Con
Beticita nos levantamos temprano, desayunamos y provistos de lo necesario
salimos a cumplir. En un primer momento ya presentimos que no sucedía lo
habitual... Algo raro, íbamos solos por la calle, parecía un domingo común, de
remoloneos y bostezos, de asomarse alguna u otro a mirar el cielo con el mate
en una mano y con la otra restregándose los párpados... —Negra, ¿qué día es
hoy?— pregunté, —veintidós de noviembre—. Cruzamos la carretera y circunvalamos
la tan imponente como desagradable devastación de la estribación sudoeste del
cerro hecha por unos turbios negociantes, llegamos a la escuela. No había
nadie, ni afuera ni dentro... No había local comicial... Aquella primera
percepción de rareza se convirtió en desconcierto, nos miramos. Pronto
descubrimos un momento nuevo, inesperado aunque sin duda posible, un portentoso
salto de calidad en la historia: ¡había estallado la abstención revolucionaria!
Nota:
*
Para los que superamos los setenta años de edad en Argentina el voto ciudadanos
no es obligatorio. Votamos en la primera vuelta pero luego de un año difícil
por cuestiones de salud decidimos con mi gran compañera de medio siglo tomarnos
un mes largo de actividad cuasi campestre en un pueblito uruguayo de serranías
bajas y costa frente al gran estuario sureño. Este texto que hacemos público
fue, con el mismo título y mediante correos electrónicos, enviado hoy –día del
balotaje presidencial– a parientes y amigos. G. E.
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