Alrededor de los hechos ocurridos en París en los que fueron
asesinados buena parte de quienes hacían hasta ese momento el semanario
satírico francés Charlie Hebdo,
publiqué la semana pasada “Yo no soy Charlie”, en crítica oposición a la
confusa andanada de presumidas solidaridades en repudio al ataque contra la
redacción del semanario.
Mi “Yo no soy Charlie” no tuvo eco. Fue mínimamente leído.
Tuvo muchísimo eco, en cambio, hasta en las orillas del gran estuario Del
Plata, una viñeta del dibujante Dave Brown en el periódico británico The Independent. La reprodujo en “Somos
Charlie” el diario La Diaria, de
Montevideo, ilustrando la columna de opinión firmada por Marie Darrieussecq y
que comienza con este párrafo: «Hoy me siento igual de estupefacta que en 2001,
frente a la ausencia de las torres del World Trade Center. Porque algo nos
robaron. Un monumento. Es la primera vez. Fuimos golpeados en nuestros símbolos
más emblemáticos. Charlie Hebdo es un tesoro nacional»1.
La columnista citada refiere que su ahora estado de estupefacción
(pasmo, asombro extremado que deja en suspenso el razonamiento) fue como el
vivido el 11 de septiembre de 2001 cuando el derrumbe de las llamadas torres
gemelas de Nueva York. Dice, conviene reiterarlo, “Fuimos golpeados en nuestros
símbolos más emblemáticos”.
La viñeta que acompaña su declarado pasmo muestra el ya
clásico ademán fálico que no es emblema de disfrute amoroso y multiplicación
generacional sino una bastardeada señal de agresión machista que tantas y
tantos difunden, una sin duda confusa definición de quereres y deseos.
Lamentable.
Balibar
Originalmente como nota de opinión en el diario francés Libération y luego en Página/12 de Buenos Aires, traducido al
castellano, Étienne Balibar aporta sus reflexiones con respecto a la cuestión. En tácito e
imaginario diálogo con este filósofo francés, nacido en el mismo años que yo,
1942, trabajé el año pasado unos tres meses cuidando el estilo de una
traducción (el segundo volumen) de su libro Ciudadano
sujeto, editado en Argentina por Prometeo Libros.
Es interesante como en el tema profesional de las ediciones
las “simpatías ideológicas” son determinantes. Me han reconfortado y afirmado
ahora dos autores, uno es el referido Balibar, y otro el sociólogo y experto
periodista de política internacional Pedro Brieguer, a quien refiriéndose a lo
mismo escuche esta mañana en Radio Nacional de Buenos Aires.
Étienne Balibar, profesor emérito de la Universidad de París
X, escribió hace pocos días (traducción para Página/12 de Ricardo Abduca)2:
Un
antiguo amigo japonés, Haruhisa Kato, que fuera profesor de la Universidad Todai,
me ha escrito esto: “Vi las imágenes de Francia entera de duelo. Estoy
profundamente conmocionado. Tiempo atrás supe apreciar mucho los álbumes de
Wolinski. Siempre estoy suscrito al Canard
Enchaîné. Cada semana disfruto los dibujos de Beauf, de Cabu. Al lado de mi
escritorio siempre está su álbum Cabu y París, donde pintara magníficos dibujos
de chicas japonesas, turistas, divirtiéndose por Champs-Elysées”. No obstante,
más abajo, hace este reparo: “El editorial del primero de enero de Le Monde empezaba con estas palabras:
‘¿Un mundo mejor? En principio, esto supone la intensificación de la lucha
contra el Estado Islámico y su ciega barbarie’. Me chocó mucho esta afirmación
que me parece bien contradictoria: que para tener paz hay que pasar por la
guerra”.
Así
me escriben otros amigos, de todas partes: Turquía, Argentina, Estados
Unidos... Todos demuestran compasión y solidaridad, pero también inquietud: por
nuestra seguridad y por nuestra democracia, por nuestra civilización, casi
diría que hasta por nuestra alma. Es a ellos a quienes quiero contestarles. Es
justo que los intelectuales se expresen, sin privilegio, ante todo sin ninguna
lucidez en especial, pero sin reticencias y sin cálculo. Es un deber de su
función, para que la palabra pueda circular en la ciudad a la hora del peligro.
Hoy, ante la urgencia, sólo quiero pronunciar tres o cuatro palabras.
Comunidad.
Sí, necesitamos comunidad: para el duelo, la solidaridad, la protección, la reflexión. Esta
comunidad no es exclusiva: en particular, no excluye a aquellos ciudadanos,
franceses o inmigrantes, a quienes una propaganda cada vez más virulenta, que
hace acordar a los episodios más siniestros de nuestra historia, asimila a la
invasión y al terrorismo para hacer de ellos chivos expiatorios de nuestros
miedos, nuestro empobrecimiento y nuestros fantasmas. Pero tampoco a quienes
creen en las tesis del Frente Nacional o a quienes les seduce la prosa de
Houellebecq. Debe explicarse consigo misma. No se detiene en las fronteras, ya
que está claro que el reparto de los sentimientos, las responsabilidades y las
iniciativas suscitadas por la “guerra civil mundial” en curso debe hacerse en
común, a escala internacional, y hasta, en lo posible (Edgar Morin tiene toda
la razón en esto) en un marco cosmopolítico.
Es
por eso que la comunidad no se confunde con la “unión nacional”. Este concepto
jamás sirvió para otra cosa que para fines inconfesables: hacer callar las
cuestiones molestas y hacer creer en la inevitabilidad de las medidas de
excepción. La
misma Resistencia Francesa nunca invocó ese término, y con
razón. Pero acabamos de ver cómo el presidente de la República, invocando al
duelo nacional, que es su prerrogativa, aprovecha para meter una justificación
de nuestras intervenciones militares, las cuales posiblemente hayan hecho su
aporte para que el mundo se deslice por la pendiente en la que está hoy. Y
después vienen todos los debates capciosos sobre qué partidos son “nacionales”
y cuáles no lo son, sobre si deben llevar el nombre “nacional”... ¿Se quiere
competir con la señora
Le Pen?
Imprudencia.
¿Fueron imprudentes los dibujantes de Charlie Hebdo? Sí, pero el término tiene
dos sentidos, que más o menos pueden diferenciarse (claro que esto es
subjetivo). El desprecio al peligro, el gusto por el riesgo; heroísmo, si se
quiere. Pero también la indiferencia frente a las consecuencias, eventualmente
desastrosas, de una provocación sana: en este caso, frente al sentimiento de
humillación de millones de personas ya estigmatizadas, librándolas a las
manipulaciones de fanáticos organizados. Creo que Charb y sus compañeros fueron
imprudentes en los dos sentidos del término. Ahora que esta imprudencia les
costó la vida, mostrando al mismo tiempo el peligro mortal por el que corre la
libertad de expresión, sólo quiero pensar en ese primer aspecto. Pero para más
adelante (ya que esto no va a ser cosa de un día) quisiera que se reflexione
sobre la manera más inteligente de manejar el segundo aspecto y su
contradicción con el primero. No tiene por qué ser la cobardía.
Jihad.
Por último, pronuncio la palabra que da miedo. A propósito, ya que es tiempo de
examinarla con todo lo que implica. Al respecto yo sólo tengo la punta de una
idea, pero la sostengo: nuestra suerte está en manos de los musulmanes, por
imprecisa que sea esta denominación. ¿Por qué? Porque es justo ponerse en
guardia contra el meter en la misma bolsa, y hacer frente a la islamofobia que
pretende leer en el Corán o en la tradición oral el llamado al asesinato. Pero
eso no va a alcanzar. A la explotación del Islam por las redes jihadistas –no
olvidemos que sus principales víctimas en todo el mundo, y también en Europa,
son musulmanes– sólo puede responder una crítica teológica y una reforma del
“sentido común” de la religión, que haga del jihadismo una contraverdad a ojos
de los creyentes. De lo contrario vamos a estar atrapados en la pinza mortal
del terrorismo, susceptible de atraerse a todos aquellos que son humillados y
ultrajados por nuestra sociedad en crisis, por políticas securitarias y
liberticidas, puestas en práctica por estados más y más militarizados. Hay,
pues, una responsabilidad de los musulmanes. Mejor dicho: una tarea que les
incumbe a ellos. Pero que es también la nuestra, no sólo porque los “nosotros”
de los que hablo incluyen aquí y ahora, por definición, a muchos musulmanes.
También porque las chances de una crítica o una reforma de ese tipo, que ya son
muy bajas, se volverían del todo nulas si terminamos por acostumbrarnos a los
discursos del aislamiento, que los tienen como blanco a ellos, a su religión y
a sus culturas.
Yo no soy Charlie.
Terrorismo extremista o terrorismo extremo
Étienne Balibar con estas reflexiones me afirmó en el
convencimiento de no ser Charlie. Y la afirmación me pone necesariamente en
acérrimo crítico del tosco balbuceo, tan tosco como la ofensa del fuck a la sexualidad, de los repetidores
de consignas perversas y equívocas: el pensamiento distinto e inclusive el
extremamente distinto no son, por sí mismos, motores del terror. Así, la
tendenciosa expresión “terrorismo extremista” oculta al “terrorismo extremo”:
el que con asiduidad practican el poder financiero concentrado, sus esbirros
políticos, los mass media, los
aparatos de inteligencia, espionaje y desestabilización popular y los complejos
industrial-militares del capitalismo.
Notas:
1 http://ladiaria.com.uy/articulo/2015/1/somos-charlie/
Al pie de la publicación se indica que Marie
Darrieussecq es «Escritora y psicoanalista francesa. Su primera novela editada,
Truismes, de 1996, fue finalista del
premio Goncourt y ha sido traducida a más de treinta idiomas. Integra el
Consejo Estratégico de Investigación, que asesora al gobierno de Francia para
la definición de lineamientos de investigación científica y participa en la
evaluación de su desarrollo».
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