La
Agencia Latinoamericana
de Información, con sede en Quito, Ecuador, ha distribuido hoy (http://alainet.org/active/74504), en
simultaneidad con la inauguración del Campeonato Mundial de Fútbol en San
Pablo, este artículo de Gandásegui, profesor de Sociología de la Universidad de
Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo
Arosemena (CELA) www.marcoagandasegui14.blogspot.com, www.salacela.net
En Argentina –como quizá en casi toda América Latina y el Caribe, según los datos que dio a conocer el periodista Raúl Kollmann–, 77 % de la población vive el Campeonato como una fiesta. Solamente 23 % lo comprendemos como lo manifiesta el panameño Gandásegui. En Brasil muy probablemente la relación entre fiesteros y disconformes sea tanto más dura como menos marcada.
En Argentina –como quizá en casi toda América Latina y el Caribe, según los datos que dio a conocer el periodista Raúl Kollmann–, 77 % de la población vive el Campeonato como una fiesta. Solamente 23 % lo comprendemos como lo manifiesta el panameño Gandásegui. En Brasil muy probablemente la relación entre fiesteros y disconformes sea tanto más dura como menos marcada.
Hace
treinta y seis años, en 1978, en plena dictadura cívico militar (el empresario Martínez
de Hoz y el militar Videla fueron los principales “animadores” de aquel
genocidio y “Proceso de Reorganización Nacional” como del “campeonato”), se
realizó el quinto certamen mundial en un país latinoamericano: Argentina. El
primero, y primer “mundial”, había sido en Uruguay, en 1930, en coincidencia
con los festejos por los cien años de su independencia y oportunidad para la
que se construyó en Montevideo el famoso estadio “Centenario”.
En
1978, en los andurriales de vivienda de los trabajadores de la industria del
norte del llamado Gran Buenos Aires, a casi 40 kilómetros del
obelisco porteño, donde residíamos y de donde cada diez manzanas faltarían para
siempre padres, hermanos e hijos, desarrollamos un análisis crítico como el que ahora expresa
Marco Gandásegui. Es lamentable que ahora los gobernantes de Brasil no supieran
ni pudieran actuar en las presentes circunstancias en favor de la unidad
popular (G.E.):
La corrupción que corroe la organización de la Copa Mundial de Fútbol, que se inaugura hoy en San Pablo, Brasil, no ha sorprendido a muchos. Lo que ha creado incertidumbre y preocupación en los círculos financieros es la falta de capacidad política de los gobernantes de ese país para contener el descontento popular. Los gastos sin control en obras suntuosas han provocado un rechazo generalizado por parte de la población. Desde hace varias décadas, la economía mundial tiende a pasar de crisis en crisis. El sector productivo –que era el motor del desarrollo– ha cedido su lugar a las actividades financieras y especulativas. En lugar de medir el crecimiento económico sobre la base de la producción, en la actualidad se mide el ‘progreso’ sobre la base del traspaso de los ahorros de los trabajadores hacia los bancos.
En la actualidad, todo tiene un precio, todo se mercantiliza. ‘La política dejó de ser un servicio y se convirtió en un negocio’. El deporte no es la excepción. Al contrario, se ha convertido en una de las áreas que más riqueza genera. Hace un siglo los deportes fueron secuestrados por el crimen organizado (mafia y gobierno, asociados) y puesto al servicio de los estafadores quienes realizaban ganancias extraordinarias mediante actividades ilícitas (las apuestas y otras maniobras). Lo que era considerado propio del ‘submundo’, en la actualidad, es parte del mundo de los negocios. A fines del siglo XX, incluso, los juegos olímpicos fueron profesionalizados para fines mercantilistas. Los atletas compiten por mejores remuneraciones. Las sedes y sus autoridades compiten por las comisiones y el prestigio. Los financistas compiten por apropiarse de los miles de millones de dólares que se invierten en las obras y en los ‘sobre-costos’.
El evento deportivo más cotizado sin duda son los Juegos Olímpicos. Generan miles de millones de dólares que el Comité Olímpico Internacional (COI) maneja con la banca financiera mundial. Con esmero el COI logra proyectar una imagen que se relaciona con sus fundadores de fines del siglo XIX. Supuestos caballeros que querían resucitar el espíritu olímpico de la antigua Grecia: Cada cuatro años las ciudades griegas suspendían sus guerras para que su juventud compitiera en justas deportivas. Ese espíritu tan noble ha sido olvidado.
En el caso de la Copa Mundial, la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) tocó una fibra que se ha convertido en uno de los negocios más exitosos. La FIFA factura anualmente varios miles de millones de dólares. El Mundial que organiza en Brasil generará casi 5 mil millones de dólares, gran parte por la venta de derechos de televisión a escala mundial. La FIFA cobra comisiones por todos los derechos que venden sus miembros. Incluye campeonatos nacionales y regionales. Por cada camiseta, calcetín o bota que se vende algo le toca a la FIFA. Del total de 5 mil millones de dólares que generará el Mundial en Brasil, la FIFA se queda con el 90 por ciento.
Las protestas de las más diversas organizaciones en todas las ciudades brasileñas están plenamente justificadas. El gobierno está invirtiendo más de 20 mil millones de dólares en la construcción de estadios, ampliación de aeropuertos y desarrollo de infraestructura que beneficiará a la FIFA, a los especuladores y financistas brasileños e internacionales. Parafraseando al sociólogo inglés, David Harvey, el Mundial de Fútbol ha servido para ‘desposeer’ al pueblo brasileño. Quienes protestan no aceptan que sus riquezas y ahorros se entreguen a los constructores, financistas y especuladores sin recibir compensación alguna. En este saqueo sistemático, la FIFA sólo sirve de intermediario. Hay que reconocer que el espectáculo que presenta está fuera de serie: Ronaldo, Messi, Neymar y tantos otros súper-estrellas repartidos en 32 equipos, 62 partidos en un mes que la tecnología de punta lleva al último rincón del mundo.
Los brasileños obviamente no se oponen al fútbol ni al Mundial. Son los pentacampeones, los mejores jugadores –según muchos– sobre la tierra. Pero rechazan la forma tan arrogante en que la FIFA y la banca internacional llegaron a su país a saquear a su pueblo con la aparente complicidad del gobierno. La lección que es necesario aprender de las protestas en Brasil es que el deporte no puede seguir siendo manipulado por los especuladores. El gobierno brasileño se enfrentará nuevamente en 2016 al pueblo con motivo de los Juegos Olímpicos de Río donde nuevamente hará gastos que no benefician al pueblo de ese país suramericano.
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