Agencia ALAI AMLATINA, 16.07.2013
El autor es un escritor y
periodista uruguayo que durante casi dos décadas estuvo radicado en Ecuador. Recibió
los premios Latinoamericano de Periodismo José Martí 1990, instituido por la
agencia de noticias cubana Prensa Latina,
y Pluma de la Dignidad 2004, de la Unión Nacional de Periodistas de Ecuador. Ha sido
corresponsal en Ecuador de la agencia de noticias Inter Press Service, profesor
de la
Universidad Andina Simón Bolívar y autor de varios libros,
entre ellos de La rebelión de los indios, Rebeliones indígenas y
negras en América Latina, Mujeres del siglo XX, Apuntes sobre
fútbol, Plan Colombia, La paz armada, El movimiento indígena y las acrobacias del coronel y La guerra en casa: de Reyes a la base de
Manta. Se desempeñó como vicecanciller en el Gobierno ecuatoriano de Rafael
Correa, y actualmente, de regreso en su país natal, Kintto Lucas es Embajador
Itinerante de Uruguay para Unasur, Celac y Alba.
En los últimos años,
América del Sur ha dado pasos decisivos en su camino hacia la integración
regional. Conscientes de los desafíos que ha generado la globalización y que se
han evidenciado en las crisis económicas y políticas internacionales, así como
en la proliferación de actividades ilícitas transnacionales que traspasan las
capacidades individuales de los Estados, algunos países han comenzado a
entender que las ventajas de una mayor cooperación e intercambio comercial no
son el objetivo final, sino que es necesario coordinar respuestas en políticas
económicas y fiscales, pero también sociales, en manejo de recursos naturales,
temas ambientales, de defensa y en otros ámbitos, para enfrentar las amenazas.
Pero sobre todo, que en el mundo que se va configurando es imposible caminar
solos, y es fundamental caminar en colectivo
Para reforzar la
integración es necesario incrementar los niveles de interdependencia económica
y comercial en la región.
Es un camino complejo pero no imposible. Falta todavía
profundizar en una mirada colectiva y dejar de mirarse cada uno al ombligo. Es necesario
que las economías más grandes sean más solidarias con las economías pequeñas,
pero también es fundamental que éstas busquen un desarrollo propio, dejen de
ser parasitarias y no se escondan detrás la farsa de revender productos traídos
de otros países sin incorporar agregado nacional o solo colocando una etiqueta
de industria nacional.
De a poco América del Sur
se va alejando de la teoría de integración regional que promueve el divorcio
entre Economía y Política, y que terminó por arrastrar a muchos países a la
falacia del “mercado auto regulador” como promotor del desarrollo. Sin embargo,
es preocupante observar que después de las nefastas experiencias con la
aplicación de la terapias de shock de mercado –en palabras de Naomi Klein-,
este tipo de medidas políticas se siguen vendiendo desde algunos países de la
OCDE, organizaciones financieras multilaterales, sectores políticos de derecha
y ciertos empresarios, como la panacea para la proyección económica de nuestros
países.
Desde el Norte se promueven
los tratados de libre comercio y la liberalización y desregulación financiera,
así como la privatización y la flexibilización del mercado de trabajo como los
mecanismos fundamentales para la integración a la economía internacional. En
América del Sur hay quienes escuchan esos cantos de sirena y defienden la
necesidad urgente de crear un área de libre comercio estilo ALCA. Pretenden así
reponer los fracasos del modelo neoliberal.
La integración regional de
Suramérica debe recuperar el rol del Estado sobre el mercado, y de la sociedad
sobre el Estado y el mercado. Los Estados Suramericanos integrados deben
controlar el mercado suramericano integrado. Y la sociedad suramericana debe
jugar un papel fundamental con su participación para controlar los Estados y
los mercados integrados. Esa integración debe generar vías para un modelo de
desarrollo que permita la proyección de cada país y la proyección conjunta.
La eficacia y el
aprovechamiento de las sinergias regionales dependen de la capacidad de
entender que es un proyecto colectivo, no individual, y del tejido
institucional que se consolide en el proceso de integración.
Fortalecer y profundizar
la integración en América del Sur, pasa por fortalecer y profundizar Unasur, y
en ese camino es fundamental fortalecer y profundizar el MERCOSUR caminando
hacia un “Mercosur Suramericano”. Pero eso depende de la capacidad que muestren
nuestros Estados para reconfigurar sus estructuras productivas. Esto será
posible si los gobiernos van de a poco trascendiendo el ámbito de la mera
racionalidad económica y se comprometen en la construcción de una Política
Económica Común e Inclusiva, que aproveche las ventajas de la región en
recursos alimenticios, hídricos, materias primas industriales y energéticas,
generando una integración productiva y la complementariedad entre los países.
En el nuevo orden mundial,
la importancia de América del Sur en la economía internacional es innegable. Es
uno de los polos económicos más dinámicos. Actualmente, el PIB de los países de
la Suramérica representa el 73 por ciento del de América Latina y el Caribe,
que a su vez representa el 8 por ciento del comercio mundial. A pesar del peso
económico, la matriz productiva y exportadora de nuestros países continúa
centrada en el sector primario y en las manufacturas intensivas en materias
primas y recursos naturales. Este fenómeno responde a los altos precios de los commodities en el mercado internacional,
pero también a la concentración de la inversión, tanto nacional como
extranjera, en la explotación de materias primas. Como consecuencia, los países
suramericanos enfrentan la amenaza de la desindustrialización y reprimarización
de sus economías. Estos procesos conllevan el aparecimiento de enclaves
productivos cuya generación de riqueza no se transmite al total de la economía,
dadas las escasas concatenaciones productivas que generan y la fuga de
capitales en forma de repatriación de ganancias y beneficios y de incremento
desmedido de las importaciones. Esos enclaves, muchas veces son parte de la parasitaria
inversión extranjera que no paga impuestos y aporta muy poco a nuestros países.
La forma independiente que
los países suramericanos han concebido su desarrollo económico, ha dado origen
al establecimiento de estructuras productivas orientadas a satisfacer solamente
necesidades extra regionales, llevando a que la dinámica económica de los
países de la región contribuya en poco o nada a la dinámica económica colectiva
de la región. Debido
a este modo individualista de concebir el crecimiento económico y de aplicar
políticas comerciales fundamentadas en aperturismos indiscriminados, la mayor
parte de las economías suramericanas han experimentado procesos de
desmantelamiento productivo o pérdida de dinamismo económico en los sectores
industriales. Paralelamente grandes segmentos de nuestras poblaciones ven
disminuir el desempleo pero crecer el empleo precario. Y observan que, si bien
se nota una clara disminución de la pobreza, la desigualdad se mantiene y a
veces es más evidente.
Es necesario que la
integración económica suramericana gire en torno a la articulación de las
economías nacionales, que las estructuras productivas busquen satisfacer las
necesidades de los habitantes de la región, de modo que podamos desarrollar
nuestros sectores manufactureros y de servicios. En ese sentido se debe
asegurar las condiciones jurídicas y técnicas para promover inversiones
productivas regionales. Y finalmente hay que configurar ordenamientos
productivos que contribuyan a que todas y cada una de las economías de la
región alcancen niveles altos de competitividad para poder, en otra fase,
competir en los mercados de servicios y manufacturas de mediano y alto valor
agregado internacionales.
En el difícil camino hacia
un Mercosur Suramericano, el actual organismo debe transformarse en la cabeza
de puente para formar un bloque comercial suramericano, que se rija por los
principios de solidaridad, complementariedad y consideración de las asimetrías
en los niveles de desarrollo económico y social de los diferentes miembros, que
priorice el papel del Estado, que tenga como finalidad el bienestar de la
población en lugar de las ganancias del gran capital, y que sirva como ejemplo
de un modelo de regionalismo diferente, frente a los esquemas tradicionales que
se basan en el fundamentalismo de mercado.
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