Parte de nuestra generación suramericana, la de los que
ahora tenemos ya más de setenta años sobre el mundo y sus calles, muy jóvenes despertamos,
a la vez, al amor y a la conciencia humanista y política con Hiroshima mon amour, El verdadero fin de la guerra, El 41, Pasaron las grullas y, muy especialmente, con Nuit et brouillard, de Alain Resnais: Noche y niebla.
Despertamos a una conciencia político-humanista, socialista,
nacional, popular, revolucionaria y solidaria. Lloramos con aquellas imágenes
del dolor, de la brutalidad, de la ignominia y tuvimos conmiseración con los
asesinados y torturados y por sus hermanos, sobrinos y primos lejanos que
estaban entre nosotros o en otros lados. Lo hicimos juntos, agnósticos y
religiosos, originarios y criollos de aquí y descendientes de quienes fueran
que a esta Suramérica hubieran llegado.
Fuimos parte de una generación, parte numerosa, pero no lo
suficiente como para haber podido evitar que a nuestros hermanos e hijos y a
nosotros mismos, aquí mismo, en Suramérica, nos diezmaran.
Hoy, brutales exponentes de la repetición genocida,
hermanos, sobrinos y primos de quienes fueron objetos de aquella nuestra conmiseración,
fríamente como sus mentores los ideólogos de los asesinos y torturadores que
otrora aquí y otrora allá nos diezmaron (asesinando y torturando pueblos
originarios, trabajadores y estudiantes en los siglos XIX y XX), nuevamente
matan y hieren a sangre y fuego en Gaza, en Ucrania, en Nicaragua…
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