No hay vuelta, hay que hablar y escribir claro, bien claro,
como el José Ramón Cantaliso de los versos del cubano Nicolás Guillén.
Buscando en los suburbios bonaerenses la oficina de una
multinacional de telefonía celular para que arreglaran un embrollo que nos
hicieron en nuestra calidad de usuarios
nos encontramos en un shopping
con Rubén, un compañero y amigo peronista con el que no pocas veces compartimos
conversaciones políticas y acuerdos en los últimos treinta años, yo, en tanto
marxista y comunista. Rubén apoya al gobierno de Cristina Fernández de
Kirchner, y me dijo de la preocupación que viven por el jaqueo que le hace la
derecha política. Por mi parte agregué: y la propia clase media beneficiada por
las políticas de fomento del consumo que lleva adelante la Presidenta. “Sí, es
cierto”, coincidió.
Nos despedimos, y tuvimos nosotros que recorrer unos veinte
kilómetros más para llegar a una de las dos únicas oficinas que “la marca
española” tiene en todo el norte y noroeste del extenso territorio provincial
llamado “conurbano”. De retorno un fulano con auto evidentemente más grande,
más nuevo y más caro que el nuestro pretendió empujarnos yendo la compacta fila
de vehículos a unos sesenta kilómetros por hora para, desde la derecha, ponerse
por delante de nosotros. Obviamente no lo dejamos. Tipo con plata, quizá gerente
cuarentón de algún concesionario de chanchullos, bien “clase media” por la
pinta y por su “carro”, probablemente habitante de uno de los tantos countries del carilindo Municipio del
Pilar, se deshizo de sus disfraces de “señor” y nos gritó “boludo”, nos hizo la
consabida y grosera seña del imperio a través del parabrisas y, para rematar la
exhibición, cuando ingresamos a una dársena de giro y aminoramos la marcha nos
gritó “¡viejo verga!”. Culta, delicada, respetuosa y solidaria la clase media.
Lo digo con absoluta honestidad intelectual: prefiero
entablar discusiones con un miembro de la burguesía, de par a par, yo par de
los de abajo y el par de los de arriba; hay reglas que ambos vamos a respetar
y, al final, será a cara o cruz, en lo que fuere. Con la clase media no se
puede, es pura basura: sirviente, mercenaria y asesina. ¿Qué pasaba si en el atropello
y la tensión que nos generaba a nosotros, nacidos ya hace más de setenta años,
nos íbamos de contramano y chocábamos con otro auto?: más muertos y heridos se
hubieran sumado a las estadísticas… Claro que el estúpido no sabía dos cosas:
que a este viejito se lo lee allende varias fronteras y maneja vehículos de
distinto porte desde hace bastante más de medio siglo. Minga nos iba a empujar,
apocar o confundir. (Pensé, ya alejados del imbécil, parafraseando las palabras
puestas por el dramaturgo rioplatense Florencio Sánchez en uno de sus
personajes de En familia para comentar
la muerte de un fullero: ¡qué suerte para la pobre familia sería que el
cuarentón se matara!)
A otra cosa que es
más o menos la misma
Esta mañana me desayuné con los dichos de Itzhak Aviran,
aquel embajador de Israel en Buenos Aires cuando en 1994 se mató a ochenta y
tantos argentinos con el intencional derrumbe de la mutual judía AMIA. Entonces
yo trabajaba en una audición periodística de una radioemisora muy popular del
ya referido noroeste del conurbano, y cuando comenzamos a recibir y
retransmitir las primeras noticias respecto del criminal atentado una duda se
afincó en mi raciocinio: cuál de las “agencias”, o cuáles, habría o habrían
sido organizadoras o hasta quizá también ejecutoras del suceso; porque era bien
claro que tirar del hilo llevaría hacia sus reales beneficiarios.
Y ustedes también se habrán desayunado con que muy suelto de
cuerpo este Aviran dice ahora que “La
gran mayoría de los culpables [de la explosión y derrumbe de la AMIA] ya está en el otro
mundo. Y eso lo hicimos nosotros”.
¿Por qué y para qué?
Ahora, en 2014, estamos lejos del romanticismo pequeño
burgués progresista y justiciero de posguerra que en mayo de 1960 justificó y
hasta aplaudió el secuestro en Argentina del criminal nazi Adolf Eichmann y su
traslado secreto e ilegal para ser juzgado y ejecutado en Israel un año
después. Tiene razón el compañero Rubén, a los pueblos nos siguen jaqueando. Hay
que mandar parar: ¡no empujen!, ¡atrás!
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