Cuando los atentados contra la
embajada de Israel y la mutual AMIA de la comunidad judía argentina, en Buenos
Aires, en 1992 y 1994, una sospecha “políticamente incorrecta” se instaló en no
pocos, y me incluyo, a partir de preguntarnos a quiénes beneficiaba y a quienes
no, a quienes dañaba. La misma sospecha produjo el famosísimo 11 de septiembre
en Nueva York, más tarde el marzo de Madrid y antes del de ahora otras muertes
en París también, como en 2013 en Volvogrado o Moscú y, quizá también el
estallido del avión que volaba desde Egipto a Rusia en el que murieron más de
doscientas personas.
¿La reiteración continuada, una y
otra vez, de una relación indirecta de causa y efecto no supone un cambio de
calidad en esa relación, que de indirecta pasa a ser directa, es decir,
responsable de tales efectos? Así lo deduce Liliya Khusainova en el portal y la TV de Rusia Today (https://actualidad.rt.com/opinion/liliya_khusainova/191470-atentados-paris-malabarismo-eeuu-culpa).
No hay tiempo para subterfugios.
Hay que señalar a los gobiernos de Estados Unidos de América del Norte y a los aliados
de él, al complejo industrial militar mundial, al financiero capitalista y a los
soportes ideológicos de toda esa trama para determinar si se está frente a una
responsabilidad conscientemente urdida y predispuesta (dado sus por sí mismos
presumido “destino manifiesto”), o de la consecuencia de la miserable agonía
histórica del conjunto. La supervivencia de los pueblos requiere ya mandar
parar. A continuación el artículo editorial de Carlos Aznáres para Resumen Latinoamericano. G. E.
"¿El horror en París es diferente al de Siria, Iraq, Palestina y El Libano?", por Carlos Aznárez*
Editorial de Diarios de
Urgencia / Resumen Latinoamericano, del sábado 14 de noviembre de 2015
Otra vez París se convirtió en un campo de batalla. Decenas
de muertos, cientos de heridos y las mismas consignas de respuesta del gobierno
francés frente al ataque yihadista que ya se han escuchado en Estados Unidos y
España cuando acciones similares generaron idénticas masacres. Frente al horror
se quiere responder con más horror, se habla en los titulares de los
principales medios con total ligereza, de que “ahora sí empezó la guerra”,
o se alimenta la idea (en forma directa o solapada) de que el mundo árabe y
musulmán atenta contra la sacrosanta democracia francesa. A sabiendas que la
casi totalidad de esa colectividad repudia al ISIS y sus protectores.
Tiene muchísima razón el presidente sirio Bachar Al Assad
cuando, después de condolerse por las víctimas de los atentados, recuerda que “Francia
conoció ayer lo que vivimos en Siria desde hace cinco años”. Y lo dice
precisamente quien en innumerables ocasiones ha intentado –como antes lo había
hecho el líder libio Gadaffi– convencer a los gobernantes franceses que no
armaran, equiparan logísticamente y costearan con millones de dólares a los
ejércitos mercenarios que han sembrado el terror, la muerte y el desesperado
destierro de cientos de miles de sirios e iraquíes. En cada ocasión que este
mensaje resonaba en los foros internacionales, la posición francesa siempre fue
la misma: ratificar su creencia de que exportando la guerra, alineándose con la OTAN y subordinándose ante el
mandato imperial monitoreado desde Washington, “el problema sirio”, es decir el
tan buscado derrocamiento de Al Assad, iba a ser resuelto.
Está claro que como le ocurriera a los gobernantes
derechistas españoles el 11M del 2004, el tiro les salió por la culata. En esa
ocasión, el yihadismo, al que España y su alianza con la OTAN habían querido combatir
mediante su presencia en Iraq y Afganistán, decidió responder con la misma
medicina, y como en París ahora, los que pagan los errores de los poderosos
siempre son los ciudadanos de a pie, cuya única culpabilidad, si es que la
tuvieran, quizás sea votar y catapultar a la presidencia, a esos asesinos
seriales que luego los condenan a la muerte.
Ahora, como ocurriera en el mismo escenario con la masacre
de Charlie Hebdo, vuelven a sentirse
las tan repetidas consideraciones hipócritas. Todos a la vez, los mandamases
europeos prometen más medidas represivas, más censura, más fabricación de
armamento para alimentar intervenciones bélicas. Juran que “hoy somos
Francia”, en vez de prometer ante las víctimas: “Nos iremos de la OTAN”. Con esas y otras
actitudes similares dejan al descubierto que junto con los asesinos de un
yihadismo que no representa de ninguna manera al Islam, ellos –los Hollande,
Sarkozy, Rajoy, Merkel– y quienes los auspician desde el Pentágono, son los
principales responsables de estas acciones bárbaras. Las han alimentado
persiguiendo hasta el cansancio a los musulmanes de la periferia de Paris y las
diversas ciudades francesas, negándole el uso de recintos para hacer sus
oraciones o generando allanamientos en las mezquitas donde era común practicar
pacíficamente su derecho al rezo. Allí están como ejemplo esas leyes que prohíben
desde 2011 el uso del velo y también la pollera islámica y la burka en los
espacios públicos, no obligando de la misma manera a ciudadanos franceses que
comulgan con el judaísmo. Segregando al mundo islámico y exhibiéndolo ante la
sociedad francesa como “el enemigo”, de la misma manera que Israel hace con los
palestinos desde hace más de seis décadas.
No es misterio para nadie y menos para los devaluados
Servicios de Inteligencia francesa, que muchos de los humillados, desempleados
y perseguidos por leyes draconianas y racistas que habitaban en la “Banlieue”
parisina, fueron cooptados primero por el Frente Al Nusra y luego directamente
por el ISIS para que sean parte de la experiencia de sembrar el terror en Siria
e Iraq y lo más paradójico es que salieron desde el territorio francés en
numerosas ocasiones con el visto bueno de un gobierno que los sintió como sus
“soldados de avanzada”. En ese momento, las masacres que esos mercenarios
producían en Mossul, Raqqa, Aleppo, Homs o en Palmira no preocupaban a Sarkozy
ni tampoco a Hollande. Eran “daños colaterales” lejos de la comodidad parisina
que hasta ese momento parecía blindada, inviolable. Tampoco dijeron nada
importante del atentado sangriento cometido esta semana en El Líbano y
seguramente muy festejado en Tel Aviv o en la Casa Blanca, ya
que en esa ocasión la matanza ocurría en un barrio controlado por
Hezbolah. En este caso, los muertos eran tan árabes como los palestinos
asesinados en estos días en Cisjordania o en Gaza, cuyos nombres no cuentan
para los grandes medios, como tampoco el dolor de sus familiares o las
imágenes dantescas de sus viviendas arrasadas.
Eso no tiene más que un nombre: doble rasero, praxis
mentirosa, odio al diferente.
Lo que ahora ha ocurrido en París tiene también otra
explicación no menos importante. En los últimos meses en el escenario sirio ha
ocurrido un hecho que cambió la relación de fuerzas. Rusia decidió intervenir,
al rescate de un gobierno y un pueblo asediados por el terror, y lo hizo a su
manera, logrando éxitos inmediatos en la lucha contra el ISIS y demostrando que
todas las acciones anteriores, propagandizadas por la OTAN y Estados Unidos, habían
sido una farsa gigantesca.
Golpeado en sus bases principales, destruidos muchos de sus
almacenes de armamento y sintiéndose traicionados por quienes los arroparon
desde Arabia Saudí, Turquía y los países occidentales, muchos de los
mercenarios optaron por retornar a sus sitios de origen, entre ellos los
europeos. Tanto es así, que ese “retorno” fue anticipado por algunos analistas
franceses, quienes aseguraban que “ahora el peligro puede estallar a nuestros
propios pies”. De eso se trata precisamente esta repudiable venganza
yihadista, que más allá del falso llanto de quienes los gobiernan, debería ser
un llamado urgente para que la sociedad francesa, como otras del continente
europeo, se decidan a interpelarlos y exigirles que abandonen sus ideas
expansionistas, injerencistas y autoritarias. Que cesen los comportamientos
xenófobos, como los que a pocas horas de ocurrir estos atentados, ya han
generado el incendio de un campo de inmigrantes refugiados en Calais. Que miren
a quienes huyen de las guerras provocadas por la OTAN, como hermanos y
no como enemigos. Que se vuelquen a comportamientos humanitarios y no
busquen excusas donde sólo hay hombres y mujeres que quieren ser tratados como
tales y no como ciudadanos de segunda clase.
Quizás, estas circunstancias marcadas por el dolor, puedan
servir de punto de inflexión para buscar un punto de inicio diferente. Si esto
no ocurriera, como parece probable visto lo visto, nadie, absolutamente nadie
tendrá derecho a preguntarse “¿por qué a nosotros?” cuando el horror
se repita…
nota:
* Carlos Aznárez es
argentino, periodista, fundador y director del portal Resumen Latinoamericano.
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