Los correctores de estilo editorial, si somos responsables y
eficaces, revisamos todo lo que no hace
de manera automática el procesador digital empleado por los autores de los
textos. Revisamos la sintaxis u ordenamiento de las palabras, la puntuación y
el uso de los demás signos ortográficos como rayas, guiones, barras,
paréntesis, corchetes y puntos suspensivos, el resalte de palabras con letras
bastardillas o negritas, las comillas de distinto tipo e, inclusive, en una
suerte de revisión erudita, la presencia de “gazapos” que puedan pasar
inadvertidos por los autores: según los diccionarios “yerro que
por inadvertencia deja escapar quien escribe o habla”.
A mí me toca con frecuencia advertir a los autores sobre el
mal uso en castellano de las rayas al final de los enunciados que terminan con
un punto. Fechas de acontecimientos equivocadas, uso incorrecto de siglas,
nombres y apellidos de otros autores citados o títulos de sus obras mal
escritos, etc.
“La yegua”
Yo tengo de mi pubertad un recuerdo que en su momento
disparó la conducta de una yegua petisa. Tiraba del sulky de una vecina y me la
solía prestar para dar algún breve paseo montado sobre ella con apenas un cojinillo.
La yegua era vieja, mañosa y tan asustadiza como mansa. Íbamos una mañana de
verano al pasito nada más volviendo de la panadería haciendo un mandado
dispuesto por mi madre cuando esta cabalgadura azuzó con sus bufidos a un perro
que tras cartón amenazó embestirla: la yegüita arrancó de repente un galope
estando yo distraído sin contar con estribos, cortas las crines del animal y en
mis manos sólo un simple bozal de soga. Así, me deslicé de costado hasta quedar
cabeza abajo y en el suelo, justo, menos mal, con la petisa ya detenida casi
frente a la tranquerita de nuestra casa. Con las motos, y más tarde con los
automóviles, me fue mejor…
Las únicas yeguas que en mi más o menos larga vida he conocido
fueron las hembras del caballo. Casi todas muy buenas personas no humanas.
En la jerga malintencionada de ciertas señoras y señores “de
bien” de la Argentina presente, una “yegua” –según como entienden en esa
subclase la expresión– es una mujer de baja condición moral. Llaman “La yegua”,
según consta con claridad en los llamados foros de opinión pública en los
diarios y revistas de publicación digital, a Cristina Fernández de Kirchner,
presidenta de Argentina.
A mí no se me ocurriría nunca –pero nunca– llamar así a
ninguna mujer. Ni siquiera a las vocingleras vecinas de los barrios de Palermo
Rico, Belgrano Rico, San Isidro Rico, Country Rico o Punta del Este Rico que se
ufanan de supuestos méritos que las habilitarían para llamar así a Fernández de
Kirchner.
La amenaza al juez Bonadio
El periodista Luis Bruschtein, entrerriano de Paraná, hijo
de Laura Bonaparte, fallecida Madre de Plaza de Mayo (línea fundadora), y
sobreviviente de la Dictadura de 1976
a 1983 que desapareció-asesinó a su padre, tres hermanos
y dos cuñados –actualmente subdirector del diario Página/12 y comentarista en Televisión
Pública (Canal 7)–, se refiere
en un artículo publicado este sábado 7 de febrero1 a los peligros
desatados en el contexto en torno de la muerte del fiscal Alberto Nisman y de
la presuntas amenazas al juez Claudio Bonadio.
Sobre esas presuntas amenazas de desconocido origen hay
palabras por demás, y lo que parecen facsímiles del mensaje “novelesco”, como
bien lo define Bruschtein, en los diarios Clarín2
y Ámbito Financiero:
juez [Jorge] Asís tiene razón La Yegua
dio la orden de matarlo tambien y cuide a su Hijo alGUien escucho qué le estan Armando
una Causa por drogas en la provincia en LA PLATA Scioli Moron
o SAN ISIDRO cuidese
Un arrepentido
periodista alemán: Udo
Ulfkotte
Udo Konstantin Ulfkotte
nació en Lippstadt, ciudad casi milenaria de Renania del Norte-Westfalia, en
enero de 1960. Se formó en la Universidad de
Londres y durante más de una década y media se desempeñó en el diario Frankfurter
Allgemeine Zeitung. Ahora ha
publicado un libro que es una suerte de confesión, Gekaufte Journalisten
(Periodistas comprados), que todavía no ha sido traducido al castellano, y en
el que afirma que «lo que estaba haciendo no era periodismo, sino propaganda»:
La
idea de escribir este libro surgió hace cuatro años, durante una conversación
con un periodista con el que yo mantenía una relación de amistad paternal,
Peter Scholl-Latour. Decidí que había que escribir de una vez la verdad sobre
lo que hacen los medios alemanes […]. Ahora estoy preparado para asumir las
consecuencias que seguramente tendrá para mí la publicación de este libro […].
Me avergüenzo de ello, me encontré sin quererlo apoyando el belicismo como una
extensión del largo brazo de propaganda de la OTAN, y lo único que puedo hacer
para reparar ese mal es contar toda la verdad.3
Ulfkotte, cuya
fotografía ilustra este apartado, no tiene apariencia de ser un hombre torpe.
Tiene formación académica como también la tiene Claudio
Bonadío y la tenía
Alberto Nisman. Pero Ulfkotte demuestra que
ni la apariencia ni la formación impiden padecer confusiones intelectuales y
desviaciones éticas. El autor de Gekaufte Journalisten refirió que en el marco del conflicto
gestado por Estados Unidos y la OTAN en Ucrania, los servicios de inteligencia
son los que arguyeron que el avión de Malasia caído en cercanías de Donetsk
había sido derribado por rusos o milicianos independentistas rusoparlantes,
como publicó Der Spiegel, para “justificar” las agresiones a Rusia y el
gobierno de Putin.4
¿Y por casa, cómo andamos?
Puede que llegue el
día en que surjan arrepentidos de entre los medios de prensa suramericanos y rioplatenses.
Hay rasgos, algún tic y señales de que se macanea, de que se miente, y de que
se reciben pagos y prebendas para mentir. Un rasgo, apenas quizá, es la
peculiar síntesis de títulos y copetes que no dicen con precisión lo que luego,
de manera confusa y con lugares comunes ya establecidos en la población “se
amplia” en el desarrollo de las noticias. Luego el cuasi funcional
analfabetismo que se despliega en las llamadas “redes sociales” (mejor sería
llamarlos “despeñaderos”) multiplican lo insignificante e
insustancial, lo banal, de
manera exponencial.
Volviendo al principio y como colofón provisorio
¿En la era de la
sofisticación mafiosa de los “aprietes” vamos a creer en el empleo de mensajes
que son propios de la época de Sherlock Holmes? Vamos… y además, ¿se pretende
hacer creer que “la amenaza” proviene de sectores que políticamente se
identifican con el Gobierno argentino? ¿Puede realmente creerse que en esos
sectores se haría referencia a la Presidenta con la expresión “La yegua” y, si
por caso así fuera, sin destacarse la nominación con comillas para adjudicársela
como correspondería a sus auténticos autores y mentores?
Tiene razón Luis
Bruschtein: los peligros son graves y grandes, son muchos los mercenarios y hay
carencia de pensamiento crítico y ético en la extendida y autodenominada “clase
media” urbana.
Notas:
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