El amigo Julio Rudman, mendocino, periodista y
poeta, ha publicado en su http://www.julio-rudman.blogspot.com este texto que, además,
nos lo ha enviado para que hiciéramos lo mismo aquí. Es decir, publicación en
tándem… En el final escribe Julio que, mientras López revolea bolsos
infectados, malolientes, Blas dice que «así no hay himno que aguante».
Para el lector de allende distancias terrestres, marítimas
o aéreas digamos, en su auxilio, que Julio juega con un apellido común entre
paisanos del sur latinoamericano que es también el de un tan extraño como esperable
protagonista de noticias recientes, y juega con los nombres y apellidos de los
autores de la letra y la música del Himno Argentino compuesto entre los años
1812 y 1813, que se llamaban, respectivamente, Vicente López y Planes, y Blas
Parera.
Dato sobre este himno y relacionado con los
sucesivos encuadramientos políticos del país en el mundo es que durante el
mismo siglo XIX y luego en las primeras décadas del XX la canción patriótica, inicialmente
de corte guerrero significativamente independentista, fue sufriendo
modificaciones enunciativas y finalmente reducida a solamente una décima parte
de su texto y extensión musical original.
Sobre el López que recientemente revoleó bolsos
malolientes en una madrugada rural quizá ya estando coordinada la presencia de
un testigo, no fuera cosa que nadie se enterara, es recomendable escuchar con
atención el registro sonoro de una conversación que con Jesús (el testigo y
denunciante inicial) tuviera una muy seria periodista de Buenos Aires, María O’Donnell
(Radio Continental, el pasado 17 de junio): http://radiocut.fm/audiocut/relato-dela-testigo-que-llama-al-911/ Si se quiere indagar más
sobre los malos olores véase, y no se ha leído la nota, véase en este mismo
blog “Ahora López en el monasterio de madrugada. Dangerous Show: Orlando, Paris,
Caracas, Brasilia and Buenos Aires”.
Con ustedes, Julio Rudman.
G.E.
Horrible. La
situación es horrible. La venganza es feroz. Viene cabalgando en el tríptico
que montaron hace tiempo.
Los planes y sus
planos, desde el amanecer turbio de cada jornada, pasando por cada timbrazo en
el hogar que presagia un nuevo pibe que pide comida o la madre con su bebé en
brazos arropado contra el invierno impiadoso. O las facturas de los servicios
públicos que parecen confeccionadas por los servicios de inteligencia. O las convocatorias
a reuniones en el trabajo para soportar directivas de tiranuelas y tiranuelos
ineficaces, semibrutos y soberbios. Las citas de Borges que no son de Borges
como una exhibición obscena de presumidos culturales.
Los planes para
pagar las pasantías de gestores privados en la gestión estatal mientras dicen
asistir a un curso acelerado de despilfarro público y engorde de sus tripas
bancarias.
Los planes para
callarnos, pero con la consigna cínica de que abren el juego. Y juegan a ser
Blancanieves y esclavizan a sus trabajadores enanizándolos.
Los planes para
hacer empanadas todos juntos y que se las coman ellos, los farsantes del
repulgue.
Los planes de
las fechas patrias sin el pueblo de la patria para que no moleste al príncipe
de las tinieblas del ombligo de la patria.
Cada plan para
dinamitarnos el orgullo "de haber sido" y el dolor de ya no ser.
El plan de pedir
perdón a quienes rapiñaron el suelo, el subsuelo y el aire.
Esos planes con
que sueñan despiertos, esos que ponen a cuidar las joyas de la abuela a los
ladrones de joyas.
Así me hablaba
Blas sentado a la pianola mientras el pentagrama le devolvía las estrofas que
invitaban a los mortales a oír el grito sagrado.
Dos kilómetros
más allá López revoleaba bolsos infectados, malolientes.
Así no hay himno
que aguante, me dijo Blas.
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