A Glenn Ford, 64 años, en Louisiana (EE. UU.), le robaron la
mitad de su vida. Estuvo treinta años preso y condenado a muerte por ser de
piel oscura presumiéndose que había asesinado a un joyero blanco. Ahora,
demostrado que no estaba en el lugar del joyero en el momento de su asesinato,
fue liberado para que viva con su trauma a cuestas menos años que los que
estuvo preso (buscar información en Internet).
En Buenos Aires se iniciará el juicio oral al conductor de
un tren que chocó contra otro que lo precedía. Peritos técnicos corroboraron
que el sistema de frenos funcionaba (buscar información en Internet).
Los pilotos del avión malayo que desapareció el sábado
pasado con más de doscientos pasajeros a bordo luego de partir de Kuala Lumpur
hacia Pequín, dijo una sudafricana ex pasajera de la aerolínea, solían durante
el vuelo invitar a muchachas a visitar la cabina de comando de la aeronave para
fumar y tomarse fotos (buscar información en Internet, pero, por favor, no se
llame “escombros” a las partes o desechos que sean vistos flotando en el mar o
caídos en tierra que puedan presumirse como partes de esta aeronave).
Son éstas nada más que tres noticias que se han difundido
entre anteayer, 11 de marzo, y este jueves. Dentro de poco más de una semana en
Argentina algunos rememoraremos con dolor y rabia una tragedia enorme y
fundacional en nuestras tierras, que fue precedida pocos años antes en Chile y
Uruguay. El Plan Cóndor de establecimiento a sangre y fuego del neoliberalismo
imperial excedió los límites de estos países, abarcó a Bolivia, Brasil y
Paraguay, y fue dirigido desde el norte nixoniano-tatcheriano y capitalista bang-bang
(que “obamizado” sigue dirigiendo desestabilizaciones como en Ucrania o
Venezuela).
En Argentina el Ministerio de Interior y Transportes y con
beneplácito de la sociedad hizo instalar cámaras de vídeo en las cabinas de
manejo de los trenes, ello poco antes del suceso que llevó al conductor del
tren a ser enjuiciado oralmente y probablemente condenado teniendo en cuenta
las imágenes que registraron sus acciones mientras operaba el convoy.
Nosotros hemos manifestado que son conductas y hábitos
culturales los que están facilitando las catástrofes sociales de menor o mayor
magnitud. Es decir, conductas y hábitos promovidos por una sociedad capitalista
y mercantil en la que el consumo irracional de artefactos tecnológicos
trastorna las relaciones humanas.
En el interregno histórico hasta que democracias y modos de
producción económica y cultural de nuevo tipo se instalen por decisión popular
tenemos que poner nuestras miradas permanentes, además de sobre nuestros
propios hermanos obnubilados por una presunta “posmodernidad” –incluyendo a los
tripulantes de aeronaves, convoyes ferroviarios y otros vehículos– y sin
prejuicios ni privilegios llamados “de género”, es decir de sexo u orientación
sexual, sobre presidentes, ministros, jueces, legisladores, jerarcas de
organismos internacionales y de entidades financieras de cualquier escala, gerentes,
propietarios, jefes, asesores y socios de grandes negocios, sus maridos y
esposas legales o de hecho, amantes circunstanciales o no, personal trainers, hijas, hijos, sobrinos y obsecuentes a sus
servicios.
Por el momento y ante la urgencia para evitar la
proliferación de más estupideces que desgarran nuestros ánimos habrá que
severamente vigilar y castigar a quienes desde hace mucho nos vigilan y
castigan. Hay que dejar de tener nosotros miedo para pasar a una nueva instancia
de transición: que sean ellos los que lo tengan. Que se entienda: no estamos
promoviendo la violencia sino la penalización popular de la violencia.
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