Andrés Scharager, el autor, es un investigador
científico joven (30 años) licenciado en Sociología
(UBA), que cursa una maestría en Antropología Social (UNSM) y un doctorado en
Ciencias Sociales (UBA), e integra el Centro de Estudios para el Cambio Social*
(CECS). El presente artículo es un análisis crítico que originalmente fue
publicado por Notas, periodismo
popular (https://notas.org.ar/) con el título: “El castillo de naipes
del kirchnerismo” (https://notas.org.ar/2016/07/06/castillo-naipes-kirchnerismo/).
La ilustración es la misma publicada por Notas.org.ar
La entrevista del domingo 10 de julio a Cristina
Fernández no pasó desapercibida. El diálogo generó un sinnúmero de expectativas
por parte de oficialistas y opositores. ¿Hablaría sobre el escándalo de José
López y las causas en su contra? ¿Anunciaría su vuelta al ruedo político tras
meses de ostracismo? Pero las preguntas del periodista Roberto Navarro respecto
de si se pondría al hombro la resistencia al macrismo no encontraron eco. Tras
difusas críticas a las “vanguardias”, la insistencia sobre el tema acabó por
ofuscarla: “Esto no es lo que habíamos acordado”, respondió.
Concediendo un diálogo telefónico, la ex presidenta
decidió salir a la luz pero minimizar su exposición; otorgó declaraciones pero
no reveló definiciones. ¿Se tratará de una decisión de no dar a conocer su
estrategia política o bien un reflejo del entrampamiento en el que la colocó el
Poder Judicial?
La entrevista resultó sintomática de un estado de
desorientación de un kirchnerismo impensable apenas un año atrás. Con su máxima
referente en segundo plano, tampoco ha logrado hacer pie en un Partido
Justicialista que supo hacer las veces de columna vertebral en el pasado pero
que hoy parece decidido a rearmar su propio juego.
La excepción
El gran capital financiero, agrícola e industrial, que en
los primeros peronismos había encontrado en el PJ un obstáculo al despliegue de
sus intereses, hacia fines del siglo XX descubrió en él una fuerza con
legitimidad histórica, disposición política y una suficiente experiencia para
implementar un ajuste salvaje y garantizar la estabilidad de las relaciones de
clase. El “poder económico” y el PJ aprendieron a hacerse de lazos tensos pero
fluidos; referentes como Urtubey, ligados a la UIA, o Gioja, a la minería, son
casos particulares pero paradigmáticos de este proceso.
No obstante, a diferencia de buena parte de América
Latina, donde los procesos de impugnación al neoliberalismo fueron dirigidos
por nuevos colectivos o bien por partidos que habían encabezado la resistencia
(el Frente Amplio, el MAS o el PT, entre otros), el sistema político argentino
no estalló por los aires. Más bien, fue el mismísimo PJ que en los ’90 había
implementado un proceso de desindustrialización sin precedentes el encargado de
conducir la nueva etapa.
El kirchnerismo nació de estas entrañas, pero lentamente
se transformó en una identidad política con relativa autonomía que dotó a dicho
partido de otro ropaje teórico, algunas nuevas figuras y una política diferente
a la que había desarrollado poco antes. Así, el PJ expresó de forma camaleónica
la nueva correlación de fuerzas sociales que la crisis de 2001 había expuesto
con crudeza.
Estructura de gran despliegue territorial e históricos
arraigos provinciales, algunos de sus focos de poder hicieron eclosión a lo
largo de los años (Saadi, Juárez), otros coquetearon con la cultura política
del kirchnerismo (Urribarri) y varios permanecieron aliados a él pero con
relativa independencia (Insfrán, Alperovich). La trayectoria de estos
liderazgos ha sido muy ecléctica: de militantes en los años setenta a kirchneristas
en los dos mil, pasando en los noventa por fieles ejecutores del Consenso de
Washington, han sabido oler el clima de época y no refugiarse en programas
predefinidos y estáticos.
Más bien, su interés en última instancia ha yacido en
sostener sus poderíos locales, para lo cual siempre necesitaron recursos del
Estado nacional. Con la Ley de Coparticipación como madre de todos los
equilibrios, supieron encolumnarse en la última década detrás del Frente para
la Victoria, y ahora, sin titubear ni reparar en contradicciones, le otorgaron
al macrismo vitales concesiones (acuerdo con los fondos buitre, reforma
jubilatoria, entre otras).
No sería aventurado entonces afirmar que, por definición,
el Partido Justicialista es conservador, precisamente de un conjunto de intereses
creados. En este sentido, el kirchnerismo -como fuerza política que supo
contener pero exceder al PJ-, le planteó una convivencia crecientemente
incómoda. El “peronismo disidente”, que cobró relativa significancia política
tras una escisión del Frente para la Victoria a raíz de la Resolución 125, es
acaso un indicador de ello, en tanto parte de un proceso de aislamiento
generalizado.
Desgranamientos
Al compás del deterioro del modelo económico, el
kirchnerismo se fue sumiendo durante sus últimos años en un ensimismamiento
político y una pérdida de apoyos corporativos. Luego de la definitiva ruptura
con las patronales agropecuarias en 2008, siguió la partida de la UIA, la
división de la CGT y la ruptura de la CTA.
La muerte de Néstor Kirchner abrió el camino a un
correlato de este proceso a nivel partidario. Era cuestión de tiempo que a las
presiones del establishment judicial, mediático y económico para dar por
terminada esa experiencia política se sumara el propio PJ. Y el kirchnerismo,
incapaz de construir una candidatura que expresara una clara continuidad, acabó
por replegarse detrás de Daniel Scioli bajo la premisa de que sería posible
condicionarlo.
Los actuales reacomodamientos en dicho partido, con nuevo
vigor desde la derrota de noviembre, sólo se comprenden en tanto insertos en
estos movimientos previos. Su dirigencia, ahora lejos de las riendas del Estado
nacional, comenzó a prepararse para enfrentar una etapa que, a excepción del
breve interregno aliancista, no atravesaba desde 1989.
Sumergido en disputas para la conformación de un nuevo
liderazgo, al PJ le ha resultado sencillo negarle espacio al kirchnerismo. Y
velozmente, con una formidable capacidad de transformación, comenzó a
desembarazarse de aquel viejo socio. Referentes que poco antes habían
perseguido con él la mayor de las apuestas, supieron decir “no lo he visto, no
lo conozco”, expectantes de un nuevo soplo de viento a favor.
Las tensiones al interior del PJ encuentran al
kirchnerismo navegando en un barco a la deriva, cargado de rupturas internas,
moralmente alicaído y mediáticamente acorralado. Cristina, partidariamente
débil y judicialmente asediada, sigue siendo sin embargo la mayor líder de
masas del país, referente para buena parte de los golpeados por el macrismo y
depositaria de expectativas populares que demandan que encabece la
reconstrucción de un castillo de naipes en pocos meses derrumbado.
El Gobierno, no obstante, no logró aplacar la organización
popular, que con altibajos supo presentar oposición y encabezar en las calles
la resistencia. Es allí, y no en los grandes partidos, donde en definitiva se
dirimirá la modificación de unas correlaciones de fuerza que hoy aparecen
desfavorables pero que pueden torcer el rumbo de los acontecimientos,
demostrando que el escenario sigue abierto.
Nota:
* El Centro de Estudios
para el Cambio Social (CECS) –http://www.cecs-argentina.org/–es
un espacio de construcción colectiva de conocimiento. Para ello impulsa
modalidades de intercambio y producción intelectual que superen las reglas de
la “academia” generando el encuentro sistemático entre teoría y práctica, en la
acción y el pensamiento.
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