Hoy, esta semana, apenas ahora, el virrey vio frustrado su
deseo de recibir la bendición del monarca continental tras “inaugurar” la fuga
de Techint desde Campana, Provincia de Buenos Aires (Argentina), a Houston,
Texas (EE.UU.), que como contraparte de despidos en la ciudad bonaerense
ofrecerá más de mil puestos de trabajo en aquella otra. El pibe, como lo
caracterizó la periodista Gabriela Cerruti, solamente pudo decir y escuchar
formalidades durante unos pocos minutos de charla telefónica con Trump. Ya lo
han leído, son cosas del clima, en el cono sur latinoamericano se desencadenan
precipitaciones de agua y los dólares llueven en el hemisferio norte. Los rezos
del rabí Bergman no alcanzaron… El virrey sin corona no es un socio destacado
sino meramente un pequeño accionista imprudente.
La pobreza y la indigencia en Argentina han aumentado
exponencialmente. En pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires, desahuciados de
inquilinatos, duermen en la calle bajo viejos frontispicios parejas jóvenes con
sus tres o cuatro hijas e hijos. Durante el día changuean en tareas ocasionales
mientras los niños quedan solos, al cuidado de una hermana o hermano mayor. En
los pueblos de la periferia del conurbano, a cuarenta y cincuenta kilómetros de
la ciudad capital, donde no hay otra perspectiva de obtener alimentos que rogar
ayuda solidaria de quienes todavía no han caído, hemos visto dormir a hombres y
mujeres bajo árboles casi sin hojas ya en otoño, sobre el pasto, a la vera de
vías ferroviarias, arropados precariamente y avergonzados, avergonzados: se
cubren más las caras que los pies.
La empleada de una panadería ubicada frente a una comisaría
policial nos ha dicho que las ventas de pan, no digamos de bizcochos y
facturas, disminuyeron ya un cincuenta por ciento…
En la histórica y popular Plaza de Mayo, frente a la Casa
Rosada, sitio de mil populosas manifestaciones, pequeños productores de
hortalizas van diariamente a repartir gratis sus cosechas antes que entregarlas
por mísero pago a los intermediarios que luego los venden a los supermercados
que multiplican por diez el valor original…
El proyecto educativo “Plan Maestro” lanzado ahora por
Esteban Bullrich, un administrador informático formado en el Kellogg School of
Management estadounidense designado al frente del Ministerio de Educación de la
Nación (sobrino de la “ministra de Seguridad” responsable de las brutalidades
de la Policía Federal y la Gendarmería “RoboCop”, y como ella descendiente de Adolfo
Jorge Bullrich1), va en perfecto alineamiento con el pensamiento que
expresó en septiembre de 2016 cuando la inauguración en la patagónica ciudad de
Choele Choele de un hospital veterinario, pensamiento que cuidadosamente registró
la periodista Nora Veiras para el diario Página|12:
“Esta es la nueva
Campaña del Desierto, pero sin espadas con educación”. La frase del ministro de
Educación, Esteban Bullrich, al inaugurar el Hospital Escuela de Veterinaria de
la Universidad Nacional de Río Negro logró, por lo menos, desconcertar al auditorio.
No fue la única: “Sin profesionales que multipliquen lo que hacemos, no sirve
de nada porque no estaríamos poblando este desierto”, dijo y trató de aclarar:
“ustedes hacen que no sea un desierto”.
Hace poco más de un mes, Bullrich había
dicho que Soy Roca, la biografía de
Félix Luna sobre el ideólogo y ejecutor del exterminio de los pueblos
originarios es uno de sus libros de cabecera. Quizás esa inspiración sumada al
escenario, Choele Choel, la ciudad fundada en 1879 durante la llamada Segunda
Campaña al Desierto, inspiró el breve discurso del ministro ante la invitación
del gobernador Alberto Weretilneck. La inmediata reacción de repudio en las
redes sociales generó otra aclaración.
En medio de una rueda de prensa
Bullrich tuvo que volver sobre su analogía: “Me refiero a ese proceso
histórico, del avance en un territorio que no estaba conquistado, ocupado.
Ahora, a partir de una construcción distinta con la educación, los pueblos
originarios tienen que ser reconocidos, hay que trabajar con ellos para que
haya una cultura común y no la aniquilación para que (una cultura) predomine”,
dijo.
Las aclaraciones no lograron
neutralizar la carga ideológica de la comparación del ministro. En diálogo con Página|12 el historiador Sergio
Wischñevsky, señaló que ya es un problema la legitimación del nombre: “Apelan
al ‘desierto’ porque consideraban que toda la gente que vivía ahí no era gente.
Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano analizaron, en un ya clásico ensayo, que la
idea del desierto surge de Europa, donde ellos se consideraban la civilización
y veían al mundo árabe como el desierto. Esa concepción se traslada a Buenos
Aires como la civilización que avanza sobre la barbarie. Es increíble que
nuevamente apelen a esa idea de avanzar sobre el atraso”.
Wischñevsky remarcó que “lo más triste
es que esa campaña fue un genocidio. Miles de indios fueron exterminados o
enviados a la Isla Martín García, fueron torturados en lo que puede analizarse
como uno de los primeros campos de concentración. Marcelo Valko en su libro Pedagogía de la desmemoria cuenta que
hubo una epidemia de viruela que mató en masa a los indios, hicieron hornos
crematorios y a los muertos para que no contagien los iban tirando a los
hornos. A los chicos que quedaban huérfanos los ofrecían en avisos en los
diarios, que decían ‘pequeño indiecito se vende para servicio doméstico y otros
quehaceres’”.
La masacre no se puede atenuar
refugiándose en la mentalidad de la época porque ya en ese momento se discutió
sobre la posibilidad de integrar a esas poblaciones. “Ese avance criminal
permitió que se apropiaran de once millones de hectáreas y se repartieran entre
unas 290 familias, entre ellas, los Martínez de Hoz fueron beneficiadas con 2,5
millones de hectáreas”, reseñó el historiador. La familia Bullrich, con dos
ministros en el gabinete de Cambiemos, fue otra de las beneficiarias de los
grandes latifundios bonaerenses surgidos de la Campaña al Desierto. Una marca
en el ADN.2
“Plan Maestro”3
Tras la derogación en 2015 de la legendaria Ley 1420 de
Educación Común que creo las escuelas públicas y laicas que tuvieron como
objetivo alfabetizar y homogenizar la primera formación de criollos e
inmigrantes a fines del siglo XIX, dado, se argumentó, que había sido
reemplazada por la nueva Ley 26.206 de Educación Nacional del año 2006, ahora,
con la vorágine discursiva –por caso la “opinión” de Bullrich de que hay que
volver a la educación religiosa, cosa quizá probable de cumplirse para ganar
algunas sonrisas eclesiales– se vuelve a distraer a la sociedad para sotto voce, objetivo principal, poner a
las prestaciones educativas directamente en la órbita del mercado comercial y
aboliéndola en tanto servicio público gratuito.
Un “plan maestro”, en las jergas
administrativo-burocráticas, es un “plan de planes”, un plan mayor al que se
ajustan planes menores derivados de aquel otro. Sin duda que hay un GRAN PLAN
MAESTRO del cual no es autor el gobierno local sino que incluso es anterior al
trasplante de “la gestión” en la Ciudad de Buenos Aires a todo el país, y que
el llamado Plan Maestro para la “modernización educativa”, con la argucia de
que en su proceso de formación estará abierto a “todas” las opiniones y
aportes, viene a estructurar formal “y obligadamente por ley” una más profunda
privatización de los conocimientos científicos y tecnológicos.
Marcelo Saín, intelectual y profesor universitario destacado
en cuestiones de violencia social que fuera responsable del diseño y puesta en
marcha de la Policía de Seguridad Aeroportuaria y de la Escuela Nacional de
Inteligencia en los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de
Kirchner, afirmó en una entrevista reciente que «para [el gobierno de]
Cambiemos la represión a los docentes reditúa apoyo electoral»4.
Y tal represión no se limita a los docentes, se extiende como signo y
símbolo: signo del autoritarismo de una élite corrupta que no tiene vuelta hacia
atrás, que se materializa en policías y gendarmes pertrechados (también por
dentro) como zombis robóticos y brutales, y símbolo de la decadencia de una
extendida capa de la sociedad que rapiña con guante y patente “amarillos”: la middle class blanca, tostada o teñida
pero siempre miedosa y brutal viendo siempre en los demás su propia condición,
y que obstaculiza el camino que en busca de una sociedad digna trazan no sin
dificultades las columnas populares (que finalmente vencerán…).
Mauricio Macri, Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal o
Gerardo Morales, junto con sus laderos y mandantes –incluidos los grupos
económicos que incluyen multimedios dominantes–, desde arriba o por abajo
alentaron, ya desde 2008 y hasta sus entronizaciones en diciembre de 2015 en
virrey, corte y encomenderos, las provocaciones más groseras (gruesamente
torpes y malintencionadas) contra el Estado de derecho y los gobernantes en
ejercicio por mandato de la mitad “más uno” del país, mitad contra la que con
fervor construyeron y mantienen su tan vocalizada “grieta” los “rubios” y
“pobres” pero “ricos”. En la atropellada de 2015 hubo “facilitadores”
especialmente miembros de los aparatos judicial y de los medios de comunicación.
Sobre todo eso nos ocupamos en diciembre de aquel año, entre otras con la nota
“Atilio Boron y Frank Underwood, un rey de virreyes…”: no fuimos, al parecer,
suficientemente explícitos (o no se quiso entender).5
No vamos a repetirlo ahora, pero aquellos facilitadores
instalaron en un sector importante de la sociedad amañada por una propaganda
insidiosa sustantivos, nombres, denominaciones y calificaciones vergonzantes.
La tía Bullrich, tía del ministro de Educación y ella misma titular de la
cartera de “Seguridad”, ahora propone medidas de exclusión más severas para
condenados por abusos sexuales y femicidios –las que están siendo rechazadas
por los colectivos y personalidades con autoridad conceptual en la materia–,
cuando antes en sordina y con ladina sonrisa festejaba el vituperio de “yegua”
que su electorado en ciernes se refería a una mujer presidenta del país y que
ahora es invitada a conferencias internacionales por universidades de renombre
y por políticos y gobernantes destacados.
A las yeguas mañosas, entrenador
Durán Barba y discípulos, las personas sin otros recursos para lograr que
obedezcan a sus voces de mando las golpean, hasta matarlas. No se pongan
compungidos ahora cuando otros tan desbordados como aquellos y como ellos
mismos matan muchachas valiosas que se resisten a bajar sus bragas. La
cuestión, dicen quienes entienden, es sociocultural y es política.
Middle Class y rubias y rubios teñidos, ¿irrecuperable derrota
popular?
Ezequiel Adamovsky viene analizando con precisión y sin
ahorrar ni despilfarrar palabras los procesos históricos de las llamadas clases
populares argentinas, y por extensión también, podría decirse, las similares
capas en los países hermanos de Suramérica
y Latinoamérica que los estadígrafos, entre ellos los de la CEPAL, se empeñan
en clasificar según sus “niveles de gasto”. Adamovsky, doctorado en Historia y
profesor en la Universidad de Buenos Aires, en una investigación inicialmente
publicada en 2009 definió como “ilusión” la pretendida identidad denominada “clase media” que no
tiene andamiento entre las categorías científicas económicas y sociológicas.6
En un trabajo posterior y que abarca el periodo argentino y
especialmente bonaerense entre los años 1880 y 20037, destaca
Adamovsky que «En el último tercio del siglo XIX la Argentina experimentó
cambios drásticos. En pocos años, un nuevo orden social se asentó sobre bases
firmes, modificando profundamente la vida de todas las clases, en especial la
de las clases populares», coincidentemente con la implantación cultural de lo
que caracteriza el autor como «el mito del “crisol de razas”». Y refiere a una
conducta consecuente con aquellos hechos: el “auto-blanqueamiento” de la
población de origen africano residente entonces en Buenos Aires. Vamos a
transcribir párrafos enteros de Ezequiel Adamovsky que son muy descriptivos de
aquel momento y sirven para analizar la actualidad:
Los afroargentinos
se vuelven invisibles
Como
consecuencia de esa presión, de hecho, la comunidad afroporteña pronto se
volvería invisible. Una creencia muy extendida supone que los negros, que hasta
entonces eran muy numerosos, “desaparecieron” en Buenos Aires como consecuencia
de su participación como carne de cañón en la Guerra del Paraguay (1864-1870) y
de la epidemia de fiebre amarilla que los diezmó en 1871. Pero esto es falso:
aunque muchos perecieron por ambas causas, en la década de 1880 la comunidad
afroporteña todavía sumaba unas siete mil personas y mantenía una intensa vida
cultural y social. Editaban varios periódicos propios, animaban diversas
asociaciones mutuales, educativas y de esparcimiento y se defendían
vigorosamente de las formas de discriminación que sufrían. Sin embargo, el
creciente “patrullaje cultural” y la presión para imponer la idea de una nación
blanca-europea afectaron profundamente la vida comunitaria. Desde fines de la
década de 1870 se desató un fuerte debate entre sus principales referentes.
Para todos estaba claro que los negros debían participar de la nación que se
estaba construyendo y de las oportunidades de progreso social que se abrían.
Pero ¿cómo integrarse? ¿Había que hacerlo reivindicándose como un grupo
diferente y particular por su color y su cultura, aunque con el mismo derecho
que cualquier otro a ser reconocido como parte de la nación? ¿O por el
contrario convenía dejar de lado cualquier diferenciación para exigir como individuos, en cambio, los mismos
derechos ciudadanos que la ley aseguraba a todos los demás? La respuesta no era
sencilla. La primera postura significaba un desafío abierto a la idea de nación
“europea” que las élites venían planteando. El riesgo era inmenso, ya que
conllevaba la posibilidad de perder los vínculos políticos que la colectividad
afro tenía con personas de la clase alta, fundamentales para protegerse cuando
eran agredidos. Además, plantarse como una “raza” aparte podía complicar las
relaciones con los otros pobres que poblaban la ciudad, los inmigrantes, con
los que tenían un trato cotidiano y muy cercano. Por otro lado, ya que la ley
argentina no hacía diferencias de color ¿para qué plantearlas desde la propia
comunidad? ¿No se resolvería eso en contra de los propios negros?
En
este debate terminaron predominando los que proponían la asimilación. Desde las
páginas de varios de los periódicos afroporteños los principales referentes de
la comunidad insistieron para que los negros adoptaran las pautas de conducta y
la cultura consideradas “civilizadas”, burlándose y criticando severamente a
los que no estaban a la altura del desafío. La colectividad debía “regenerarse”
y abrazar la “modernidad” y el espíritu de progreso: ese era el llamado de la
hora. Todo lo que remitiera a la herencia africana debía ser abandonado: ya no
había lugar para las antiguas hermandades de “naciones” y para las
celebraciones tradicionales. La vestimenta debía estar a tono con las modas generales y los modales debían
refinarse. En lugar del candombe, exigían que sólo se bailaran y tocaran
músicas de origen europeo, como valses, polcas y mazurcas. Los tambores debían
reemplazarse por instrumentos más “respetables”, como las guitarras, violines o
clarinetes.
Así,
luego de 1880, buscando el camino más conveniente para asegurar el bienestar de
los suyos, los principales referentes afroporteños terminaron funcionando como
canales de difusión de los mandatos de la élite y colaborando ellos mismos en
el patrullaje cultural. Renegar de la “raza”, hacer que el color se olvide,
disimular todo rasgo particular para ser aceptados en la nación: ese era el
camino que parecía el más conveniente y buena parte de la comunidad afroporteña
lo abrazó en estos años (especialmente los que por su piel menos oscura o por
su condición económica podían aprovecharlo mejor). Los referentes de la propia
colectividad colaboraron así activamente
en el proceso que los terminó invisibilizando.
Algunos
se resistieron: en su momento se hicieron oír protestas contra la dirección que
estaba asumiendo la vida comunitaria e incluso hubo ataques a pedradas contra
los negros que se atrevían a usar galeras [sombrero de copa]8 u
otras prendas típicas del vestir de los blancos. Hoy sabemos que muchas
familias conservaron en privado durante décadas, casi clandestinamente, algunas
prácticas religiosas o culturales de raíz africana. Pero como esto sólo era
posible fuera de la vista pública, para comienzos del nuevo siglo se volvió
algo de sentido común afirmar que en Argentina ya no había negros.
De
este modo, las transformaciones que impulsó la élite no sólo modificaron
profundamente el aspecto demográfico de la población y las relaciones entre los
diversos grupos étnicos, sino también la visibilidad que cada uno tenía.9
Así todo como lo describe Adamovsky, la cultura
afroargentina perduró si no en las prácticas en la memoria de las mulatas y
mulatos hasta la llegada en los últimos años de una nueva negritud en los
migrantes desde el continente africano, esta vez libres de entrar por sus
propias voluntades (y también de ser reprimidos…), en busca de porvenir mejor
que en sus patrias aunque se los persiga argumentándose que su generalizada
actividad de vendedores ambulantes entre otras cosas de relojes y anteojos
responde a “mafias”.10 Por la década de los años sesenta, durante la
juventud de las mulatas y mulatos referidos arriba, había todavía en Buenos
Aires muy concurridas reuniones para bailar candombe, tango y otros ritmos populares
en la “Casa Suiza” de la calle Rodríguez Peña 252, entre Sarmiento y Perón, espacio
donde incluso actuó el dúo Gardel-Razzano y hoy se perdió irremediablemente
tras la avanzada de los nuevos “alegres modernizadores” de la banda oficial que
primero colonizó la Ciudad de Buenos Aires antes que pretenderlo, ahora, con el
país entero.11 Afrodescendientes y pueblos originarios mantienen aún,
felizmente, lazos de solidaridad combativa con otras comunidades menospreciadas.
Es así porque no todas ni todos se pintan los cabellos para parecer blondos,
esos nuevos sombreros de copa emblemas de obediencia.
Los párrafos citados de Historia
de las clases populares… por sí solos, exponen como las capas dominantes
ayer terratenientes y oligárquicas y hoy mercado-financieras procuran doblegar
a los pueblos con sus aparatos ideológicos y, ya, también con el terrorismo
estatal, golpizas, balas de goma, gases sofocantes y policías vestidos como
robots.
Rubia va con su niño de
uniforme
Una mañana pasada, en mi barrio suburbano de casas las más
muy modestas, cuando iba a la panadería a buscar la provisión diaria, por la
vereda de enfrente iba una muchacha de contextura fuerte y figura agradable, algo
retacona, arrastrando una mochila con ruedas y llevando de la mano a quien
sería probablemente su hijo, un muchachito de siete u ocho años, no con
guardapolvo blanco sino con “uniforme escolar”. El niño llevaba en su mano
libre una bolsa con cartulinas. Ella, la madre, contoneándose, mecía sus
cabellos largos y rubios. Su hijo marchaba tieso, pelo corto que no era rubio sino castaño oscuro.
Más de cien años después de aquellas circunstancias del
relato de Adamovsky no va la muchacha trigueña con rodete, peineta y miriñaque sino
con clara pintura en degradé en su cabellera. Es una ficción que en su esencia
continúa, una ficción traumática. Su niño que no parece hijo de madre rubia fue
“salvado de caer” en la escuela pública,12 asiste a una “privada” de
mediocre calidad regenteada por un propietario que a los orines escolares
acumulados en una cisterna cuando llueve los arroja no muy discretamente a la
cuneta de la calle.
No entender política
ni economía
En un artículo del periodista Raúl Kollman en el diario Página|12 del 23 de abril pasado,13
el copete y la bajada dicen «Encuesta exclusiva: el desempleo y los bajos
salarios atemorizan a siete de cada diez argentinos», y «Sin nada que mostrar
en ese frente y con una oposición en crecimiento, el Gobierno tensa la cuerda ideológica.
La economía es la causa de la caída de la imagen presidencial y de la intención
de voto».
En el primer párrafo de su análisis de los datos de una
encuesta telefónica nacional realizada por el Centro de Estudios de Opinión
Pública (CEOP), que dirige Roberto Bacman, escribe Kollman:
Más
de siete de cada diez argentinos son fuertemente críticos frente a la situación
económica, lo que incluye que se preocupan por la inflación, la falta de
actividad y de ventas, usan la frase “no llego a fin de mes” y sienten temor a
perder el empleo. Pese al ruido que se hizo la semana pasada por un pequeño
aumento en la imagen del presidente Mauricio Macri, la realidad es que cuando
se les pide opinión a los ciudadanos sobre la gestión del mandatario, los
números siguen siendo altamente negativos y no registran ninguna mejoría. Es
que lo que prima es la economía y la gran mayoría dice que la economía será lo
decisivo a la hora de votar. Quienes afirman que se inclinarán en las urnas por
la oposición (45 por ciento) señalan que lo harán principalmente por razones
económicas. Pero de los que adelantan su voto por candidatos del oficialismo
(31 por ciento), ninguno dice que lo hará por razones económicas, sino por
razones políticas. Finalmente, los que no tienen decidido su voto (25 por
ciento) igualmente tienen una visión más que crítica de la gestión económica
del macrismo y dicen que eso puede llevarlos a tomar la decisión en las
urnas.
La lectura rápida y gruesa de los resultados es que ni quienes
ante la consulta telefónica se manifestaron en favor de la oposición a Macri
(45 %) ni quienes se manifestaron apoyándolo (31%, los que sumados componen una
franja de 76 % de encuestados), ni unos ni otros entienden someramente qué es
la política y qué la economía. Este es el panorama social “político-económico”
que nos muestra ese estudio del CEOP.
La perspectiva que alumbran estos datos es sin duda inquietante, de inestabilidad, de grave
crisis social. Pero aparece ese 25 % de los no decididos, de los que dudan, con
los que con inteligencia, claridad y sin mendicidades sectarias hay que
conversar para facilitar la comprensión de esas dos ramas de las ciencias
sociales que se imbrican profundamente para la desgracia o la ventura de los
pueblos: la política y la economía. La tarea no es fácil sino muy compleja,
pero necesario emprenderla. Sumando 25 % y 45 % se logra una “masa crítica” de
70 % del electorado para las primarias y generales de medio tiempo que pueden
cambiar la composición y “el espíritu” de los parlamentos nacionales y
provinciales en octubre de 2017.
¡Salud, y voluntad!
Notas:
1 Adolfo Jorge Bullrich nació en Buenos Aires en 1833,
hijo de un militar alemán mercenario
que había llegado a esa ciudad como prisionero de guerra apresado durante la Guerra
con Brasil entre 1825 y 1828, cuando el Reino Unido de Brasil, Portugal y
Algarve invadió la entonces Provincia Oriental, la actual Misiones y parte de
Corrientes, operación que tuvo como objetivo logrado acciones de inteligencia
de la corona británica (intervino el agente John Ponsonby) para dividir a las
Provincias Unidas del Río de la Plata que en 1816 en Tucumán se habían dictado
su independencia de Europa. Sobre ese suceso y sus consecuencias trata el
profundo estudio Traición a la patria
(Ediciones Mendrugo, Montevideo, 2014)) del profesor de Historia montevideano
Guillermo Vázquez Franco. El Bullrich de quien su descendiente Esteban,
ministro de Educación de Mauricio Macri, es chozno, estudió en Alemania
probablemente la misma carrera de su padre porque a su regreso se incorporó a
la Guardia Nacional y en 1869 fue iniciado en la masonería. Finalmente se
dedicó al negocio de la compra-venta de propiedades inmuebles rurales, muebles
y ganado multiplicando su fortuna con el desalojo de los pueblos originarios en
la llamada “Campaña del desierto”. Véase en https://es.wikipedia.org/wiki/Adolfo_Bullrich
3 “Plan Maestro” no es un servicio novedoso de crédito
de la multinacional Mastercard, más bien es un viaje a fines del siglo en el
que el viejo don Bullrich negociaba con tierra, postes, alambrados, tranqueras
y animales. Un viaje no para perfeccionar la creación por entonces de la
educación pública laica y universal sino para retrotraerla a la época colonial,
confesional y privada: es cierto, ahora se trata de instaurar un nuevo
virreinato. Véase la opinión de Sonia Alesso, Secretaria General de la
Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina, en https://www.pagina12.com.ar/33951-bullrich-los-liberales-y-la-ensenanza-religiosa, y repercusiones en https://www.clarin.com/sociedad/bullrich-hablo-religion-escuelas-abrio-polemica_0_HkvNWOp0g.html
6 Ezequiel Adamovsky, Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una
ilusión, 1919-2003, Planeta
(Booket), Buenos Aires, 2015.
7 Ezequiel Adamovsky, Historia de las clases populares en la Argentina. Desde 1880 hasta 2003,
Sudamericana, Buenos Aires, 2012.
8 La aclaración entre corchetes es nuestra. El DRAE no
refiere a este significado dado en Chile, Paraguay, Uruguay y Argentina.
9 Ezequiel Adamovsky, obra citada, pp. 34 a 37.
11 Ver en http://www.lanacion.com.ar/1599114-el-olvido-y-la-demolicion-amenazan-a-la-casa-suiza; http://www.telam.com.ar/notas/201306/19724-denuncian-que-aparecio-tirado-el-archivo-de-la-casa-suiza-protegido-por-ley.html; y https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/m2/10-2884-2015-02-22.html;
12 Expresión descalificadora de la educación estatal
deslizada por Mauricio Macri mientras los docentes de las escuelas públicas del
país reclaman un salario acorde al encarecido costo de vida.
13 https://www.pagina12.com.ar/33531-es-la-economia-estupido
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