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domingo, 5 de abril de 2015

Una Vigil insulta a Lucía Topolansky


La montevideana porteña Mercedes Vigil, novelista y miembro de la Academia Nacional de Letras de Uruguay, quizá, con gesto de sutil desagrado, arrimó un perfumado pañuelito a las fosas de su empolvada nariz para decir lo que dijo. No se animó, pareciera, como señoras de su clase lo hacen con la Presidenta argentina, a denostar a Lucía Topolansky –senadora, candidata a intendente de la capital uruguaya y compañera de vida del también senador y ex presidente José Mujica– nominándola hembra equina, tal se hace en barrios “bien” de Buenos Aires y sus aledaños, como por caso algunos countries y Punta del Este. No, simplemente dijo que es «una de las mujeres menos aseada que he conocido».1



La señora Vigil, la de la foto, en un reportaje de Revista V12 Club Privado (?) manifestó que la suya es una familia de literatos:



Creo que hay mucho genético, desde que hubo un Vigil en estas tierras siempre tuvo algo que decir con la palabra escrita. Constancio Vigil, Carlos y Daniel Martínez Vigil fundaron entre otras la revista Literaria, la Alborada [sic]. Mi abuelo y mi bisabuelo eran abogados y políticos, pero también escribían de todo porque sentían la necesidad de contar cosas. Yo lo hago desde chica con poesía, cuentos cortos y novela histórica desde hace 15 años [sic].2



Constancio Cecilio Vigil, quizá su bisabuelo, nació políticamente blanco, en Rocha, Uruguay, durante 1878, hijo de un periodista, editor y político del Partido Nacional. Sus primos de San José de Mayo militaban en el Partido Colorado. En Montevideo, muy joven, es cofundador de la revista Alborada, y con veinte años de edad es un acérrimo crítico de la intervención estadounidense en el proceso de la independencia cubana de España. Como tantos jóvenes intelectuales de la época, en una banda como en otra del gran estuario Del Plata, la “madurez” los devolvería a naturales posiciones reaccionarias, como sucedió con el argentino Leopoldo Lugones3.



Cuando en 1903 Constancio Cecilio se traslada a Buenos Aires para desenvolver lejos del liberalismo cultural de José Batlle y Ordóñez una prolífica actividad de escritor y empresario, autor de anecdótica literatura moral para niñas y niños y simultáneamente fundador de la Editorial Atlántida. A la variedad de publicaciones periódicas que editaba y que cubrían el espectro social de las capas medias (entre otras Mundo Argentino, La Chacra, Para Ti y El Gráfico), sumó en 1919 a Billiken. El momento no era anodino: desde hacía un año un fenómeno histórico mundial conmocionaba a los trabajadores: la revolución bolchevique. Ésta y otras acciones de Vigil concomitantes con su proyecto político-confesional fueron las que hicieron que el recordado Papa Pío XII le confiriera la llamada Cruz Lateranense.



En un  reportaje que en 2002 le hiciera Manuel Barrero al guionista de historietas y estudioso de ese género Carlos Trillo, éste manifestó sobre Billiken su experiencia ocurrida treinta años después de su creación, promediando el siglo XX:



 En los [años] cincuenta era la revista de mayor circulación de la Argentina y su tirada superaba los quinientos mil ejemplares. Vigil era un señor reaccionario que escribía máximas de vida para los niños, bastante horribles, vistas desde el ahora. Pero su publicación tenía, para nosotros, el encanto de la aventura: largos relatos, historietas, un humor ingenuo y entrañable, nos atrapaba semana a semana. Se podrían decir cosas espantosas acerca de la ideología de este antiguo y aún existente semanario. Pero nos acercaba a la lectura de algunos viejos clásicos de –por ejemplo– Gastón Leroux, a las historietas norteamericanas (Billiken fue el primer editor de Superman en la Argentina), a los relatos de Fola y Vidal Dávila, sucesores seguramente de los personajes de Rudolph Dirks y otros viejos maestros.4


Un nieto del fundador, con su mismo nombre y apellido pero nacido en Buenos Aires en 1936 –probablemente tío, cercano o lejano, de la montevideana Mercedes nacida en 1957– en 1954 asume la conducción de los emprendimientos del abuelo recién fallecido, entre ellos también de Billiken

El papel de la revista durante la dictadura cívico militar que en 1976 iniciaran José “Joe” Martínez de Hoz, otro heredero famoso,5 Rafael Videla y Emilio Massera, fue abordada por Paula Guitelman, licenciada en Comunicación por la Universidad de Buenos Aires, en su libro La infancia en dictadura, Buenos Aires, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2006.


Entrevistada por el suplemento “Radar”, del diario Página/12, Guitelman explica que 


«Las revistas para adultos de la editorial mostraban una posición totalmente funcional a la dictadura; a mí me interesaba saber qué pasaba con la revista infantil, si aparecía o no en Billiken alguna alusión al golpe militar. Lo primero que me sorprendió fue la omisión total de la dictadura. No sólo porque no aparece mencionada en ningún lado sino también porque resulta raro que en un revista que recurría permanentemente a cronologías tales como “Qué fue lo más importante que pasó en el año 1976” o “en 1977”, el 24 de marzo no apareciera y en cambio sí se celebrara el centenario del nacimiento de Constancio C. Vigil (fundador de la revista) o los premios de Nadia Comaneci».


La autora califica a la revista, explica Página/12:


«autorreferencial, moralizante, dueña de una euforia cientificista casi profética, obsesivamente higienista y hasta racista; en fin, un perfecto compendio del peor sentido común argentino. ¿Operación macabra o la mayor sutileza en el arte de la coerción infantil? Guitelman prefiere evitar el juicio: “Cualquiera puede ver estas notas, todo estaba ahí. Y cualquier padre puede haber comprado las figuritas del 25 de Mayo para su hijo sin advertir que en los detalles más pequeños se estaba legitimando la idea de autoridad, obediencia y disciplina. Por eso me interesó la revista: era la entrada a una vida cotidiana que se continuaba más allá del miedo”».6


“Otro” Mercedes


Refiere Eduardo Anguita en su libro Grandes hermanos. Alianzas y negocios ocultos de los dueños de la información:


Los Vigil se alinearon con la dictadura de Videla y sacaron [la revista] Somos a su medida. El destape de la represión y la censura nuevamente encontraron a Atlántida del lado del cambio, aunque desgastada y con importantes pérdidas en los balances desde 1987. La llegada del menemismo encontró a los primos Aníbal y Constancio Vigil al frente de la editorial.



La licencia de Canal 11 y de una red de diez canales del interior [de Argentina] fue otorgada a Atlántida Comunicación, un consorcio en el cual Editorial Atlántida tenía una participación accionaria no mayoritaria. El consorcio era un conglomerado donde había empresarios del interior con tradición en televisión –como el santafecino Pedro Simoncini– y otros que le sumaban alcurnia y brillo al menemismo. Es el caso de Avelino Porto, rector de la [privada] Universidad de Belgrano y [entonces] futuro ministro de Bienestar Social, o el de Santiago Soldatti, de Comercial del Plata, ligado a los nuevos negocios del Citicorp y de Telefónica. El consorcio bautizó al 11 como Telefé y enseguida se encontraron con problemas.



Tanto Aníbal como Constancio Vigil participaban en el directorio. Al poco tiempo se supo que el Mercedes Benz de Constancio, que jugaba al golf con Menem, formaba parte del lote de coches de ricos y famosos comprados sin pagar impuestos. Gozaban del régimen de excepción para conductores minusválidos, poniendo el coche a nombre de algún discapacitado que les firmaba un permiso de conducción a cambio de algún dinero. En el caso de Constancio se trataba de un ascensorista del edificio de Atlántida. El escándalo lo apartó del directorio de Telefé, aunque no de la editorial.7

                                   

Lo mío ahora, deseo ponerlo suficientemente en claro, no es animadversión por la tan “clasista” como grosera Mercedes Vigil y sus parientes. Para nada, solos se cuecen.



Notas:

1 Véase, y luego no se vea nunca más… http://mercedesvigil.blogspot.com.ar/2015/03/respuesta-por-mis-silencios.html En este artículo, Mercedes Vigil, quien en 2010 fue declarada Ciudadana Ilustre por la Junta Departamental de Montevideo, dice que no desea escribir de actualidad «porque todo es muy bizarro»: «Reitero, estamos patas para arriba y si no baste con observar como la favorita para ocuparse – entre otras cosas– de la limpieza de nuestra sucia capital a una de las mujeres menos aseada que he conocido. »


3 Leopoldo Lugones nace en la Provincia de Córdoba en 1874, apenas cuatro años antes que Vigil. Ya veinteañero se casa y tiene un hijo, “Polo”, y con mujer y aquél se trasladan a Buenos Aires. Allí tanto traba relación con un grupo de literatos socialistas en el que están Alberto Gerchunoff, Manuel Baldomero Ugarte y Roberto Payró como con Mariano de Vedia, quien le presenta a Julio Argentino Roca, por entonces Presidente de la nación, concluida la campaña de genocidio de pueblos originarios y exitosamente promovido el capitalismo agropecuario. Lugones transita el socialismo, vira hacia el liberalismo y llega al fascismo. Su “pecado de juventud” fue, probablemente, editar junto con José Ingenieros, la revista La Montaña (1897, véase http://labrokenface.com/la-montana-el-periodico-revolucionario-de-lugones-e-ingenieros/), en la que se urgía a la revolución obrera y se parodiaba a “poetas burgueses”. El único hijo del autor de La guerra gaucha (1905), con su mismo nombre y apellido, en 1930 es nombrado Comisario Inspector de la Policía de la Capital por el dictador José Félix Uriburu. Ocho años después, a los sesenta y cuatro de edad, Lugones padre se suicida ingiriendo una mezcla de cianuro y whisky.


5 “Joe” Martínez de Hoz, quien falleció en 2013, fue nieto de José Toribio Martínez de Hoz, fundador de la Sociedad Rural Argentina y especial beneficiario del antes referido genocidio aborigen conocido como “Campaña del Desierto”, al que apoyó política y económicamente: por lo que recibió en compensación 2.500.000 hectáreas de campo. Véase Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina, Editorial Norma, Buenos Aires, 2004.


7 Eduardo Anguita, Grandes hermanos. Alianzas y negocios ocultos de los dueños de la información, Editorial Colihue, Buenos Aires, 2002. Pp. 66/67




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