La estadía
de Obama en La Habana, Cuba, y en Buenos Aires y Bariloche, en nuestro país, ha
motivado numerosísimos artículos en publicaciones latinoamericanas y argentinas
sobre papel y electrónicas. Ahora, no casualmente coincidiendo su visita con el
cuadragésimo aniversario en Argentina del desencadenamiento de una de las
dictaduras cívicas empresarias, militares y eclesiales –como destacan los Curas en la Opción por los Pobres–,
cuyos partícipes no dudaron en producir decenas de millares de asesinados,
desaparecidos y torturados para asegurar la dominación del capital concentrado
internacional con el concurso y beneficio de las capas sociales parasitarias de
Nuestra América. Antes que, a propósito, pretender colocar aquí un texto propio,
preferimos replicar este de Leandro Morgenfeld que expone una interpretación
que compartimos. Como se destaca en las Notas del final, el artículo ha sido
publicado originalmente por la revista Cambio
y por teleSURtv.net. G.E.
En sus últimos meses como
presidente, Barack Obama intensifica la ofensiva de Estados Unidos para
recuperar el liderazgo regional. Si en la posguerra fría su hegemonía en
América Latina y el Caribe parecía estar exenta de grandes desafíos, en los
primeros años de este nuevo siglo debió enfrentar tanto los proyectos de
cooperación política e integración alternativa que impulsaron los llamados
gobiernos progresistas.
En su segundo mandato, Obama
decidió recalcular su estrategia y avanzar en una nueva ofensiva, con las dos
facetas habituales, zanahoria y garrotes. Por estos días, podemos apreciar
ambas: el avance de la distensión con Cuba y, a la vez, un nuevo ataque contra
Venezuela. ¿Cómo debe leerse esta gira clave, que incluye la histórica visita a
Cuba y la vuelta a la Argentina?
En sus últimos meses como
presidente, Barack Obama intensifica la ofensiva de Estados Unidos para
recuperar el liderazgo regional. Si en la posguerra fría su hegemonía en
América Latina y el Caribe parecía estar exenta de grandes desafíos, en los
primeros años de este nuevo siglo debió enfrentar tanto los proyectos de
cooperación política e integración alternativa que impulsaron los llamados
gobiernos progresistas, como la competencia china, que se transformó en un
socio comercial y financiero indispensable para muchos países.
Desde el final de la Segunda
Guerra Mundial, Estados Unidos consolidó su dominio regional y llevó a fondo la
doctrina Monroe de 1823: América para los (norte) americanos. Logró erigir un
sistema interamericano bajo su dominio, en torno a la Organización de Estados
Americanos (OEA), cuya sede no casualmente se encuentra en Washington, a
escasos metros de la Casa Blanca (un “ministerio de colonias”, según la
caracterizó el Che) y cuyo instrumento militar, el Tratado Interamericano de
Asistencia Recíproca (TIAR), solo se invocó cuando Estados Unidos lo necesitó y
no, por ejemplo, cuando debió intervenir en favor de la Argentina en el
conflicto con Gran Bretaña, en 1982. Esa hegemonía fue desafiada por la
Revolución Cubana y por los movimientos de liberación nacional y de izquierda
en los años sesenta y setenta. Estados Unidos impulsó la Doctrina de Seguridad
Nacional, entrenó a millares de militares latinoamericanos en la Escuela de las
Américas y apañó golpes militares y dictaduras, además de esquemas represivos
como el Plan Cóndor.
Tras la caída de la Unión
Soviética, la guerra fría y el consecuente peligro rojo ya no pudieron usarse
como excusas. Se impuso el llamado “Consenso de Washington” y el gobierno de
George Bush lanzó la “Iniciativa para las Américas”, que luego se transformaría
en el proyecto del ALCA. Esa iniciativa pretendía consolidar la subordinación
económica latinoamericana y otorgar mejores condiciones al gran capital
estadounidense para competir contra los de otros países y, a la vez, subsumir
más acabadamente el trabajo. La ofensiva neoliberal avanzó raudamente en la
última década del siglo pasado, pero provocó crisis económicas y levantamientos
políticos y sociales. El cambio en la correlación de fuerzas a nivel
continental y el surgimiento del llamado ciclo progresista o posneoliberal
permitió a Nuestra América resistir y derrotar el ALCA hace una década y, a la
vez, construir herramientas novedosas como la UNASUR, la CELAC o el ALBA. La
hegemonía estadounidense fue doblemente desafiada, con relativo éxito, lo cual
implicó una singularidad histórica.
Obama: promesas rápidamente defraudadas
En 2009, Obama llegó a la Casa
Blanca con la promesa de impulsar un giro radical en la política exterior de su
país, en particular hacia Nuestra América, que tanto había repudiado a su
antecesor, George W. Bush. Sin embargo, más rápido que tarde, las expectativas
que había generado se vieron defraudadas: continuó la militarización (mantuvo
la IV Flota del Comando Sur y la cárcel de Guantánamo, instauró nuevas bases
militares y continuó con la nefasta “guerra contra las drogas”), el “injerencismo”
(golpes de nuevo tipo en Honduras y Paraguay, intentos de desestabilización en
Venezuela, Ecuador y Bolivia), el espionaje contra gobiernos (denunciado por
Edward Snowden) y las agresivas políticas hacia Cuba (bloqueo económico,
comercial y financiero, boicot a su inclusión en las Cumbres de las Américas,
financiamiento de grupos opositores, campañas políticas e ideológicas contra la
isla). Nuestra América, en tanto, avanzó en la integración regional y
profundizó los vínculos con potencias extra hemisféricas, como China y Rusia,
disminuyendo la subordinación con Estados Unidos.
En los últimos años, sin embargo,
la crisis internacional afectó el precio de los commodities, generando estancamiento y recesión en la región, luego
de una década de acelerado crecimiento y, en marzo de 2013, con la muerte de
Chávez, se ralentizó además el proceso de integración alternativa. Estos
cambios económicos y políticos impulsaron a Estados Unidos a intentar recuperar
la hegemonía en lo que históricamente consideraron su exclusivo “patio
trasero”.
Obama inició negociaciones con
Raúl Castro para retomar las relaciones diplomáticas –hito concretado el 20 de
julio pasado–, para disminuir el rechazo que la anterior política agresiva
hacia la isla generó en el mundo entero, pero aún resta mucho para normalizar
las relaciones bilaterales –persisten el bloqueo, la ocupación de Guantánamo,
la injerencia en los asuntos internos y la demanda de indemnización por las
pérdidas multimillonarias que causó el bloqueo. El saliente mandatario
estadounidense busca pasar a la historia como el primero en visitar la isla en
88 años y, a la vez, apuesta a impulsar la restauración capitalista en la isla
y un movimiento político que reclame el fin de la revolución. Como esa política
de distensión le generó críticas internas de los sectores más anti-castristas,
equilibró el viaje incluyendo en la gira a la Argentina.
Obama busca realzar
internacionalmente la figura de Macri e impulsarlo como el nuevo líder regional
de la restauración conservadora: en las antípodas del eje bolivariano, impulsor
de una política exterior alineada con Estados Unidos y la Unión Europea, y de
una política económica de matriz neoliberal, en el marco de las exigencias de
los organismos financieros internacionales. Además, pretende que Argentina se
incorpore al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y que la DEA y el
Pentágono trabajen más estrechamente con las fuerzas de seguridad que comanda
Patricia Bullrich.
Aunque con una estrategia
distinta a la empleada por Henry Kissinger en los años setenta para alinear a
los dictadores latinoamericanos, la Casa Blanca sigue procurando mantener su
hegemonía regional y evitar que avancen proyectos de integración alternativa
como los que impulsaron los países bolivarianos en los últimos años. El
desafío, para los movimientos populares de la región, es desenmascarar las
políticas imperialistas, más allá de las distintas formas que adopten. El 24 de
marzo, organismos de derechos humanos, sindicatos, centros de estudiantes y
múltiples agrupaciones políticas repudiarán las complicidades imperiales con la
última dictadura militar, pero también los intentos actuales para volver a
subordinar a una región que sigue a la expectativa de construir la patria
grande que imaginó Bolívar hace dos siglos.
Notas:
* Leandro Morgenfeld es profesor y licenciado en Historia, especialista y Doctor en Historia
Económica por la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como docente e
Investigador Adjunto de la Comisión Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET), habiendo dirigido el proyecto UBACyT 2012-2014 “Argentina, Estados
Unidos y el sistema interamericano (1955 - 1973)”. Es autor de los libros Vecinos en
conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas (1880-1955),
Peña Lillo-Ediciones Continente, Buenos Aires, 2011 (con prólogo de Mario
Rapaport), y Relaciones peligrosas.
Argentina y Estados Unidos, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2012.
Morgenfeld, también, es autor y editor
del blog www.vecinosenconflicto.blogspot.com
El presente texto fue publicado originalmente en Cambio. Publicación quincenal de izquierda
popular, n° 35, Buenos Aires, del 16 al 29 de marzo de
2016 (http://patriagrande.org.ar/wp-content/uploads/2016/03/cambio-35.pdf),
y por el portal teleSURtv.net (http://www.telesurtv.net/opinion/La-gira-de-Obama-busca-una-nueva-subordinacion-a-Estados-Unidos-20160321-0066.html).
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