La definición de bandera que dan los diccionarios es simple,
sin connotaciones emocionales: tela de forma comúnmente rectangular, que se
asegura por uno de sus lados a un asta o a una driza y se emplea como enseña o
señal de una nación, una ciudad o una institución.
La de bandería tiene más precisión: parcialidad.
En estos días en que jueces imperiales como Thomas Griesa y
otros en instancias superiores a la de él hasta llegar a la máxima han sentado
jurisprudencia que avala bestiales atropellos políticos, gente sencilla, imbuidos
los más de fuertes banderías de ocasión, agitamos banderas frente a cámaras de
TV, en los estadios “mundialistas” de altísimos precios por asiento, en los
automóviles desde los muy nuevos y caros hasta los más o menos destartalados,
en otros rodados motorizados, a pedal o arrastrados por cuadrúpedos, en
balcones de lujosas viviendas, en modestísimas ventanas, y tanto en
transnacionales empresas como universidades nacionales.
No se oponen esas banderas a Griesa y sus colegas, expresan
otros fervores sinceros, sin duda, pero también confusos e inducidos por una
parafernalia publicitaria. Son banderías pasajeras, fervores efímeros,
calenturas de ocasión.
Otras parcialidades no. Persisten en cierto imaginario profundo.
Me llegó una invitación, hoy mismo, a firmar una declaración
con el título “La cultura dice NO a los buitres”. No he adherido y manifesté la
razón a sus muy anónimos promotores (https://laculturadicenoalosbuitres.wordpress.com/2014/06/20/la-cultura-dice-no-a-los-buitres/),
porque el penúltimo párrafo del texto dice así:
La conciencia de nuestras
conductas, transparentes universalmente en este tema, respaldadas por quienes
ven en ellas un faro para enfrentar la depredación financiera del mundo global,
que busca desaparecer y someter a la naciones y a sus pueblos, es una demanda
ético cultural que nos obliga. Porque
somos soberanos y porque, a pesar de que cumplimos con deudas injustas
de casino, pases de fondos sucios, no olvidamos a sus socios, ni a
los que se hacen los tontos de haber sido sus discípulos y compañeros de ruta. Han vendido su réproba ética amasada en
denuncias, ante su absoluta incapacidad de haber hecho nada, cuando gobernaron,
a favor de la Nación
Argentina y de su pueblo. Por el contrario lo arrojaron a la
sumisión y el empobrecimiento y se beneficiaron de la creación de las deudas que hoy nos vemos
obligados a pagar. Son calculadores de
negocios futuros para los que se ofrecen pretendiendo que aquello que
provocaron antes volverá a ocurrir y volverán a enriquecerse.
Con bastardillas y negritas, en la cita, hemos destacado una frase que
dice mucho: engloba y califica con una vieja expresión que, sin duda, fue ahora
incluida sin prudencia ni crítica intelectual: “compañeros de ruta”, que, más
precisamente “compañero de viaje”, en ruso es poputchik (попутчик).
Esta calificación al parecer se hizo universal a partir de la difusión
de un libro de León Trotsky cuya primera edición data de 1924, y que trata del
proceso político y sus tendencias en los literatos y artistas rusos entre las
revoluciones de 1905 y 1917. En Literatura
y revolución, capítulo II, apartado «Los “compañeros de viaje” literarios de la
revolución», Trotsky los define como personas de
las letras y el arte en situación de tránsito político, sin fuertes ligaciones
con lo viejo pero a la vez todavía sin compromiso revolucionario, quizá
románticos, sólo justicieros. Luego, en el resto del mundo, más allá de las
entonces fronteras soviéticas, fueron poputchik los intelectuales que
sin ser comunistas o socialistas se entusiasmaban con aquel proceso
anticapitalista que pronto cumplirá su primer centenario.
Emplear la expresión para calificar a los admiradores de los capitostes
y del modus operandi de la
especulación financiera y la expoliación de los pueblos es un índice de
profunda confusión. A los argentinos y rioplatenses memoriosos nos recuerda la
triste definición de “ni yanquis ni marxistas, peronistas”: es decir, creyentes
en la existencia de un “capitalismo con rostro humano”, o “capitalismo serio”.
Desde que aquellos “compañeros de ruta” del siglo XX muchos luego se
afirmaron en las ideas y acciones revolucionarias y dejaron descendencia, hay
ahora compañeros de ruta de los procesos populares adheridos a gobiernos como
los vigentes en Ecuador, Venezuela, Brasil, Uruguay, Bolivia, Argentina, etc.
Somos compañeros de ruta aun con visiones críticas sobre algunos de esos
imaginarios políticos: la historia es un proceso.
Terminado el negocio de la Federación Internacional
de Fútbol Asociado (FIFA) parcialidades e insignias volverán a sus usos
habituales, como volverán “la inseguridad ciudadana” y acusaciones diversas a
los primeros planos de diarios, revistas y TV.
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