Álvaro García Linera, sobre el diálogo Europa -
América Latina, en el Teatro Nacional Cervantes, de Buenos Aires, en la
apertura del Foro por la
Emancipación y la
Igualdad, el 12 de marzo de 2015:
Muy buenas noches a todos. Un saludo cariñoso, respetuoso, a
todas las personas que se han hecho presentes en este hermoso teatro de cinco
pisos. A los compañeros de allá arriba, un gran abrazote. Quiero saludar a los
compañeros que están allá afuera: me dicen que afuera hay otros miles de
personas viendo a través de la pantalla. Quiero saludar a Diego (Tatián), a
Ignacio (Ramonet), a Iñigo (Errejón), a Ricardo (Forster), que nos acompañan en
la mesa. Y ante todo, compartir la emoción de este encuentro con personas como
las Madres, que representan la memoria y la dignidad de los años 1970 y los
años 1980. Y con esta juventud ardiente, que la vimos desfilar en Bolivia el 22
de enero cuando el presidente Evo ascendió nuevamente a la Presidencia. Allí
vimos a muchos argentinos jóvenes con sus banderas que nos venían a visitar.
Nos sentimos entonces en la
Argentina. Y aquí me siento en Bolivia. Muchas gracias por su
cariño, muchas gracias por su recibimiento.
¿Qué está pasando en América Latina, que de manera sincera
podemos hablar, comunicar, informar a Europa? ¿Y qué está pasando en Europa que
podemos recoger en América Latina? No se trata de imitar moldes, ningún pueblo
es parecido al otro, ninguna experiencia histórica es parecida a otra, no hay
una ruta, no hay una fórmula que todos debamos imitar. Lo que hay son
experiencias compartidas. Situaciones que enriquecen la experiencia del otro.
Experiencias del otro que mejoran la comprensión de nuestra propia experiencia.
Y quiero dialogar a partir de la experiencia latinoamericana con Europa, con
Iñigo (Errejón), con Podemos, con Syryza, un conjunto de temas que hemos
atravesado nosotros, y que de alguna manera deberían ser tomados en cuenta por
los compañeros. Quizás no los atraviesen, y si les toca atravesarlos que tomen
en cuenta lo que aquí se hizo bien o lo que aquí se hizo mal para que allí lo
puedan hacer mejor.
Primer tema que planteó Diego (Tatián) cuando inauguraba
este Foro: el tema de la plaza. La importancia de la plaza. Y mencionaba la Plaza Murillo, la Plaza aquí en Buenos Aires,
la plaza en Madrid, la plaza en Caracas. Las plazas. Las plazas como
escenarios de invención de un nuevo orden, de esperanzas, de ideas. De nuevos
tipos de organización. Ése es un tema fundamental para América Latina y para el
mundo. A todos nos ha tocado atravesar largas épocas de regímenes de democracia
representativa, formación de partidos, campañas electorales, elección de
gobernantes. Y después de un tiempo, sentimos molestia con los gobernantes,
indignación, escepticismo, desesperanza, malestar, angustia y resignación
personal.
Lo nuevo de América Latina, y creo que lo nuevo del
florecimiento de la democracia radica no en la negación de los procesos de
democracia representativa: el pueblo vota, la gente va a votar y forma parte de
su hábito. Quizás lo nuevo que está enseñando América Latina, que está mostrando
América Latina, es que la democracia no se puede reducir únicamente al voto.
Que el voto, la representación, es un elemento fundamental de la constitución
democrática de los Estados. Se garantizan derechos, se garantiza pluralidad.
Pero, paralela y complementariamente, hay otras formas de enriquecimiento de lo
democrático. Esas formas de enriquecimiento de lo democrático es la plaza, es
la calle, es la democracia callejera, es la democracia plebeya. Es la
democracia que ejercemos en las marchas, en las avenidas, en los sindicatos, en
las asambleas, y en las comunidades. No s e puede entender el proceso boliviano
sin ese correlato, sin esta dualidad institucional. Formación de una mayoría
electoral. Victoria por 54%, 64%, 62%. Mayoría electoral que legitima una
propuesta, una voluntad política. Pero esa democracia, o esa voluntad política,
no podrían sostenerse, no se hubiera sostenido frente a los embates de la
derecha, de las fuerzas conservadoras, de los poderes externos, de los
organismos internacionales. No se hubiera podido sostener si no hubiera venido
aquí acompañada, enriquecida, empujada y defendida con la democracia en las
calles./////
La democracia de la calle, la democracia de la plaza, la
democracia del sindicato, la democracia de la gente reunida para deliberar sus
asuntos, para protestar, para marchar, para posesionar, para defender, para
apoyar, es la única manera en que las democracias contemporáneas pueden salir
de lo que hemos denominado esta “vivencia fósil” de la experiencia democrática.
Hoy en muchos países del mundo tienen sistemas electorales, claro que sí.
Tienen sistemas democráticos, claro que sí. Pero son democracias fósiles. Sus
ciudadanos apáticos, recluidos en sus casas con la mantequilla y el pan
suficiente para el día, ¿en qué intervienen? ¿Qué deciden? ¿Deciden el destino
de su barrio? ¿Deciden el destino de su departamento? ¿Deciden el destino de su
país? ¿Deciden los despidos? ¿Deciden las inversiones? ¿Deciden el crecimiento
de la economía? ¿Deciden la asignación presupuestaria para la salud y la
educación? No lo hacen. Lo hace una minoría, una élite, una casta. La única
manera en que la democracia en el mundo puede rejuvenecer, revitalizarse,
abandonar su estado de institución fósil, repetitiva, aburrida y monopolizada por
élites o por castas, es la vigencia, el vigor y el complemento de la democracia
de las calles, de la democracia de las organizaciones, de la fuerza de los
movimientos sociales. ¿Quién va a defender la revolución en Venezuela? La
gente, el humilde, el trabajador, la vendedora, el comerciante. En la calle, en
el barrio, en la comunidad. ¿Quién defendió al presidente Evo cuando nos
cercaban, cuando había golpe de Estado, cuando había grupos de mercenarios
dispuestos a matarnos en cada lugar donde aterrizáramos? La gente. Esta
democracia plebeya. Esta democracia de la calle que garantiza un nuevo tipo de
gobernabilidad. La posibilidad de un rejuvenecimiento de esta Europa que se
presenta vieja, y que a través de Podemos y de Syriza marca la posibilidad de
un relanzamiento y de un rejuvenecimiento, no solamente puede ni debe radicar
en las victorias electorales, que son decisivas, sino que también debe radicar
en un diálogo permanente y en un fortalecimiento permanente con la otra
democracia, la democracia de las marchas, la democracia de las movilizaciones,
la democracia de los sindicatos. La democracia de los hombres y mujeres
afectados por las políticas de austeridad y que se sienten convocados a
construir un destino común saliendo a la calle, reuniéndose con los vecinos,
reuniéndose con los compañeros, creando otro tipo de sociabilidad, otro tipo de
comunidad en marcha.
Lo nuevo de América Latina es esta dualidad institucional
llamada “gobernabilidad”. Hay gobernabilidad en América Latina si
simultáneamente se combina fuerza electoral con fuerza en la calle. Hay
gobernabilidad en los estados americanos y hay un reforzamiento de la dinámica
democrática si simultáneamente la gente vota defendiendo derechos civiles y
derechos políticos, y si simultáneamente la gente delibera, la gente participa,
la gente asume compromisos, si la gente propone al Estado y al Gobierno en sus
ámbitos de organización local, territorial, de la calle, de la plaza, de la
asamblea.
Un segundo punto que quiero dialogar con nuestros compañeros
de Europa es el tema de la aparente contradicción entre Estado y autonomía.
¿Las izquierdas deben plantearse el tema del Estado, o las izquierdas deben
plantearse el tema de la construcción autónoma de espacios de libertad,
de soberanía, de creatividad, de emancipación? Un viejo debate. ¿Hay que tomar
el Estado? ¿No se corre el riesgo de que el Estado nos tome a nosotros, y que
de revolucionarios nos convirtamos en conservadores? Y si dejamos el Estado,
¿entonces nos dedicaremos a construir espacios de autonomía donde el Estado no
interviene? Creo que también éste es un debate que en la experiencia
latinoamericana, aquí en Argentina, en Brasil, en Ecuador, en Bolivia, en
Venezuela, ha dado un paso más allá. El Estado es también otra institución de
lo común que tiene una sociedad. ¿Acaso los derechos no son comunes? ¿Acaso la
ciudadanía no es una forma de construir un tipo de comunidad de derechos
culturales, de derechos cívicos, de derechos políticos? El Estado es una forma
de comunidad. Pero Marx nos decía, “es una comunidad ilusoria”. Y nunca el
revolucionario debe perder de vista eso. Es comunidad, tiene ámbitos de lo
común, pero también es ilusoria, porque el Estado también es monopolio. El
Estado es también, por definición, concentración de decisiones. Pero es también
comunidad, es derechos, son símbolos, son reglamentos, son conquistas, son
memorias, son instituciones construidas con el trabajo común de las anteriores
generaciones y de esta generación. El Estado es una forma de un yo colectivo.
Pero a la vez, si fetichizamos el Estado como el único escenario del yo
colectivo, corremos el riesgo de separarnos o de olvidar que es un yo colectivo
deforme a la vez. Porque si bien es un yo colectivo que unifica a todos, es un
yo colectivo que está concentrado en sus decisiones principales por grupos. Es
un monopolio. Y que la manera de vacunarnos contra ello, la manera de
vacunarnos contra esta monopolización, es también el cultivo de las esferas de
autonomía, de las estructuras autónomas de la sociedad, en comunidades, en
barrios, en fábricas, en grupos colectivos de producción, de asociación, de
comercialización. Es el uno y lo otro. Si solamente nos dedicamos al ámbito de
la autonomía, decimos no quiero nada con el Estado, porque todo lo
contamina, yo me aíslo con el grupo, con mi pequeña comunidad, yo puedo
vivir bien, ¿pero y el resto de las personas? He abdicado a los poderosos,
a los que sí saben administrar de manera monopólica, abusiva y autoritaria esos
bienes comunes para uso privado. Es una forma también de cobardía política. Es
abdicar a nuestra responsabilidad con la Historia.
Hay que luchar por el poder del Estado, pero sin ser
absorbidos por el poder del Estado. Y al mismo tiempo que peleamos por
conquistar el poder del Estado, que es simplemente una nueva correlación de
fuerzas de lo popular, de lo campesino, de lo indígena, de lo obrero, de la
clase media, con capacidad de empoderarse y tener más influencia, nunca olvidar
que simultáneamente se debe reforzar lo local, lo autónomo, lo diferente al
Estado. Entonces uno avanza con dos pies. Construyo sociedad y eso me permite
reflejar y redireccionar el Estado. Peleamos por el Estado como ampliación de
derechos, pero simultáneamente reforzamos lo social y lo autónomo para impedir
que eso común se enajene, y se vuelva contra la propia sociedad.
Es un falso debate “Autonomía o Estado”. Cuanto más lucho
por el Estado, más debo pelear por la autonomía de la sociedad. Y cuanto más
lucho por la autonomía de la sociedad, más debo pelear por la transformación
del propio poder del Estado. Lo uno por lo otro, lo uno para lo otro.
La voluntad. La esperanza. Las políticas de austeridad, de
despido y de maltrato, que las vivimos aquí en Argentina, que las vivimos en
Bolivia, y que ahora están comenzando a vivir en Europa: en España, en Grecia,
en Portugal, poco a poco en Italia, también en Francia, ¿son suficientes para
generar una masa crítica capaz de movilizarse frente a los poderosos? No. La
pobreza por sí sola no genera emancipación. La pobreza por sí sola también
puede generar desesperación. Puede generar aislamiento. Puede generar
frustración. Por lo general eso sucede. La pobreza y el malestar no siempre son
sinónimos de caldo de cultivo de los procesos revolucionarios. Los procesos
revolucionarios pueden surgir si sobre el malestar, sobre la pobreza, sobre el
decremento de tus condiciones de vida, la gente cree que es posible luchar y
que su lucha dé un resultado. Uno no lucha solamente porque es pobre: uno lucha
porque es pobre y porque cree que luchando puede dejar de ser pobre. Es decir,
la esperanza. No hay revolución que no se haya movilizado a partir de una
esperanza, de una posibilidad. La esperanza del cambio, la esperanza de que se
acabe todo ello, la esperanza de una nueva generación, la esperanza de que se
puede nacionalizar, la esperanza de que puede haber asamblea constituyente, la
esperanza de que estos tipos que estuvieron aquí enriqueciéndose a costa de
nosotros se van a ir. Una esperanza. La clave de un proceso revolucionario
también radica en convertir la indignación, el malestar, la pobreza, la
precariedad en una fuerza colectiva movida en torno a una esperanza, a un nuevo
sentido común, a una posibilidad. En el caso de Bolivia, tres fueron las
esperanzas movilizadoras, que surgieron de la calle: nacionalizar los
hidrocarburos, asamblea constituyente, gobierno indígena. Tres posibilidades
inicialmente marginales, inicialmente secundarias, apabulladas por un sentido
común de globalización, de privatización, de acuerdos partidarios que dominaban
el escenario de las universidades, de los sindicatos, de los medios de
comunicación, de la prensa. Pero esto que emergió de los intersticios de la
lucha y del poder estatal, poco a poco fue agarrando cuerpo. Poco a poco fue
irradiando. Poco a poco fue logrando una fuerza colectiva con capacidad de
movilización.
En el fondo, una lucha política es una lucha por el sentido
común, por las ideas fuerza, por las ideas y fuerza que pueden movilizar la
esperanza de la gente. Ideas fuerza, Iñigo (Errejón), nadie puede decir cuáles
son. Sabrán los españoles. Su problema, los españoles, no es un problema que
uno pueda conocer, porque no vivo España, no conocemos España. Ustedes son de
allí. Pero una idea fuerza, un principio de esperanza, es lo que hemos visto en
esa gran marcha. Era una marcha de esperanza. No había una consigna común:
había la esperanza de que todo esto acabe. Eso es la clave.
Ustedes son esperanza, son la nueva generación, se los ve en
sus rostros, jovencitos, su discurso, su fuerza. La juventud también es una
esperanza. La unidad es una esperanza. El fin de un ciclo es una esperanza.
Pero uno tiene que saber permanentemente poner en marcha los temas de la
esperanza. Si la esperanza no se cohesiona, puede darse una movilización grande
y la gente después regresar a lo suyo, resignarse, volver a su vida cotidiana.
La gente va a estar dispuesta a entregar energía. Salir a marchar es energía.
Es dejar al hijo en la casa, es dejar el trabajo, es dejar de dormir, es dejar
de comer. Y lo va a hacer una, y otra y otra vez, porque cree que eso vale, que
va a servir para algo. Y si cree que sirve para algo es porque tiene esperanza.
Y si tienen esperanza somos invencibles. La clave de la revolución radica en
que esta esperanza se extienda a una mayor cantidad de personas. Pero también
las revoluciones, los revolucionarios, la gente progresista, tenemos que tener
la capacidad de autoanalizarnos, de autoevaluarnos permanentemente. En América
Latina ya vamos casi quince años de este proceso extraordinario y nunca antes
superado en su irradiación territorial de gobiernos progresistas y
revolucionarios. Y es importante que nosotros, y lo que hagan otros países,
nunca pierdan la capacidad de mirarse a sí mismos, de ser autocríticos, y de
evaluar cosas nuevas que no habíamos visto al principio.
Yo mencionaría cuatro a cinco temas muy importantes que
emergen de la experiencia en Argentina, que emergen de la experiencia en
Bolivia, en Ecuador, en Brasil, en Venezuela. El primero: ¿hay que potenciar el
Estado o hay que potenciar la sociedad? Si concentramos todo en la voluntad de
crear fuerza electoral, capacidad organizativa y fortaleza institucional, uno
va a concentrar toda su fuerza en potenciar el Estado. Puede dar eficacia al
principio, pero pierde el aspecto vital de la democratización de lo público.
Porque puede haber un Estado bueno, un buen Estado de bienestar, pero si no hay
acción colectiva, no hay movilización social con capacidad de intervención en
lo público. El Estado de bienestar aparece como una buena gestión de una élite
bienpensante y bienintencionada, pero ya no como una creación de la propia
sociedad. Hay que reforzar un buen Estado, hay que crear una nueva
institucionalidad que corresponda a la nueva época, sí. Pero nunca en función
de gobierno, dejar de crear fuerza social, movilización social. Porque
solamente ahí radica que podamos pasar de la experiencia de esos capitalismos
de Estado que caracterizaron la experiencias de Europa del Este. Capitalismo de
estado no es igual a socialismo. Nacionalizar no es igual a socialismo. Ayuda a
crear bienes comunes, ayuda a crear derechos comunes, pero mientras está
monopolizado no es una nueva sociedad. La única garantía de una nueva sociedad
es que la propia sociedad vaya asumiendo el control de esos mecanismos, control
de las decisiones. Entonces hay que crear Estado y hay que crear sociedad; hay
que crear sociedad, más fuerza, más autonomía, y a la vez potentes
instituciones del Estado.
Un segundo tema: ¿economía o compromiso? La voluntad ayuda a
mover. La voluntad y la esperanza son los principios que mencionaba Hegel
siempre para poder cambiar el mundo. Pero eso tiene un límite. Puede haber un
año de voluntad, dos años de esperanza, tres años de voluntad, cuatro años de
sacrificio. Pero si ese sacrificio, esa voluntad, no vienen acompañados de
resultados prácticos, la voluntad también se cansa. El sacrificio también tiene
límites. Es una obligación de los gobiernos progresistas y
revolucionarios tener la capacidad de crear un régimen económico sostenible,
redistributivo, generador de riqueza, generador de igualdad. No es un tema
menor. La sociedad no se mueve perpetuamente. No hay el ascenso perpetuo de la
sociedad en sus movilizaciones. No. La sociedad se mueve por ciclos: ciclos de
ascenso, estabilización, descenso. Ascenso, estabilización, descenso. Y entre
una cima y la otra pueden pasar meses, pueden pasar años, o pueden pasar
décadas. Y entre una cima y la otra tiene que haber un régimen de estabilidad
económica, de crecimiento económico y de redistribución. Cuando estábamos en la
oposición no pensábamos estos temas. Bastaba criticar a los neoliberales,
denunciar su incapacidad, denunciar la corrupción y el robo. En gobierno,
tenemos la obligación de pensar la gestión. En la movilización y la eficacia,
en la movilización y la gestión, en la movilización y la generación de riqueza,
en la movilización y en la distribución de la riqueza, tenemos que tener que
mostrar que los regímenes progresistas y revolucionarios no solamente somos más
democráticos, sino también económicamente más creativos y más igualitarios, más
redistributivos de la riqueza. ¿Y saben por qué? Porque no queremos, compañero
Ignacio (Ramonet), no queremos que este despertar de las izquierdas
latinoamericanas sea un corto verano. No queremos ser parte de una novela de un
corto verano. Queremos que dure mucho. Queremos que dure décadas. Queremos que
dure para siempre. Y eso es la economía. En gobierno, el puesto de mando se
coloca en la economía. Democracia y economía. Cuando uno está en la oposición,
es lucha democrática y construcción de sentido común. Cuando uno está en el
gobierno, es ampliación de espacios democráticos y construcción de una buena
economía con capacidad de distribuir la riqueza y de generar más igualdad entre
las personas.
Este es un tema delicado, me doy cuenta, pero es un tema
decisivo. Creo personalmente que el futuro de las revoluciones en América
Latina se va a decidir en el ámbito económico. Ahí se define. Y es entonces que
hay que crear una estructura económica lo suficientemente diversa, amplia,
democrática y redistributiva. El socialismo y el comunitarismo no es la
distribución de la pobreza. El socialismo y el comunitarismo es la distribución
de la riqueza, de la ampliación de la riqueza distribuida entre las personas.
¿Sólo fortaleza local o dimensión mundial? Aquí permítanme
unas palabras sobre la hermana República Bolivariana de Venezuela. Comparto el
criterio que nos expresó hace un rato el compañero (Ignacio) Ramonet. América
Latina está jugando su destino en Venezuela. América Latina, Argentina,
ustedes, nosotros los bolivianos, los ecuatorianos, los brasileños, estamos
jugando nuestro destino. Los cubanos están jugando su destino en Venezuela. Si
Venezuela cae bajo las garras de una intromisión, una invasión, de una
injerencia, directa o indirecta, América Latina ha perdido. Porque Venezuela es
la llave de América Latina. Fue el inicio y no debe ser el punto del fin, el
punto de inicio del fin. Nos estamos jugando nuestro destino como
revolucionarios en Venezuela. Aquí tengo que lamentar, criticar, las infames
declaraciones, no solamente del Gobierno norteamericano, sino también del
propio parlamento europeo, que el día de hoy acaba de aprobar una resolución en
contra de Venezuela. Yo aquí les digo –ojo, no votó la izquierda, votó toda la
derecha–, aquí les decimos a esa derecha europea y a ese Gobierno
norteamericano –al gobierno norteamericano, no a su pueblo–: ¡ustedes son un
peligro a la soberanía latinoamericana!, ¡nosotros no somos peligro para nadie!
Ustedes son y han sido un peligro para los pueblos latinoamericanos, un
peligro para los Estados latinoamericanos, un peligro para la vida en
Latinoamérica. Y a la derecha europea, que acaba de sacar un comunicado, de
aprobar una resolución: ¿no son acaso ustedes los que han destruido estados en
Asia y en África? ¿No son ustedes los que están asaltando y robando el petróleo
de los países de Medio Oriente? ¿Qué autoridad moral tienen par a reclamar a un
país sobre su vida democrática interna? Primero recojan sus tropas, recojan sus
empresas de los países del Medio Oriente y de África para tener autoridad moral
de reclamar algo a Venezuela. Si ustedes ven, lo que pasa en cada país
repercute en el mundo. Es así. Ninguna revolución y ningún proceso pueden sobrevivir
por sí sólo. Ninguna revolución, ningún proceso emancipador y progresista va a
poder continuar si solamente se mira a sí mismo el ombligo. Todos necesitamos
de todos. Argentina necesita de Brasil. Brasil necesita de Ecuador. Ecuador de
Bolivia. Bolivia de Cuba. Cuba de Venezuela. Toda América Latina necesita de
nosotros. Y nosotros los necesitamos a ustedes, europeos, los necesitamos. Sin
ustedes, esto no va avanzar. Y sin nosotros, ustedes tampoco van a poder hacer
lo que tienen que hacer. Estamos interconectados, nos necesitamos mutuamente.
Hoy la humanidad está en peligro, hoy la humanidad está en riesgo. Hemos visto
con los bombardeos de tropas europeas y de tropas norteamericanas destruirse
Estados. Y ahora quieren combatir a ISIS. Pero acaso ISIS, ¿no es una criatura
de Estados Unidos y de los gobiernos europeos? ¿Acaso ellos no destruyeron
Siria, Irak? ¿No destruyeron Libia? ¿No la invadieron, no acabaron con los
Estados nacionales para que surja ese tipo? ¿Y ahora se hacen los que “yo no
fui”, y convocan al mundo a combatir el fundamentalismo de ISIS? Ellos son sus
padres, ellos son las madres de ese tipo de fundamentalismos que ha surgido en
Europa.
Y claro. Nuestra interdependencia no solamente debe estar
basada en la solidaridad política, en la complementariedad y el diálogo de
saberes y de experiencias políticas y culturales como lo estamos haciendo acá.
Hay que darle una base material. La integración latinoamericana necesita
obligatoriamente de una base material de la unidad. Acciones conjuntas en
economía, acciones conjuntas en finanzas, acciones conjuntas en derechos. Esta
es nuestra gran tarea, mis compañeros de Argentina y especialmente de Brasil,
que son los países económicamente más fuertes y sólidos de América Latina.
Nuestra estabilidad, como procesos emancipadores, nuestra Patria Grande que
está presente en los discursos, en los encuentros, en las emociones
compartidas, no va a tener perdurabilidad si no pasamos del encuentro político,
del encuentro cultural, al encuentro económico. Empresas conjuntas, producción
conjunta, servicios financieros conjuntos. Perdonen estas reflexiones que
combinan el fuego de la intelectualidad con la frialdad de la gestión. Tengo
lamentablemente esa dualidad personal. Como persona puedo imaginar las ideas
más bonitas, pero como gobernante sé la dureza y la frialdad de la vida
cotidiana, del salario, del presupuesto, de la producción, del PBI, de los
créditos. Y sin eso, las ideas no se sostienen. Tiene que haber una base
material, que le de fuerza y sostenibilidad a lo que estamos pensando y
reflexionando.
Por último, quiero decir a nuestros hermanos europeos que
los argentinos, los bolivianos, vemos lo que está pasando en Europa como si
estuviéramos viendo una película retro, de tiempos de Charles Chaplin. Lo que
les ha pasado a ustedes ya lo hemos visto, ¡nos ha pasado a nosotros!
Imposición del Fondo Monetario, del Banco Mundial, políticas de austeridad, de
privatización, de despidos. Pasó aquí en Argentina, pasó en Bolivia, pasó en
Ecuador, pasó en Perú. Lo que está pasando ahorita en Europa es lo que pasó en
América Latina veinte años atrás. Y el resultado fue una noche terrible, una
noche terrible de desgracia. ¿Qué les decimos? No pasen esa noche. No. Es
terrible. Es depredadora. Es mortal. Todas las políticas de austeridad conducen
a pérdida de derechos, a pérdida de soberanía, a pérdida d e sindicalización, a
retroceso económico, a subordinación política, a subordinación económica. Aquí
en Argentina, en Bolivia, en los años 1980, en tiempos neoliberales, 40 % de la
riqueza pertenecía a un país extranjero, otro 30 % a empresas extranjeras. La
extrema pobreza se incrementó, la precariedad se infló, los jóvenes no tenían
esperanza ni tenían destino. Lo vivimos. Hermanos europeos: no pasen por eso.
Si en algo sirve la experiencia latinoamericana es que las políticas de
austeridad destruyen las naciones, destruyen la sociedad, anulan la democracia
y hacen perder la soberanía económica. Den un salto. Rompan con eso. Hay otra
posibilidad de riqueza. Hay otra posibilidad de distribuir y de generar riqueza
sin aceptar la imposición terrible, autoritaria, despótica, de esos organismos,
de esas troikas, que se creen los dueños del mundo. ¡No! Europa es de los
europeos. No es de los mercados europeos ni del Bundes Bank. Europa es para los
europeos, como América Latina es para los latinoamericanos.
El mundo está cambiando, y a la cabeza América Latina. El
mundo está cambiando a la cabeza de las fuerzas progresistas europeas. El mundo
va a cambiar. Porque nos estamos jugando el destino: el destino de la
naturaleza, el destino de esta generación, el destino de la vida y de los
derechos. Estoy seguro de que, más pronto que tarde, aquellas sociedades
abatidas por una decepción y una apatía incontrolable, sabrán encontrar el
destino para levantar cabeza, para construir su propia emancipación y acompañar
lo que América Latina viene haciendo. Muchísimas gracias.
(Transcripción hecha por Ministerio de Cultura de Argentina publicada
por el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica, CELAG: http://www.celag.org/estados-unidos-amenaza-a-la-seguridad-nacional-en-venezuela-por-alfredo-serrano-mancilla/?subscribe=success#blog_subscription-3.
Cuidado del texto en la presente edición: Gervasio Espinosa.)
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