Publicamos
aquí y ahora fragmentos del nuevo texto de Carlos, mi hermano, puesto en su
Espinosaalsur que recomendamos visitar (http://www.espinosalsur.blogspot.com.ar/).
En Cuba se respiran los rastros del CHE por todas partes.
Resuena su voz amable y segura, voz de mando sin prepotencias innecesarias, en
la casona del morro de La Habana que fue su cuartel operativo en las primeras
semanas de enero de 1959. Su imagen es ícono de Libertad y Justicia en el
monumental relieve de la Plaza de la Revolución –también en la capital
cubana– jugando con los contrastes de la luz matinal y los reflejos
brillantes de los reflectores nocturnos, creciendo en la perspectiva, como
crece la fortaleza de su pensamiento revolucionario.
En Santa Clara, escenario principal de su coraje
combatiente, uno se queda sin aliento ante la monumental estatua que
preside el memorial; en tanto más abajo, en una especie de bóveda, se guardan
sus restos en modesto túmulo, rodeado de sus compañeros de la guerrilla en
Bolivia. Afuera la sombra que proyecta la escultura se va desplazando con
el avance del día, como si fuese señalando los caminos hacia donde debe avanzar
la lucha inconclusa por sus ideales. Las palabras de su célebre carta de
despedida de Fidel y del pueblo cubano están grabadas en relieve, como
testimonio inalterable para los tiempos de los tiempos; y los
objetos personales suyos que se exhiben allí cerca, en el museo ubicado junto
al mausoleo, parecen tener frescas aún sus huellas digitales. Todo
el conjunto del parque de homenaje es solemne, pero en algunas noches el enorme
playón que está enfrente del monumento se llena de música, color y juventud con
festivales populares como el que pudimos ver con la actuación de la
cantante Laritza Bacallao.
No lejos del parque monumental está el edificio
del Hotel Santa Clara Libre, con el revoque del frente perforado por los
impactos de las balas de los rifles revolucionarios, en aquel vibrante
combate del 29 de diciembre de 1958; y también se puede visitar la recreación
del heroico asalto al tren blindado, y más allá está esa singular estatua del
CHE con un niño en brazos, en el acceso a la sede del Partido Comunista;
sede del corralón de obras públicas, donde el Comandante ordenó
apropiarse de una máquina vial para levantar los rieles y forzar el
descarrilamiento del convoy, repleto de soldados de la dictadura que terminaron
rindiéndose y entregando su armamento.
La letra de la famosa canción de Carlos Puebla resuena como
un eco de memoria antigua. “Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia
de tu querida presencia, Comandante Che Guevara. Tu mano, gloriosa y
fuerte, sobre la historia dispara, cuando todo Santa Clara se despierta
para verte”. ¡Y nosotros estábamos allí, en esos mismos lugares, caminando por
las mismas calles por donde el CHE avanzó triunfal despertando a los
santaclareños!
En toda Cuba hay una cercanía intensa y emotiva con los
recuerdos del CHE que brotan a cada paso, con la evocación del ícono como
guía y ejemplo por el sostenimiento de la Revolución. Yo me
sentí más orgullosamente argentino que nunca, no porque la cuestión de la
nacionalidad certifique por si sola alguna forma de virtud política o social,
sino porque ser coterráneo y casi contemporáneo del CHE (cuando lo
mataron yo no había cumplido aún los diecisiete años) es una especie de
categoría de la actitud ante la vida. Tal vez porque pertenezco a esa generación
diezmada por haber soñado con una Patria Americana Libre y Socialista, con el
CHE y FIDEL como guías y referencias; porque soy uno de aquellos que –hace
casi cuatro décadas– sintió en las calles de Buenos Aires el terror por la
represión y la desaparición de personas muy cercanas, cuando tener un póster
del CHE en la pared de la habitación era un “delito contra la Patria”. Y
también porque ahora, bajo el amparo de la plena vigencia del Estado de derecho
en nuestra recuperada democracia, la exaltación de la venerada figura del
CHE adquiere otra dimensión, como si nos estuviésemos concediendo
licencias que antes, unas tres décadas atrás, nos estaban cercenadas.
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