«Si
el progresismo fue la superación fracasada del fracaso neoliberal, este
neofascismo subdesarrollado exacerba ambos fracasos inaugurando una era de
duración incierta de contracción económica y desintegración social. Basta ver
lo ocurrido en Argentina con la llegada de Macri a la presidencia: en unas
pocas semanas el país pasó de un crecimiento débil a una recesión que se va
agravando rápidamente producto de un gigantesco pillaje, no es difícil imaginar
lo que puede ocurrir en Brasil o en Venezuela que ya están en recesión si la
derecha conquista el poder político.», afirma Jorge Beinstein en un párrafo del
meduloso análisis del que es autor y ahora presentamos.
La
afirmación es dura, sin duda tajante, y puede inducir resentimientos en
lectores emotivamente sensibilizados por los avatares políticos. Así todo el
análisis de Beinstein es preciso y ajustado a un cuadro internacional sumamente
complejo y, a la vez, promisorio para los pueblos según la manera como estos
actúen políticamente.
En
enero de 1999, con dos años de anterioridad a la gran fuga de capitales y
crisis argentina de 2001-2002 y casi una década del desbarranque internacional de
2008, presentó en el Primer Encuentro Internacional sobre Globalización y
Problemas del Desarrollo, en La Habana, su ponencia “La declinación de la economía
global: de la postergación global de la crisis a la crisis general de la
globalización”. Una publicación en papel de entonces en la periferia suburbana
de Buenos Aires, Blanco y Negro,
antecedente de este blog, fue la primera edición gráfica en Argentina de esa
ponencia, simultánea con la publicación digital que hiciera El economista de Cuba, desde la capital
de la nación caribeña. Ahora puede leerse ese extenso y documentado artículo en
http://usuarios.advance.com.ar/cepros/declinaecono.htm.
¡Buena lectura! G.E.
La
coyuntura global está marcada por una crisis deflacionaria motorizada por las
grandes potencias. La caída de los precios de las commodities, cuyo aspecto más llamativo fue desde mediados del 2014
la de las cotizaciones del petróleo, descubre el desinfle de la demanda
internacional mientras tanto se estanca la ola financiera, muleta estratégica
del sistema durante las últimas cuatro décadas. La crisis de la llamada “financierización”
de la economía mundial va ingresando de manera zigzagueante en una zona de
depresión, las principales economías capitalistas tradicionales crecen poco o
nada1 y China se desacelera rápidamente. Frente a ello Occidente despliega su último
recurso: el aparato de intervención militar integrando componentes armadas
profesionales y mercenarias, mediáticas y mafiosas articuladas como “Guerra de
Cuarta Generación” destinada a destruir sociedades periféricas para
convertirlas en zonas de saqueos. Es la radicalización de un fenómeno de larga
duración de decadencia sistémica donde el parasitismo financiero y militar se
fue convirtiendo en el centro hegemónico de Occidente.
No
presenciamos la “recomposición” política-económica-militar del sistema como lo
fue la reconversión keynesiana (militarizada) de los años 1940 y 1950 sino su
degradación general. La mutación parasitaria del capitalismo lo convierte en un
sistema de destrucción de fuerzas productivas, del medio ambiente, y de
estructuras institucionales donde las viejas burguesías se van transformando en
círculos de bandidos, novedoso encumbramiento planetario de lumpemburguesías
centrales y periféricas.
La declinación del progresismo
Inmersa
en este mundo se despliega la coyuntura latinoamericana en la que convergen dos
hechos notables: la declinación de las experiencias progresistas y la
prolongada degradación del neoliberalismo que las precedió y acompaño desde
países que no entraron en esa corriente de la que ahora ese neoliberalismo
degradado aparece como el sucesor.
Los
progresismos latinoamericanos se instalaron sobre la base de desgastes y en
ciertos casos de crisis de los regímenes neoliberales, y cuando llegaron al
gobierno los buenos precios internacionales de las materias primas sumados a
políticas de expansión de sus mercados internos les permitieron recomponer la
gobernabilidad.
El
ascenso progresista se apoyó en dos impotencias; la de la derechas que no
podían asegurar la gobernabilidad, colapsadas en algunos casos (Bolivia en
2005, Argentina en 2001-2002, Ecuador en 2006, Venezuela en 1998) o sumamente
deterioradas en otros (Brasil, Uruguay, Paraguay) y la impotencia de las bases
populares que derrocaron gobiernos, desgastaron regímenes pero que incluso en
los procesos más radicalizados no pudieron imponer revoluciones,
transformaciones que fueran más allá de la reproducción de las estructuras de
dominación existentes.
En los
casos de Bolivia y Venezuela los discursos revolucionarios acompañaron
prácticas reformistas plagadas de contradicciones, se anunciaban grandes
transformaciones pero las iniciativas se embrollaban en infinitas idas y
venidas, amagos, desaceleraciones “realistas” y otras astucias que expresaban
el temor profundo a saltar las vallas del capitalismo. Ello no solo posibilitó
la recomposición de las derechas sino también la proliferación a nivel estatal
de podredumbres de todo tipo, grandes corrupciones y pequeñas corruptelas.
Venezuela
aparece como el caso más evidente de mezcla de discurso revolucionario,
desorden operativo, transformaciones a medio camino y auto-bloqueo ideológico
conservador. No se consiguió encaminar la transición revolucionaria proclamada
(más bien todo lo contrario) aunque sí se logró hacer caótico el funcionamiento
de un capitalismo estigmatizado pero de pié, y obviamente Estados Unidos
promueve y aprovecha esa situación para avanzar en su estrategia de reconquista
del país. El resultado es una recesión cada vez más grave, una inflación
descontrolada, importaciones fraudulentas masivas que agravan la escasez de
productos y la evasión de divisas que marcan a una economía en crisis aguda.2
En Brasil
el zigzagueo entre un neoliberalismo “social” y un keynesianismo light casi irreconocible fue reduciendo
el espacio de poder de un progresismo que desbordaba fanfarronería “realista”
(incluida su astuta aceptación de la hegemonía de los grupos económicos
dominantes). La dependencia de las exportaciones de commodities y el sometimiento a un sistema financiero local en
manos transnacionales terminaron por bloquear la expansión económica. Finalmente,
la combinación de la caída de precios internacionales de las materias primas y
la exacerbación del pillaje financiero precipitaron una recesión que generó la
crisis política sobre la que empezaron a cabalgar los promotores de un “golpe
blando” ejecutado por la derecha local y monitoreado por Estados Unidos.
En
Argentina el “golpe blando” se produjo protegido por una máscara electoral
forjada por una manipulación mediática desmesurada, el progresismo kirchnerista
en su última etapa había conseguido evitar la recesión aunque con un
crecimiento económico anémico sostenido por un fomento del mercado interno
respetuoso del poder económico. También fue respetada la mafia judicial que
junto a la mafia mediática lo acosaron hasta desplazarlo políticamente en medio
de una ola de histeria reaccionaria de las clases altas y del grueso de las
clases medias.
En
Bolivia, Evo Morales sufrió su primera derrota política significativa en el
referéndum sobre reelección presidencial. Su llegada al gobierno marcó el
ascenso de las bases sociales sumergidas por el viejo sistema racista colonial,
pero la mezcla híbrida de proclamas antiimperialistas, poscapitalistas e indigenistas
con la persistencia de un modelo de extracción minera intensiva que deteriora
al ambiente y a las comunidades rurales –el llamado “extractivismo”–, y del
burocratismo estatal generador de corrupción y autoritarismo que terminaron por
diluir el discurso de “socialismo comunitario”. Quedó así abierto el espacio
para la recomposición de las elites económicas y la movilización revanchista de
las clases altas y su séquito de clases medias penetrando en un vasto abanico
social desconcertado.
Ahora,
las derechas latinoamericanas van ocupando las posiciones perdidas y consolidan
las preservadas, pero ya no son aquellas viejas camarillas neoliberales
optimistas de los años 1990, han ido mutando a través de un complejo proceso
económico, social y cultural que las ha convertido en componentes de lumpemburguesías
nihilistas embarcadas en la ola global del capitalismo parasitario.
Grupos
industriales o de agrobusiness fueron
combinando sus inversiones tradicionales con otras más rentables pero también
más volátiles: aventuras especulativas, negocios ilegales de todo tipo (desde
el narco hasta operaciones inmobiliarias opacas pasando por fraudes comerciales o fiscales y otros
emprendimientos turbios) convergiendo con “inversiones” saqueadoras
provenientes del exterior como la ya referida “megaminería” o las rapiñas
financieras.
Dicha
mutación tiene lejanos antecedentes locales y globales, variantes nacionales y
dinámicas específicas, pero todas tienden hacia una configuración basada en el
predominio de elites económicas sesgadas por la “cultura
financiera-depredadora” (cortoplacismo, desarraigo territorial, eliminación de
fronteras entre legalidad e ilegalidad, manipulación de redes de negocios con
una visión más próxima al video-juego que a la gestión productiva y otras
características propias del globalismo mafioso) que disponen del control mediático como instrumento esencial
de dominación rodeándose de satélites políticos, judiciales, sindicales,
policiales, militares, etc.
¿Restauraciones conservadoras o
instauración de neofascismos coloniales?
Por lo
general el progresismo califica a sus derrotas o amenazas de derrotas como
victorias o peligros de regreso del pasado neoliberal, también suele utilizarse
el término “restauración conservadora”, pero ocurre que estos fenómenos
son sumamente innovadores, tienen muy poco de “conservadores”. Cuando evaluamos
a personajes como Aecio Neves, Mauricio Macri o Henrique Capriles no
encontramos a jefes autoritarios de elites oligárquicas estables sino a
personajes completamente inescrupulosos, sumamente ignorantes de las
tradiciones burguesas de sus países (incluso en ciertos casos con miradas
despreciativas hacia las mismas), una suerte de mafiosos entre primitivos y
posmodernos que aparecen encabezando políticamente a grupos de negocios cuya
norma principal es la de no respetar ninguna norma (en la medida de lo
posible).
Otro
aspecto importante de la coyuntura es el de la irrupción de movilizaciones
ultra-reaccionarias de gran dimensión en las que ocupan un lugar central las
clases medias. Los gobiernos progresistas suponían que la bonanza económica
facilitaría la captura política de esos sectores sociales, pero ocurrió lo
contrario: las capas medias se derechizaban mientras ascendían económicamente,
miraban con desprecio a los de abajo y asumían como propios los delirios
neofascistas de los de arriba. El fenómeno sincroniza con tendencias
neofascistas ascendentes en Occidente, desde Ucrania hasta los Estados Unidos
pasando por Alemania, Francia, Hungría, etc., expresión cultural del neoliberalismo
decadente, pesimista, de un capitalismo nihilista ingresando en su etapa de
reproducción ampliada negativa donde el apartheid
aparece como la tabla de salvación.
Pero
este neofascismo latinoamericano incluye también la reaparición de viejas raíces
racistas y segregacionistas que habían quedado tapadas por las crisis de
gobernabilidad de los gobiernos neoliberales, la irrupción de protestas
populares y las primaveras progresistas. Sobrevivieron a la tempestad y en
varios casos resurgieron incluso antes del comienzo de la declinación del
progresismo como, en Argentina, el egoísmo social de la época de Menem o el
gorilismo racista anterior, en Bolivia el desprecio al indio y, en casi todos
los casos, recuperando restos del anticomunismo de la época de la Guerra Fría.
Supervivencias del pasado, latencias siniestras ahora mezcladas con las nuevas
modas.
Una
observación importante es que el fenómeno asume características de tipo “contrarrevolucionario”,
apuntando hacia una política de tierra arrasada, de extirpación del enemigo progresista. Es lo que se ve
actualmente en Argentina o lo que promete la derecha en Venezuela o Brasil, la
blandura del contrincante, sus miedos y vacilaciones excitan la ferocidad
reaccionaria. Refiriéndose a la victoria del fascismo en Italia, Ignazio Silone
la definía como una contrarrevolución que había operado de manera preventiva
contra una amenaza revolucionaria inexistente.3 Esa no existencia
real de amenaza o de proceso revolucionario en marcha, de avalancha popular contra
estructuras decisivas del sistema desmoronándose o quebradas, envalentona
(otorga sensación de impunidad) a las elites y su base social.
La marea
contrarrevolucionaria es uno de los resultados posibles de la descomposición
del sistema imponiendo de manera exitosa en algunos casos del pasado proyectos
de recomposición elitista, en el caso latinoamericano expresa descomposición
capitalista sin recomposición a la vista.
Si el
progresismo fue la superación fracasada del fracaso neoliberal, este neofascismo
subdesarrollado exacerba ambos fracasos inaugurando una era de duración
incierta de contracción económica y desintegración social. Basta ver lo
ocurrido en Argentina con la llegada de Macri a la presidencia: en unas pocas
semanas el país pasó de un crecimiento débil a una recesión que se va agravando
rápidamente producto de un gigantesco pillaje, no es difícil imaginar lo que
puede ocurrir en Brasil o en Venezuela que ya están en recesión si la derecha
conquista el poder político.
La caída
de los precios de las commodities y
su creciente volatilidad, que la prolongación de la crisis global seguramente
agravará, han sido causas importantes del fracaso progresista y aparecen como
bloqueos irreversibles de los proyectos de reconversión elitista-exportadora
medianamente estables. Las victorias derechistas tienden a instaurar economías
funcionando a baja intensidad, con mercados internos contraídos e inestables,
eso significa que la supervivencia de esos sistemas de poder dependerá de
factores que las mafias gobernantes pretenderán controlar. En primer término el
descontento de la mayor parte de la población, aplicando para ello dosis
variables de represión, legal e ilegal, embrutecimiento mediático, corrupción
de dirigentes y degradación moral de las clases bajas. Se trata de instrumentos
que la propia crisis y la combatividad popular pueden inutilizar, en ese caso
el fantasma de la revuelta social puede convertirse en amenaza real.
La estrategia imperial
Los
Estados Unidos desarrollan una estrategia de reconquista de América Latina
aplicándola tanto de manera sistemática como flexible. El golpe blando en
Honduras fue el puntapié inicial al que le siguió el golpe en Paraguay y un
conjunto de acciones desestabilizadoras, algunas muy agresivas, de variado
éxito que fueron avanzando al ritmo de las urgencias imperiales y del desgaste
de los gobiernos progresistas. En varios casos las agresiones más o menos
abiertas o intensas se combinaron con buenos modales que intentaban vencer sin
violencias militar o económica, o sumando a dosis menores de las mismas otras
operaciones domesticadoras. Donde no funcionaba eficazmente la agresión empezó
a ser practicado el ablande moral, se implementaron paquetes persuasivos de
configuración variable combinando penetración, cooptación, presión, premios y
otras formas retorcidas de ataque psicológico-político.
El
resultado de ese despliegue complejo es una situación paradojal: mientras
Estados Unidos retrocede en términos económicos y geopolíticos a nivel global,
va reconquistando paso a paso su patio trasero latinoamericano. La caída de
Argentina ha sido para el Imperio una victoria de gran importancia trabajada
durante mucho tiempo, a lo que es necesario agregar tres maniobras decisivas de
su juego regional: el sometimiento de Brasil, el fin del gobierno chavista en
Venezuela y la rendición negociada de la insurgencia colombiana. Cada uno de
estos objetivos tiene un significado especial:
La
victoria imperialista en Brasil cambiaría dramáticamente el escenario regional
y produciría un impacto negativo de gran envergadura al bloque BRICS afectando
a sus dos enemigos estratégicos globales: China y Rusia. La victoria en
Venezuela no solo le otorgaría el control de 20 % de las reservas petrolíferas
del planeta (la mayor reserva mundial) sino que tendría un efecto dominó sobre
otros gobiernos de la región como los de Bolivia, Ecuador y Nicaragua, y perjudicaría
a Cuba sobre la que Estados Unidos está desplegando una suerte de abrazo de
oso.
Finalmente,
la extinción de la insurgencia colombiana además de despejar el principal
obstáculo al saqueo de ese país le dejaría las manos libres a sus fuerzas
armadas para eventuales intervenciones en Venezuela. Desde el punto de vista
estratégico regional el fin de la guerrilla colombiana sacaría del escenario a
una poderosa fuerza combatiente que podría llegar a operar como un
mega-multiplicador de insurgencias en una región en crisis donde la
generalización de gobiernos mafioso-derechistas agravará la descomposición de
sus sociedades. Se trata tal vez de la mayor amenaza estratégica a la
dominación imperial, de un enorme peligro revolucionario continental, es
precisamente esa dimensión latinoamericana del tema lo que ocultan los medios
de comunicación dominantes.
Decadencia sistémica y
perspectivas populares
Más allá
de la curiosa paradoja de un imperio decadente reconquistando su retaguardia
territorial, desde el punto de vista de la coyuntura global, de la decadencia
sistémica del capitalismo, la generalización de gobiernos pro-norteamericanos
en América Latina puede ser interpretada superficialmente como una gran
victoria geopolítica de Estados Unidos, aunque si profundizamos el análisis e
introducimos, por ejemplo, el tema del
agravamiento de la crisis impulsada por esos gobiernos, tenderíamos a
interpretar al fenómeno como expresión específica regional de la decadencia del
sistema global.
El
alejamiento del estorbo progresista puede llegar a generar problemas mayores a
la dominación imperial, si bien las inclusiones sociales y los cambios
económicos realizados por el progresismo fueron insuficientes, embrollados,
estuvieron impregnados de limitaciones burguesas y si su autonomía en materia
de política internacional tuvo una audacia restringida lo cierto es que su
recorrido ha dejado huellas, experiencias sociales , dignificaciones (suprimidas
por la derecha) que será muy difícil extirpar y que en consecuencia pueden
llegar a convertirse en aportes significativos a futuros (y no tan lejanos)
desbordes populares radicalizados.
La
ilusión progresista de humanización del sistema, de realización de reformas
“sensatas” dentro de los marcos institucionales existentes, puede pasar de la
decepción inicial a una reflexión social profunda, crítica de la
institucionalidad mafiosa, de la opresión mediática y de los grupos de negocios
parasitarios. Ello incluye a la farsa democrática que los legitima. En ese caso
la molestia progresista podría convertirse tarde o temprano en huracán
revolucionario, no porque el progresismo como tal evolucione hacia la
radicalidad anti-sistema sino porque emergería una cultura popular superadora
desarrollada en la pelea contra regímenes condenados a degradarse cada vez más.
En ese
sentido podemos entender uno de los significados de la revolución cubana que
luego se extendió como ola anticapitalista en América Latina, como superación
crítica de los reformismos nacionalistas democratizadores fracasados (como el
varguismo en Brasil, el nacionalismo revolucionario en Bolivia, el primer
peronismo en Argentina o el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala). La memoria
popular no puede ser extirpada, puede llegar a hundirse en una suerte de
clandestinidad cultural, en una latencia subterránea digerida misteriosamente,
pensada por los de abajo y subestimada por los de arriba, para reaparecer como
presente cuando las circunstancias lo requieran, renovada, implacable.
Notas:
* Jorge Beinstein (69), argentino, es un
trabajador intelectual marxista Doctor de Estado en Economía por la Universidad
de Franche-Comté, en Besançon, Francia, especialista en pronósticos económicos.
Es investigador-docente y dicta las cátedras “Globalización y Crisis” en la Universidad
de Buenos Aires, en la Universidad Nacional de Córdoba (ambas de Argentina), y en
la Universidad de La Habana (Cuba). Beinstein es consultor de organismos
internacionales, organizaciones sociales y políticas y de gobiernos, dirige
programas de investigación y ha sido titular de cátedras de economía
internacional y prospectiva tanto en Europa como en América Latina. Ha
colaborado y colabora con muchas publicaciones y sus artículos están compendiados
en http://beinstein.lahaine.org/
1 Si consideramos
el último lustro (2010-2014) el crecimiento promedio real de la economía de
Japón ha sido del orden del 1,5 %, la de Estados Unidos 2,2 % y la de Alemania
2 % (Fuente: Banco Mundial).
2 Un buen ejemplo
es el de la “importación” de fármacos donde empresas multinacionales como
Pfizer, Merck y P&G hacen fabulosos negocios ilegales ante un gobierno
“socialista” que les suministra dólares a precios preferenciales. Con un juego
de sobrefacturaciones, sobreprecios e importaciones inexistentes las empresas farmacéuticas
habían importado en 2003 unas 222 mil toneladas de productos por los que
pagaron 434 millones de dólares (unos 2 mil dólares por tonelada), en 2010 las
importaciones bajaron a 56 mil toneladas y se pagaron 3410 millones de dólares
(60 mil dólares la tonelada) y en 2014 las importaciones descendieron aún más a
28 mil toneladas y se pagaron 2400 millones de dólares (un poco menos de 87 mil
dólares la tonelada). Como bien lo señala Manuel Sutherland de cuyo estudio
extraigo esa información: “lejos de plantearse la creación de una gran
empresa estatal de producción de fármacos, el gobierno prefiere darles divisas
preferenciales a importadores fraudulentos, o confiar en burócratas que
realizan importaciones bajo la mayor opacidad”. Manuel Sutherland, “2016:
La peor de las crisis económicas, causas, medidas y crónica de una ruina
anunciada”, CIFO, Caracas 2016.
3 Ignazio Silone,
L'École des dictateurs, Collection Du
monde entier, Gallimard, París 1964.
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