Fotografía de una sentada de estudiantes y científicos en defensa del CONICET argentino, en diciembre de 2016, publicada por la revista internacional de ciencias, Nature |
Lo que hago ahora no es
frecuente. No es frecuente que un común trabajador, septuagenario por lo demás,
militante político de añares recluido ahora en la trinchera “bloguera”, se
dirija con tanta llaneza a una personalidad de la sociedad latinoamericana y de
la ciencia jurídica internacional. G.E.
Raúl, tarde, de noche ya, ayer, 2 de enero, leí tu dolorosa
reflexión publicada en Página|12: “Se
ha perdido el mínimo pudor jurídico”1.
Escribiste así, transcribo sólo un párrafo:
Creo que está pasando algo
sumamente grave. Desde hace tiempo, por lo menos un sector de la Justicia
argentina ha perdido la vergüenza que, como se sabe y dice el Martín Fierro,
cuando se pierde no se vuelve a encontrar más. […] Pero en estos días noto que
se ha perdido mucho más, es decir, que se ha perdido el pudor mismo, el mínimo
pudor jurídico. Y la pérdida del pudor es mucho más grave, porque esa sí es
patológica. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando un sujeto se pone a defecar
en la calle Florida. Aunque no podamos reprimir el gesto de dar vuelta la cara
para no ver, al final lo vemos con piedad más que con bronca, porque la pérdida
del pudor es enfermedad. ¿Qué ha pasado? ¿Nos hemos equivocado en las
facultades de Derecho? ¿Hemos escrito mal los libros? ¿Qué hicimos mal al
enseñar? ¿Hemos errado al señalar el camino de la discusión y de la no
violencia? La verdad es que no lo sé, pero siento temor, miedo, no sé.
Pensé primero en enviarte un mensaje personal y afectuoso a
tu dirección electrónica pero expusiste tu dolor y temores tan públicamente que
quiero paliarlos, socorrerte, de la misma manera pública como cuando vos lo
hiciste en septiembre pasado con tu colega Julio Maier,2 atacado de
decepción profunda, y escribiste aquello que ahora en el final de tus dichos
repetís: «El derecho es lucha, y habrá que seguir luchando».
Haces una distinción, Raúl, entre vergüenza y pudor, y es
precisa: el pudor es honestidad, modestia y recato, y la vergüenza es la
turbación del ánimo ante el reconocimiento del cometido de una acción pública deshonrosa,
o sin decoro al menos. Pero, no concuerdo contigo (tampoco con José Hernández
en cuanto a la vergüenza que si se extravía no se recupera) en que la pérdida
del pudor «es enfermedad». No, porque lo que ocurre y principalmente en determinados
estamentos de una sociedad “fraccionada”3 es el abandono voluntario del
pudor para, liberados de éste, ejercer con efectividad deshonestidades y
criminalidades para las que son imprescindibles soberbia, altanería y brutalidad.
Y esta actitud no puede inspirar piedad como sí puede inspirarla el enajenado
que defeca en la calle a la vista de todos: él, nada más, ya no siente
vergüenza…
¿Cuándo, Zaffaroni, en la historia argentina y suramericana
una corte judicial presumidamente cabeza del aparato administrador de justicia
y garantía de la vigencia del Derecho desautorizó golpes de Estado o dictaduras
que nuestros pueblos tanto han sufrido? ¿Qué representa esta corte, qué
intereses? ¿Cuándo, cómo y por qué surgen en los Estados, por ejemplo,
conflictos que se resuelven dando superioridades de conveniencia a unos tribunales sobre otros? Qué es
lo intrínseco al aparato judicial, a los aparatos policiales e, incluso, a los
aparatos pedagógicos…
Raúl, la Ciencia, la Academia, vos lo sabes, no son ajenas a
las cosmovisiones ideológicas y políticas, a sus contradicciones y conflictos
dialécticos y mucho menos a los intereses originados en mecenazgos y complicidades,
y así también a decadencias y degradaciones.
Lo necesario, lo has dicho, lo dijiste en Página|12 a Granovsky en enero de 2016,4
lo repetiste en cuanta oportunidad tuviste: es que habrá que seguir luchando con
claridad y honestidad de propósitos, de métodos y de herramientas. No hay que
parar, habremos de reunirnos, sumarnos, estar juntos… Falta poco: en esta
batalla de ahora falta menos de un siglo, y habrá más...
Abrazos.
Notas:
3 Mariana Caviglia, Dictadura,
vida cotidiana y clases medias. Una sociedad fracturada, Prometeo Libros,
Buenos Aires, 2006. Ver en http://www.prometeoeditorial.com/catalogo/detalle.php?id_libro=32
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