Sin internet banda ancha por línea telefónica durante varias
horas ayer porque la “empresa” fundada como cooperativa hace más de cincuenta
años por vecinos pioneros de una localidad del entonces municipio de General
Sarmiento, el que dio nombre fundacional a la Universidad homónima situada en
Los Polvorines, ahora es administrada por un grupo que sostiene “Defender lo
nuestro”. Es decir, lo de ellos, el changüí de ellos mismos. Sin internet ni
teléfono, obviamente.
Mientras son otros también los que defienden lo suyo, su
entente de latrocinio y estafa a la democracia y la conciencia popular
suramericana, entente de negocios financieros y trampas en Argentina, Brasil y
Paraguay principalmente, con influencia en un sector “no-ni-ni” del FA y
gobierno uruguayo “en disputa” (sector que no respeta la historia popular
oriental ni sus símbolos, ni es digno de su mismo nombre), Venezuela fue
virtualmente expulsada del Mercosur mientras ejercía la Presidencia Pro Témpore
de esta alianza que había sido desarrollada no solamente como económica y
comercial sino también como comunidad política, parlamentaria, sindical y
social. De la acción PRO-imperial que ya se conoce fueron motores los gobiernos
fraudulentos e ilegítimos de Temer en Brasil y de Macri en Argentina, con el
apoyo del aparato oligárquico paraguayo que derrocó al presidente Lugo.
Para ayer, cuando no tuvimos internet, miércoles 14 de
diciembre, asumido el Virreinato Rioplatense Porteño Occidental como “presidente
pro témpore” tras la “suspensión” de Venezuela, se procedía a una reunión
formal de cancilleres en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina
cuando se le impidió el ingreso a la canciller venezolana Delcy Rodríguez, que
expresamente había viajado desde su país. Se lo impidió mediante forcejeos y
golpes una organización policial convertida en mercenaria y cómplice de la
brutalidad gubernamental. “Nosotros somos el brazo armado del poder político”,
me dijo un comisario mayor en la época en que ejercía el tío ideológico del
actual virrey, Carlos Saúl Menem.
La canciller Delcy Rodríguez, representante en el plano
internacional de un Estado soberano, estaba en ese momento acompañada por el
embajador de su país en Argentina, por el canciller del Estado Plurinacional de
Bolivia y por políticos argentinos dignos de esa condición. Fue insuficiente.
Hubo desborde policial y no fue algún miembro del virreinato local el que paró
el desatino cuando ya fue necesario que un médico asistiera a la canciller
venezolana, sino que lo hizo con decisión y valor el representante de la
hermana Bolivia, debiendo a los gritos imponer algo de orden.
Es una vergüenza internacional más, un bochorno más, un
atropello más que veinte millones de argentinos no toleramos aunque otros veinte
millones no entiendan y miren hacia cualquier otro lado menos hacia el de su
propia conciencia tan desvalida, tan inútil, tan insolidaria, tan enferma.
Escribí estas líneas para cuando retornada la señal de banda
ancha pudiera ponerlas en la red de redes. Pertenecemos a esos veinte millones
que no nos avergonzamos, que nos sentimos tanto profundamente solidarios con
nuestros hermanos latinoamericanos represaliados por el aparato policial
virreinal, como también satisfechos: véanlo los pueblos del mundo y también
quienes los han promovido, este es el gobierno de un empresario tramposo, de
gerentes mediocres, de una “ministra” Malcorra que es evidente que sólo corre,
y mal, a favor de su otra ciudadanía, la estadounidense. Que según sus
procederes a todos ellos los pueblos del mundo los conozcan bien, y que a los
suramericanos tibios les caiga el enfado de nuestras miradas.
Y quede claro –bien liso para que se entienda bien, como
cantaba José Ramón Cantaliso en el verso del gran poeta Nicolás Guillen–, que
no queremos ni promovemos derramamientos de sangre ni destrozos materiales.
Solamente reclamamos que quienes usurpan la administración nacional se retiren,
que se vayan ya y todos juntos a las
Bahamas… a sus of shore, a pagar las
deudas que han contraído. Y si entre ellos se destrozan… que se jodan, como
históricamente ellos nos han jodido a nosotros.
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