Niña palestina que huía del bombardeo israelí. Imagen tomada por un reportero al que ella quiso sonreír... |
Samir Amín(86), el economista y filósofo marxista egipcio-francés
fallecido el sábado 12 en París, fue uno de los más destacados intelectuales
marxistas contemporáneos que introdujeron en la ciencia política la
caracterización de “capitalismo senil” para la presente y larga etapa final de
este modo de producción de mercancías, súper explotación del trabajo humano y
tan extrema como especulativa financierización. Viendo la foto que ilustra esta nota, hubiera como nosotros sufrido una gran conmoción.
Jorge Beinstein, argentino, es también, en Nuestramérica, un estudioso precursor del mismo
análisis.
El pasado 7 de junio de 2018 –cuando Amin, dado un
avanzado cáncer que le impedía concretar una visita a Buenos Aires desde
hacía tiempo prevista–, el diario Página|12
publicó una breve entrevista hecha por el periodista Lucas Dalton.1
De ella tomamos un párrafo de sustancial actualidad y enfoque:
Argentina
–preguntó Dalton– se encuentra en estos momentos negociando un nuevo acuerdo
con el Fondo Monetario Internacional. ¿Qué rol le asigna al endeudamiento
externo en este modelo de dependencia centro-periferia?
La búsqueda de una solución
capitalista a una crisis capitalista es ilusoria –respondió Amin–. Por otra
parte, no soy de los que denigran a este paréntesis histórico. En términos de
endeudamiento, el balance es muy costoso, sobre todo para los que se endeudan,
sean individuos, pueblos o Estados, pero es muy rentable sólo para el
capitalismo financiero. Los desequilibrios internacionales crean una nueva base
para hacer negocios rápidos. Los desequilibrios internacionales van a crear una
nueva fase caracterizada por el desorden nacional, internacional y por la
violencia. Nosotros hemos entrado en esta fase, la fase de un caos cada vez
mayor. Las regiones y las clases sociales más vulnerables son las más golpeada.
Jorge Beinstein –hace casi una década–, escribió para El viejo topo, Barcelona, en febrero de
2009, una síntesis acabada de las manifestaciones de la irreversible senilidad
del capitalismo que, en homenaje ahora a Amin, reproducimos tomadas de la
página web personal del autor2:
Un primer indicador de senilidad
es la decadencia de los Estados Unidos resultado de un largo proceso de
degradación. La “globalización” desarrollada desde los años 1970 implicó un
triple proceso; el aburguesamiento casi completo del planeta (la cultura del
capitalismo devino verdaderamente universal al derrotar a la URSS e integrar a
China), la financierización integral
del capitalismo (hegemonía parasitaria) y la unipolaridad, instalación del
Imperio norteamericano como poder supremo mundial. Principal consumidor global
y área central de los negocios financieros internacionales a lo que se agrega
el hecho decisivo de la “norteamericanización” de la cultura de las clases
dominantes del mundo. Es por ello que la declinación (senilidad) de los Estados
Unidos, más allá de sus consecuencias económicas (o incluyendo sus
consecuencias económicas) constituye el motor de la decadencia universal del
capitalismo.
El Imperio ha sido a la vez
verdugo y víctima del resto del mundo, su consumismo parasitario ha tenido como
contrapartida los buenos negocios comerciales y financieros de las burguesías
de la Unión Europea, China, Japón, India, etc. La hinchazón parasitaria
estadounidense fue el amortiguador fundamental de la crisis de sobreproducción
crónica de las grandes potencias, pero la burbuja imperial ahora se está
desinflando y el capitalismo global ingresa en la depresión.
Un segundo indicador de
senilidad es la interacción entre dos fenómenos: la hipertrofia financiera
global y la desaceleración en el largo plazo de la economía mundial. A
comienzos del siglo XXI hemos llegado a la financierización integral del
capitalismo, las tramas especulativas han impuesto su “cultura” cortoplacista y
depredadora que ha pasado a ser el núcleo central de la modernidad.
Presenciamos un círculo vicioso; la crisis crónica de sobreproducción iniciada
hace cuatro décadas comprimió el crecimiento económico desviando excedentes
financieros hacia la especulación cuyo ascenso operó como un mega aspirador de
fondos restados a la inversión productiva. Hoy, la masa financiera mundial
estaría llegando a los mil millones de millones de dólares (solo las
operaciones con productos financieros derivados registrados por el Banco de
Basilea superan los 600 millones de millones de dólares).
La economía mundial crece cada
vez menos pero además se enfrenta con un techo energético que bloquea su
desarrollo lo que nos sugiere el tema de la crisis energética, es decir de la
incapacidad tecnológica del sistema para superar la trampa del agotamiento de
los recursos naturales no renovables. No olvidemos que el capitalismo
industrial pudo despegar desde fines del siglo XVIII porque consiguió
independizarse de los recursos energéticos renovables que lo sometían a sus
ritmos de reproducción e imponer su lógica a los recursos no renovables: el carbón,
seguido más adelante por el petróleo. Esa proeza depredadora (que nos llevó al
desastre actual) fue el pilar decisivo de la construcción de su sistema
tecnológico articulador de una compleja y evolutiva red de procedimientos
productivos, productos, materias primas, hábitos de consumo, etc., enlazando al
desarrollo científico y a las estructuras de poder.
La crisis energética está
asociada a la crisis alimentaria, a las que deberíamos agregar la crisis
ambiental para dejar al descubierto un tercer indicador de senilidad: el
bloqueo tecnológico. Es útil el concepto de límite estructural del sistema
tecnológico definido por Bertrand Gille como el punto en el que dicho sistema
es incapaz de aumentar la producción a un ritmo que permita satisfacer necesidades
humanas crecientes (8), no se trata de necesidades humanas en general,
ahistóricas, sino de demandas sociales históricamente determinadas. Es así
posible formular la hipótesis de que el sistema tecnológico del capitalismo
estaría llegando a su límite superior más allá del cual va dejando de ser el
pilar decisivo del desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse en la
punta de lanza de su destrucción. El capitalismo está ahora generando un enorme
desastre ecológico resultado de una rigidez civilizacional decisiva que impide
superar una dinámica tecnológica que conduce hacia la depredación catastrófica
del medio ambiente. Cada vez que eso ocurrió en el pasado precapitalista fue
porque la civilización que engendró los sistemas técnicos había llegado a su
etapa senil (la destrucción del medio ambiente es en realidad autodestrucción
del sistema social existente).
Un cuarto indicador de senilidad
es la degradación estatal-militar puesta en evidencia por el fracaso de la
aventura de los halcones norteamericanos, pero que expresa una realidad global.
El Estado intervencionista permitió controlar las crisis capitalistas ocurridas
desde comienzos del siglo XX, su ascenso estuvo siempre asociado al del
militarismo, a veces de manera visible y otras, luego de la Segunda Guerra Mundial,
bajo disfraz democrático (si observamos la evolución de los Estados Unidos
desde los años 1930 comprobaremos que el “keynesianismo
militar” ha constituido hasta hoy la espina dorsal de su sistema).
Pero, finalmente, el desarrollo
de las fuerzas productivas universales hasta llegar a su degeneración
parasitaria-financiera actual terminó por desbordar a sus reguladores estatales
sumergiéndolos en la mayor de sus crisis. El neoliberalismo aparentó ser la expresión
de una globalización superadora de los estrechos capitalismos nacionales; en
realidad se trataba del vigoroso monstruo financiero devorando a su padre
estatal-productivo-keynesiano. Ahora, acorralados por la crisis, los dirigentes
de las grandes potencias retornan al intervencionismo estatal que resulta
impotente ante la marea financiera. Esta decadencia estatal incluye la del
militarismo moderno evidenciado por el empantanamiento militar del Imperio en
Irak y del conjunto de Occidente en Afganistán. Se trata de un doble fenómeno,
por una parte, la ineficacia técnica de esos súper aparatos militares para
ganar las guerras coloniales y, por otra, su gigantismo parasitario operando
como acelerador de la crisis, el caso norteamericano es ejemplar (y sobre
determinante): la hipertrofia bélica aparece como un factor decisivo de los
déficits fiscales y la corrupción generalizada del Estado.
Un quinto indicador de senilidad
es la crisis urbana desatada en la era neoliberal y que se agravará
exponencialmente al ritmo de la crisis actual. Desde comienzos de los años
1980, cuando la desocupación y el empleo precario en los países centrales se
hicieron crónicos y cuando la exclusión y la pobreza urbanas se expandieron en
la periferia, el crecimiento de las grandes ciudades fue cada vez más el
equivalente de involución de las condiciones de vida de las mayorías. La
descomposición de las ciudades es claramente visible en la periferia, pero no
es su exclusividad, se trata de un fenómeno global, aunque es en el mundo
subdesarrollado donde se suceden los primeros colapsos, expresiones más agudas
de una ola multiforme, irresistible.
Notas:
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