Estaba lidiando con comas, punto y comas, rayas y guiones en
el porche, a lápiz nomás, sobre unas páginas que había impreso más temprano,
cuando a través del jardín de la casa de nuestros vecinos veo venir al Negro
desde el lado de la mar. Quizá percibiendo mi mirada él dirigió su vista a mis
ojos y alzó el brazo a modo de breve saludo.
Bajé hacia la calle, húmedo el balasto todavía desde la
lluvia de la víspera, medio oculto el sol entre nubes que no encontraban viento
de empuje. —Andrés, no te esperaba hoy, y casi no me encuentras. Acabo de
llegar… —le dije mientras nos dábamos un apretón de manos.
—Te vi con los papeles, ¿trabajas en la novela? Vengo porque
recogí en la carretera a un fulano que poco menos que corría y le descubrí
ricas vetas… Pensé que te interesaría conocerlo. Me habló de un conocido de ti
con el que dice ha militado en la campaña electoral. Fue, me dijo, una
acumulación de voluntades sólo testimonial, salida de la coalición del Gobierno
en sucesivos desgajamientos. El hombre maneja datos… digamos que datos
prospectivos que a vosotros, provincianos occidentales, les vienen de perillas…
—sonrió, empujándome apenas de costado—, ni que decir que a mi histórico maestro —continuó su discurso—
lo revitalizaría para apearse de esa tan ajena y broncínea montura y alejarse
del cenotafio que le impusieron…
—No ahora… —dije mostrando las páginas—, vengo retrasado con
un encargue que me enviaron desde la otra capital… ¿Y qué dice ese fulano?
Habíamos subido al porche y nos sentamos a la mesa. El negro
dio un breve y preciso puñetazo sobre la superficie horizontal y luego pasó su
izquierda por debajo palpando la estructura y las patas: —¡Esta sí que es
buena!… Dice el hombre que tiene conocimiento, y dice que de buena fuente, de
que se viene un quiebre del país, y éste se acaba como hasta ahora lo conocemos.
Lo dejé en la primera parada y entré después de la curva y la segunda cañada,
lo cité en el club —mira nuestro compañero la hora en el display de su móvil—.
Por si acaso, yo consideré no conveniente que conociera tu casa. Cuando vuelva
a su temperatura normal no se sabe con qué se puede descolgar. Es así.
—Andrés, ¿un café?, ¿cortado, chiquito, mediano?…
—Venga, tomemos un cortadito y luego vayamos al club. El
hombre estará allí a las diez. ¿Tu compañera?
Yo había entrado a la casa para calentar los cafés y una
jarrita con leche y volvía con la azucarera y dos cucharitas en una bandeja.
—Anda por aquí nomás, estará al llegar, fue a buscar retoños y gajos para un
cantero, es su pasión, compartida con las novelas policiales… A propósito, en
estos días de agitación griega suelo pensar en Petros Márkaris: el autor de las
novelas del comisario Jaritos ha dicho meses atrás que al comisario –que como
recordarás tiene un amigo comunista, Sisis– no le interesa el gobierno del
partido Syriza. Y dice que es así porque Jaritos y su familia han hecho muchos
esfuerzos y son conservadores... Pareciera que a Márkaris la situación se le
hace imposible de comprender y por eso lo que teme es el mejor desenlace
posible.
—Ya escucharás de propia voz las prospecciones del caminante
que alcé en la carretera, o las prospecciones que él recogió váyase a saber
dónde y que no están lejos de lo que planteas respecto del autor de ese Jaritos…
Precedida por nuestra perra, Jacha volvía de la recolección
vegetal con la varita de mando en una mano y de la otra colgando una bolsa de
polietileno. Subió al porche por el escalón del costado, que le es más cómodo,
e intercambió saludos con el Negro. Sonó el aviso del horno electrónico
mientras ella mostraba sus trocitos de tallos y cogollos traídos de la excursión
y el Negro los identificaba por sus nombres específicos mientras yo entraba a
buscar los cafés. Desde adentro le pregunté: —¿Te caliento un cortadito?
—Bueno, ¡sí!
Agregregados a la bandeja los dos pocillos y la jarrita y
regresé a la cocina a prepararme un tercero. —Ve con Andrés a tomar el café. Yo
me preparo el mío mientras ordeno un poco, andá…—me dijo entrando también casi
detrás de mí.
Cada uno de nuestros movimientos de ingreso y egreso de la
casa iba seguido del golpe de la puerta mosquitero en el marco –“planc”–,
mientras el Negro seguía con atención los desplazamientos de la tanza tirando o
siendo arrastrada en su recorrido desde el extremo libre del bastidor que en su
recorrido axial por la tracción de la fuerza de una mano, o de la de la
gravedad aplicada a una plomada detrás del marco –y atada ésta al otro extremo
de la línea de nylon–, nos dejaba pasar a nosotros o clausuraba contra el marco
el paso de los insectos voladores.
—Estas construcciones son muy interesantes, sin duda te
salen bien. No sé si igual las construcciones políticas… habría que ver más
adelante. También eres bueno haciendo enroques entre puntos y comas y…
—¡Y el que no se escondió se embroma! —interrumpí su divagación
crítica—, ¡vamos al club!… Jacha, vamos con el Negro al club a ver a un fulano
que trajo de la Capital, venimos en un rato…
—Yo no regreso, dejo besos… —rimó Andrés, haciendo el gesto
de lanzárselos a ella que saludaba desde detrás de la malla de alambre.
___________________
Descendimos hacia la playa y al pasar frente al chalet de
tres plantas que mandó a construir otro griego ya hace quizá más de setenta
años el Negro preguntó si todavía el sindicalista argentino seguía siendo dueño
de éste y de la casona del cerro, del otro lado de la carretera, la que había
sido antes de un francés. Le respondí que eso creía y que no me interiorizaba
en la cuestión.
La mar a esa hora estaba apenas crispada por pequeñísimas
ondulaciones y hacia el sur se veían, lejanos, dos cargueros repletos de
contenedores navegando el canal. Una franja de luz solar, definida, luminosa,
se reflejaba en el agua. Caminamos hacia el oeste la escasa centena de metros
hasta la bajada del rancho que había sido de Luis, vendido y refaccionado, y
trepamos la barranca hacia el club. Entramos por el fondo, entre los eucaliptos,
carente como está en todo su perímetro de alguna valla u otro impedimento para
el ingreso, y divisamos al pasajero de Andrés sentado en un banco de tablas a
las puertas del bar, que estaban cerradas. No había nadie más que él.
Tendría la mitad de mi edad. Con el Negro no se lo podía
comparar porque no se puede encuadrar a Andrés con límites generacionales o
históricos sino solamente con condiciones metahistorias. Nos saludamos con
movimientos de cabeza y me preguntó si me importaba no saber quién era. —Para
nada… —respondí.
Nos sentamos frente a él y lo animamos a hablar. Durante
unos veinte minutos se despachó
apresuradamente como queriendo decirlo todo en un borbollón. No habíamos tenido
nosotros intención de registrar de alguna manera sus manifestaciones, ni con
apuntes o algún artilugio, así que cuando se calló un momento y luego dijo «ya
está, esto es lo que va a pasar», comprendimos que no había acabado de decir
todo. Andrés apenas elevó las cejas cuando nuestro interlocutor se sinceró con
cierta mueca de desagrado.
—Se los voy a decir. A mí me mandaron entrar en la asamblea
del escritor, yo soy buchón, espía… informante. No soy radical ni extremista.
Me formaron para infiltrarme pero también aprendí a sonsacar cosas a mis jefes,
y sé mucho. Las que me enseñaron y las que aprendí a descifrar en los que me
enseñaron. Me mandaron a vigilar a esta gente, me metí a escuchar para
informar. Y me dí cuenta que no eran como me habían dicho: terroristas en
potencia, peligrosos. No, para mí son nada más que idealistas que tienen las
ideas confundidas. El escritor es un tipo honesto, cuando habla es brillante...
Todo lo que les conté recién no es análisis de él o de su gente. No… les conté lo
que yo sé que va a pasar. Acá las cosas están muy jodidas, muchas cosas no van
más y no son pocos los que se van escapar… Se escapan, dejan el tendal, lo
aseguro, y no queda un billete ni por la mitad. La mayoría del gobierno ni se
lo imagina… Yo ahora desaparezco y ustedes no me vieron… no conocen mi cara, si
soy flaco y alto o bajo, viejo o no. Me voy y no me ven nunca más… Ellos saben
que yo descubrí cosas.
Se puso de pie, inició un brevísimo gesto con sus manos,
abiertas, mientras se las miraba, expuestas las palmas, los antebrazos en
posición de dudar si saludar o desmadejar lana. Dejó inconcluso el ademán dando
media vuelta y saliendo hacia la diagonal a paso largo, impreciso, excitado,
urgido quizá para pronto dejar de mostrarnos su espalda.
Descubrí a Andrés mirándome de manera tan intencionada como
indescifrable. Ahora fue él quien alzó el trasero del tablón, estiró el cuerpo,
anunció que nos veríamos nuevamente la semana entrante y se encaminó hacia la
calle del costado norte del club.
Corroído, sin memoria, con íntimas y vergonzosas violencias
contra sí mismo, el país delineado en el segundo cuarto del siglo XVIII por
mister John Ponsonby se caía, había perdido viabilidad como enclave de ultramar,
como faro imperial. El Ariel de Rodó sucumbía ante sí mismo…
Nota
necesaria:
La referencia al novelista
Petros Márkaris tiene antecedentes. El más reciente es la nota de principios de
año en el diario El País, de España
(edición América): «Markaris: “Mi
comisario no espera nada de la Grecia de Syriza”» (http://cultura.elpais.com/cultura/2015/01/31/actualidad/1422713993_883338.html);
también, en este blog, están “Grecia de hoy explicada a Jaritos por Zisis” (http://gervasioespinosanotas.blogspot.com.ar/2012/02/grecia-de-hoy-explicada-jaritos-por.html),
“Grecia: Zisis muy enojado” (http://gervasioespinosanotas.blogspot.com.ar/2013/02/grecia-zisis-muy-enojado.html),
y “Ότι σας κουράσω τον! —afirmó Zisis,
desde Atenas” (http://gervasioespinosanotas.blogspot.com.ar/2015/02/afirmo-zisis-desde-atenas.html)
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