Este artículo de Beinstein, publicado el 8
de septiembre del año pasado, más de un mes antes de la primera vuelta
electoral de octubre de 2015, tiene suma vigencia en cuanto expone un análisis
político del protagonismo, o antagonismo sí se quiere, del peronismo en los
procesos progresistas cosa ahora nuevamente de suma actualidad no por la agenda
electoral todavía lejana sino por el creciente deterioro de la imagen de
quienes ejercen el Gobierno en Argentina, mientras amplios sectores van
descubriendo la auténtica intencionalidad de aquéllos. Para quienes, a
propósito, quieran profundizar en el gran intríngulis de la definición de Cooke
que explica al peronismo como «el hecho maldito del país burgués», los
dirigimos a buscar de José Pablo Feinmann (especialmente las clases desde la 33
a la 36) “Peronismo. Filosofía política
de una obstinación argentina”, en http://www.pagina12.com.ar/diario/especiales/18-109422-2008-08-10.html.
G.E.
En Argentina se vota muy seguido lo que ha terminado por imponer una
imagen de democracia reforzada por la existencia de redes sociales, encuestas
de opinión, elecciones sindicales y universitarias, asociaciones no
gubernamentales y otras “expresiones” de la sociedad civil. Las proscripciones electorales
pertenecen a un muy lejano pasado cuando el peronismo era visto como “el hecho
maldito del país burgués” según nos lo explicaba John William Cooke para pasar
a ser ahora una pieza clave de la gobernabilidad del sistema.
Todo ese universo que se presenta como la demostración de que se trata
de un país libre viene cumpliendo un rol decisivo en la reproducción de un
régimen que al finalizar la dictadura
militar en 1983 encontró en la “legitimación democrática” un remplazo estabilizador
a la violencia explícita de las Fuerzas Armadas. Pero cuando pasamos de la imagen
a la realidad la “democracia recuperada” se disuelve velozmente dejando al descubierto
reducidos espacios de poder que manipulan estratégicamente a la sociedad sin
que ninguna fuerza popular los controle, acomodándose a los juegos globales de
las grandes potencias y sus exigencias coloniales.
El largo plazo
(parasitismo y desarticulación social)
El telón de fondo de la farsa está conformado por un conjunto de
fenómenos interrelacionados que remodelaron a la sociedad argentina. Los
procesos de desindustrialización y concentración de ingresos iniciado hacia
1955 y acelerado desde 1976 generó una masa muy extendida de marginales y casi marginales, de
pobres e indigentes sin integración económica estable que se expandía al mismo
tiempo que las clases altas acumulaban riquezas donde la especulación
financiera y los negocios parasitarios en general ocupaban el lugar central.
Esas élites enlazan su dinámica con los polos dominantes del capitalismo global
ya completamente financiero, los lobos de Wall Street son hoy los paradigmas
amorales de nuestra lumpen-burguesía integralmente sumergida en una subcultura
decadente regida por el comportamiento depredador.
Desde aquella remota “revolución libertadora” de 1955 que instauró una
dictadura militar bajo la bandera de la restauración de la democracia y la
“democracia sin proscripciones” de la actualidad existe un hilo conductor, una
continuidad histórica profunda que atraviesa las transformaciones del sistema.
Esta afirmación aparece como demasiado dura, como una extrapolación caprichosa,
sin embargo se va haciendo razonable cuando comparamos a la proscripción
electoral explícita de la era gorila con las formas implícitas pero
increíblemente eficaces de negación real de la soberanía popular de la
actualidad.
En aquellos años el pueblo peronista se sentía brutalmente apartado de
las estructuras de poder, ahora la masa sumergida o las capas más
económicamente integradas de la base social se sienten impotentes ante poderes
que les sonríen, las adulan, las manipulan y las esquilman mientras deciden
entre ellos los temas importantes. La claridad de la prohibición abierta se ha
convertido en una situación confusa, en un mundo de apariencias.
El poder
(interdependencias y contradicciones)
En Argentina la legitimidad democrática del poder se va esfumando a
medida que recorremos sus cuatro espacios principales. El poder político está
conformado por un conjunto heterogéneo de dirigentes del Estado elegidos por el
voto popular (diputados, presidentes, intendentes, legisladores locales, etc.),
suele decirse que el pueblo elige pero no gobierna, en realidad tampoco tiene mucha
libertad para elegir. En términos prácticos está obligado a decidir entre
candidatos viables con chances reales de imponerse que ni siquiera necesitan
seducir a estructuras políticas extendidas con sus afiliados, caudillos locales
y corrientes internas o a los aparatos sindicales. Su viabilidad depende de su
capacidad de marketing, del favoritismo del poder mediático, de la voluntad de
ciertos jefes del aparato estatal y sobre todo de la disponibilidad de fondos
de campaña rapiñados al estado u otorgados por los grandes grupos económicos.
Esta “democracia” nos deja incluso la posibilidad de dejar en paz nuestras
conciencias y votar por candidatos testimoniales cuya posibilidad de triunfo es
nula.
Se trata en síntesis de un grupo de poder que en parte se auto-elije y
en parte es elegido por otros grupos de poder que establecen condicionamientos,
bloqueos, correcciones, reprimendas dictadas por las dinámicas de sus
componentes que no imponen una racionalidad general, una reproducción durable
del sistema sino la preservación de privilegios, impunidades o la obtención de
ventajas económicas.
Pasamos luego a las mafias judiciales, zona opaca con miembros elegidos
de manera indirecta a través de algunas instancias del poder político aunque
sabemos bien que se trata en su mayor parte de la auto-elección a través de
juegos de intrigas internas y a veces en combinación con los círculos políticos
implicados en las designaciones y en ciertos casos bajo presión mediática.
Por su parte el poder mediático no necesita recurrir a la legitimidad
electoral, se trata de aparatos consagrados a la manipulación de la población,
el multimedios Clarín es el paradigma, sus estrechas vinculaciones con mafias
judiciales y empresarias y sus tenebrosos lazos con diversas dictaduras
militares, su relación colonial con estructuras de poder de los Estados Unidos
le permiten operar con total impunidad.
Finalmente, el poder económico incluye a los grandes grupos de negocios
con base local como Techint o Arcor, o externa como Fiat o el Citibank, pero
sobre todo a las redes financieras navegando en el turbulento mar de
operaciones legales, cuasi-legales e ilegales orientando al conjunto del tejido
empresario dominante a su vez apéndice de la trama financiera global.
Por debajo quedan factores de poder viejos y decadentes como la Iglesia
católica, camarillas emergentes como el lobby sionista o la “gangsterocracia”
sindical y, por supuesto, las Fuerzas Armadas.
Es esa constelación elitista la que somete a la sociedad argentina, el
voto popular es para ellos un adorno que hace presentable la imagen del Poder o
que es utilizado como instrumento en sus disputas internas.
El futuro
Pero lo que aparece como un sistema diabólico de degradación
generalizada capaz de manipular a todas las oposiciones es en realidad una masa
de bandidos prisionera de una dinámica que la va llevando de crisis en crisis.
La marea menemista de los años 1990 terminó en el caos de 2001 y desde un
fragmento del poder político fue restablecida la gobernabilidad aprovechando
una coyuntura internacional favorable (suba de los precios de commodities)
apartándose de las recetas neoliberales ampliando el mercado interno de clases
medias y bajas y reforzando la intervención económica del Estado. El sistema
fue reequilibrado, suavemente corregido y volvió a funcionar lo que a poco de
andar reprodujo las tendencias entrópicas que habían generado el desastre anterior,
las elites vienen presionando con cada vez mayor furia intentando concentrar ingresos
y arrastrando a amplios sectores de las capas medias embriagadas en una prosperidad
efímera, enceguecidas por su odio a los pobres. Acorralan al progresismo gobernante,
lo acosan con sus instrumentos financieros, mediáticos y judiciales, desprecian
sus correctivos neo-keynesianos y le ofrecen dos alternativas: ceder a sus exigencias
económicas (como ya ha ocurrido en Brasil) o ser barridos del poder político (como
tal vez termine por ocurrir en Brasil). Los progresistas resisten, se quejan de
la irracionalidad de quienes “nunca han ganado tanto como ahora” sin entender
la lógica profunda, cortoplacista y rapiñadora de la lumpen burguesía
dominante.
Cuando se produjo el derrumbe de 2001 (culminación de un deterioro
sistémico que atravesó todo el gobierno de la Alianza) quedó al desnudo el
carácter mentiroso de la “democracia recuperada” y se produjo una avalancha popular rugiendo “que
se vayan todos”, pero la marea fue finalmente canalizada y evacuada y el
capitalismo volvió a funcionar en buena medida en contra de las ideas de
importantes grupos de poder aferrados a sus rutinas depredadoras. Ahora que el
crecimiento económico se aplana, las clases dirigentes buscan seguir con su
ritmo de enriquecimiento e incluso aumentarlo exigiendo una porción
sustancialmente mayor de la torta lo que de producirse instalaría una dinámica
de concentración de ingresos, endeudamiento público, ajuste fiscal, empobrecimiento
y marginalización que tarde o temprano llevaría a una crisis de gobernabilidad
probablemente muy superior de la de 2001. Los grupos de poder más extremistas y
sus padrinos de Washington creen que en ese caso podría evitarse la avalancha
popular mediante la mexicanización preventiva del país, la ideología de la Guerra de Cuarta Generación aparece con la sucesora de las teorizaciones
justificadoras de las democracias controladas sucesoras a su vez de la doctrina
de la seguridad nacional. Pero entre la teoría y la realidad existe un enorme
espacio plagado de incertidumbres, lo único seguro es que el fin de los
equilibrios actuales introducirían a la sociedad argentina en una terra incognita donde la rebelión
popular podría protagonizar uno de los escenarios posibles emergiendo la
democracia de los de abajo alentada por la crisis de gobernabilidad. El pueblo
como sujeto se haría presente, volvería a existir, gracias a la declinación de
sus opresores así como estos se reproducen gracias a la cosificación del
pueblo.
Nota:
* Originalmente este
artículo fue publicado en el sitio en internet del propio autor el 8 de
septiembre de 2015, mucho antes de desencadenarse la derrota electoral del FpV.
Ver en http://beinstein.lahaine.org/?p=527
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