Coincidimos plenamente en la indignación y el grito de
alerta de Rabanal,
apenas un año y medio mayor que nosotros.
Es imprescindible darse cuenta de lo que sucede en este
mundo al que le hemos dejado centenares de millones de hijos y nietos, es imprescindible
que esos hijos y nietos se percaten que están yendo al más lúgubre matadero.
Que se percaten para resistir y vencer en la construcción de otro mundo.
Gervasio
Espinosa
Todos somos culpables, salvo algunos
Por Rodolfo Rabanal, escritor argentino nacido en 1940, en
la contratapa del diario Página|12 de
hoy, 5 de julio de 2017. La ilustración es la publicada por el diario
acompañando la nota.
Es sorprendente el escaso tiempo que le tomó al gobierno
de Mauricio Macri transformar a la Argentina en el país de la culpa y de la
deuda. Hoy, tanto las personas discapacitadas como aquellas otras que perciben
pensiones por viudez son culpables de haber robado al Estado hasta que prueben
lo contrario.
La maquinaria culpabilizadora alcanza a los abogados
laboralistas (tratados de mafiosos) y a los trabajadores que abusan de los
juicios a su favor y empujan a las pymes a la misma ruina. Esto último se lo escuchamos
todos al Presidente capturado por las fotos en un primer plano de furia.
Incluso se señalan como probables estafadores aquellos obreros accidentados en
medio del trabajo.
Estas y algunas otras docenas de declaraciones
aplastantemente antipopulares suenan a increíbles torpezas de mal gusto si no
fueran las pautas que marcan el avance de un programa de medidas implacables
donde no hay ningún margen de error.
La matriz restauradora y la línea neoliberal de este
gobierno responde –no importa si lo sabe o no– al famoso anatema de
Margaret Thatcher cuando, a principio de los ochenta, sentenció: “Ya no hay
sociedades, sólo están los individuos y sus familias”, frase con la que
convocaba a la violencia del consenso reprimiendo la crítica y anulando la memoria
para, obviamente, demoler la política.
Hoy es evidente que en aquel momento había empezado un
cambio cultural devastador. Y es también evidente que ese cambio procura
adueñarse ahora de la Argentina, si es que ya no lo hizo.
La decisión macrista de invertir la carga de la prueba
(todos son culpables hasta que demuestren lo contrario) reinstaló en estas
últimas semanas las peores fantasías del universo de Kafka: ancianas y ancianos
a quienes se les exigía revalidar la documentación con la que habían conseguido
sus pensiones, debieron rebuscar entre olvidados papeles acaso lo que habían
extraviado y después hacer colas de tres horas –de pie– en las antesalas de las
oficinas públicas. Muchos debieron contratar gestores que interpretaran el
galimatías de los formularios burocrático. Otro sacó un revólver y se pegó un
tiro.
Es difícil no indignarse ante semejantes afrentas, es
difícil reducir esas actitudes –aunque lo son– a puras estrategias políticas;
uno percibe que la sociedad argentina ha sido atrapada por una suerte de
epidemia de analfabetismo espiritual e insensibilidad social de la que no va a
ser sencillo salir. Cuando al principio de esta nota mencioné a la culpa y la
deuda tuve presente la palabra que en idioma alemán reúne a ambos conceptos: schuld.
Creo que la observación ya fue hecha en este diario
anteriormente, pero ese vocablo sucita una tentación reflexiva ineludible y
entonces vuelvo a ella, porque esa coincidencia no es un capricho semántico o
una casualidad lingüística sino una perfecta designación conceptual: la culpa
me endeuda y la deuda me culpa. Tanto se carga con una deuda como se carga con
una culpa. Es preciso tener en cuenta que la culpa elimina la libertad y se
encamina hacia su fin anulando derechos.
El gobierno de Macri está endeudando a la Argentina creo
que como nunca antes había ocurrido y quienes cargarán con esa deuda –o esa
culpa– serán los de siempre, es decir los famosos ciudadanos de a pie, o sea la
mayoría. De ese modo, todos somos culpable (y corruptos), salvo los grandes
empresarios, los contratistas de Estado, los servicios de inteligencia y una
buena parte del Poder Judicial, es decir todos aquellos que señalan, acusan y
se benefician.
Se busca doblegar de este modo a una sociedad, vaciarla
de historia, inferiorizarla y volverla dependiente. En suma, se la violenta, lo
cual es, desde todo punto de vista, extremadamente peligroso.
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