Dos textos publicados este 10 de abril en el diario Página/12 de Buenos Aires. Uno de Jorge
Majfud, uruguayo, profesor en la
Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Jacksonville
(Florida, EE. UU.), y el otro, fragmentos del trabajo “Linchamientos y
violencia por inseguridad o criminalidad”, de Mirta Goldstein, argentina, psicóloga
y psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).G. E.
“Noam Chomsky y Tony
Blair se cruzan en el aeropuerto”, por Jorge Majfud
En octubre pasado, Noam Chomsky dio una conferencia en la Universidad de Florida
titulada Policy and Media Prism (Las políticas y el prisma mediático). Durante
más de una hora, con su voz pausada y su incansable osadía de desarticular
narraciones oficiales, Chomsky analizó el uso del lenguaje en la prensa
tradicional, la información mutilada con fines políticos por parte de los
medios que repiten y ocultan como estrategia para crear o justificar una
realidad. “Si el público estuviese realmente informado no toleraría algunas
cosas”, comentó. Al menos parte del público.
Si los estudiantes de lingüística lloran por la complejidad
de sus teorías, por lo hermético y abstracto de algunas de sus explicaciones,
el público general que asiste a sus conferencias no puede decir lo mismo: nada
hay en ellas de abstracto; cada una de sus afirmaciones es concreta y precisa.
Se puede estar en completo desacuerdo con las interpretaciones que hace Chomsky
de la realidad, pero nadie puede acusarlo de ser elusivo, cobarde, complaciente
o diplomático.
Rara vez se puede decir lo mismo de un líder mundial. Si sus
acciones son bien concretas, sus justificaciones abundan en la vaguedad y la
distracción, cuando no son meras construcciones verbales. Lo cual no deja de
ser una trágica paradoja: aquellos profesionales de lo concreto son especialistas
en crear mundos virtuales, construidos en su casi totalidad de palabras. Son
ellos los más importantes autores de ficción de nuestro mundo.
Exactamente 24 horas más tarde y a unos pocos kilómetros de
distancia, el ex primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, dio su
conferencia en una sala del Florida Times
Union de Jacksonville. El día anterior recibí en mi oficina a alguien (un
prodigio europeo al que estimo mucho y que conocía al líder británico) con una
invitación especial para asistir.
En una elegante sala, Tony Blair se extendió por casi dos
horas. A diferencia de Chomsky, Blair no bombardeó a los presentes con
observaciones incómodas, sino con frases prefabricadas, complacientes hasta la
indigestión, más una plétora de lugares comunes capaces de provocarle pudor
hasta a un estudiante de secundaria. Todo sazonado con una dosis tóxica de
bromas, algunas muy ingeniosas.
Ni siquiera tuvo un momento de autocrítica cuando alguien le
preguntó si no se había sentido humillado por el fiasco de la guerra en Irak.
Después de pensar por varios segundos, o fingir que pensaba para la risa de los
que estaban allí, repitió el mismo menú de siempre: “Hay momentos en que un
líder debe tomar decisiones difíciles...”. Una y otra vez, con palabras diferentes.
En ningún caso consideró que el presidente o el primer ministro de una potencia
mundial siempre tienen que tomar decisiones difíciles, que para eso están, pero
que el hecho de que la decisión sea difícil no significa que estén excusados de
cualquier error.
No obstante, ésta fue y ha sido repetidamente la actitud del
ex premier británico: ni una sola vez en la noche tuvo una palabra de
arrepentimiento, de autocrítica. Por el contrario, la misma soberbia de
siempre: nosotros somos los que salvamos y cuidamos al mundo, los que debemos
educar a las nuevas masas de jóvenes (los cambios demográficos fue uno de los
temas que parecían preocuparlo especialmente) y somos tan buenos que hasta
toleramos a los primitivos que no entienden lo que es una democracia. Nunca,
jamás, el reconocimiento de toda la brutalidad antidemocrática de la que fueron
capaces.
Ni una palabra que aceptara la posibilidad de algún error.
El propio George Bush, con todas sus limitaciones intelectuales, llegó a
reconocer que la guerra había sido lanzada en base a información errónea. Un
error, compadre. El propio José María Aznar, con sus limitaciones
intelectuales, llegó a reconocer sus limitaciones intelectuales. “Tengo el
problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido antes”, dijo en 2007
sobre los argumentos erróneos que se usaron para lanzar al mundo a una guerra
de diez años.
El más dotado intelectualmente de la Santísima Trinidad
que desencadenó el armagedón que costó cientos de miles de vidas y el
descalabro económico, Tony Blair, en cambio, nunca tuvo este atisbo de
humildad. Por el contrario, más de una vez repitió esa noche que no se
arrepentía de nada. Su rostro parecía estar de acuerdo con sus palabras, que
nunca alcanzaron el mínimo de autocrítica. Casi me daba la impresión de estar
ante el Mesías, de no ser por su vocación de comediante: “Desde que dejé de ser
primer ministro en 2007 he ido a Jerusalén más de cien veces. Mi esposa me dice
que lo que cuenta no es la cantidad de veces que he estado allí, sino la
cantidad de progreso que haya logrado en el conflicto. A veces ella no me
estimula demasiado” (risas).
Ninguna autocrítica. Ninguna palabra de arrepentimiento.
Ninguna muestra de imperfección humana. Sólo una broma tras otra, como si en
realidad de eso se tratase su trabajo: hacer reír al público, como en algunos
circos del siglo XIX se hacía reír a los asistentes usando anestesia.
Es interesante que a los intelectuales disidentes se los
califique invariablemente de radicales por el mero uso de palabras, mientras que
a los líderes que sumergen en la guerra a pueblos enteros se los considere
responsables y moderados. Seguramente la respuesta es la del comienzo: la
realidad está hecha de palabras, aunque otros la sufren con los hechos. El
divorcio y la contradicción entre realidad y palabra no sólo es una forma de
justificar los hechos pasados sino, sobre todo, la mejor forma de preparar los
que vienen.
Esto, que debería llamarse dictadura, se llama democracia.
El problema, entiendo, está en la democracia, pero no es la democracia. Hay
esperanza: todavía se puede estimular la crítica, ese motor original de la
democracia, aunque sea con abono. Tiemblo de sólo pensar en el día que nos
falte Noam Chomsky, ese gran amigo, ese gladiador de nuestro tiempo. Porque los
Tony Blair van a sobrar. Eso es seguro.
No, Chomsky y Blair no se cruzaron en el aeropuerto de
Jacksonville. Me reservo las palabras del primero sobre ese hipotético
encuentro.
“Matamos la civilidad”, por Mirta Goldstein
Nuevos linchamientos en muchos lugares del país vuelven a
poner sobre la mesa la preocupación por estos hechos, que han merecido
diferentes y abundantes comentarios. En el debate social que se generó entraron
a jugar las dudas sobre si estos ladrones eran víctimas o victimarios y si los
vecinos que intervinieron en las agresiones son víctimas o victimarios. El
mismo debate se dio en torno de si estos ataques constituyen una defensa
personal o del prójimo ante la inseguridad, o si se incluyen dentro de los
delitos individuales y colectivos con sus merecidas penas legales. Por supuesto
hay posiciones encontradas respecto de estos temas. Resulta obvio que en estos
hechos se conjugan factores y motivaciones individuales, sociales y
políticoeconómicas. Lo que no resulta tan obvio es quién es el verdadero
damnificado. No acuerdo en que se ataca a la democracia, ya que estos sucesos
forman parte de las posibilidades que este sistema habilita: la elección
individual y colectiva de utilizar la violencia o la no violencia y hacerse
responsable de esa elección, de estar dentro de la ley o en sus bordes aun en
condiciones extremas. Y esto tanto para el ladronzuelo, el ladrón a gran
escala, el de guante blanco, como para la ciudadanía honesta. Y aquí quisiera
hacer la distinción entre inseguridad y criminalidad. Si aumentó la inseguridad
es porque aumentó la criminalidad. Y este aumento, con profundas raíces socioeconómicas,
responde también a un factor que atañe al juego que se da en democracia: puede
haber respeto a la civilidad y a la institucionalidad o irrespeto a la eticidad
y a la civilidad. El crimen tiene responsables y amerita políticas económicas, jurídicas
y educativas para combatirlo, en cambio la inseguridad es un eufemismo que la
estadística recoge como objetivo, por ejemplo midiendo cuántos habitantes se
sienten inseguros y cuántos no. La gallina de los huevos de oro que todos
matamos en estos hechos es la civilidad misma. La civilidad no es un sistema
político sino un orden ético. La civilidad no deriva directamente de la
educación formal o lo culto como status social, sino de una eticidad
relacionada con la concepción de respeto respecto del semejante.
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