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martes, 14 de agosto de 2018

Samir Amín, murió el sábado pasado a los 86 años de edad

Niña palestina que huía del bombardeo israelí. Imagen tomada por un reportero al que ella quiso sonreír... 
 



Samir Amín(86), el economista y filósofo marxista egipcio-francés fallecido el sábado 12 en París, fue uno de los más destacados intelectuales marxistas contemporáneos que introdujeron en la ciencia política la caracterización de “capitalismo senil” para la presente y larga etapa final de este modo de producción de mercancías, súper explotación del trabajo humano y tan extrema como especulativa financierización. Viendo la foto que ilustra esta nota, hubiera como nosotros sufrido una gran conmoción. 

Jorge Beinstein, argentino, es también, en Nuestramérica, un estudioso precursor del mismo análisis.

El pasado 7 de junio de 2018 –cuando Amin, dado un avanzado cáncer que le impedía concretar una visita a Buenos Aires desde hacía tiempo prevista–, el diario Página|12 publicó una breve entrevista hecha por el periodista Lucas Dalton.1 De ella tomamos un párrafo de sustancial actualidad y enfoque:

Argentina –preguntó Dalton– se encuentra en estos momentos negociando un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. ¿Qué rol le asigna al endeudamiento externo en este modelo de dependencia centro-periferia?

La búsqueda de una solución capitalista a una crisis capitalista es ilusoria –respondió Amin–. Por otra parte, no soy de los que denigran a este paréntesis histórico. En términos de endeudamiento, el balance es muy costoso, sobre todo para los que se endeudan, sean individuos, pueblos o Estados, pero es muy rentable sólo para el capitalismo financiero. Los desequilibrios internacionales crean una nueva base para hacer negocios rápidos. Los desequilibrios internacionales van a crear una nueva fase caracterizada por el desorden nacional, internacional y por la violencia. Nosotros hemos entrado en esta fase, la fase de un caos cada vez mayor. Las regiones y las clases sociales más vulnerables son las más golpeada.

Jorge Beinstein –hace casi una década–, escribió para El viejo topo, Barcelona, en febrero de 2009, una síntesis acabada de las manifestaciones de la irreversible senilidad del capitalismo que, en homenaje ahora a Amin, reproducimos tomadas de la página web personal del autor2:

Un primer indicador de senilidad es la decadencia de los Estados Unidos resultado de un largo proceso de degradación. La “globalización” desarrollada desde los años 1970 implicó un triple proceso; el aburguesamiento casi completo del planeta (la cultura del capitalismo devino verdaderamente universal al derrotar a la URSS e integrar a China), la financierización integral del capitalismo (hegemonía parasitaria) y la unipolaridad, instalación del Imperio norteamericano como poder supremo mundial. Principal consumidor global y área central de los negocios financieros internacionales a lo que se agrega el hecho decisivo de la “norteamericanización” de la cultura de las clases dominantes del mundo. Es por ello que la declinación (senilidad) de los Estados Unidos, más allá de sus consecuencias económicas (o incluyendo sus consecuencias económicas) constituye el motor de la decadencia universal del capitalismo.

El Imperio ha sido a la vez verdugo y víctima del resto del mundo, su consumismo parasitario ha tenido como contrapartida los buenos negocios comerciales y financieros de las burguesías de la Unión Europea, China, Japón, India, etc. La hinchazón parasitaria estadounidense fue el amortiguador fundamental de la crisis de sobreproducción crónica de las grandes potencias, pero la burbuja imperial ahora se está desinflando y el capitalismo global ingresa en la depresión.

Un segundo indicador de senilidad es la interacción entre dos fenómenos: la hipertrofia financiera global y la desaceleración en el largo plazo de la economía mundial. A comienzos del siglo XXI hemos llegado a la financierización integral del capitalismo, las tramas especulativas han impuesto su “cultura” cortoplacista y depredadora que ha pasado a ser el núcleo central de la modernidad. Presenciamos un círculo vicioso; la crisis crónica de sobreproducción iniciada hace cuatro décadas comprimió el crecimiento económico desviando excedentes financieros hacia la especulación cuyo ascenso operó como un mega aspirador de fondos restados a la inversión productiva. Hoy, la masa financiera mundial estaría llegando a los mil millones de millones de dólares (solo las operaciones con productos financieros derivados registrados por el Banco de Basilea superan los 600 millones de millones de dólares).

La economía mundial crece cada vez menos pero además se enfrenta con un techo energético que bloquea su desarrollo lo que nos sugiere el tema de la crisis energética, es decir de la incapacidad tecnológica del sistema para superar la trampa del agotamiento de los recursos naturales no renovables. No olvidemos que el capitalismo industrial pudo despegar desde fines del siglo XVIII porque consiguió independizarse de los recursos energéticos renovables que lo sometían a sus ritmos de reproducción e imponer su lógica a los recursos no renovables: el carbón, seguido más adelante por el petróleo. Esa proeza depredadora (que nos llevó al desastre actual) fue el pilar decisivo de la construcción de su sistema tecnológico articulador de una compleja y evolutiva red de procedimientos productivos, productos, materias primas, hábitos de consumo, etc., enlazando al desarrollo científico y a las estructuras de poder.

La crisis energética está asociada a la crisis alimentaria, a las que deberíamos agregar la crisis ambiental para dejar al descubierto un tercer indicador de senilidad: el bloqueo tecnológico. Es útil el concepto de límite estructural del sistema tecnológico definido por Bertrand Gille como el punto en el que dicho sistema es incapaz de aumentar la producción a un ritmo que permita satisfacer necesidades humanas crecientes (8), no se trata de necesidades humanas en general, ahistóricas, sino de demandas sociales históricamente determinadas. Es así posible formular la hipótesis de que el sistema tecnológico del capitalismo estaría llegando a su límite superior más allá del cual va dejando de ser el pilar decisivo del desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse en la punta de lanza de su destrucción. El capitalismo está ahora generando un enorme desastre ecológico resultado de una rigidez civilizacional decisiva que impide superar una dinámica tecnológica que conduce hacia la depredación catastrófica del medio ambiente. Cada vez que eso ocurrió en el pasado precapitalista fue porque la civilización que engendró los sistemas técnicos había llegado a su etapa senil (la destrucción del medio ambiente es en realidad autodestrucción del sistema social existente).

Un cuarto indicador de senilidad es la degradación estatal-militar puesta en evidencia por el fracaso de la aventura de los halcones norteamericanos, pero que expresa una realidad global. El Estado intervencionista permitió controlar las crisis capitalistas ocurridas desde comienzos del siglo XX, su ascenso estuvo siempre asociado al del militarismo, a veces de manera visible y otras, luego de la Segunda Guerra Mundial, bajo disfraz democrático (si observamos la evolución de los Estados Unidos desde los años 1930 comprobaremos que el “keynesianismo militar” ha constituido hasta hoy la espina dorsal de su sistema).

Pero, finalmente, el desarrollo de las fuerzas productivas universales hasta llegar a su degeneración parasitaria-financiera actual terminó por desbordar a sus reguladores estatales sumergiéndolos en la mayor de sus crisis. El neoliberalismo aparentó ser la expresión de una globalización superadora de los estrechos capitalismos nacionales; en realidad se trataba del vigoroso monstruo financiero devorando a su padre estatal-productivo-keynesiano. Ahora, acorralados por la crisis, los dirigentes de las grandes potencias retornan al intervencionismo estatal que resulta impotente ante la marea financiera. Esta decadencia estatal incluye la del militarismo moderno evidenciado por el empantanamiento militar del Imperio en Irak y del conjunto de Occidente en Afganistán. Se trata de un doble fenómeno, por una parte, la ineficacia técnica de esos súper aparatos militares para ganar las guerras coloniales y, por otra, su gigantismo parasitario operando como acelerador de la crisis, el caso norteamericano es ejemplar (y sobre determinante): la hipertrofia bélica aparece como un factor decisivo de los déficits fiscales y la corrupción generalizada del Estado.

Un quinto indicador de senilidad es la crisis urbana desatada en la era neoliberal y que se agravará exponencialmente al ritmo de la crisis actual. Desde comienzos de los años 1980, cuando la desocupación y el empleo precario en los países centrales se hicieron crónicos y cuando la exclusión y la pobreza urbanas se expandieron en la periferia, el crecimiento de las grandes ciudades fue cada vez más el equivalente de involución de las condiciones de vida de las mayorías. La descomposición de las ciudades es claramente visible en la periferia, pero no es su exclusividad, se trata de un fenómeno global, aunque es en el mundo subdesarrollado donde se suceden los primeros colapsos, expresiones más agudas de una ola multiforme, irresistible.




Notas:

1 comentario:

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