alai-amlatina,
20.4.2015
Los discursos de cierre de las dos Asambleas Generales del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) cuando yo lo dirigía, fueron hechos por Álvaro García Linera (en Cochabamba, 2009) y por Eduardo Galeano (en Ciudad de México, 2012). Fueron formas contundentes de hacer llegar a los cientistas sociales del continente las expresiones más altas del pensamiento crítico latinoamericano contemporáneo.
Álvaro García Linera, profesor universitario, militante político, preso y torturado por ello, gran intelectual revolucionario que articula un alto nivel de elaboración teórica con la práctica política, se ha constituido en el más importante intelectual latinoamericano. Eduardo Galeano, del cual conocemos la insuperable capacidad de captar la realidad en sus expresiones más cotidianas, aborda los grandes y crueles fenómenos globales con su visión humanista y solidaria. Es el mejor escritor latinoamericano contemporáneo.
Los dos forman parte, de distintas maneras, de lo que se llama la intelligentsia: el conjunto de intelectuales críticos que abordan los temas más relevantes en lenguaje accesible, defendiendo a los más oprimidos, humillados y ofendidos. Una categoría intelectual de la esfera pública que está en proceso de extinción.
La vida académica condiciona a la práctica de tal manera que sus participantes tienden a ser absorbidos por demandas burocráticas, a escribir conforme los cánones de las instituciones de fomento, a adherir a especializaciones cada vez más estrechas y, como consecuencia de todo ello, a despolitizarse, a distanciarse de los grandes problemas contemporáneos de nuestras sociedades.
Nunca como hoy América Latina tiene necesidad de intelectuales que pongan su capacidad de reflexión y de formulación de propuestas alternativas al servicio del enfrentamiento de los grandes desafíos que se presentan a nuestras sociedades. Pero, hay que decirlo, pocas veces, aún más en períodos históricos tan trascendentales como el presente, la intelectualidad latinoamericana estuvo tan ausente de una participación activa en los procesos políticos y de elaboraciones teóricas vinculadas a los grandes desafíos que enfrentamos. Hay muchas excepciones, pero que no corresponden a todo el potencial del pensamiento crítico de nuestras universidades, de nuestros centros de estudio, de las distintas formas de práctica intelectual.
Sin ese aporte, que favorecería la rearticulación entre la teoría y la práctica, la reflexión intelectual se mantendrá intranscendente mientras que la práctica política sentirá la falta de la creación estratégica con poder de elaboración teórica, y que capte los grandes problemas que enfrentamos ayudando a formular las alternativas para superarlos.
Es cierto que entidades que antes convocaban a la intelectualidad a esa participación creaban espacios para ello y se pronunciaban alrededor de los grandes problemas políticos de nuestro continente, ahora se muestran copadas por prácticas burocráticas, despolitizadas, ausentes de la esfera pública y del plano político e intelectual. Pero, aun así, es posible que los intelectuales se movilicen e intervengan mucho más de lo hecho hasta ahora.
Nota:
Los discursos de cierre de las dos Asambleas Generales del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) cuando yo lo dirigía, fueron hechos por Álvaro García Linera (en Cochabamba, 2009) y por Eduardo Galeano (en Ciudad de México, 2012). Fueron formas contundentes de hacer llegar a los cientistas sociales del continente las expresiones más altas del pensamiento crítico latinoamericano contemporáneo.
Álvaro García Linera, profesor universitario, militante político, preso y torturado por ello, gran intelectual revolucionario que articula un alto nivel de elaboración teórica con la práctica política, se ha constituido en el más importante intelectual latinoamericano. Eduardo Galeano, del cual conocemos la insuperable capacidad de captar la realidad en sus expresiones más cotidianas, aborda los grandes y crueles fenómenos globales con su visión humanista y solidaria. Es el mejor escritor latinoamericano contemporáneo.
Los dos forman parte, de distintas maneras, de lo que se llama la intelligentsia: el conjunto de intelectuales críticos que abordan los temas más relevantes en lenguaje accesible, defendiendo a los más oprimidos, humillados y ofendidos. Una categoría intelectual de la esfera pública que está en proceso de extinción.
La vida académica condiciona a la práctica de tal manera que sus participantes tienden a ser absorbidos por demandas burocráticas, a escribir conforme los cánones de las instituciones de fomento, a adherir a especializaciones cada vez más estrechas y, como consecuencia de todo ello, a despolitizarse, a distanciarse de los grandes problemas contemporáneos de nuestras sociedades.
Nunca como hoy América Latina tiene necesidad de intelectuales que pongan su capacidad de reflexión y de formulación de propuestas alternativas al servicio del enfrentamiento de los grandes desafíos que se presentan a nuestras sociedades. Pero, hay que decirlo, pocas veces, aún más en períodos históricos tan trascendentales como el presente, la intelectualidad latinoamericana estuvo tan ausente de una participación activa en los procesos políticos y de elaboraciones teóricas vinculadas a los grandes desafíos que enfrentamos. Hay muchas excepciones, pero que no corresponden a todo el potencial del pensamiento crítico de nuestras universidades, de nuestros centros de estudio, de las distintas formas de práctica intelectual.
Sin ese aporte, que favorecería la rearticulación entre la teoría y la práctica, la reflexión intelectual se mantendrá intranscendente mientras que la práctica política sentirá la falta de la creación estratégica con poder de elaboración teórica, y que capte los grandes problemas que enfrentamos ayudando a formular las alternativas para superarlos.
Es cierto que entidades que antes convocaban a la intelectualidad a esa participación creaban espacios para ello y se pronunciaban alrededor de los grandes problemas políticos de nuestro continente, ahora se muestran copadas por prácticas burocráticas, despolitizadas, ausentes de la esfera pública y del plano político e intelectual. Pero, aun así, es posible que los intelectuales se movilicen e intervengan mucho más de lo hecho hasta ahora.
Nota:
*Emir Sader es sociólogo y
cientista político brasileño, coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas
de la Universidad Estadual de Río de Janeiro (UERJ). Corrección de estilo y cuidado
del texto para la presente edición: Gervasio Espinosa. La URL original de este
artículo: http://www.alainet.org/es/articulo/169067
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