Un debate variopinto y hasta un amparo judicial que tiene
vigencia por lo menos hasta agosto ha suscitado la intención de reemplazar el
monumento a Cristóbal Colón, hasta hace unos días todavía emplazado en los
jardines del lado este de la
Casa Rosada, por otro que homenajea a Juana Azurduy. Del
debate participan distintas figuras de la política y la cultura rioplatenses,
entre ellos el escritor Mempo Giardinelli1.
En marzo de 2010, en el marco de las celebraciones
continentales por el Bicentenario de la Independencia del colonialismo español
de nuestros países, y ante el mausoleo con los restos de Juana Azurduy en la
Casa de la Libertad de Sucre, la Presidenta de Argentina hizo entrega al Gobierno
del Estado Plurinacional de Bolivia del sable y las insignias de generala del
Ejército Argentino, con los que mediante un decreto su Gobierno distinguió a la
histórica combatiente por la liberación latinoamericana. A la vez, el Gobierno
de Bolivia dispuso donar a Argentina un monumento a la heroína, al que la presidenta Cristina
Fernández quiere que se emplace en el lugar donde hasta ahora
y desde hace más de noventa años se rinde culto a Colón.
En el diario Página/12
de este domingo 14 de julio se publica la crónica que el periodista Eduardo
Videla hizo de una exposición que al respecto hicieron en la sede de la
Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la y los historiadores Araceli Bellota
(directora del Museo Histórico Nacional), Hugo Chumbita (miembro del Instituto
Nacional de Revisionismo Histórico “Manuel Dorrego”) y Javier Garín (del Centro
de Estudios Históricos “Felipe Varela”).2
La crónica de Videla en Página/12,
muy digna de ser visitada, cita las opiniones de Bellota, Chumbita y Garín sobre
la relevancia de la figura de Juana Azurduy, aquella a quien la voz de Mercedes
Sosa cantando a Félix Luna y Ariel Ramírez figurara así:
Me enamora la patria en agraz
Desvelada recorro su faz
El español no pasará
Con mujeres tendrá que pelear
Desvelada recorro su faz
El español no pasará
Con mujeres tendrá que pelear
“Cuando la insurgencia simbólica hurga el avispero”3
Por Yuri F. Tórrez
En Opinión,
Cochabamba, Bolivia, 14 de julio de 2013
El autor es boliviano,
licenciado en Comunicación Social y Sociología, máster en Ciencias Políticas y doctor
en Estudios Culturales Latinoamericanos por la Universidad Andina Simón
Bolívar, Quito, Ecuador. Es también periodista y docente-investigador en el
Centro Cuarto Intermedio, de Cochabamba, y en el Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales (CLACSO), de Buenos Aires.
Este texto, publicado por el
diario cooperativo Opinión, de Cochabamba, forma parte de las primeras
reflexiones de la investigación titulada “Construcción simbólica del Estado
Plurinacional. Imaginarios políticos, discursos, rituales, símbolos,
calendarios y celebraciones cívicas/festivas (2010-2013)”, que auspicia el
Programa de Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB), y que es realizada por
Claudia Arce y Yuri Tórrez. yuritorrez@yahoo.es
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El funesto fénix del absolutismo colonial renace de sus
cenizas aventadas a los cuatro vientos, concitando las sombras y los manes de
aquellos espectros que reaparecen, como señales inequívocas de que aún perviven
intactos en el imaginario social. Empero, hay algunos gestos que resisten a
este designio y batallan por desbaratar esa mentalidad colonial, abriéndose así
un escenario de disputa, expresándose, sobre todo en el campo cultural, por la
vía de la apropiación y reapropiación de aquellos bienes simbólicos en pugna.
Veamos.
Como si fuera parte de la película Good Bye, Lenin, a finales del mes de junio y en pleno centro de Buenos Aires, exactamente en la plazoleta contigua a la Casa Rosada, era desmontado el monumento a Cristóbal Colón para ser sustituido por el de la heroína boliviana Juana Azurduy, estatua financiada por el Gobierno de Bolivia. Esta decisión es resistida por el Jefe de Gobierno de Buenos Aires, el conservador Mauricio Macri.
Más allá de la disputa política interna argentina, lo que convoca la atención son los entretelones culturales, y por lo tanto ideológicos, que bordean esta lucha simbólica. En rigor, esta cuestión pasaría inadvertida para nosotros, los bolivianos, si no fuera porque se tratara de una heroína del Alto Perú, hoy Bolivia. Juana Azurduy de Padilla junto a su esposo, Manuel Ascencio Padilla, participaron en las luchas por la emancipación en el Virreinato del Río de la Plata, contra el orden colonial. El actual Gobierno argentino, en marzo del 2010 a través de su Presidenta, entregó personalmente el sable y las insignias de generala del Ejército Argentino ante los restos de Azurduy, resguardados en la Casa de la Libertad de Sucre. El monumento a Juana Azurduy es parte de la estrategia de cimentación simbólica asumida por parte del Estado Plurinacional de Bolivia que destinó, en este caso específico, un millón de dólares para la construcción de la obra.
En una porfiada insistencia, Macri, con sus ojos azules, sentencia al unísono de las arengas de manifestantes vinculados a la colectividad italiana que gritan al cielo: “Colón no se va de la Ciudad de Buenos Aires”. Esa centenaria estatua fue donada por los emigrantes italianos hace un siglo atrás. Según Macri, “Argentina se construyó con el aporte de las colectividades (emigrantes)”. En estas palabras del Jefe de Gobierno Buenos Aires subyace esa idea europeizada a la que le cuesta leer a Martín Fierro y prefiere reforzar aquella idea que los argentinos descienden de los barcos. De allí que Colón, con toda esa fuerza alegórica adquirida, se erige casi como un referente simbólico a defender por aquellos sectores que ven a la Argentina con ojos eurocéntricos sin percibir o, mejor dicho, invisibilizando a aquella diáspora de emigrantes que vienen desde la zona andina de América del sur, especialmente desde Bolivia. O aún peor, detrás de estos argumentos históricos tal vez quieren reproducir simbólicamente aquel hostigamiento cotidiano -casi perverso- que sufren los miles de bolivianos emigrantes en la Argentina. De algún modo, como dice el historiador Gustavo Rodríguez: “Juana (Azurduy) plantará el orgullo cívico nacional boliviano en las calles porteñas, país donde tiene alto reconocimiento oficial y militar, aunque muchas veces sea asumida como argentina”. Como dice la propia presidenta Cristina Fernández, “Me gustaría que más argentinos levantaran la voz para defender a nuestros próceres. Miren cómo nos tratan afuera”, afirmó la mandataria argentina, al aludir el incidente que padeció hace poco el presidente de Bolivia, Evo Morales. Explicó que “queremos trasladar el monumento de Cristóbal Colón y queremos poner ahí a la Juana Azurduy, a esa heroína de la independencia, y no es una decisión caprichosa, sino que creemos que en el lugar de la Casa Rosada, que es la casa de todos los argentinos, tiene que estar representada por los que lucharon y dieron su vida por la independencia”.
Tanto Carlos Marx y Max Weber acertadamente advirtieron que la cultura de la clase dominante es la cultura dominante. Es decir, la existencia de grupos sociales que en condiciones asimétricas de poder y ejercen la dominación de unos sobre los otros. En este sentido, siguiendo a Néstor García Canclini: “El patrimonio cultural sirve, así, como recurso para reproducir las diferencias entre los grupos sociales y la hegemonía de quienes logran un acceso preferente a la producción y distribución de los bienes. Los sectores dominantes no sólo definen cuáles bienes son superiores y merecen ser conservados; también disponen de medios económicos e intelectuales, tiempo de trabajo y de ocio, para imprimir a esos bienes mayor calidad y refinamiento”.
El reemplazo de la estatua de Colón por la de Juana Azurduy es una acción que apunta a hurgar el avispero. Devela la tensión no solamente social, sino racial que existe hoy en una Argentina que paulatinamente va perdiendo su esencia europea para fundirse en una Argentina más diversa. No debemos olvidar, como dice Mauro Beltrami, que “el monumento histórico adquiere un valor fundamental, al pasar a ser parte del patrimonio cultural de un pueblo, grupo o clase social; patrimonio que tendrá como factor determinante la capacidad de representación simbólica de las identidades”. Esto pasa mucho más en una ciudad como Buenos Aires que, al ser una ciudad cosmopolita, también es un archipiélago en la que se van tejiendo varias identidades, y posiblemente aquella identidad andina proveniente de Bolivia es una de las más importantes. O sea, detrás de esa defensa a ultranza de la no remoción de la estatua de Colón por parte de Macri persiste una visión anclada en una visión colonial de aquellos sectores conservadores de la sociedad bonaerense que se resiste a admitir, entre otras cosas o simbólicamente, el abigarramiento socio/cultural de la ciudad capital de la Argentina, posiblemente representada hoy en esa imagen del monumento de Colón caído que está a punto de ser trasladado a Mar del Plata.
Desde la perspectiva de la construcción del orden simbólico del Estado Plurinacional, la estatua de Azurduy en pleno centro bonaerense es llamativa. No debemos olvidar que la guerrillera independista se ha constituido en un ícono de la historia de las luchas anticoloniales rescatadas últimamente por el Estado boliviano, por ejemplo, en el curso de la celebración del Bicentenario de la Independencia de Chuquisaca. En este contexto, debemos desentrañar la significación de esta insurgencia simbólica por la presencia del monumento de Juana Azurduy en Buenos Aires. Esto es parte de una línea trazada, por lo menos en el campo discursivo, de la estrategia estatal en el devenir del horizonte descolonizador. De allí que si vence la posición de la mandataria argentina sobre el del jefe del gobierno de Buenos Aires adquirirá un efecto simbólico que trastocaría aquel imaginario colonial, mucho más si esa estatua representa a esos miles de bolivianos que viven en aquella ciudad. Muchos porteños siguen soñando con esa vieja Europa, cuna de sus abuelos, pero hoy su mentalidad está más añeja que nunca.
Como si fuera parte de la película Good Bye, Lenin, a finales del mes de junio y en pleno centro de Buenos Aires, exactamente en la plazoleta contigua a la Casa Rosada, era desmontado el monumento a Cristóbal Colón para ser sustituido por el de la heroína boliviana Juana Azurduy, estatua financiada por el Gobierno de Bolivia. Esta decisión es resistida por el Jefe de Gobierno de Buenos Aires, el conservador Mauricio Macri.
Más allá de la disputa política interna argentina, lo que convoca la atención son los entretelones culturales, y por lo tanto ideológicos, que bordean esta lucha simbólica. En rigor, esta cuestión pasaría inadvertida para nosotros, los bolivianos, si no fuera porque se tratara de una heroína del Alto Perú, hoy Bolivia. Juana Azurduy de Padilla junto a su esposo, Manuel Ascencio Padilla, participaron en las luchas por la emancipación en el Virreinato del Río de la Plata, contra el orden colonial. El actual Gobierno argentino, en marzo del 2010 a través de su Presidenta, entregó personalmente el sable y las insignias de generala del Ejército Argentino ante los restos de Azurduy, resguardados en la Casa de la Libertad de Sucre. El monumento a Juana Azurduy es parte de la estrategia de cimentación simbólica asumida por parte del Estado Plurinacional de Bolivia que destinó, en este caso específico, un millón de dólares para la construcción de la obra.
En una porfiada insistencia, Macri, con sus ojos azules, sentencia al unísono de las arengas de manifestantes vinculados a la colectividad italiana que gritan al cielo: “Colón no se va de la Ciudad de Buenos Aires”. Esa centenaria estatua fue donada por los emigrantes italianos hace un siglo atrás. Según Macri, “Argentina se construyó con el aporte de las colectividades (emigrantes)”. En estas palabras del Jefe de Gobierno Buenos Aires subyace esa idea europeizada a la que le cuesta leer a Martín Fierro y prefiere reforzar aquella idea que los argentinos descienden de los barcos. De allí que Colón, con toda esa fuerza alegórica adquirida, se erige casi como un referente simbólico a defender por aquellos sectores que ven a la Argentina con ojos eurocéntricos sin percibir o, mejor dicho, invisibilizando a aquella diáspora de emigrantes que vienen desde la zona andina de América del sur, especialmente desde Bolivia. O aún peor, detrás de estos argumentos históricos tal vez quieren reproducir simbólicamente aquel hostigamiento cotidiano -casi perverso- que sufren los miles de bolivianos emigrantes en la Argentina. De algún modo, como dice el historiador Gustavo Rodríguez: “Juana (Azurduy) plantará el orgullo cívico nacional boliviano en las calles porteñas, país donde tiene alto reconocimiento oficial y militar, aunque muchas veces sea asumida como argentina”. Como dice la propia presidenta Cristina Fernández, “Me gustaría que más argentinos levantaran la voz para defender a nuestros próceres. Miren cómo nos tratan afuera”, afirmó la mandataria argentina, al aludir el incidente que padeció hace poco el presidente de Bolivia, Evo Morales. Explicó que “queremos trasladar el monumento de Cristóbal Colón y queremos poner ahí a la Juana Azurduy, a esa heroína de la independencia, y no es una decisión caprichosa, sino que creemos que en el lugar de la Casa Rosada, que es la casa de todos los argentinos, tiene que estar representada por los que lucharon y dieron su vida por la independencia”.
Tanto Carlos Marx y Max Weber acertadamente advirtieron que la cultura de la clase dominante es la cultura dominante. Es decir, la existencia de grupos sociales que en condiciones asimétricas de poder y ejercen la dominación de unos sobre los otros. En este sentido, siguiendo a Néstor García Canclini: “El patrimonio cultural sirve, así, como recurso para reproducir las diferencias entre los grupos sociales y la hegemonía de quienes logran un acceso preferente a la producción y distribución de los bienes. Los sectores dominantes no sólo definen cuáles bienes son superiores y merecen ser conservados; también disponen de medios económicos e intelectuales, tiempo de trabajo y de ocio, para imprimir a esos bienes mayor calidad y refinamiento”.
El reemplazo de la estatua de Colón por la de Juana Azurduy es una acción que apunta a hurgar el avispero. Devela la tensión no solamente social, sino racial que existe hoy en una Argentina que paulatinamente va perdiendo su esencia europea para fundirse en una Argentina más diversa. No debemos olvidar, como dice Mauro Beltrami, que “el monumento histórico adquiere un valor fundamental, al pasar a ser parte del patrimonio cultural de un pueblo, grupo o clase social; patrimonio que tendrá como factor determinante la capacidad de representación simbólica de las identidades”. Esto pasa mucho más en una ciudad como Buenos Aires que, al ser una ciudad cosmopolita, también es un archipiélago en la que se van tejiendo varias identidades, y posiblemente aquella identidad andina proveniente de Bolivia es una de las más importantes. O sea, detrás de esa defensa a ultranza de la no remoción de la estatua de Colón por parte de Macri persiste una visión anclada en una visión colonial de aquellos sectores conservadores de la sociedad bonaerense que se resiste a admitir, entre otras cosas o simbólicamente, el abigarramiento socio/cultural de la ciudad capital de la Argentina, posiblemente representada hoy en esa imagen del monumento de Colón caído que está a punto de ser trasladado a Mar del Plata.
Desde la perspectiva de la construcción del orden simbólico del Estado Plurinacional, la estatua de Azurduy en pleno centro bonaerense es llamativa. No debemos olvidar que la guerrillera independista se ha constituido en un ícono de la historia de las luchas anticoloniales rescatadas últimamente por el Estado boliviano, por ejemplo, en el curso de la celebración del Bicentenario de la Independencia de Chuquisaca. En este contexto, debemos desentrañar la significación de esta insurgencia simbólica por la presencia del monumento de Juana Azurduy en Buenos Aires. Esto es parte de una línea trazada, por lo menos en el campo discursivo, de la estrategia estatal en el devenir del horizonte descolonizador. De allí que si vence la posición de la mandataria argentina sobre el del jefe del gobierno de Buenos Aires adquirirá un efecto simbólico que trastocaría aquel imaginario colonial, mucho más si esa estatua representa a esos miles de bolivianos que viven en aquella ciudad. Muchos porteños siguen soñando con esa vieja Europa, cuna de sus abuelos, pero hoy su mentalidad está más añeja que nunca.
Notas:
3 http://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/20130713/suplementos.php?id=1199
* El retrato de Juana Azurduy que ilustra esta nota está expuesto en la Casa de Gobierno de la capital argentina.
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