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viernes, 30 de marzo de 2012

Ansina es


A menos de dos kilómetros de la casa donde vivimos en la Provincia de Buenos Aires, y a poco más de cuarenta de ambos Palacios de las Leyes, el legislativo y el judicial, la semana pasada se desencadenó un drama tremendo. Una mujer de treinta y ocho años de edad, madre desde los veinte y de cinco hijos, con domicilio en una humilde vivienda cercana a un arroyo pestilente,  separada desde hace algo más o menos un año y medio del que fuera su marido, probablemente desazonada, angustiada, atormentada y consecuentemente incapacitada para reflexionar, se autoindujo un aborto con fármacos en el séptimo mes de un embarazo no deseado. Ya lo había intentado antes, se supo luego.

La información fue difundida por las secciones policiales de diarios, radios y televisión con sutiles títulos como “Madre asesina a bebé recién nacido”. Se dijo que una hermana la halló en tal estado de descompensación que la trasladó en un auto de alquiler al hospital materno infantil cercano donde, percatado el personal médico que la mujer presentaba indicios de un parto reciente y de gran confusión, informó y reclamó colaboración de agentes de la policía.

Llegado estos al domicilio encontraron, envuelto en una frazada y en el cuarto de baño, el cuerpecito de una niña que nacida viva prematuramente había sido muerta por asfixia y profundas heridas punzantes producidas con una tijera de costura.

Pobre mujer, pobres sus hijos… Tal cual se propone en proyectos parlamentarios en varios países, entre ellos Uruguay y Argentina, y tal se practica en otros, por caso en Cuba, evitarían dramas como el de nuestra vecina acciones médicas realizadas en el tiempo y las formas adecuadas cada vez que una mujer manifestara su voluntad en ese sentido.

Modorra

En los días que han pasado me invadieron inesperadas modorras y hoy descubro lo que me parece es la razón principal: ciertas lecturas. Se lo dije a mi compañera que ayer me preguntaba qué era lo que me pasaba: es que me aburre el tratamiento que se hace de los sucesos que ocurren. Esta mañana me la he pasado trabajando con textos ajenos por encargo de una editorial, y no me he dormido aun siendo esos textos más inútiles que útiles y más mal escritos que bien.

Se cuenta que a José Artigas lo acompañaba un negro fiel compañero de mateadas, de filosas y filosóficas lecturas, de charlas, éxodos y redotas, poeta y músico pero hombre parco en sus relaciones sociales que invariablemente, cuando le preguntaban por su identidad, respondía: “Ansina, ansina soy”.

Lo recuerdan calles, plazas, barrios y villas en la “provincia oriental” de su época. Pero los llamados “motores de búsqueda” no lo encuentran así nomás a menos que se teclee Joaquín Lencina. Es decir, parece que desde la irrupción de las “modernas tecnologías de la información y la comunicación” poco se ha escrito sobre su historia como Ansina. Allí están Villa Ansina, el barrio Ansina, las esquinas de Ansina y tal o cual, o la asociación gaucha riverense “Los tizones de Ansina”… pero el propio “Ansina”, no.

Susana Andrade lo recuerda, ella es líder religiosa y yo mero agnóstico
http://www.rodelu.net/sandrade/sandrade070.html. También Gonzalo Abella, que en Artigas, el resplandor desconocido lo califica un “veterano sabio” http://calameo.com/books/000030851874ae22e148d.

Ansina es, Ansina: me entristecen y me aburren la soberbia, la hipocresía y la estupidez.

Gervasio Espinosa (30 de marzo de 2012)

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