Nueve milímetros es un calibre (diámetro) de proyectiles y
(del diámetro de los caños) de pistolas automáticas que los disparan expresado
en el sistema métrico decimal. Antes, hace mucho, quizá más de veinte años,
todavía en algunas fuerzas de seguridad se veían los revólveres “38”, y más tiempo atrás todavía
las pesadas pistolas “45”.
Las dos últimas medidas expresadas en fracciones de la antigua medida “pulgada”
(de la familia de los “pies”, “yardas”, “millas”, etc.).
Anécdota
En 1963, con recientes veintiún años, cumplí con el llamado
servicio militar obligatorio que mucho después se abolió en Argentina. Para mí
fue una experiencia interesante porque durante más de un año conviví con conscriptos de las distintas latitudes argentinas y con
oficiales y suboficiales de la Fuerza
Aérea. Fui oficinista y chófer de jeeps, hice guardias armadas, asusté a
las dos de la madrugada a un alto oficial amenazándolo con el sable bayoneta
cuando ante mí y de guardia pretendía no exhibir su carnet de identificación, entre
cuatro de mi condición y a los gritos mandamos parar a un suboficial que se
extralimitaba con un soldado enfermo y también, luego de recuperar panes
“Felipe” y chorizos colorados para doscientos compañeros de la alacena del
cuartel, establecimos un plan de desacato ante oficiales que pretendían llevar
adelante un golpe de Estado, y que habían tomado nuestro destacamento.
En la instrucción con armas de fuego, la pistola automática
Colt .45”
y el fusil automático FAL, tuve dos bautismos de fuego. El primero fue cuando
siendo furrier de la compañía y llevando correspondencia de un lado para otro
atravesé sin darme cuenta una línea de fuego teórica, de práctica de tiro al
blanco sin municiones, y un cabo me grito: “¡Espinosa al suelo, estás muerto!”.
El segundo bautismo fue cuerpo a tierra tirando al blanco
con la Colt .45”
y munición auténtica. Yo tiraba, bang, bang… y el instructor me dijo: “la
pistola más cerca de la cara, soldado”. Bang, bang, seguí tirando, y en un
retroceso se me clavó el martillo en el entrecejo… ¡Mierda!, putee, y el cabo,
con una sonrisa, rectificó: “no tan cerca…”.
Los militares conocen la técnica del manejo de las armas, y me
la enseñaron bien. Algo después en el tiempo un veterano compañero de la militancia
política me dio nueva formación afirmando que “el arma no se dispara con el
dedo en el gatillo, sino con el cerebro: por qué, para qué, hacia dónde y cuándo”.
La inseguridad urbana
y suburbana
Hoy llueve copiosamente en el extenso conurbano de Buenos
Aires y a cuarenta kilómetros de su centro veo caminar entre charcos y cunetas
desbordadas a empapadas y empapados trabajadoras y trabajadores que se han
quedado sin transporte automotor dado que el sindicato que reúne a los
conductores dispuso una huelga. La única movilidad en funcionamiento son los
convoyes de trenes suburbanos y vehículos de uso particular: bicicletas, motos,
camionetas y unos pocos automóviles.
Con la huelga desde este medio día hasta media noche una vez
más reclaman los trabajadores del transporte más seguridad en la vía pública.
Anoche durante un asalto y robo en un barrio de los márgenes de la lejana gran
ciudad mataron a un joven conductor que recién se iniciaba en la actividad. Tenía
veintidós años de edad.
La medida sindical que parece excesiva objetivamente lo es,
porque vulnera otras “seguridades” sociales. Lo afirmó el ministro de Interior
Florencio Randazo, quien también diría que yo me excedería si topándome con él
le preguntara intempestivamente “por qué carajo” nunca nadie respondió a mis
reclamos vía correos electrónicos y carta documento a su Ministerio relacionados
con medidas de prevención de catástrofes en el tránsito.
Lo que sucede es un encadenamiento vicioso de sinrazones y
no escuchas. Es mentira que la tecnología iba a remediar la sordera
individualista de esta última etapa del modernismo occidental: cuando el choque
hace más o menos un mes de un camión que marchaba de contramano por una autovía
de la Provincia de Mendoza contra un ómnibus que provenía de la Ciudad de
Córdoba, y que causó 17 muertos, muchos automovilistas avisaron al famoso 911
que ese camión provocaría un desastre. En la policía mendocina ese día estaban
de fiesta y cuando, tarde, se movilizó a un único patrullero, su tripulación no
supo ni pudo hacer nada.
Precisamente para cuando andaba yo atravesando imaginarias
líneas de fuego, todavía para girar con un vehículo por calles y carreteras se
hacían previas señas con brazos y manos. Los primeros vehículos con
dispositivos de aviso fueron europeos, que de la columna entre las dos puertas
laterales hacían salir mediando un comando eléctrico una suerte de pequeño
brazo iluminado, aunque todavía no de manera intermitente. De aquel “bracito”
metálico derivaron luego los ahora potentes “señaleros” y “guiños” delanteros y
traseros.
¿Y qué piensan los que ahora al mando de carísimos
automóviles de “alta gama” no usan señales para advertir que van a girar? No
piensan en eso, no avisan porque ellos no van detrás de sí mismos, van delante,
y siempre saben cuando van a girar: el de atrás que lo averigüe como pueda. Es
como los que para hacer doblar sus vehículos a la izquierda en una encrucijada
de caminos no esperan que haya paso libre detenidos en la banquina o arcén:
estacionan en la mitad de la carretera…
Los aparatitos inalámbricos para entretenerse que se pueden
también emplear para hablar con portadores de otros similares y en casos
especiales buscar en Internet, registrar citas y otros datos o inclusive
visualizar geografías y hacerse en ellas visible mediante la llamada
“geolocalización” satelital tampoco han mejorado la comunicación entre las
personas. Dan como resultado principal un inmenso aumento cuantitativo de
contactos que rinden grandiosos beneficios económicos a las empresas que los
fabrican y administran, pero cualitativamente han disminuido las capacidades de
comunicación humana: —“desime k kompro”; —“chraviones”; —“kuant”; —“par!”. —Tas
loco vos, ¿qué me trajiste, dos cajas de ravioles? —¿Y qué me pediste? —¡Championes,
un par de championes! (calzado tipo deportivo, en Uruguay).
De actualidad: para
resolver los problemas que resultan de los paros y huelgas docentes
Está probado. Lo vienen experimentando desde hace años en
distintas provincias argentinas y otras partes del mundo los cuerpos policiales.
Argumentando el incesante incremento de los problemas derivados de la
inseguridad urbana y suburbana, los atracos, el tráfico y consumo de
estupefacientes e inclusive el ingreso de navajas y otros elementos filosos a
los establecimientos educativos, como lo reflejan los medios de prensa, los maestros
de primaria y docentes de secundaria, institutos terciarios y universitarios
podrían reclamar que se disponga para ellos el portar pistolas automáticas nueve milímetros y que
éstas les sean provistas por el Estado junto con cananas y tres cargadores con proyectiles
por cada arma.
Los reclamos salariales serán entonces de corta duración y
perentorios. En no más de algunas horas el poder político resolverá los
aumentos para que se retrotraigan los “autoaescuelamientos”*.
Nota:
* Propuesta de incorporación
en el Diccionario de la Real
Academia Española: “Autoaescuelamiento: Disponer
por sí mismos maestros y profesores su permanencia continuada en los
establecimientos educativos portando sus armas reglamentarias hasta tanto les
fueran satisfechos los reclamos que hicieren”.
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