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jueves, 27 de abril de 2017

Rubios y negros entre ricos y pobres: disyuntiva principal







 
Hoy, esta semana, apenas ahora, el virrey vio frustrado su deseo de recibir la bendición del monarca continental tras “inaugurar” la fuga de Techint desde Campana, Provincia de Buenos Aires (Argentina), a Houston, Texas (EE.UU.), que como contraparte de despidos en la ciudad bonaerense ofrecerá más de mil puestos de trabajo en aquella otra. El pibe, como lo caracterizó la periodista Gabriela Cerruti, solamente pudo decir y escuchar formalidades durante unos pocos minutos de charla telefónica con Trump. Ya lo han leído, son cosas del clima, en el cono sur latinoamericano se desencadenan precipitaciones de agua y los dólares llueven en el hemisferio norte. Los rezos del rabí Bergman no alcanzaron… El virrey sin corona no es un socio destacado sino meramente un pequeño accionista imprudente.



La pobreza y la indigencia en Argentina han aumentado exponencialmente. En pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires, desahuciados de inquilinatos, duermen en la calle bajo viejos frontispicios parejas jóvenes con sus tres o cuatro hijas e hijos. Durante el día changuean en tareas ocasionales mientras los niños quedan solos, al cuidado de una hermana o hermano mayor. En los pueblos de la periferia del conurbano, a cuarenta y cincuenta kilómetros de la ciudad capital, donde no hay otra perspectiva de obtener alimentos que rogar ayuda solidaria de quienes todavía no han caído, hemos visto dormir a hombres y mujeres bajo árboles casi sin hojas ya en otoño, sobre el pasto, a la vera de vías ferroviarias, arropados precariamente y avergonzados, avergonzados: se cubren más las caras que los pies.



La empleada de una panadería ubicada frente a una comisaría policial nos ha dicho que las ventas de pan, no digamos de bizcochos y facturas, disminuyeron ya un cincuenta por ciento…



En la histórica y popular Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, sitio de mil populosas manifestaciones, pequeños productores de hortalizas van diariamente a repartir gratis sus cosechas antes que entregarlas por mísero pago a los intermediarios que luego los venden a los supermercados que multiplican por diez el valor original…



El proyecto educativo “Plan Maestro” lanzado ahora por Esteban Bullrich, un administrador informático formado en el Kellogg School of Management estadounidense designado al frente del Ministerio de Educación de la Nación (sobrino de la “ministra de Seguridad” responsable de las brutalidades de la Policía Federal y la Gendarmería “RoboCop”, y como ella descendiente de Adolfo Jorge Bullrich1), va en perfecto alineamiento con el pensamiento que expresó en septiembre de 2016 cuando la inauguración en la patagónica ciudad de Choele Choele de un hospital veterinario, pensamiento que cuidadosamente registró la periodista Nora Veiras para el diario Página|12:

“Esta es la nueva Campaña del Desierto, pero sin espadas con educación”. La frase del ministro de Educación, Esteban Bullrich, al inaugurar el Hospital Escuela de Veterinaria de la Universidad Nacional de Río Negro logró, por lo menos, desconcertar al auditorio. No fue la única: “Sin profesionales que multipliquen lo que hacemos, no sirve de nada porque no estaríamos poblando este desierto”, dijo y trató de aclarar: “ustedes hacen que no sea un desierto”.

Hace poco más de un mes, Bullrich había dicho que Soy Roca, la biografía de Félix Luna sobre el ideólogo y ejecutor del exterminio de los pueblos originarios es uno de sus libros de cabecera. Quizás esa inspiración sumada al escenario, Choele Choel, la ciudad fundada en 1879 durante la llamada Segunda Campaña al Desierto, inspiró el breve discurso del ministro ante la invitación del gobernador Alberto Weretilneck. La inmediata reacción de repudio en las redes sociales generó otra aclaración.

En medio de una rueda de prensa Bullrich tuvo que volver sobre su analogía: “Me refiero a ese proceso histórico, del avance en un territorio que no estaba conquistado, ocupado. Ahora, a partir de una construcción distinta con la educación, los pueblos originarios tienen que ser reconocidos, hay que trabajar con ellos para que haya una cultura común y no la aniquilación para que (una cultura) predomine”, dijo.

Las aclaraciones no lograron neutralizar la carga ideológica de la comparación del ministro. En diálogo con Página|12 el historiador Sergio Wischñevsky, señaló que ya es un problema la legitimación del nombre: “Apelan al ‘desierto’ porque consideraban que toda la gente que vivía ahí no era gente. Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano analizaron, en un ya clásico ensayo, que la idea del desierto surge de Europa, donde ellos se consideraban la civilización y veían al mundo árabe como el desierto. Esa concepción se traslada a Buenos Aires como la civilización que avanza sobre la barbarie. Es increíble que nuevamente apelen a esa idea de avanzar sobre el atraso”.

Wischñevsky remarcó que “lo más triste es que esa campaña fue un genocidio. Miles de indios fueron exterminados o enviados a la Isla Martín García, fueron torturados en lo que puede analizarse como uno de los primeros campos de concentración. Marcelo Valko en su libro Pedagogía de la desmemoria cuenta que hubo una epidemia de viruela que mató en masa a los indios, hicieron hornos crematorios y a los muertos para que no contagien los iban tirando a los hornos. A los chicos que quedaban huérfanos los ofrecían en avisos en los diarios, que decían ‘pequeño indiecito se vende para servicio doméstico y otros quehaceres’”.

La masacre no se puede atenuar refugiándose en la mentalidad de la época porque ya en ese momento se discutió sobre la posibilidad de integrar a esas poblaciones. “Ese avance criminal permitió que se apropiaran de once millones de hectáreas y se repartieran entre unas 290 familias, entre ellas, los Martínez de Hoz fueron beneficiadas con 2,5 millones de hectáreas”, reseñó el historiador. La familia Bullrich, con dos ministros en el gabinete de Cambiemos, fue otra de las beneficiarias de los grandes latifundios bonaerenses surgidos de la Campaña al Desierto. Una marca en el ADN.2



“Plan Maestro”3



Tras la derogación en 2015 de la legendaria Ley 1420 de Educación Común que creo las escuelas públicas y laicas que tuvieron como objetivo alfabetizar y homogenizar la primera formación de criollos e inmigrantes a fines del siglo XIX, dado, se argumentó, que había sido reemplazada por la nueva Ley 26.206 de Educación Nacional del año 2006, ahora, con la vorágine discursiva –por caso la “opinión” de Bullrich de que hay que volver a la educación religiosa, cosa quizá probable de cumplirse para ganar algunas sonrisas eclesiales– se vuelve a distraer a la sociedad para sotto voce, objetivo principal, poner a las prestaciones educativas directamente en la órbita del mercado comercial y aboliéndola en tanto servicio público gratuito.



Un “plan maestro”, en las jergas administrativo-burocráticas, es un “plan de planes”, un plan mayor al que se ajustan planes menores derivados de aquel otro. Sin duda que hay un GRAN PLAN MAESTRO del cual no es autor el gobierno local sino que incluso es anterior al trasplante de “la gestión” en la Ciudad de Buenos Aires a todo el país, y que el llamado Plan Maestro para la “modernización educativa”, con la argucia de que en su proceso de formación estará abierto a “todas” las opiniones y aportes, viene a estructurar formal “y obligadamente por ley” una más profunda privatización de los conocimientos científicos y tecnológicos.



Marcelo Saín, intelectual y profesor universitario destacado en cuestiones de violencia social que fuera responsable del diseño y puesta en marcha de la Policía de Seguridad Aeroportuaria y de la Escuela Nacional de Inteligencia en los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, afirmó en una entrevista reciente que «para [el gobierno de] Cambiemos la represión a los docentes reditúa apoyo electoral»4. Y tal represión no se limita a los docentes, se extiende como signo y símbolo: signo del autoritarismo de una élite corrupta que no tiene vuelta hacia atrás, que se materializa en policías y gendarmes pertrechados (también por dentro) como zombis robóticos y brutales, y símbolo de la decadencia de una extendida capa de la sociedad que rapiña con guante y patente “amarillos”: la middle class blanca, tostada o teñida pero siempre miedosa y brutal viendo siempre en los demás su propia condición, y que obstaculiza el camino que en busca de una sociedad digna trazan no sin dificultades las columnas populares (que finalmente vencerán…).



Mauricio Macri, Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal o Gerardo Morales, junto con sus laderos y mandantes –incluidos los grupos económicos que incluyen multimedios dominantes–, desde arriba o por abajo alentaron, ya desde 2008 y hasta sus entronizaciones en diciembre de 2015 en virrey, corte y encomenderos, las provocaciones más groseras (gruesamente torpes y malintencionadas) contra el Estado de derecho y los gobernantes en ejercicio por mandato de la mitad “más uno” del país, mitad contra la que con fervor construyeron y mantienen su tan vocalizada “grieta” los “rubios” y “pobres” pero “ricos”. En la atropellada de 2015 hubo “facilitadores” especialmente miembros de los aparatos judicial y de los medios de comunicación. Sobre todo eso nos ocupamos en diciembre de aquel año, entre otras con la nota “Atilio Boron y Frank Underwood, un rey de virreyes…”: no fuimos, al parecer, suficientemente explícitos (o no se quiso entender).5



No vamos a repetirlo ahora, pero aquellos facilitadores instalaron en un sector importante de la sociedad amañada por una propaganda insidiosa sustantivos, nombres, denominaciones y calificaciones vergonzantes. La tía Bullrich, tía del ministro de Educación y ella misma titular de la cartera de “Seguridad”, ahora propone medidas de exclusión más severas para condenados por abusos sexuales y femicidios –las que están siendo rechazadas por los colectivos y personalidades con autoridad conceptual en la materia–, cuando antes en sordina y con ladina sonrisa festejaba el vituperio de “yegua” que su electorado en ciernes se refería a una mujer presidenta del país y que ahora es invitada a conferencias internacionales por universidades de renombre y por políticos y gobernantes destacados.



A las yeguas mañosas, entrenador Durán Barba y discípulos, las personas sin otros recursos para lograr que obedezcan a sus voces de mando las golpean, hasta matarlas. No se pongan compungidos ahora cuando otros tan desbordados como aquellos y como ellos mismos matan muchachas valiosas que se resisten a bajar sus bragas. La cuestión, dicen quienes entienden, es sociocultural y es política.



Middle Class y rubias y rubios teñidos, ¿irrecuperable derrota popular?



Ezequiel Adamovsky viene analizando con precisión y sin ahorrar ni despilfarrar palabras los procesos históricos de las llamadas clases populares argentinas, y por extensión también, podría decirse, las similares capas en los países hermanos de  Suramérica y Latinoamérica que los estadígrafos, entre ellos los de la CEPAL, se empeñan en clasificar según sus “niveles de gasto”. Adamovsky, doctorado en Historia y profesor en la Universidad de Buenos Aires, en una investigación inicialmente publicada en 2009 definió como “ilusión” la pretendida  identidad denominada “clase media” que no tiene andamiento entre las categorías científicas  económicas y sociológicas.6



En un trabajo posterior y que abarca el periodo argentino y especialmente bonaerense entre los años 1880 y 20037, destaca Adamovsky que «En el último tercio del siglo XIX la Argentina experimentó cambios drásticos. En pocos años, un nuevo orden social se asentó sobre bases firmes, modificando profundamente la vida de todas las clases, en especial la de las clases populares», coincidentemente con la implantación cultural de lo que caracteriza el autor como «el mito del “crisol de razas”». Y refiere a una conducta consecuente con aquellos hechos: el “auto-blanqueamiento” de la población de origen africano residente entonces en Buenos Aires. Vamos a transcribir párrafos enteros de Ezequiel Adamovsky que son muy descriptivos de aquel momento y sirven para analizar la actualidad:



Los afroargentinos se vuelven invisibles



Como consecuencia de esa presión, de hecho, la comunidad afroporteña pronto se volvería invisible. Una creencia muy extendida supone que los negros, que hasta entonces eran muy numerosos, “desaparecieron” en Buenos Aires como consecuencia de su participación como carne de cañón en la Guerra del Paraguay (1864-1870) y de la epidemia de fiebre amarilla que los diezmó en 1871. Pero esto es falso: aunque muchos perecieron por ambas causas, en la década de 1880 la comunidad afroporteña todavía sumaba unas siete mil personas y mantenía una intensa vida cultural y social. Editaban varios periódicos propios, animaban diversas asociaciones mutuales, educativas y de esparcimiento y se defendían vigorosamente de las formas de discriminación que sufrían. Sin embargo, el creciente “patrullaje cultural” y la presión para imponer la idea de una nación blanca-europea afectaron profundamente la vida comunitaria. Desde fines de la década de 1870 se desató un fuerte debate entre sus principales referentes. Para todos estaba claro que los negros debían participar de la nación que se estaba construyendo y de las oportunidades de progreso social que se abrían. Pero ¿cómo integrarse? ¿Había que hacerlo reivindicándose como un grupo diferente y particular por su color y su cultura, aunque con el mismo derecho que cualquier otro a ser reconocido como parte de la nación? ¿O por el contrario convenía dejar de lado cualquier diferenciación para exigir como individuos, en cambio, los mismos derechos ciudadanos que la ley aseguraba a todos los demás? La respuesta no era sencilla. La primera postura significaba un desafío abierto a la idea de nación “europea” que las élites venían planteando. El riesgo era inmenso, ya que conllevaba la posibilidad de perder los vínculos políticos que la colectividad afro tenía con personas de la clase alta, fundamentales para protegerse cuando eran agredidos. Además, plantarse como una “raza” aparte podía complicar las relaciones con los otros pobres que poblaban la ciudad, los inmigrantes, con los que tenían un trato cotidiano y muy cercano. Por otro lado, ya que la ley argentina no hacía diferencias de color ¿para qué plantearlas desde la propia comunidad? ¿No se resolvería eso en contra de los propios negros?



En este debate terminaron predominando los que proponían la asimilación. Desde las páginas de varios de los periódicos afroporteños los principales referentes de la comunidad insistieron para que los negros adoptaran las pautas de conducta y la cultura consideradas “civilizadas”, burlándose y criticando severamente a los que no estaban a la altura del desafío. La colectividad debía “regenerarse” y abrazar la “modernidad” y el espíritu de progreso: ese era el llamado de la hora. Todo lo que remitiera a la herencia africana debía ser abandonado: ya no había lugar para las antiguas hermandades de “naciones” y para las celebraciones tradicionales. La vestimenta debía estar a tono  con las modas generales y los modales debían refinarse. En lugar del candombe, exigían que sólo se bailaran y tocaran músicas de origen europeo, como valses, polcas y mazurcas. Los tambores debían reemplazarse por instrumentos más “respetables”, como las guitarras, violines o clarinetes.



Así, luego de 1880, buscando el camino más conveniente para asegurar el bienestar de los suyos, los principales referentes afroporteños terminaron funcionando como canales de difusión de los mandatos de la élite y colaborando ellos mismos en el patrullaje cultural. Renegar de la “raza”, hacer que el color se olvide, disimular todo rasgo particular para ser aceptados en la nación: ese era el camino que parecía el más conveniente y buena parte de la comunidad afroporteña lo abrazó en estos años (especialmente los que por su piel menos oscura o por su condición económica podían aprovecharlo mejor). Los referentes de la propia colectividad colaboraron  así activamente en el proceso que los terminó invisibilizando.



Algunos se resistieron: en su momento se hicieron oír protestas contra la dirección que estaba asumiendo la vida comunitaria e incluso hubo ataques a pedradas contra los negros que se atrevían a usar galeras [sombrero de copa]8 u otras prendas típicas del vestir de los blancos. Hoy sabemos que muchas familias conservaron en privado durante décadas, casi clandestinamente, algunas prácticas religiosas o culturales de raíz africana. Pero como esto sólo era posible fuera de la vista pública, para comienzos del nuevo siglo se volvió algo de sentido común afirmar que en Argentina ya no había negros.



De este modo, las transformaciones que impulsó la élite no sólo modificaron profundamente el aspecto demográfico de la población y las relaciones entre los diversos grupos étnicos, sino también la visibilidad que cada uno tenía.9



Así todo como lo describe Adamovsky, la cultura afroargentina perduró si no en las prácticas en la memoria de las mulatas y mulatos hasta la llegada en los últimos años de una nueva negritud en los migrantes desde el continente africano, esta vez libres de entrar por sus propias voluntades (y también de ser reprimidos…), en busca de porvenir mejor que en sus patrias aunque se los persiga argumentándose que su generalizada actividad de vendedores ambulantes entre otras cosas de relojes y anteojos responde a “mafias”.10 Por la década de los años sesenta, durante la juventud de las mulatas y mulatos referidos arriba, había todavía en Buenos Aires muy concurridas reuniones para bailar candombe, tango y otros ritmos populares en la “Casa Suiza” de la calle Rodríguez Peña 252, entre Sarmiento y Perón, espacio donde incluso actuó el dúo Gardel-Razzano y hoy se perdió irremediablemente tras la avanzada de los nuevos “alegres modernizadores” de la banda oficial que primero colonizó la Ciudad de Buenos Aires antes que pretenderlo, ahora, con el país entero.11 Afrodescendientes y pueblos originarios mantienen aún, felizmente, lazos de solidaridad combativa con otras comunidades menospreciadas. Es así porque no todas ni todos se pintan los cabellos para parecer blondos, esos nuevos sombreros de copa emblemas de obediencia.



Los párrafos citados de Historia de las clases populares… por sí solos, exponen como las capas dominantes ayer terratenientes y oligárquicas y hoy mercado-financieras procuran doblegar a los pueblos con sus aparatos ideológicos y, ya, también con el terrorismo estatal, golpizas, balas de goma, gases sofocantes y policías vestidos como robots.



Rubia va con su niño de uniforme



Una mañana pasada, en mi barrio suburbano de casas las más muy modestas, cuando iba a la panadería a buscar la provisión diaria, por la vereda de enfrente iba una muchacha de contextura fuerte y figura agradable, algo retacona, arrastrando una mochila con ruedas y llevando de la mano a quien sería probablemente su hijo, un muchachito de siete u ocho años, no con guardapolvo blanco sino con “uniforme escolar”. El niño llevaba en su mano libre una bolsa con cartulinas. Ella, la madre, contoneándose, mecía sus cabellos largos y rubios. Su hijo marchaba tieso, pelo corto  que no era rubio sino castaño oscuro.



Más de cien años después de aquellas circunstancias del relato de Adamovsky no va la muchacha trigueña con rodete, peineta y miriñaque sino con clara pintura en degradé en su cabellera. Es una ficción que en su esencia continúa, una ficción traumática. Su niño que no parece hijo de madre rubia fue “salvado de caer” en la escuela pública,12 asiste a una “privada” de mediocre calidad regenteada por un propietario que a los orines escolares acumulados en una cisterna cuando llueve los arroja no muy discretamente a la cuneta de la calle.



No entender política ni economía



En un artículo del periodista Raúl Kollman en el diario Página|12 del 23 de abril pasado,13 el copete y la bajada dicen «Encuesta exclusiva: el desempleo y los bajos salarios atemorizan a siete de cada diez argentinos», y «Sin nada que mostrar en ese frente y con una oposición en crecimiento, el Gobierno tensa la cuerda ideológica. La economía es la causa de la caída de la imagen presidencial y de la intención de voto».



En el primer párrafo de su análisis de los datos de una encuesta telefónica nacional realizada por el Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP), que dirige Roberto Bacman, escribe Kollman:



Más de siete de cada diez argentinos son fuertemente críticos frente a la situación económica, lo que incluye que se preocupan por la inflación, la falta de actividad y de ventas, usan la frase “no llego a fin de mes” y sienten temor a perder el empleo. Pese al ruido que se hizo la semana pasada por un pequeño aumento en la imagen del presidente Mauricio Macri, la realidad es que cuando se les pide opinión a los ciudadanos sobre la gestión del mandatario, los números siguen siendo altamente negativos y no registran ninguna mejoría. Es que lo que prima es la economía y la gran mayoría dice que la economía será lo decisivo a la hora de votar. Quienes afirman que se inclinarán en las urnas por la oposición (45 por ciento) señalan que lo harán principalmente por razones económicas. Pero de los que adelantan su voto por candidatos del oficialismo (31 por ciento), ninguno dice que lo hará por razones económicas, sino por razones políticas. Finalmente, los que no tienen decidido su voto (25 por ciento) igualmente tienen una visión más que crítica de la gestión económica del macrismo y dicen que eso puede llevarlos a tomar la decisión en las urnas. 



La lectura rápida y gruesa de los resultados es que ni quienes ante la consulta telefónica se manifestaron en favor de la oposición a Macri (45 %) ni quienes se manifestaron apoyándolo (31%, los que sumados componen una franja de 76 % de encuestados), ni unos ni otros entienden someramente qué es la política y qué la economía. Este es el panorama social “político-económico” que nos muestra ese estudio del CEOP.



La perspectiva que alumbran estos datos es  sin duda inquietante, de inestabilidad, de grave crisis social. Pero aparece ese 25 % de los no decididos, de los que dudan, con los que con inteligencia, claridad y sin mendicidades sectarias hay que conversar para facilitar la comprensión de esas dos ramas de las ciencias sociales que se imbrican profundamente para la desgracia o la ventura de los pueblos: la política y la economía. La tarea no es fácil sino muy compleja, pero necesario emprenderla. Sumando 25 % y 45 % se logra una “masa crítica” de 70 % del electorado para las primarias y generales de medio tiempo que pueden cambiar la composición y “el espíritu” de los parlamentos nacionales y provinciales en octubre de 2017.


¡Salud, y voluntad!



Notas:

1 Adolfo Jorge Bullrich nació en Buenos Aires en 1833, hijo de un militar alemán mercenario que había llegado a esa ciudad como prisionero de guerra apresado durante la Guerra con Brasil entre 1825 y 1828, cuando el Reino Unido de Brasil, Portugal y Algarve invadió la entonces Provincia Oriental, la actual Misiones y parte de Corrientes, operación que tuvo como objetivo logrado acciones de inteligencia de la corona británica (intervino el agente John Ponsonby) para dividir a las Provincias Unidas del Río de la Plata que en 1816 en Tucumán se habían dictado su independencia de Europa. Sobre ese suceso y sus consecuencias trata el profundo estudio Traición a la patria (Ediciones Mendrugo, Montevideo, 2014)) del profesor de Historia montevideano Guillermo Vázquez Franco. El Bullrich de quien su descendiente Esteban, ministro de Educación de Mauricio Macri, es chozno, estudió en Alemania probablemente la misma carrera de su padre porque a su regreso se incorporó a la Guardia Nacional y en 1869 fue iniciado en la masonería. Finalmente se dedicó al negocio de la compra-venta de propiedades inmuebles rurales, muebles y ganado multiplicando su fortuna con el desalojo de los pueblos originarios en la llamada “Campaña del desierto”. Véase en https://es.wikipedia.org/wiki/Adolfo_Bullrich


3 “Plan Maestro” no es un servicio novedoso de crédito de la multinacional Mastercard, más bien es un viaje a fines del siglo en el que el viejo don Bullrich negociaba con tierra, postes, alambrados, tranqueras y animales. Un viaje no para perfeccionar la creación por entonces de la educación pública laica y universal sino para retrotraerla a la época colonial, confesional y privada: es cierto, ahora se trata de instaurar un nuevo virreinato. Véase la opinión de Sonia Alesso, Secretaria General de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina, en https://www.pagina12.com.ar/33951-bullrich-los-liberales-y-la-ensenanza-religiosa, y repercusiones en https://www.clarin.com/sociedad/bullrich-hablo-religion-escuelas-abrio-polemica_0_HkvNWOp0g.html



6 Ezequiel Adamovsky, Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003,  Planeta (Booket), Buenos Aires, 2015.

7 Ezequiel Adamovsky, Historia de las clases populares en la Argentina. Desde 1880 hasta 2003, Sudamericana, Buenos Aires, 2012.

8 La aclaración entre corchetes es nuestra. El DRAE no refiere a este significado dado en Chile, Paraguay, Uruguay y Argentina.

9 Ezequiel Adamovsky, obra citada, pp. 34 a 37.



12 Expresión descalificadora de la educación estatal deslizada por Mauricio Macri mientras los docentes de las escuelas públicas del país reclaman un salario acorde al encarecido costo de vida.
13 https://www.pagina12.com.ar/33531-es-la-economia-estupido

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