejo, Octavio Paz y André Malraux. G.E.
Antes que nada quiero agradecer a la Fundación Nicolás
Guillén, a la Unión de Nacional de Escritores y Artistas de Cuba y al Ministerio
de Cultura de Cuba su invitación a este Congreso y felicitar por su
celebración. Igualmente agradezco la colaboración de la embajada de España en
La Habana y la presencia del embajador y su agregado cultural. Ojalá esto
suponga un mayor compromiso del gobierno de España con la memoria histórica de
nuestro país y la justicia con nuestro pasado.
Dijo el lingüista Noam Chomsky en su obra La
responsabilidad de los intelectuales, allá por 1969 con motivo de la guerra de
Vietnam, que la responsabilidad del intelectual es, sencillamente, “decir la
verdad y denunciar la mentira”. Es impresionante que ese reto sea tan simple y
al mismo tiempo tan complicado en los tiempos actuales. Existen momentos
históricos en los que el papel del intelectual es fundamental y debe mostrar si
trabaja para perpetuar el sistema de los poderosos o, al contrario, se sitúa al
lado de los pueblos. La guerra civil española fue una de esas situaciones. Pero
también la de Vietnam, la revolución cubana, la invasión de Iraq, la revolución
bolivariana de Venezuela.
La otra función del intelectual es acortar al máximo la
brecha que existe entre él y el ciudadano. Es decir, elevar el nivel cultural
de cada hombre y cada mujer para que la literatura, el arte, la música, el cine
y el resto de ciencias y artes dejen de ser privilegio de pocos para
convertirse en riqueza de todos. Y ahí es donde se comprueba si un gobierno de
verdad quiere un pueblo culto, con conciencia, sin miedo al conocimiento, al
debate o la confrontación de ideas.
El gobierno de Cuba, en esta ocasión y en otras muchas,
ha convocado a los intelectuales que se sitúan al lado de los pueblos. Y el
gobierno de Cuba ha demostrado su apuesta por elevar el nivel cultural de los
cubanos: con su lucha contra el analfabetismo nada más llegar al poder, con su
política editorial, su apoyo al teatro, a la danza, a la pintura, su capacidad
de enfrentar al mercado también en el dominio cultural.
Es mi intención hablar del compromiso de los
intelectuales en el siglo XXI. Alguien podrá plantear que este siglo no tiene
nada de diferente a cualquier otro a la hora de plantear el papel de los
intelectuales. En parte es verdad, algunos elementos no han cambiado: la
necesidad de unos intelectuales que respondan a los intereses de las clases
populares y a ellas se deban, un poder que intenta comprarlos como primera
opción o silenciarlos como segunda, un mercado como principal herramienta para
ejecutar esas acciones del poder. Pero hoy tenemos características nuevas, sin
precedentes.
Un
mundo globalizado
Si siempre, por razones éticas o morales, nos debía
resultar cercana cualquier injusticia contra cualquier persona en cualquier
lugar del mundo, ahora todo se encuentra interrelacionado. Cuando una persona
es explotada laboralmente quizás una empresa a la que nosotros apoyamos sea
responsable, cuando una bomba cae sobre una población quizás detrás esté
nuestros ejército o el dinero de nuestros impuestos, cuando un gobierno
occidental apoya un golpe de Estado quizás detrás esté nuestro voto a ese
gobierno. Por tanto, la necesidad de un compromiso del intelectual que llegue a
cualquier lugar del globo hoy es más importante que nunca. Es más, la ausencia
de compromiso con el combate a la injusticia hoy ya deja de ser un signo de
indiferencia para ser directamente crimen.
Un mundo multipolar
Pasamos de un mundo dividido en dos bloques al derrumbe
de uno de ellos y la, aparente, victoria del otro. Es verdad que el bloque
capitalista tiene un claro predominio mundial, pero están surgiendo otras
potencias con gran capacidad de contestacion: China, Rusia, Irán, Brasil,
India. ¿Alguna de ellas son nuestro referente o alternativa? No. ¿Son tan peligrosas
para la paz mundial y tienen las manos igual de manchadas de sangre que Estados
Unidos? Tampoco. Por tanto, en nombre de la equidistancia y de la pureza de
ideas no debemos aceptar el trato por igual. El intelectual no silenciará
injusticias, pero no deberá permitir que, con la coartada de combatirlas se
cometan más crímenes. No debíamos aceptar que en nombre de la lucha contra la
opresión de las mujeres se invada Afganistán, no debíamos permitir que bajo lo
excusa de la defensa de minorías étnicas se destruya Yugoslavia, tampoco que la
excusa de déficits democráticos se utilice para bombardear Libia o Siria y
derrocar gobiernos. No vamos a permitir que el vecino que lanza a sus hijos por
la ventana nos diga que debemos denunciar al que les da un azote. No seremos
coartada para el crimen. El imperio ha aprendido que necesita excusas y
coartadas para los genocidios, las encuentra con la complicidad de gobiernos
lacayos, de medios de comunicación sumisos y de intelectuales rastreros.
Nuestro deber es denunciarlo.
El uso y abuso de la religión como arma de
enfrentamiento de los pueblos
Durante siglos los poderosos han utilizado el nombre de
Dios para llevar a las gentes a la guerra y la muerte. Durante el siglo XX, a
pesar de sus guerras y sus holocaustos, parecía que el racionalismo se iba
imponiendo. Ahora vemos que no está siendo así. De nuevo apelar a Dios sirve
para intereses de los poderosos. Sirve para atacar cuando se está desesperado y
para contraatacar cuando se quiere criminalizar al diferente. Sirve para
reclutar mercenarios a los que ahora se les paga con la promesa del paraíso y
sirve para sembrar el miedo que nos paralice y nos hace aceptar la opresión.
Los intelectuales solo aceptaremos y principios basados en el racionalismo
nacido en la revolución francesa y en las banderas de justicia e igualdad que
se alzaron en posteriores revoluciones. Si el creyente se quiere unir a ellas
bienvenido será.
El siglo de la información
Otra de las novedades de nuestra era es que estamos
viviendo los tiempos de la información. El mundo ha producido en treinta años
más informaciones que en el transcurso de los cinco mil años precedentes... Un
solo ejemplar de la edición dominical del New York Times contiene más
información que la que durante toda su vida podía adquirir una persona del
siglo XVII. Por poner un ejemplo, cada día, alrededor de veinte millones de
palabras de información técnica se imprimen en diversos soportes (revistas,
libros, informes, disquetes, CD-Rom). Un lector capaz de leer mil palabras por
minuto, ocho horas cada día, emplearía un mes y medio en leer la producción de
una sola jornada, y al final de ese tiempo habría acumulado un retraso de cinco
años y medio de lectura...1
¿Ha servido el manejo de esa información para crear
individuos más sensibles al dolor de los lejanos, para reconocer mejor a los
responsables de las injusticias, para organizarse mejor en la búsqueda de
alternativas? Sinceramente creo que no.
Y mi respuesta es que no, porque desde el poder se han
encargado de sepultar las grandes verdades con ruido, paja e incluso mentiras.
Porque los grandes pensadores, los grandes luchadores, las grandes causas
siguen siendo silenciadas. Como decía el arzobispo Heldert Camara, cuentan que
la gente es pobre pero se cuidan mucho de explicar por qué son pobres.
De ahí que otra de las responsabilidades de los
intelectuales en el siglo XXI es explicar el mundo con el arma de la verdad.
Algo que, paradójicamente, quizás hoy sea más difícil por dos razones. Porque
los altavoces los tienen otros y porque, a diferencia de otras épocas, la gente
cree, equivocadamente que sabe la verdad. Y es más difícil convencerles de que
viven en una mentira que enseñar la verdad al ignorante. Los ciudadanos en
España, en Europa, en Estados Unidos, creen que Venezuela es una dictadura
cuando hubo más elecciones y más justas que en nuestros países, creen que la
oposición es pacífica cuando lleva un centenar de asesinatos, algunos quemando
vivos a partidarios del gobierno sin que lo sepan en nuestros países, creen que
Estados Unidos está preocupado por llevar la democracia y la libertad a otros
países y solo ha llevado muerte, creen que los empresarios crean trabajo y que
lo estados son ineficientes y desconocen que la mayoría de los empresarios del
mundo acumulan riqueza con la explotación de una humanidad que no tiene otro
patrimonio que su fuerza de trabajo que debe ofrecer prácticamente gratis. Y no
saben que solo tendrán salud, sanidad, salarios justos y paz si tienen un
Estado fuerte y democrático. Y ahí debemos estar los intelectuales que hemos
logrado movernos en la búsqueda de una información rigurosa y veraz, en el
compromiso de llevarla a las gentes. La verdad os hará libres, dijo Jesús, el
de la Biblia. Y en eso tenía razón, aunque luego la Iglesia de Roma se haya
dedicado dos mil años a difundir mentiras. La verdad, además es revolucionaria
cuando se vive en un mundo donde predomina la mentira, como es el actual.
Para ello debemos enfrentar a todo el aparato mediático.
Un aparato que se ha demostrado mucho más eficaz en silenciar las voces de los
dignos que cualquier dictadura. Hoy no haría falta encerrar a Miguel Hernández
hasta que muriese de tuberculosis, ni fusilar a Lorca o que se tuviese que
exiliar Antonio Machado. La plutocracia mediática los silenciaría con quizás el
mismo efecto. ¿Acaso pensamos que un gran medio de difusión masiva publicaría
hoy los llamados revolucionarios de Bertolt Brecht? ¿O defendería “violencias”
como las de franceses o italianos bajo la ocupación nazi? Al contrario les
llamarían terroristas ¿Cómo tratarían hoy los medios al Che si existiera? ¿Qué
diría hoy lo crítica si un escritor plantease el dilema de Camus en Los Justos?
La tragedia de los últimos cincuenta años es la puesta en
marcha de un sistema de genocidio informativo de todo intelectual rebelde y de
consolidación de la meritocracia mediática del sumiso y halagador.
Por eso tenemos ante nosotros un gran reto, que forma
parte del compromiso intelectual. El de romper el cerco mediático, romper el
bloqueo. Durante la clandestinidad, el Partido Comunista de España creó lo que
llamó los “equipos de pasos”. Eran comandos de militantes cuya función era que
los líderes y militantes comunistas pudiesen atravesar los Pirineos sorteando
los controles fronterizos. Ahora debemos crear también “equipos de pasos” para
que el pensamiento, las ideas y las palabras, sonidos e imágenes que traen la
verdad atraviesen los controles fronterizos interpuestos por los grandes medios
de los grandes capitales entre los ciudadanos y los intelectuales díscolos.
Los militares de fronteras y represores o el burdo censor
que antes había que burlar para que el intelectual subversivo no terminara en
prisión, ahora se ha transmutado en responsable de medios que son la voz de su
amo, gran empresa accionista o publicitaria.
Los intelectuales comprometidos debemos también ir
organizando grupos de pasos que emitan al aire la palabra, que impriman las
letras, que iluminen las imágenes.
La era de la internet
Sí, el papel de los intelectuales, hoy y siempre, es
intentar iluminar, con humildad y con modestia, es un mundo en el que hay más
poderes interesados en mantenernos en las tinieblas. Pero cada época tiene sus
propios formatos de dominación y, por tanto, también debemos aprender las
técnicas de liberación. Nuestros tiempos son indisociables de internet, la era
de la internet le llaman incluso. Y es en ese ciberespacio donde se está
desarrollando parte de la batalla. No toda, pero sí parte. Internet puede
servir para alienarnos con sus chisporreteos de frivolidades e intrancendencias,
con los narcisismos de sus redes sociales, con su alud de mentiras y
falsedades, con una falsa sensación de militancia. Pero también puede servirnos
para enfrentar al oligopolio de los grandes medios de la información, para
tejer redes de solidaridad e interacción que se materialicen en la vida real,
para llevar la cultura donde nunca pudimos llevarla. Los intelectuales debemos
saber utilizar en cada época las armas que disponemos, y ni una sola del
enemigo debemos ignorar. Pero siempre recordando que el hambre, la opresión y
las injusticias se producen en el mundo real y no en el virtual.
Notas:
* El texto de la conferencia de Serrano fue
tomado de La pupila insomne,
publicación digital cubana que dirige Iroel
Sánchez Espinosa (https://lapupilainsomne.wordpress.com/2017/07/11/el-compromiso-de-los-intelectuales-en-el-siglo-xxi-por-pascual-serrano/).
1 Ignacio Ramonet, La explosión del
periodismo, Clave Intelectual, Madrid, 2011.
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