La
vida, aun en momentos atravesados por contingencias personales no agradables,
da sorpresas sumamente felices. Sobre Guillermo Almeyra alguna vez habré
escuchado hablar o leer que lo han citado, incluso puedo haber leído artículos
suyos, pero nunca imaginé que pudiéramos vincularnos como personas de carne y
hueso en una sala de espera para trámites burocráticos en un gran hospital de
Buenos Aires. Fue fortuito, descubrir la lectura común de un mismo diario que
no es masivo, circunstancialmente comentarnos hechos de la actualidad, el
chiste de su mujer indicándome que no me pusiera a aleccionar a su marido, y
despedirnos intercambiando números telefónicos y otras referencias. Almeyra,
nacido en Buenos Aires en 1929, militante e intelectual marxista, obrero metalúrgico
de Siam, dio vueltas por el mundo, exiliado, militando, estudiando y trabajando.
Master en Historia y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de París
VIII, está doctorado también por la Universidad Autónoma de México y se ha
desempeñado como profesor-investigador en la Universidad Metropolitana de la capital
mexicana, unidad Xochimilco. Es desde 1984 columnista del diario La Jornada y
ha publicado artículos y coordinado numerosos libros y revistas de Clacso y
otras editoriales, entre ellos “El liderazgo irrepetible de Hugo Chávez”, “Charlie
Hebdo et la vague réactionnarie” (“Charlie Hebdo y la ola reaccionaria”), Zapatistas,
Che Guevara. El pensamiento rebelde, La protesta social en la Argentina y la
autobiografía Militante crítico. El presente artículo fue escrito por Guillermo para el
diario de México La Jornada (G.E.)*
Los nuevos golpes de Estado ya no utilizan a los
ejércitos sino que son formalmente institucionales. El presidente Manuel Zelaya
de Honduras fue derribado por el Parlamento, al igual que el obispo Fernando
Lugo, presidente paraguayo. Rafael Correa, en Ecuador, sufrió un intento
golpista de la policía, Evo Morales, en Bolivia, el de las oligarquías que
gobernaban las regiones orientales, Hugo Chávez el de la burocracia y
tecnocracia que controlaba la empresa petrolera PDVSA, fuente de las divisas del país, y su sucesor Nicolás
Maduro el del gran capital organizador del acaparamiento de los bienes esenciales y de la fuga ilegal de
capitales. Por su parte Dilma Rousseff enfrenta actualmente la campaña por el impeachment
y Cristina Fernández, en Argentina, enfrentó sucesivamente la especulación
contra el peso para forzar una devaluación, el ataque judicial en Estados
Unidos de los “fondos buitres” para provocar una oleada de cobros que llevasen
a la quiebra a la Argentina y, desde enero, la preparación de un golpe judicial
aprovechando el dudoso suicidio del fiscal Alberto Nisman. Este fiscal había
denunciado a la presidenta y su ministro de Relaciones Exteriores mediante una
inconexa argumentación carente de pruebas, y desmentida por la Interpol, de
encubrir a los iraníes en tanto supuestos organizadores del atentado del 18 de
julio de 1994 contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA),
que causó 85 muertos y trescientos heridos.
Parte de este golpe en preparación fue la marcha
del 18 de febrero encabezada por los fiscales heredados del menemismo, que
reunió a cerca de noventa mil personas (los organizadores hablan de cuatrocientas mil). Si se les
agregan otras cien mil personas que desfilaron en las principales ciudades de
las grandes provincias, aproximadamente doscientas mil personas se movilizaron contra el Gobierno. Fue una
protesta importante pero de ninguna manera
impresionante ya que el electorado argentino llega a treinta y tres
millones de personas en condiciones de votar, la Ciudad de Buenos Aires y su
conurbano reúnen a cerca de catorce millones de habitantes y las grandes
ciudades, como Mar del Plata o Córdoba, donde hubieron manifestaciones
importantes, están todavía llenas de turistas porteños de las mismas clases
medias acomodadas que constituyeron el principal contingente de la marcha a
Plaza de Mayo.
Por eso, aunque todos los candidatos a
presidente de los distintos partidos de la oposición participaron en la marcha, la oposición no
canta victoria. Porque la marcha reunió sólo un cuarto de la gente que ella
esperaba pero, sobre todo, porque la edad media de los manifestantes era
superior a los cincuenta años y no desfilaron pobres ni trabajadores manuales.
También, porque la marcha se limitó a
reflejar una vez más que en Buenos Aires predomina el conservadurismo –que se
expresa en el voto a Mauricio Macri– y el miedo a la inseguridad (como se viera
en el pasado en la marcha multitudinaria y reaccionaria organizada por el falso
ingeniero Blumberg), pero esos conservadores no necesariamente son proimperialistas
como lo son Clarín, La Nación y Macri y Cía.
En resumen, la historia del atentado a la AMIA
es la siguiente: el ex presidente neoliberal Carlos Menem accedió al poder político
en Argentina financiado por el gobierno dictatorial sirio de Hafez al Assad
pero su primer medida consistió en viajar a Israel. Como en esa época Estados
Unidos estaba aliado a Assad y combatía a Irán, la justicia argentina y la poca
imaginación de la embajada estadounidense inventaron una pista iraní eliminando la posibilidad de
una venganza de los servicios sirios de inteligencia por la traición de Menem.
El fiscal Nisman enterró durante más de una
década la causa de la AMIA. Era un fiscal telecomandado que discutía su
estrategia en la embajada gringa y con el Mossad, los servicios de inteligencia
de Israel, de los cuales dependió hasta su muerte. Respondía a las órdenes de
los servicios de inteligencia argentinos heredados de las dictaduras que ni
Menem ni los Kirchner osaron tocar durante décadas hasta que Cristina
Fernández, en diciembre pasado, destituyó al todopoderoso Javier Stiusso, boss
de los servicios de inteligencia del Estado, que la espiaba.
En octubre se elegirá un nuevo presidente y hasta ahora ni el Gobierno
ni la oposición tienen un candidato firme y serio. En esos servicios de
inteligencia –que el gobierno trata de mantener pero reformados– hay una guerra
de clanes que da origen a toda clase de aberraciones (suicidios dudosos y
falsificación de documentos incluidos). El imperialismo mantiene su
ofensiva económica y mediática contra un
gobierno que depende cada vez más de los capitales chinos. El kirchnerismo está
a la defensiva, desconcertado, y mezcla intentos por controlar a los espías con
medidas y actitudes derechistas. En pleno centro de la ciudad de Buenos Aires
están acampados indígenas de la provincia de la que fue gobernador el jefe de
ministros Capitanich que exigen que se ponga fin a la muerte de sus hijos por
desnutrición o por asesinato policial, pero los conservadores reaccionarios que
protestan por la muerte de Nisman a esos
pobres les dan la espalda y el gobierno ni los atiende. Mientras todos hablan de justicia y de
democracia hay una dura lucha en el seno de la clase gobernante y de sus
instituciones, una acción subversiva en los servicios de inteligencia, entre
los fiscales y los jueces, en la Unión Industrial entre los beneficiarios
posibles del acuerdo con China y las transnacionales contrarias al mismo. Las
elecciones son secundarias porque tratan de decidir cómo gobernar a su costa a
las mayorías trabajadoras.
El golpe blando en Argentina es sólo un eslabón
de la cadena que va desde el control total de México y los golpes en Venezuela
y otros países latinoamericanos hasta la preparación en Ucrania y Medio Oriente
de una guerra futura contra Rusia y China. Este plan estratégico da el telón de
fondo para los diversos procesos locales.
Nota:
* Véase https://www.google.com.ar/?gws_rd=ssl#q=Youtube%2BBarricadaTV%2BGuillermo+Almeyra
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