ALAI AMLATINA, 19.1.2015
La
revista The Economist
anuncia que el próximo “Estado fallido” seria Libia. ¿Próximo? Si ellos mismos
confiesan que no hay Estado en el país: hay dos Gobiernos, dos Parlamentos, disputa
para ver quien dirige el Banco Central o la compañía de petróleo, no hay
policía, ni ejército nacional, varios grupos de milicias disputan el
territorio, la infraestructura del país está en ruinas, los pozos de petróleo
disputados por distintas milicias están siempre en riesgo inminente de
explotar, las torturas y ejecuciones proliferan por todo lo cual ya fue
llamado el país con el nombre de Licia: Turquía, Catar (Qatar) y Sudán apoyan a
un bando, mientras Emiratos Árabes Unidos y Egipto apoyan al otro. Si esto no
es un Estado fallido, ¿que más es necesario para que lo sea?
¿Quién es responsable por la destrucción de un país más en la región? ¿Ya no basta lo que pasa en Afganistán, en Irak, en Siria o en Yemen?
Hay que recordar que los bombardeos que tuvieron como resultado la destrucción de Libia fueron autorizados por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para “proteger a la población civil” cuando ya se habían desatados combates generalizados por el poder en el país. Valiéndose de esa decisión e interpretándola a su manera la OTAN bombardeó sistemáticamente al país, no para dar algún tipo de protección a la población civil –¿quién puede estar protegido de los bombardeos de la OTAN?–, sino para derrumbar al gobierno de Gadafi. Tanto es así que tan pronto como cayó el régimen y fue asesinado de forma vergonzosa el hasta entonces Jefe del Estado, masacrado públicamente en manos de milicias, la OTAN dio por cumplida su misión de “protección de la población civil”, suspendió los bombardeos y, al parecer, Naciones Unidas pensó lo mismo y Libia fue entregada a una brutal guerra civil entre milicias armadas. A la vez que otros bandos se valían de los armamentos en manos de esas milicias para perpetrar atentados en otros países –como los realizados en Argelia y en Yemen– y organizar nuevos grupos fundamentalistas en toda la región. Libia no sólo no se ha estabilizado sino que se ha vuelo un foco activo de desestabilización de varios países de la región.
En el periodo de guerra fría había zonas de influencia de las dos superpotencias y aun cuando había conflictos graves –como la sangrienta guerra entre Irak e Irán–, el conflicto no se generalizaba al conjunto de la región, como es el caso de hoy en día, aun si hubiera ocurrido un enfrentamiento entre dos potencias entonces fortísimas en la región. Terminada esa guerra fría con la victoria del campo occidental bajo el liderazgo de los Estados Unidos, se dieron las condiciones para que se impusiera la “pax americana”, ya sin límites. Pasábamos de un mundo bipolar a un mundo unipolar, bajo hegemonía imperial norteamericana.
Desde entonces pasó a existir una modalidad de invasión y destrucción de países de la que Afganistán e Irak son casos iniciales, pero cuyo efecto destructor se ha diseminado a países como Libia, Siria y Yemen con la posibilidad potencial de extenderse hacia el conjunto de la región. Nunca el panorama fue tan desalentador y sin control, con perspectivas de empeoramiento conforme la acción militar y política de EE. UU. se intensifica arrastrando a sus aliados –europeos, de América del Norte, de Oceanía– hacia nuevas aventuras militares.
Como consecuencia de las desastrosas y belicistas intervenciones lideradas por EE. UU., el Talibán se ha fortalecido como nunca en Afganistán, Al Qaeda retorna con fuerza, el Estado Islámico avanza en Irak y en Siria. Como respuesta, EE. UU. lleva a sus aliados a comprometerse con una nueva ofensiva militar, que tiene como uno de sus efectos atentados terroristas en Canadá, en Australia y ahora en Francia, haciendo que se extienda como reguero de pólvora los riesgos por todo el mundo.
Esta es la “pax americana”, el mundo prometido por EE. UU. victorioso en la guerra fría, a su imagen y semejanza. Un mundo, como nunca antes, tan víctima de los tentáculos imperialistas y tan en riesgo por la multiplicación de los epicentros de guerra.
* Emir Sader, sociólogo y cientista político brasileño, y es coordinador
del Laboratório de Políticas Públicas de la Universidade Estadual
do Rio de Janeiro (UERJ). El cuidado de estilo del texto es nuestro, G.E.¿Quién es responsable por la destrucción de un país más en la región? ¿Ya no basta lo que pasa en Afganistán, en Irak, en Siria o en Yemen?
Hay que recordar que los bombardeos que tuvieron como resultado la destrucción de Libia fueron autorizados por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para “proteger a la población civil” cuando ya se habían desatados combates generalizados por el poder en el país. Valiéndose de esa decisión e interpretándola a su manera la OTAN bombardeó sistemáticamente al país, no para dar algún tipo de protección a la población civil –¿quién puede estar protegido de los bombardeos de la OTAN?–, sino para derrumbar al gobierno de Gadafi. Tanto es así que tan pronto como cayó el régimen y fue asesinado de forma vergonzosa el hasta entonces Jefe del Estado, masacrado públicamente en manos de milicias, la OTAN dio por cumplida su misión de “protección de la población civil”, suspendió los bombardeos y, al parecer, Naciones Unidas pensó lo mismo y Libia fue entregada a una brutal guerra civil entre milicias armadas. A la vez que otros bandos se valían de los armamentos en manos de esas milicias para perpetrar atentados en otros países –como los realizados en Argelia y en Yemen– y organizar nuevos grupos fundamentalistas en toda la región. Libia no sólo no se ha estabilizado sino que se ha vuelo un foco activo de desestabilización de varios países de la región.
En el periodo de guerra fría había zonas de influencia de las dos superpotencias y aun cuando había conflictos graves –como la sangrienta guerra entre Irak e Irán–, el conflicto no se generalizaba al conjunto de la región, como es el caso de hoy en día, aun si hubiera ocurrido un enfrentamiento entre dos potencias entonces fortísimas en la región. Terminada esa guerra fría con la victoria del campo occidental bajo el liderazgo de los Estados Unidos, se dieron las condiciones para que se impusiera la “pax americana”, ya sin límites. Pasábamos de un mundo bipolar a un mundo unipolar, bajo hegemonía imperial norteamericana.
Desde entonces pasó a existir una modalidad de invasión y destrucción de países de la que Afganistán e Irak son casos iniciales, pero cuyo efecto destructor se ha diseminado a países como Libia, Siria y Yemen con la posibilidad potencial de extenderse hacia el conjunto de la región. Nunca el panorama fue tan desalentador y sin control, con perspectivas de empeoramiento conforme la acción militar y política de EE. UU. se intensifica arrastrando a sus aliados –europeos, de América del Norte, de Oceanía– hacia nuevas aventuras militares.
Como consecuencia de las desastrosas y belicistas intervenciones lideradas por EE. UU., el Talibán se ha fortalecido como nunca en Afganistán, Al Qaeda retorna con fuerza, el Estado Islámico avanza en Irak y en Siria. Como respuesta, EE. UU. lleva a sus aliados a comprometerse con una nueva ofensiva militar, que tiene como uno de sus efectos atentados terroristas en Canadá, en Australia y ahora en Francia, haciendo que se extienda como reguero de pólvora los riesgos por todo el mundo.
Esta es la “pax americana”, el mundo prometido por EE. UU. victorioso en la guerra fría, a su imagen y semejanza. Un mundo, como nunca antes, tan víctima de los tentáculos imperialistas y tan en riesgo por la multiplicación de los epicentros de guerra.
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