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jueves, 10 de julio de 2014

El antiimperialismo y el “ser o no ser” de la izquierda, por Alberto Rabilotta (segunda y última parte de “Destrucción social y caos mundial, esencia del imperialismo neoliberal”)



Alberto Rabilotta, periodista argentino-canadiense, nos presenta la segunda y última parte, continuación del artículo que ya publicáramos y que distribuyó también la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI) http://alainet.org/active/75106
ALAI, 7.7.2014
En el artículo anterior (Destrucción social y caos mundial, esencia del imperialismo neoliberal), planteábamos que los procesos de integración regional en Latinoamérica y Eurasia con la participación activa de los Estados y sus instituciones, aun con las limitaciones que conllevan al inscribirse en una estrategia que no se plantea la salida del capitalismo, es por ahora el principal frente antiimperialista. Y concluíamos señalando que el otro frente antiimperialista, el que el presidente boliviano Evo Morales pidió a la Federación Sindical Mundial, tendrá que ser construido por los pueblos, por sus organizaciones políticas, sindicales y sociales.1
 
Evo Morales dio en el clavo al pedir la identificación de “los instrumentos actuales de dominación del capitalismo, del imperialismo” para poder elaborar “una nueva tesis política para liberar a los pueblos del mundo” que sobrepase “las reivindicaciones sectoriales para ahondar la crisis en el capitalismo y acabarlo, al igual que a las oligarquías y jerarquías”.
 
Esta identificación es crucial porque el imperialismo neoliberal es más que la suma de sus partes conocidas y visibles, como la OTAN y las miles de bases militares de EE. UU. presentes en todo el mundo, o los acuerdos de libre comercio y protección de las inversiones. Éste es un sistema de dominación mucho más elaborado, destructivo y totalitario de lo que aparenta, y que gracias a la conspicua sociedad de consumo, al control de los medios de comunicación y a la promoción de un individualismo antisocial, posee la capacidad de “colarse” por todos lados, de contaminar las culturas para destruir toda capacidad de oposición. Y la lista de sus nefastas consecuencias es demasiado larga como para continuarla en este artículo.
 
Por eso la “inteligencia social” de los pueblos, y de la izquierda, debe ser dirigida a pensar, analizar y formular, en sus ámbitos respectivos, las buenas preguntas que nos guíen en la búsqueda de la verdadera imagen del imperialismo neoliberal y que identifique a sus aliados, así como las clases y grupos sociales que son las víctimas principales y deben ser protagonistas en esta lucha. Que designe los aspectos estratégicos que deben constituir los objetivos principales, y a partir de ahí construir una estrategia antiimperialista para librar las luchas en los diferentes frentes, las que ya están librando los pueblos de la actual o pasada periferia y las extremadamente importantes que tienen que librar los pueblos de los países centrales del imperio, y asegurar que ambas confluyan en el objetivo común de superar al capitalismo.
 
Al emprender esta tarea debemos entender que un “regionalismo” que incluya la intervención de los Estados para desarrollar las fuerzas productivas del conjunto de las economías nacionales, sean se propiedad estatal, privada o social, permitirá seguir resolviendo los problemas de atraso, pobreza y exclusión social y económica que dejó el subdesarrollo creado por la dependencia y que agravó la experimentación de las políticas neoliberales en las últimas tres décadas del siglo XX, como es el caso en la mayoría de países de Latinoamérica y el Caribe.
 
En el caso de Rusia –y otros países de la ex Unión Soviética–, este tipo de regionalismo, y más aún si se complementa con uno que incluya a China y otros países de Asia, permitirá desarrollar las fuerzas productivas del conjunto de las economías y la reconstrucción de los Estados e instituciones destruidos o desmantelados por la aplicación de las recetas neoliberales especialmente a partir de la década de 1990, las cuales provocaron el empobrecimiento masivo de pueblos que habían alcanzado buenos niveles de vida, de seguridad y de justicia social.
 
China es un caso y ejemplo particular para el desarrollo del regionalismo planificado porque es un país que se proclama socialista y donde se combinan la propiedad estatal socialista –dominante en sectores básicos– con la propiedad privada de tipo capitalista preponderante en muchas ramas de la economía, y nichos de propiedad comunal. China ha logrado que la entrada del neoliberalismo (a través de las empresas transnacionales o los acuerdos comerciales) no debilitara de manera notable las capacidades del Estado o de sus principales instituciones y empresas, continuando así una política de defensa del Estado central que en ese milenario país tiene una muy larga historia.
 
La política china de hacer respetar los controles estatales por las filiales de las empresas transnacionales en el país logró, como han señalado los sociólogos Giovanni Arrighi y Beverly Silver, que en EE. UU. dudaran de la “fidelidad” de estas filiales hacia los intereses estadounidenses (Caos y orden en el sistema-mundo moderno, Ediciones Akal, 2001). En ese sentido se pueden interpretar los objetivos de la inserción de países socialistas con una larga y fiel tradición antiimperialista, como Vietnam o Cuba, en procesos de integración regional que implican una apertura al mercado y al capital extranjero.
 
Varios analistas avizoran que las recientes negociaciones entre Rusia y China para aumentar la cooperación, el comercio y las inversiones, así como para efectuar los intercambios en sus monedas nacionales para escapar al dominio del dólar –objetivo que figura en la agenda del grupo BRICS–, creará una masa crítica para la expansión del regionalismo con una robusta intervención estatal hacia países como Irán, India y Paquistán, fortaleciendo los vínculos con la integración regional en Latinoamérica y el Caribe y tal vez propiciando algo similar en África, como era el objetivo del líder libio Muammar el Gadafi, y probablemente la razón para su derrocamiento y asesinato en 2011 por las fuerzas combinadas de Francia, Gran Bretaña y EE. UU.
 
Empero, todo depende de que estas experiencias de regionalismo se concreten y muestren resultados en la vida real de los pueblos, y que resistan a los torpedos cotidianos de los agentes del imperialismo neoliberal en esos países y a las agresiones económicas, financieras, subversivas o militares del imperialismo y sus aliados desde el exterior.
 
Un aspecto esencial de todas estas experiencias de integración regional que vale destacar es el manifiesto interés –visible en los discursos de muchos gobernantes, entre ellos de Vladimir Putin–, de “reincrustrar” o de mantener “incrustadas” las economías en las sociedades, o sea que las economías vuelvan a estar o se mantengan subordinadas a las sociedades, y en ese sentido este es un ataque a un aspecto central del imperialismo neoliberal que la entonces primera ministra británica Margaret Thatcher definió con claridad en 1987 cuando dijo “There is not such thing as society” –o sea, que como tal la sociedad no existe–, requisito para hacer efectivo el lema neoliberal de que “no hay otra alternativa” a este sistema, también enunciado por la misma señora.
 
Pero hay que aclarar que la garantía de que estas integraciones regionales sean algo más que una episódica “resistencia antiimperialista” dependerá de la participación y presión social y política, para que su desarrollo se dirija hacia los objetivos sociales más amplios posibles, para que se creen las democracias participativas que permitan defender y profundizar las políticas antiimperialistas, tarea ésta que por intereses de clase deben llevar a cabo las organizaciones sociales, laborales y políticas del pueblo trabajador, los estudiantes y todos los sectores sociales que han sido, están siendo o podrán ser las víctimas principales de la aplanadora neoliberal.
 
El antiimperialismo en los países centrales del capitalismo
 
Con el imperialismo neoliberal ha quedado en claro y fuera de discusión que el conjunto de las clases que viven de un ingreso laboral en EE. UU., los países de la Unión Europea (UE) y otros países del campo imperialista están perdiendo rápidamente lo conquistado durante la breve existencia (1945-1975) del Estado de bienestar.
 
El desempleo y la exclusión social aumentan, ya prácticamente nadie tiene seguridad laboral y el empleo a tiempo parcial y mal pagado es la norma. Estamos asistiendo a un fenómeno nunca visto, el de una generación de jóvenes con elevados niveles de conocimientos que en gran parte quedará fuera del mercado laboral, y de retirados de la actividad productiva cuyas pensiones bajan o están amenazadas de desaparición.
 
Esto es resultado de políticas aplicadas en los países del capitalismo avanzado para seguir acumulando la riqueza social en muy pocas manos, lo que provoca las obscenas disparidades de ingresos que todos conocemos mientras que en la práctica nunca ha sido tan grande la capacidad de producir los bienes y servicios socialmente necesarios, gracias al enorme desarrollo de las fuerzas productivas.
 
Las trasnacionales de los países centrales del imperio proporcionan cada vez menos empleos y pagan menos salarios en las sociedades en las cuales se formaron, y transfieren sus operaciones a las filiales que han creado en cercanos o lejanos países donde emplean a trabajadores mal pagados. De esas operaciones proviene alrededor de la mitad de las ganancias de estas empresas, las que llegan como renta diferencial –la plusvalía producida en otro país llega como renta diferencial– a los dueños de los monopolios y las transnacionales. Esto explica el aumento de las ganancias de las trasnacionales, y la pérdida de trabajos asalariados es la clave de la baja de la demanda final y del bajo crecimiento de la economía real en los países centrales.
 
No es necesario explicar los dramas sociales que viven las mayorías en los países del capitalismo avanzado. Las derechas y las izquierdas lo conocen y en su superficie lo detallan frecuentemente, pero lo que asombra es la falta de análisis más profundos sobre el cambio estructural en el modo de producir del capitalismo y sus efectos en la sociedad, en el sistema político, que hace décadas André Gorz y otros estudiosos describieron, y que poco o nada influyeron en el pensamiento y los programas de las principales fuerzas de la izquierda.
 
Sin embargo, es en estos países donde el capitalismo industrial se topó ya con las barreras sistémicas que lo están haciendo “saltar por los aires”, donde ya no puede reproducirse en tanto que tal y como sociedad, como Karl Marx planteaba, y donde ya existen las condiciones económicas y sociales para cambios radicales, por no nombrar lo que muy raramente se nombra, para llevar a cabo la revolución social que complete la salida del capitalismo en todas sus formas.
 
Y si de revolución social se trata, porque el capitalismo dominante ya no tiene absolutamente nada que ofrecer de positivo a las sociedades y pueblos de los países del capitalismo central, es grave constatar la ausencia de una clara política antiimperialista que lleve nombre y apellido en los discursos y programas de  los partidos de la izquierda radical, porque el imperio neoliberal de EE. UU. tiene muchos socios dispuestos a participar en el saqueo, como se ha visto con la activa participación de países de la U.E. en las agresiones militares en Libia y Siria, de su apoyo en las sanciones y hostigamiento de Irán, y ahora el apoyo al golpe de Estado en Ucrania con ayuda de los neonazis.
 
¿Y qué decir del apoyo o del cómplice silencio de partidos de la izquierda radical ante estas políticas de países de la U.E., o directamente de ésta?
 
La Unión Europea es un proyecto neoliberal que aplica el neoliberalismo a ultranza en los países que la componen, y es parte del imperio neoliberal. Su política exterior, como la de Japón y otros aliados del imperio, está dirigida a tratar de apropiarse de la mayor parte posible del “pastel” de la explotación mundial, y persiguiendo ese objetivo algunos países de la U.E. o esta misma están creando o agravando los conflictos que están destruyendo las economías y las sociedades de muchos países del Oriente Medio y África.
 
Esto, en lugar de ser denunciado y combatido como parte de una política para luchar contra las políticas imperialistas “dentro de casa”, primer escalón para combatirlo a escala internacional, brilla por su ausencia o no tiene el lugar que debería tener en los programas y la práctica política de muchas fuerzas y partidos que se definen como parte de la izquierda radical.
 
De ahí la importancia de definir una estrategia antiimperialista que incorpore esta realidad, que borre las vergonzosas claudicaciones ideológicas del pasado y asuma plenamente las teorías revolucionarias, para que esta estrategia antiimperialista se convierta en la guía y la herramienta que oriente las luchas políticas y sociales en lo interno y lo externo, y haga renacer una efectiva solidaridad internacional.
 
En síntesis, construir una política antiimperialista lúcida y radical, que nombre a las cosas por su nombre, es la cuestión del “ser o no ser” para las izquierdas y demás fuerzas que luchan o dicen luchar, en esta etapa crucial de la humanidad y de nuestra madre tierra, para poner fin al imperio neoliberal antes de que éste destruya a la sociedad y al planeta.
 
Nota:
1 Del discurso de Evo Morales tomada de la Agencia Boliviana de Información, URL http://www3.abi.bo/#

URL de este artículo: http://www.alainet.org/active/75155

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