Faltan dos horas todavía mientras publicamos este texto para
que en el estadio Maracaná empiece el último partido del Mundial 2014. Allí se
medirán dos seleccionados. Uno, el de un país, en las dos acepciones de la
expresión, señero de Europa. El otro el de un país suramericano en el que
pueblo y gobierno, concientes o inconcientes de que no reniegan del modelo
dominante de reproducción del capital procuran sostener su presencia internacional.
Es oportuno decirlo ahora y no después, viviremos con
alegría un triunfo futbolístico, junto a las comunidades que así lo quieran y
lo hagan de Suramérica, Latinoamérica y el Caribe y de la propia Argentina.
Se ha dicho hay en Brasil multitudes futboleras que rencorosas
por la derrota sufrida apuestan al triunfo del propio dominador. Un diario
uruguayo, auscultando a sus lectores, ha medido una soliviantada réplica
oriental de esa vibración en el vecino norteño, animados adrede por el recuerdo
de viejos amores y odios rioplatenses.
Es fútbol, banderas efímeras. Hasta el próximo gran
campeonato seguiremos apegados los paisanos a los clubes locales y a dirimir la
pertenencia de copas más modestas entre vecinos.
Pero es inevitable que una profunda tristeza nos venga desde
la historia más o menos reciente. En 1978 el seleccionado argentino ganó el
campeonato mundial jugado en Argentina. Los festejos embanderados, como ahora, estallaron
en los barrios humildes, recorrieron avenidas y plazas de pueblo hasta
concentrarse alrededor del emblema del cruce de Corrientes y la Nueve de Julio.
La Argentina “estuvo al palo” mientras decenas de miles de cadáveres insepultos
por sus queridas y queridos marcaban el asesinato y la desaparición forzosa de
una generación de luchadores políticos y sociales.
Ahora mismo, en este mundo tan global y a la vez tan chato,
se está bombardeando a gente que aunada, hasta quizá frente a una pantalla de
televisión mira un tan lejano como en el sentimiento cercano campeonato de
fútbol: pasa en Gaza, en Ucrania…
En América Latina, ahora mismo también, el imperio del
capital nos cerca y amenaza. Es por todo esto la tristeza que nos viene y
nuevamente nos enoja. Una vez que el espectáculo termine quisiéramos ya ver a los
pueblos y comunidades seguir embanderados, todas y todos, más que hoy todavía,
con fraternales banderas propias.
Hasta mañana, 14 de julio.
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