Patricio Porta, periodista de Página/12*, es el autor del
presente reportaje al filósofo francés –«un europeo federalista»– que
recientemente visitó la capital argentina. Nos interesó reproducir la
publicación que el diario hiciera el pasado 25 de mayo porque en 2014 nos
resultó muy interesante y grato trabajar en el cuidado del texto castellano de
la edición argentina del segundo volumen de Ciudadano
sujeto: ensayos de antropología filosófica (traducción del francés de César
Marchesino, Prometeo Libros, Buenos Aires), una colección de escritos, clases y
conferencias de Balibar que, como sostiene Marchesino en su “Nota preliminar”:
reúne la segunda y tercera parte de
la obra original, es claramente un lúcido intento de poner en tensión las tesis
vertidas en los textos modernos y contemporáneos escogidos por el autor con aquellos
nudos y dilemas que nuestra civilización contemporánea ha heredado de la
tradición filosófica de la modernidad, y que de manera acuciante nos exigen tomar
postura, dado que se trata de cuestiones insoslayables para nuestra
civilización como los Derechos Humanos, la identidad de género, la diversidad
cultural y la crisis ambiental, entre otras tantas.
Balibar asegura que la socialdemocracia no ha logrado
inventar un modelo social que pueda competir con el curso actual de la
globalización y sustituir y renovar el viejo orden del Estado de Bienestar.
“Ahora tenemos el resultado a la vista”, subraya.
Por Patricio Porta
Decenas de personas hacen fila para verlo. Algunos quedarán
afuera. Las entradas para escucharlo se agotaron en tiempo record. No se trata
de una estrella de rock, pero casi. Es que la visita a Buenos Aires de Étienne
Balibar, que coincide con el 50º aniversario de la publicación de Para leer El Capital, el célebre libro
que coescribió junto a su maestro Louis Althusser, despierta mucho interés
entre quienes buscan respuestas a la crisis de representación y al auge del
racismo en Europa. Y no son pocos.
En la conferencia que dio en la sala Solidaridad del Centro
Cultural de la Cooperación, con su capacidad colmada, el filósofo francés se
sinceró: “Soy un federalista europeo. Y la razón de mi pesimismo es que este
federalismo está fracasando y tiene menos justificaciones y posibilidades de
realización. Hay fuerzas de diversos tipos, invenciones a la hora de hacer
política en parte de la población europea. Existen buenas razones para pensar
eso en las iniciativas del tipo de Podemos, en España, aunque están muy
localizadas en estos momentos. O en la victoria de Syriza”, se ilusiona.
Balibar alertó sobre los estragos que está causando la desigualdad en Europa,
que amenaza con dividir virtualmente al continente. El filósofo francés habló
con Página/12 sobre el crecimiento de
la ultraderecha en Francia, el terrorismo islamista, la islamofobia, la crisis
de la socialdemocracia europea y los desafíos del gobierno de Alexis Tsipras en
Grecia.
–¿Cómo explica el ataque a la redacción de Charlie Hebdo?
¿Es producto de las tensiones étnicas al interior de Francia o más bien una
consecuencia del terrorismo internacional?
–No se puede separar ambas cuestiones. Este tipo de
acontecimiento tiene generalmente un conjunto muy complejo, para no decir
confuso, de orígenes, muy viejos algunos y muy recientes otros, algunos
internos y otros externos. Lo importante y preocupante, en cierto sentido, es
que el gobierno y la población tienen dificultad en aceptar que la frontera
entre el interior y el exterior ya no marca una diferencia absoluta. Hay
jóvenes ingleses y franceses de origen no musulmán que han ingresado en la red
del Estado Islámico (EI). Pero en Francia específicamente se reclutan, en su
mayoría, jóvenes de origen árabe o de África del norte que no soportan la
condición de marginación y de discriminación social y étnica en la que viven.
El crecimiento de la desigualdad en término de recursos, de posibilidades de
empleo y de acceso a los bienes culturales más esenciales ha alcanzado niveles
sin precedentes. Y eso trae consecuencias catastróficas para todos. Es una
explicación, no una justificación. Por otro lado, está claro que la guerra que
existe hace decenas de años en Medio Oriente está tomando progresivamente una
dimensión global. Algunos hablan de guerra civil mundial, es decir, no es ya
una guerra entre un campo y otro, Occidente y Oriente, sino un conflicto multilateral
entre fuerzas religiosas, fuerzas militares, regímenes dictatoriales con
intervenciones exteriores que, como vemos, es una de las mayores catástrofes
históricas. En esta situación han aparecido elementos fundamentalistas que
adquieren una capacidad de organización y de atracción importante. Para
comprender lo que pasó hay que tener en cuenta estos dos elementos: la
situación interna en Europa y África del Norte y la conversión gradual de la
guerra en Medio Oriente en un fenómeno de terrorismo global.
–¿Cree que el Frente Nacional de la familia Le Pen es una
amenaza real para la democracia francesa?
–Sí, es una amenaza real y muy preocupante. Para gente como
yo, que entramos en la política de manera activa y con fuerte compromiso en la
época de la guerra de Argelia, cuando el pueblo argelino luchaba por la
liberación del colonialismo francés, el hecho de que un grupo político cuyos
líderes y cuya inspiración están directamente vinculados con una especie de
revancha poscolonialista, contra la independencia de Argelia, es una cosa
terrible. Ahora se presenta como una fuerza cada vez más influyente. No es
interesante hacer predicciones. Está claro que el Frente Nacional se ha ido
implantando progresivamente en la población francesa en los últimos años como
consecuencia de la crisis, de la desestabilización y de la falta de perspectiva
para gran parte de la sociedad, incluso para parte de la clase obrera. La
deslegitimación creciente de la clase política francesa y del sistema europeo
contribuye a esta situación. La ley electoral que tenemos en Francia es muy
poco democrática, es una ley de mayorías, y eso va a producir obviamente un
efecto de golpe en la cara. El Frente había logrado crecer sin haber construido
alianzas con otros partidos. Fue más o menos excluido del juego político y si
bien contaba con los votos, no tenía ningún representante en el Parlamento.
Ahora la situación va a cambiar en una dirección totalmente opuesta, porque con
los progresos que han hecho van a ganar más representantes.
–El presidente François Hollande no puede revertir los
bajos índices de popularidad de su gestión. Nicolas Sarkozy, en tanto,
manifestó su intención de volver a la presidencia, pero está salpicado por
distintos escándalos de corrupción. ¿Piensa entonces que Marine Le Pen y su
partido tienen posibilidades de ganar las elecciones generales en 2017?
–Saber si van a llegar al poder es otra cuestión. Mi
respuesta personal es probablemente que no por una serie de razones. Pero
aunque no accedan al poder se convertirán en una fuerza con capacidad de
presión notable, con mayor influencia en los programas de los otros partidos.
No sólo en el partido de Nicolas Sarkozy, la Unión por un Movimiento Popular,
sino también en el Partido Socialista con el primer ministro Manuel Valls. El
modo en que nuestro propio gobierno está aplicando ya medidas de discriminación
que son parte del programa del Frente Nacional, con la idea de que si lo hacen
los socialistas a su modo, de una forma menos sucia, podrán contener la
influencia de Le Pen, es un completo absurdo y una muestra del poder del Frente
Nacional.
–En los últimos años han aumentado considerablemente los
actos de antisemitismo e islamofobia en Francia. El primer ministro Valls
presentó esta semana un plan para combatir el racismo y las expresiones
antisemitas. Según declaró, va a involucrar a maestros, profesores, asistentes
sociales, asociaciones civiles e instituciones judiciales en colegios, barrios
vulnerables y hasta en Internet. Esto demuestra la gravedad del problema. ¿Por
qué cree que se ha llegado a esta situación en un país con una tradición
republicana, pluralista y multiconfesional?
–Republicana, sí. Multiconfesional, no. La tradición
republicana no tiene las capacidades internas de resistencia a ciertos
prejuicios racistas. De por sí no es suficiente. Pero quiero decir que es muy
importante mencionar al antisemitismo y a la islamofobia, porque incluso los
discursos oficiales en este momento no lo hacen. El gobierno francés acaba de
proponer una serie de medidas sobre educación y represión de actos de violencia
relacionados con el racismo y el antisemitismo. Naturalmente, hay que mencionar
el antisemitismo. No soy de los que no toman en serio el crecimiento del
antisemitismo en Francia. Pero racismo y antisemitismo no son una fórmula
honesta. Se usa una terminología que evita nombrar la islamofobia. Hay toda una
polémica en los círculos políticos e intelectuales, una presión muy fuerte de
republicanos que argumentan que el término islamofobia no es aceptable. Según dicen
estos señores y estas señoras, la expresión confunde las cosas. Por un lado,
los ataques contra árabes y musulmanes, y por otro lado, la cuestión de saber
si uno puede criticar al Islam como religión. Y como sería muy importante
mantener la posibilidad de esa crítica, la noción de islamofobia no debe ser
aceptada.
–¿Ese argumento ganó más adeptos tras el atentado a
Charlie Hebdo?
–Sí, pero es una vergüenza. Es una tontería impedir que se
mencionen juntos al antisemitismo y a la islamofobia. Porque introduce una
discriminación al interior de la lucha contra las discriminaciones. No
mencionar a la islamofobia, que es el fenómeno más preocupante en este momento,
es una vergüenza. La llamada concepción republicana francesa de la laicidad
siempre tuvo divergencias y diversas orientaciones internas. Algunos me
reprocharon como marxista defender una concepción liberal, pero en este caso
estoy a favor de esa concepción, para la cual la noción de laicidad significa
que todas las religiones tienen el mismo derecho de existir, manifestarse y
desarrollarse no sólo en la esfera privada sino también abiertamente en la
sociedad y que el Estado no tendría que intervenir. Esa concepción está en los
orígenes de las famosas leyes laicas de finales del siglo XIX, y está siendo
cada vez más suprimida a causa de una concepción intolerante y represiva que
sostiene que el papel del Estado es eliminar las manifestaciones de pertenencia
a comunidades religiosas. El velo completo es una cosa discutible en la esfera
pública por una cantidad de razones. Pero el velo normal, quiero decir, en la
cabeza de las mujeres musulmanas, como decisión personal de señalar su
pertenencia al Islam es una cosa que, según mi pensamiento, una laicidad
liberal no puede suprimir. El gobierno francés y parte de la sociedad han
ingresado a un camino de represión continua que hace que el
multiconfesionalismo no exista realmente.
–La crisis económica que atraviesa Europa ha golpeado a
la socialdemocracia, que a lo largo de todo el continente encuentra dificultades
para legitimarse en el poder, como el caso del Partido Socialista francés.
¿Considera que la socialdemocracia podrá encontrar una alternativa a las
políticas de austeridad que predominan en Europa?
–Sería un milagro. Hay aspectos coyunturales. Uno puede
especular por qué Hollande después de su elección no esperó dos o tres años,
como el gobierno de François Mitterrand, para convertir su programa inicial en
otro de compromiso con las fuerzas dominantes del neoliberalismo. Porque lo
hizo inmediatamente el día después de su elección. Después de una visita a la
canciller alemana Angela Merkel, había hecho creer al pueblo francés que quería
impulsar un cambio de orientación en las políticas europeas y volvió en
realidad alineado completamente con las posiciones alemanas. Está bien, los
dirigentes alemanes defienden e imponen su orientación política. Habría que
conocer entonces algunos elementos secretos. Pienso que la presión por parte de
los inversores fue enorme desde el primer momento. Amenazaron con cortar el
flujo de inversiones extranjeras en la industria francesa. Hubo una correlación
de fuerzas. Pero eso no basta como explicación. El fondo es que la
socialdemocracia, como sabemos todos, se ha alineado con la concepción
neoliberal de la economía actual. Hace tres semanas, Martin Schulz, líder de la
socialdemocracia en el Parlamento europeo, explicaba que Europa tenía la
posibilidad de convertirse en una gran potencia en el mercado mundial. Y es
claro que desde este punto de vista los problemas sociales no son menores. Es
decir, la socialdemocracia no ha logrado inventar un modelo social que pueda
competir con el curso actual de la globalización y sustituir y renovar el viejo
orden del Estado de Bienestar. Ahora tenemos el resultado a la vista. Uno de los
aspectos culturales de la crisis en Europa es la falta de perspectiva sobre la
globalización. Europa es incapaz de actuar como una fuerza alternativa mundial
en el proceso de globalización.
–El triunfo de Tsipras en Grecia parece delinear un nuevo
rumbo en Europa, o al menos el esbozo de una alternativa a las políticas de
endeudamiento y a los partidos tradicionales. Podemos, una fuerza surgida tras
la crisis, podría dar una sorpresa en las próximas elecciones generales en
España. ¿Cómo evalúa estas experiencias?
–Tsipras es un tipo bravo. Pero son procesos diferentes. El
problema para Podemos es llegar al poder ya sea solo o más probablemente con
otros partidos. Si ocurriera, sería para mí una señal interesante e importante
de que verdaderamente hay un conflicto político en Europa y hay fuerzas
renovadoras. Pero no es algo que se da por hecho. Está claro que una de las
metas de las estructuras de poder actuales en Europa, que el filósofo alemán
Jürgen Habermas llama de modo extraordinario “federalismo ejecutivo
posdemocrático”, que es la troika, es aplastar a la experiencia griega antes de
que las elecciones tengan lugar en España.
–Para aleccionar a los españoles.
–Para no correr el riesgo. El caso de Syriza es distinto,
porque está en el poder nacional y se encuentra en este momento en una pulseada
con la estructura de poder europea. Más allá de su electorado inicial, tiene un
gran apoyo del pueblo griego. Deben llegar a compromisos, que son criticados
por la extrema izquierda, una cosa que me parece absurda y muy negativa. Porque
ya son tratados de traidores por esos compromisos, algo que es fundamental. Hay
una tendencia en la extrema izquierda que quiere aprovechar el caso griego para
lograr una disolución del sistema europeo posnacional, que sería una catástrofe
para los mismos griegos. No digo que haya que apoyar al gobierno de Tsipras sin
ningún espíritu crítico, pero hay que considerar las dificultades de crear una
alternativa en Europa.
–Si nos ponemos reduccionistas, las alternativas a
conservadores y socialdemócratas son Syriza o el Frente Nacional de Le Pen.
–Es un poco simplificador, pero es cierto si se considera a
Europa como un todo. Si la alternativa no surge en la izquierda, entonces lo va
a hacer en la derecha.
Nota:
* En Página/12, de Buenos Aires, 25 de mayo de 2015
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