A esta hora, cuando faltan escasas dos horas del día para
que concluya en Argentina el paro-lock-out
orquestado contra el Gobierno, Cristina Fernández de Kirchner debe estar
rodeada de sus colaboradores más cercanos, no muchos, entre ellos tanto Axel Kicillof,
el joven académico de Economía, como el más batallado Jorge Capitanich, ex
gobernador de la Provincia
de Chaco, en el litoral norte, frente a las aguas del gran río Paraná.
La
Presidenta debe estar escuchando análisis y meditando.
Iniciado su séptimo decenio de vida (es más concreto enunciarlo así)
seguramente se haga a sí misma permanentes preguntas sobre el devenir de sus
cuatro décadas en la política activa, casi todas en compañía de y con Néstor Kirchner,
de quien la separó la muerte justo un día de censo de sobrevivientes.
El paro, tanto desde los puntos de vista cuantitativo como
cualitativo fue políticamente impactante. Cumplió el cometido publicitario
pergeñado por sus organizadores: el Frente Restaurador (no Renovador) de Massa
y sus tanto ideólogos como acólitos de poca monta, entre ellos el inefable
“gastronómico” Barrionuevo (no nuevo en eso de comer y dejar comer) y su nuevos
afiliados, al decir de Capitanich.
Mañana habrá análisis que calificarán como éxito el jueves
“dominguero” (a mi me pareció más un 1º de enero de cualquier año, día de
resacas) y otros lo alivianarán de atributos de peso. La vida seguirá, pero no
igual que antes.
En la mañana, temprano, Jorge Capitanich, el jefe de Gabinete
de Ministros (quien según un amigo trosco-kirchnerista fue puesto en esa
función para desgastarlo encomendándole también la reorganización de la “liga
de los gobernadores”), dijo refiriéndose a Luis Barrionuevo: «a partir de esta
acción opositora se convierte en líder del Frente Renovador, junto a otros
dirigentes como Sergio Massa y Felipe Solá; y se convierte hoy en referente de
la izquierda que estaba buscando un nuevo liderazgo».
El “manguerazo” de Jorge Milton (su segundo nombre) es
típicamente peronista, iba hacia el bombo pero apuntando a otro lado. Más que
lastimar a la auténtica izquierda marxista, fogueada, acostumbrada y
desenchufada ante la imputación, busca indisponer con ésta a los núcleos de jóvenes
universitarios que anidan en La Cámpora.
Capitanich parece querer recrear la famosa cantinela de “ni
yanquis ni marxistas…”.
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