artículos de opinión del
centro estratégico latinoamericano
de geopolítica (celag),
quito, ecuador, 13.10.2015
El dilema en el último año dentro del campo opositor en
Argentina estuvo centrado en los ejes unidad/atomización y crítica
acérrima/aceptación selectiva de algunas políticas del oficialismo. En ese
derrotero Macri (PRO/Cambiemos) y Massa (FR/UNA) fueron delineando espacios
diferenciados que compiten entre sí por el voto no kirchnerista. A dos semanas
de las elecciones presidenciales, los sondeos de intención de voto realizados
por las principales encuestadoras privadas coinciden en proyectar un escenario
sin grandes variaciones respecto al resultado de las PASO de agosto: el FPV continúa
liderando y la incógnita es si logrará o no imponerse en primera vuelta1; el macrismo no conseguiría crecer y
podría incluso perder votos; y el massismo lograría mantener un caudal de apoyo
similar al de las primarias e incluso crecer algunos puntos. Con estas
proyecciones, la disputa de Cambiemos con el Frente para la Victoria no se
cristalizaría en un escenario de polarización, apareciendo los apoyos
repartidos entre las tres fuerzas. Un dato a tener en cuenta es que el
crecimiento de UNA se daría a costa de la pérdida de apoyos de Cambiemos y no
del FPV (cuyo voto es menos volátil), lo cual podría facilitar la elección de
Scioli en primera vuelta. El último tramo de la campaña podría ser decisivo en
un final que todavía está abierto.
En este panorama pre-electoral, Cambiemos y UNA se están
viendo paradójicamente forzados a competir entre sí más que por ganar la
elección por ocupar el segundo lugar que les daría el pase a un hipotético
balotaje2. El principal desafío que
enfrentan ambas fuerzas en esta disputa intra-oposición es no aparecer ante la
sociedad con la “etiqueta” de “segundos” puesta antes de tiempo, en lugar de
como “candidato ganador” o “potencial presidente”. En otras palabras, el riesgo
es asumir –en términos simbólicos– demasiado pronto una derrota, lo cual los
posicionaría aún peor para intentar aunar fuerzas y apelar al “voto útil” de
cara a un posible balotaje.
Por eso la estrategia de Cambiemos está centrada en buscar
polarizar con el FPV ignorando a UNA para posicionarse como el mejor competidor
del kirchnerismo. En el caso de Massa, el tercer lugar lo tensa a tener que
destacarse para evitar ser fagocitado por los otros dos polos. Su estrategia
está centrada en una campaña con alto impacto mediático cuyos ejes se
estructuran en torno a propuestas agresivas sobre inseguridad y narcotráfico,
con un lugar también central para el plano económico. Si hace unos meses UNA
parecía diluirse (incluso en términos literales con el éxodo de una buena parte
de sus dirigentes que retornaron al FPV o migraron hacia el macrismo), el
panorama presente parece más alentador. Una buena estrategia comunicacional y
la alianza con el gobernador de Córdoba (tercer distrito electoral) sirvió para
apaciguar las aguas y recuperar algo del espacio perdido.
En Cambiemos, las dificultades en los últimas semanas fueron
enormes: luego de que sus candidatos perdieran casi la totalidad de las
elecciones celebradas a nivel local, el ensayo de “mimetización” con algunas
políticas centrales del kirchnerismo asumiéndolas como conquistas ya
definitivas desdibujó la identidad que venía construyendo como espacio
político. A todo ello se sumó el destape de importantes escándalos de
corrupción en la administración del gobierno de la capital del país.
Componentes que en conjunto configuran un panorama sumamente complejo frente a
la elección.
En suma, en esta coyuntura pre-electoral las incógnitas y
las disputas continúan a la orden del día, tanto entre oficialismo y oposición
como al interior de cada campo. Habrá que esperar a conocer unos resultados que
determinarán la continuidad o no del proyecto político iniciado en 2003,
prestando especial atención a lo que suceda en la Provincia de Buenos Aires,
donde el desempeño del FPV resultará determinante en la definición nacional.
No obstante, el día después de la elección es de esperar
novedades en el campo opositor que pueden incluso ir más allá del propio
resultado electoral. 2015 viene siendo el año de lo “judicial” como recurso
para intentar desgastar al gobierno. Esa vía, que inició de manera escandalosa
con el caso Nisman en enero, y cuyo capítulo más reciente fue la cuestión del
fraude en Tucumán, aún tiene mucho filo por sacar si los resultados electorales
no los favorecen, al menos así lo entienden los sectores reaccionarios. Ante un
contexto adverso, la oposición podría buscar judicializar su derrota. Por ello
la prensa opositora ya especula con instalar en la agenda disputas jurídicas en
torno a la interpretación de los porcentajes obtenidos dependiendo si se
contempla o no el voto en blanco, o con la posibilidad de que ante denuncias de
irregularidades en la elección, el poder electoral pudiera retrasar la segunda
vuelta o incluso la asunción del próximo presidente, prevista para el 10 de
diciembre. Suenan a disparates –igual que vistos desde el presente el caso
Nisman y el del fraude tucumano– pero pueden ser más o menos efectivos si la
apuesta es deslegitimar al gobierno entrante. Es decir, la apuesta no es tanto
por el resultado final, sino por el “durante” de la instalación de un fenómeno
mediático. Lo cual parece ser la única alternativa de esta oposición que carece
no sólo de un liderazgo aglutinador, cuyas fuerzas internas no lograron,
tampoco por separado, articular un proyecto de país creíble con el cual
disputar el poder de igual a igual con el kirchnerismo.
notas:
* Gisela Brito es argentina, licenciada en Sociología
y miembro del Observatorio de Coyuntura del CELAG, también investigadora del
Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini (Argentina). La presente nota
fue por nosotros editada para Ansina es… Puede verse también en http://www.celag.org/hacia-donde-va-la-oposicion-argentina-por-gisela-brito/; véase otro artículo de Brito en http://www.plazademayo.info/la-deriva-de-la-oposicion-argentina-o-el-desafio-de-ganar-elecciones-sin-propuestas/
1 Según la
legislación argentina para ganar la elección en primera vuelta es necesario
obtener al menos 45 % de los votos válidos, o un porcentaje superior a 40 % con
una diferencia de al menos 10 % sobre la segunda fuerza más votada.
2 Balotaje que se celebraría el 22 de noviembre.
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