Artículo
distribuido por la Agencia Latinoamericana de Información
con sede en Quito,
Ecuador:
ALAI AMLATINA,
22.8.2018
Publicamos muy
especialmente en “Ansina es…” este trabajo del brasileño Juan Agulló porque
aborda una cuestión central para el análisis contemporáneo de la trama política
colonial subsistente en Nuestra América que traba una construcción popular
liberadora. Antes de que se avance en la lectura del artículo queremos destacar,
dado que Agulló escribió en portugués y fue traducido, que en castellano el sustantivo
disección, que en su primera acepción es la acción o efecto de “disecar”, tiene
como segunda acepción: «examen, análisis
pormenorizado de algo», que es a lo que se alude en el texto.
Se lo destaca porque
“disecar” también refiere a la acción de «Dividir en partes un vegetal o
el cadáver de un animal para el examen de su estructura normal o de las
alteraciones orgánicas. Preparar los
animales muertos para que conserven la apariencia de cuando estaban vivos.
Cortar o seccionar», lo que significaría de antemano considerar
perdida toda batalla popular de nosotros los paisanos… G. E.
«Ser discutido es ser percibido», Victor Hugo
América Latina no es lo que era. Desde
la Caída del Muro de Berlín (1989) el orden mundial ha sufrido múltiples
alteraciones. Han cambiado los términos en los que nuestra región se
inserta en el mercado global y la forma en la que sus actores se relacionan
entre sí. Pese a ello, el instrumental con el que se analiza nuestra
realidad sigue siendo prácticamente el mismo. En un marco como el
descrito suele apelarse a la “crítica” pero, más como sinónimo de una práctica
antagónica al neoliberalismo que como vector de un método, riguroso y creativo,
de deconstrucción de sus representaciones del mundo. Lo que este artículo
sugiere es que, en América Latina, parece haber llegado el momento de
problematizar, a partir del análisis de coyunturas, el auténtico objeto de
estudio de la Geopolítica: la proyección del poder, en sus diversas formas, en
nuestro espacio. Revista América Latina en Movimiento No. 534, julio
2018
Geopolítica crítica:
repensando la forma de diseccionar Nuestra América
La Geopolítica tiene, a pesar de contar con unos ciento dieciocho años
de existencia, tiene un pequeño inconveniente: cuesta delimitar su objeto y
perfilar sus enfoques ya que en su matriz conviven tradiciones disciplinares
muy diversas que van desde la Geografía hasta la Ciencia Política, pasando por
la Sociología o la Economía. Históricamente, su pluralidad
interpretativa, ha tendido a flexibilizar sus procedimientos, aunque, también,
a restarle consistencia académica. Ello hasta el punto que, durante
décadas, fundamentalmente en el mundo anglosajón, la Geopolítica llegó a tener
mala prensa: no sólo tendió a asociársela al colonialismo, al fascismo y al nazismo,
sino que se le consideró, sobre todo, una práctica académica poco consistente
y, por tanto, propicia para la proyección de discursos ideologizados.
La primera geopolítica producida en América Latina, de origen
fundamentalmente militar, solía responder a patrones de ese tipo. De
hecho, lo que autores clásicos como Segundo Storni, Mário Travassos o Golbery
de Couto e Silva acostumbraron a hacer fue copiar modelos analíticos importados
(Alfred Mahan, Friedich Ratzel o Halford Mackinder oficiaron de referentes)
tratando de aplicarlos, más que al contexto latinoamericano, al país de
proveniencia de cada autor. En paralelo, sus planteamientos se
caracterizaron por enfoques formalistas, muy deterministas (sobre todo en lo
que atañe a la relación entre el ser humano y su entorno natural) y tan
pragmáticos que sus publicaciones, más que trabajos académicos stricto sensu,
pueden ser considerados ensayos de Política Exterior.
El caso de Brasil, probablemente el país latinoamericano con una
tradición más enraizada de pensamiento geopolítico, es elocuente: la
Geopolítica vivió allí una época dorada que coincidió con los primeros años de
la dictadura militar (1964-1985). En un contexto como el descrito, la Escuela
Superior de Guerra (ESG) de Río de Janeiro fungió, no solo de centro de
producción intelectual, sino de vivero de un grupo de intelectuales castrenses
que, con relativa facilidad, consiguieron influir en algunas de las decisiones
estratégicas más importantes tomadas en aquellos tiempos por los gobiernos
militares. En la práctica se trató, por ende, mucho más de un efectivo e influyente lobby que del embrión real
de una escuela de pensamiento académico identificable, riguroso, pero, sobre todo,
abierto al debate y preocupado por su continuidad.
Si nos ponemos a pensarlo fríamente, de la experiencia geopolítica
brasileña, cabe destacar fundamentalmente dos cosas: 1) que siempre estuvo
lejos de lograr, al igual que en los países de su entorno, una
institucionalización académica real (que a la larga consiguieron, más bien, las
Relaciones Internacionales) y 2) que su nivel de desconexión en relación a
otras escuelas/debates de pensamiento geopolítico (latinoamericanas o no)
también resultó digna de mención: de hecho, mientras que la Geopolítica tenía
buena reputación en América Latina; en EEUU y en la URSS se practicaba con
discreción debido a su mala fama (en EEUU hubo que esperar hasta que
prominentes figuras del pensamiento conservador, como Henry Kissinger o Samuel
Huntington, se atrevieran a reivindicarla y en Rusia, a la Caída del Muro de
Berlín).
La disociación, por consiguiente, siempre fue grande y aunque a América
Latina siguió llegando la producción de algunos autores más “modernos” (como
Nicholas Spykman, George Kennan o Saul Cohen) ya para la década de los 1980,
coincidiendo con el fin de las dictaduras en Sudamérica y el de la Guerra Fría
a escala global, el agotamiento epistemológico era evidente: discontinuidades y
déficits de institucionalización; ausencia de debates que trascendieran la
coyuntura; primacía constante de concepciones pragmáticas; enfoques
excesivamente formalistas; problemas metodológicos de diverso tipo; etc.
En otros términos y ateniéndonos al denominador común: problemas de rigor que,
en la práctica, terminaron conduciendo a la Geopolítica latinoamericana a un
callejón epistemológico, prácticamente sin salida.
Bertha Becker, una reputada intelectual brasileña, se refirió a dicha
situación en un perspicaz ensayo que llevó por título “A Geografía e o resgate
da Geopolítica” (1988). En este último, Becker, realizó una ácida crítica
de la Geopolítica que, en la práctica, se convirtió en el equivalente
latinoamericano de algo que, desde la década de los 1970, se había venido
fraguando en Europa y EEUU (el rompedor librito de Yves Lacoste, “La
Géographie, ça sert d’abord à faire la guerre” data de 1976). Lo que en
la práctica Becker sostuvo es que lo peor del impasse por el que atravesaba la Geopolítica brasileña a finales de
los 1980 es que la obsesión por la coyuntura, el pragmatismo y los intereses
del Estado habían impedido realmente problematizar una sencilla cuestión de
fondo: la dimensión política del espacio.
Una perspectiva como la descrita, menos condescendiente de lo habitual
con los ampulosos discursos clásicos, conectó muy bien con el proceso de
renovación del pensamiento académico occidental que había tenido lugar durante
las décadas de los 1960 y 1970. En lo que a la Geopolítica se refiere, en
aquella época y a partir de diversas corrientes de inspiración marxista y
post-estructuralista, se habían venido cuestionando, progresivamente, casi
todos los rasgos analíticos que habían caracterizado al pensamiento estratégico
instrumentalizado por el fascismo y el nazismo europeos, primero, y por el
militarismo latinoamericano, posteriormente. Como consecuencia de ello,
herramientas como el cualitativismo y enfoques eurocéntricos, Estado-céntricos,
deterministas o naturalistas comenzaron a quedar poco a poco superados.
La geopolítica como “campo de problematización”
De ese modo se fue tomando conciencia de la necesidad de una renovación
e incluso de una delimitación de la Geopolítica que viabilizara a esta última y al mismo tiempo le permitiera
crecer como propuesta analítica, digna de consideración académica. La Critical
Geopolitics, una corriente anglosajona de pensamiento
(poco conocida en América Latina) asumió el reto. Desde finales de la
década de los 1990, la preocupación de autores como John Agnew, Simon Dalby o
Gerard Toal consistió en acotar aquello que acabó siendo identificado, más como
un “campo de problematización”, que como una disciplina stricto sensu.
Posteriormente y una vez debatida la naturaleza de la Geopolítica, los
esfuerzos se centraron en tratar de dotar de un contenido metodológico
específico, reconocible y riguroso al controvertido adjetivo “crítico”.
Se trató, a tal efecto, de trascender las cogitaciones clásicas sin caer
en maniqueísmos simplones. Se comenzaron a buscar, para ello,
explicaciones más consistentes, dialectizadas e incluso no formales para
fenómenos complejos (prefiriendo, por ejemplo, la idea de poder a la de Estado
y la de región a la de nación). En dicho contexto, el principio de deconstrucción
(sugerido por el filósofo francés Jacques Derrida) jugó un papel clave como
desencadenante de unas problematizaciones que se pretendió que trascendieran,
siempre que se pudiera, el mero análisis coyuntural. La intención era
simple: promover reflexiones de fondo que abordaran temáticas que se
consideraban pendientes (como caracterizaciones de la acción espacial, estudios
sobre su genealogía o los ya citados análisis sobre su relación
con lo político).
Actualmente, dos décadas después de que aquellos planteamientos se
abrieran paso en el ámbito anglosajón, la Geopolítica latinoamericana está
todavía lejos de aplicar estrategias de análisis como las descritas a nuestra
realidad. El momento, sin embargo, es excelente. Muchas cosas han
cambiado en Nuestra América en lo que va del siglo: los actores externos; las
relaciones de fuerza; los patrones de desarrollo; los flujos trasnacionales;
etc. Hay, pues, materia prima por desentrañar: se puede y se debe ir más
allá de la simple denuncia/descripción ‘crítica’. Aquí también es posible
(y necesario), como reclamaba Bertha Becker hace treinta años, detectar
constantes espaciales; trazar sus genealogías pero, sobre todo, entender en qué
medida éstas condicionan y son condicionadas por el poder.
Atreverse con ese tipo de reflexiones puede implicar trazar cartografías
innovadoras: los términos en los que, por ejemplo, se territorializa
actualmente en Nuestra América
es posible que estén conectados con la explotación de nuevas materias primas y
esta última quizás explique el cambiante carácter de los flujos; la
articulación de nuevos corredores comerciales y desde luego, la redefinición
estratégica de las fronteras. Merece la pena, por ello, atreverse con un
tipo de disección, de análisis, para el que, además, no parece necesario
importar acervos teóricos: América Latina, históricamente, no sólo ha sido
problematizada desde una Geopolítica ‘oficial’ a la que le falta fondo y que,
sobre todo en sus orígenes, estuvo plagada de inconsistencias. Hay
tradición teórica de sobra para tejer otra Geopolítica: nuestra propia
Geopolítica Crítica.
Notas:
*
Juan Agulló, el autor, es Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de Paris (EHESS),
Francia, 2003. Profesor
titular de la Universidade Federal da
Integração Latino-Americana (UNILA), Foz do Iguaçu – Paraná, Brasil.
Correo electrónico: juan.agullo@unila.edu.br
Artículo publicado en la revista América Latina en Movimiento
No. 534, julio 2018: Integración en tiempos de incertidumbre
. Para su publicación en “Ansina es…” se produjeron mínimas intervenciones en
el texto, especialmente su sintaxis, que no han modificado el contenido. G.E.
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“Geopolítica crítica:
repensando la forma de diseccionar Nuestra América”, por Juan Agulló*
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