Este texto lo hemos tomado del blog
de Atilio Boron (http://www.atilioboron.com.ar/2014/07/the-economist-y-los-caprichos-de-la.html),
Gervasio.
La prensa hegemónica se ha solazado en estos días con una
nota del semanario británico The
Economist en la que se acusa al gobierno argentino de ser “el Luis
Suárez de las finanzas internacionales”. En ella se sostiene que al no
respetar las reglas que rigen la economía mundial el gobierno argentino
incurre en una actitud adolescente: “las reglas están para ser rotas”. De esto
también acusa al presidente oriental José Mujica por sus comentarios en torno a la
sanción aplicada al futbolista uruguayo. Pero si hay un país que ha hecho de la
transgresión de las reglas y las normas del orden mundial un verdadero culto
ese país es Inglaterra, y no los díscolos vecinos del Plata. Repasemos unos
pocos ejemplos.
Gran parte de la tragedia que hoy se vive en Oriente Medio
tiene que ver con la criminal irresponsabilidad con que el Reino Unido violó
los acuerdos y los usos y costumbres internacionales para preservar su
influencia en la región después de la Segunda Guerra Mundial.
No se puede comprender, por ejemplo, la tragedia del conflicto árabe-israelí
sin esa actitud “adolescente” de la corona británica. Otro tanto ocurre en el
caso de Irak, en donde la complicidad de Londres con la aventura criminal de la Casa Blanca es el
origen de la crisis que actualmente desangra a ese país.
Otro ejemplo, más cercano: la terca negativa de Londres a
obedecer lo que exige la
resolución Nº 2065 de la Asamblea General
de Naciones Unidas que instó al Reino Unido a iniciar conversaciones con la
Argentina para poner fin a la condición colonial de las Islas Malvinas. Esa
resolución es del año 1965 y casi medio siglo después Londres persiste en
desobedecerla. O el hecho que de los 16 territorios coloniales reconocidos por
el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, 9 se encuentren todavía,
al día de hoy, sometidos al dominio británico, en abierta violación al mandato
de la organización internacional.
Por lo tanto, si de violar las reglas se trata la evidencia
sobre la condición de “eterna adolescente” de Inglaterra es abrumadora, lo que
debería ser un incentivo (palabreja tan del gusto de The Economist) para imponer cierta mesura a sus diatribas sobre los
gobiernos del Río de la Plata y mirar un poco más hacia adentro, para evitar
aquello de descubrir la paja en el ojo ajeno ignorando la viga incrustada en el
propio.
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