A las noticias breves que como acotación comentan,
interpretan o completan información más amplia y extensa, se las ha llamado y
todavía llama “apostillas”.
Las postillas –sin duda palabra muy relacionada con la antes
dicha– son acotaciones o glosas de un texto: señales o comentarios que se agregan
en los márgenes. También dicen los diccionarios, en una segunda acepción, son
postillas esas molestas pústulas y costras que emergen de la piel como
expresión de heridas, infección o intoxicación…
En las jergas “cuasi” secretistas –como las de ciertos
bandidos intelectuales por juego adolescente o paquetería madura–, en academias,
escuelas y redacciones periodísticas a las apostillas se las suele llamar
“pastillas” (un mínimo chiste)…
Pero acechan riesgos, peligros. Riesgo de que nos
apostillen, nos llenen de “pastillas” y apesten con pústulas y costras, y en
extremo peligro de hasta perder todo dominio de la razón…
El final de un mito
Así el título de la columna editorial del “súper” diario de
un país de geografía pequeña, economía y población proporcional a la de su geografía
y a la que ese mismo editorialista, u otro –clon uno del otro o viceversa–, no
hace mucho la sustrajo (a la población) de su pertenencia sureña y latinoamericana
para encomiarla septentrionalmente proba, sapiente, descendiente (blanca) de
los barcos y nunca –por favor–, de los trenes, ómnibus, camiones o barcazas que
traquetean rutas interiores del subcontinente americano.
El país auténtico, el de los paisanos, el perteneciente, el
surcado aun por partículas indígenas, el país transpirado y no el cajetilla, no
es el que pinta elpaís sea en la
versión de papel o cibernética. Para los pueblos no se trata de mitos sino de
vías, complejas y contradictorias, para sobrevivir y reacumular fuerzas.
Reproducimos solamente tres párrafos de una nota editorial
del pasado 14 de mayo que se puede leer íntegra en http://www.elpais.com.uy/opinion/editorial/final-mito-editorial.html
Cualquiera
con un poco de conocimiento de historia y de la naturaleza humana, podía darse
cuenta de lo absurdo de tal postura. Pero los hechos ocurridos y conocidos en
los últimos tiempos, dejan en claro que la afirmación de que los políticos “de
izquierda” tienen una inclinación genética por la honestidad, es nada más que
un mito.
De
más está mencionar los hechos que han ocurrido en países como Argentina,
Venezuela, o Ecuador, donde la hegemonía del Estado en la economía de esos
países ha habilitado fabulosos esquemas de corrupción, clientelismo, y
prebendas. En esos países ya nadie discute si ahora hay corrupción, sino hasta
qué punto, lo actual, empata lo vivido en los gobiernos precedentes.
Pero
dos casos paradigmáticos todavía sostenían el mito; Chile y Brasil. Dos países
con gobiernos de “izquierda” moderada, moderna, que no han buscado reflotar las
recetas económicas de los años sesenta y setenta, sino que aspiraban a
aprovechar las bondades del mercado, para facilitar políticas sociales
generosas. Un discurso simpático y entrador, pero que en los últimos meses se
ha desbarrancado de manera terminal.
Terminar con el
pestilente y asesino negocio
Pablo Piovano es un fotógrafo y cronista gráfico argentino
que en 2014 recorrió más de diez mil kilómetros de rutas en viajes por las
provincias de Entre Ríos, Chaco y Misiones. De él probablemente sea la foto que
publicamos en la nota “Agrotóxicos. Fabián
Tomasi: testimonio viviente del daño provocado”.1
Piovano trabaja en Página/12, y durante esos viajes que
realizó por cuenta propia, como militante del sufrimiento, tomó fotografías y
compuso la muestra “El costo humano de los agrotóxicos”. Por la colección
fotográfica que fue presentada entre las de más de mil trescientos
participantes recibió la semana pasada dos importantes premios internacionales.
«Este
trabajo tiene la intención de ser un trabajo documental de largo aliento
–plantea Piovano–. Es distinto a mi tarea de todos los días, al retrato de
alguien del mundo de la cultura, quizás; aquí enfrente hay víctimas, están el
dolor y la enfermedad.» El fotógrafo se siente también obligado hacia las setenta
familias que le abrieron las puertas de sus casas para que los retratara. «Esto
es una tragedia que lleva veinte años, cuando ya en 1996, siendo (Carlos Saúl)
Menem presidente, Felipe Solá como ministro de Agricultura firmó un acuerdo con
Monsanto, con folios en inglés y sin constatar con científicos nacionales e
independientes. Este es el costo humano de este nuevo sistema agropecuario, que
produce una rentabilidad enorme, pero también un daño irreparable.»
Los
datos que aporta [Pablo Piovano a la serie fotográfica] apabullan: un tercio de
la población Argentina está afectada directa o indirectamente por el glifosato.
Son 13.400.000 personas que viven en los alrededores de la zona tratada con
estos agroquímicos. En 2012 se utilizaron 370 millones de litros de
agroquímicos sobre 21 millones de hectáreas sembradas con semillas
transgénicas, es decir, sobre 60 por ciento de la superficie cultivada del
país. En la última década se triplicaron los casos de cáncer infantil y las
malformaciones congénitas se cuadruplicaron. Aunque cuesta zanjar la cuestión
entre informes científicos de uno u otro bando, para el fotoperiodista la
causalidad es clara. Por eso, advierte que el glifosato y otros agroquímicos
están prohibidos en 74 países.2
La fotografía la tomó Piovano, el niño se llama Lucas y vive
en Colonia Aurora, Misiones, Argentina, en el límite con Brasil. Tiene tres
años y nació con ictiosis, enfermedad de origen genético que produce en la piel
escamas como de pez. Su madre, Rosana Gaspar, de treinta y dos, durante el
embarazo y sin protección alguna manipuló glifosato:
Una amenaza a la
educación de calidad
Antoni Verger es sociólogo e investigador
científico en la Universidad Autónoma de Barcelona, en España, y La diaria, matutino montevideano,
publicó con este título su opinión sobre los tratados de libre comercio en
servicios, como el TISA, al que en Uruguay se oponen partidos de izquierda, la
central de los trabajadores PIT-CNT, organizaciones campesinas y ambientalistas
y sectores académicos.
Estos tratados, afirma Verger, «como el Acuerdo General
sobre el Comercio de Servicios (AGCS) o, más recientemente, el Acuerdo sobre
Comercio de Servicios (TISA, por sus siglas en inglés), plantean importantes
retos de cara a la construcción y a la consolidación de sistemas educativos
públicos, especialmente en los países del sur».
Explica que «una vez firmados, obligan a los gobiernos a
garantizar a los proveedores de servicios transnacionales el acceso a sus
mercados nacionales por tiempo indefinido, limitando la capacidad de regulación
estatal. En el caso de la educación, dichos riesgos se multiplican por el papel
estratégico que ésta desempeña en la promoción de la equidad social y la
distribución de oportunidades, así como por su condición de derecho humano
fundamental».
El sociólogo catalán destaca que «oponerse al TISA (como al
AGCS en su momento) no debe confundirse con oponerse a la internacionalización
de la educación. Más bien al contrario. Los intercambios con fines no
comerciales entre profesores y estudiantes de diferentes países, así como los
consorcios internacionales para la creación de programas de estudio o de
proyectos de investigación, no hacen más que reforzar el intercambio de ideas y
la calidad de los sistemas educativos. Por lo tanto, la cooperación
internacional es otro de los instrumentos de los que dispone la comunidad
educativa para oponerse a las dinámicas de transnacionalización del sector que
se plantean desde una lógica meramente comercial o lucrativa».
La nota completa en http://ladiaria.com.uy/articulo/2015/5/una-amenaza-a-la-educacion-de-calidad/
Mito y Tomi
Mito y Tomi son lo mismo pero en espejo. Uno es al otro lo
que el otro a uno. Para un caso son Mito y para otro Tomi, el espejo al revés,
“se igual”. El mito fue, ya cayó, dijo Tomi: la izquierda es corrupta y este
país con “su gente” es septentrional, blanco, como la gente que bajó de los
barcos.
Y sin tropezar anunció que “La justicia uruguaya investiga
la mayor estafa de la historia”. Puede pensar el lector que la vasta corruptela
que perfora la propia sustentabilidad de la Suramérica corrompida por la
izquierda había hecho pie en el impoluto territorio natural, fresco y bien
oliente.3
Ahora se descubre que lo que fue una festiva generosidad
adinerada de verano de quien no interesado en ser más rico arrojaba verdes
billetes desde una terraza, no fue otra cosa que un desvarío de borrachera de
quien habría sido no solamente ideólogo sino principal beneficiario junto con “empresarios
turísticos” de la mentada estafa: un distinguido veraneante francés, que hoy,
en su France, convencido debe estar que lo mejor para la tranquilidad ciudadana
ante tanta inseguridad es espiar y vigilar a todo el mundo, como aprobó el
parlamento galo la propuesta de su presidente, europeo, septentrional (¡cuidado
Fidel!).
Nada suelto, todo
sujeto
Para “comentar” en los diarios y publicaciones cibernéticas
hay que estar registrado en Facebook, se leen los encabezados y quizá algo más,
se eructa un pensamiento y se lo inyecta te guste o no te guste. Ahora, además,
esta “red social” que todo lo sujeta para que nada caiga estableció acuerdos
con una decena de medios de formación de opinión “septentrionales”.
Estúpida y cómplice
Casi frente a casa unos vecinos promovieron la adquisición
de “botones de pánico” para disparar una alarmita instalada en lo alto de un
poste. Hasta ahora nunca la oí sonar, nadie ha apretado el botón. Pero el
pánico allí está agazapado, dispuesto, temeroso y egoísta. Ya conté esto hace
un tiempo.
Guardan en su casa dos vehículos, uno el sedan familiar y el
otro una camioneta que emplean en su trabajo. Cuando los guardan de noche ponen
en marcha sus vehículos y encienden las luces altas, potentes, iluminando el
escenario de la operación. Maniobran, se mueven, primero uno, que lentamente entran,
atentos al entorno, y luego con el otro también maniobran, se demoran, hasta
que de repente y prontamente sucede el encierro, y nuevamente la tranquila
oscuridad.
Una cámara de seguridad en el frente de esa casa registra
todo y hasta quizá los parpadeos y ademanes de encandilamiento de los
viandantes que transitan las veredas, gente de a pié, inconsciente de los
temores de los que tienen cosas para perder. Pregunté el porqué del botón y de
la alarmita: Por la inseguridad —respondió—. Es decir que por la “seguridad de
ellos” aumentan la inseguridad de muchos: enceguecen con sus reflectores y
espían con sus camaritas. Estúpida y cómplice la clase media.
Otros, también vecinos, más vale pobretones pero que han
accedido a sus reflectores de cinco marchas para adelante y una para atrás,
también los dejan encendidos estando estacionados sea flirteando, comprando
cigarros o tan sólo esperando váyase a saber qué. Si así lo hacen los de
enfrente, así ha de ser…
Notas:
1 La nota fue tomada de la agencia Télam, que no dio
referencias del autor de las fotografías. http://www.telam.com.ar/notas/201505/103615-agrotoxicos-vida-salud-fabian-tomasi.html
2 Andrés Valenzuela, en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/21-35548-2015-05-17.html
3 Años atrás, una década y media, no más, surcando
carreteras entre cuchillas y estribaciones, del litoral hacia el sur, en los
atardeceres, olíamos el frescor apenas hiriente del penetrante olor de los
zorrinos mientras enormes bandadas de pájaros se precipitaban sobre arboledas y
matorrales a descansar. Ahora no hay pájaros, mulitas, liebres ni siquiera
torpes coleópteros o tenues aromas de orines: todo es maloliente química, sangre
muerta…
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