En la edición de este sábado que
concluye el diario de Buenos Aires Página|12
publica esta nota de Alejandro Frenkel que ha resonado en muchísimos cerebros y
corazones populares. El autor es un académico argentino de prestigio, más
todavía porque es joven y de discurso categórico, llano y sencillo. Como este
blog tiene la virtud de ser un instrumento de muy baja potencia y velocidad
pero capaz de extensos recorridos rodando entre lectores nuestroamericanos y
también de Estados Unidos, el centro y los confines de Europa y entre paisanos
asiáticos y hasta de Oceanía, nos pareció necesario recomendar su lectura y,
con esa intención, además, inevitablemente, replicarlo.
La publicación digital original,
de donde se ha tomado el texto, está en https://www.pagina12.com.ar/30495-abajo-el-sistema
Sobre
Alejandro Frenkel dice la revista Anfibia,
publicación de la Universidad Nacional de San Martín, Provincia de Buenos Ares:
[…] nunca fue bueno en matemática, así que sabía que
iba terminar estudiando alguna de las ciencias sociales. Cuando llegó el
momento de decidir estaba entre historia y ciencia política. Con su hermana
mayor fue al jardín, a la primaria y a la secundaria. Ella ya había empezado a
estudiar historia y, para diferenciarse, se decidió por la Ciencia Política.
Estudió en la Universidad de Buenos Aires y se recibió con Diploma de Honor.
Luego, hizo un posgrado en la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo.
Le gusta el olor a pasto húmedo, antes de jugar al
fútbol.
Becario del CONICET, fue asesor del Ministerio de
Defensa y Delegado argentino en el Consejo de Defensa Sudamericano de la UNASUR
[circa 2012].
Marca los libros con una letra ilegible. Casi
siempre con lápiz, a menos que sea un libro poco importante o uno que, cree,
nadie más va a leer.
¡Abajo el sistema!
Fidel Castro solía decir que el presidente de los Estados
Unidos no era una persona, sino un sistema. Emulando el escepticismo del líder
cubano, Evo Morales repetiría esa idea una y otra vez cuando le preguntaban si
prefería a Hillary Clinton o a Donald Trump para ocupar la Casa Blanca. Más
optimistas, analistas, políticos y gente de a pie expresaron, luego de que
candidato republicano ganara las elecciones, su confianza en que “el sistema”
de frenos y contrapesos de la democracia norteamericana sería capaz de
domesticar a la bestia y evitar que la irracionalidad y la incontinencia de
Trump produjeran alguna catástrofe.
Ayer, el presidente norteamericano decidió bombardear una
base del ejército sirio, como respuesta a un supuesto ataque con armas químicas
perpetrado el martes pasado por el gobierno de Bashar al Assad contra grupos
rebeldes. Trump, además, acompañaría la acción militar con un llamado a
conformar una “gran coalición de naciones civilizadas” para enfrentar al
régimen alauita que gobierna Siria.
Ahora bien, ante todo este embrollo vale tener en cuenta
dos cuestiones: 1) Siria es un aliado incondicional de Rusia. 2) Desde que
Trump comenzó su campaña para la presidencia –tanto en las primarias como en el
mano a mano con Hillary– expresó en reiteradas ocasiones que en su
administración Estados Unidos iba a dejar de derrocar gobiernos y, además, iba
a buscar un entendimiento con Vladimir Putin para administrar conjuntamente el
tablero en Medio Oriente. Entonces, ¿qué pasó en el medio para que Trump decidiera
ir contra el gobierno de al Assad y, con ello, efectuar una provocación directa
a Moscú? Como sucede en toda cocina del poder, es probable que nunca lleguemos
a conocer todos los ingredientes de la receta. Sin embargo, se pueden hacer
algunas presunciones.
Al poco tiempo de que Trump ganara las elecciones, al
interior de Estados Unidos comenzó a gestarse una intensa campaña por parte de
sectores de inteligencia, económicos y políticos –secundados por importantes
medios de comunicación– con el objeto de desentrañar los vínculos espurios que
el presidente estadounidense tendría con su par ruso. Según se decía, Trump era
un monigote de Putin y el Kremlin se había entrometido en las elecciones
norteamericanas para beneficiar a su candidato. En este marco, el otrora asesor
de seguridad nacional de la presidencia, Michael Flynn (hombre de su máxima
confianza, había dicho Trump al momento de nombrarlo) tuvo que renunciar a su
cargo tras revelarse que mantenía conversaciones secretas con la embajada rusa.
A partir de allí, el conflicto fue escalando y el “affaire Rusia” se transformó
para muchos en la eventual excusa perfecta para avanzar en un juicio político
contra Trump. Flynn no es la única víctima de esta disputa. Varios funcionarios
y asesores de Trump han quedado en la mira de la justicia estadounidense por la
misma razón. Hace pocos días Steve Bannon –un trumpista de la primera hora,
agitador mediático de la ultraderecha y defensor de la alianza con Putin– fue
sacado por el propio Trump del Consejo de Seguridad Nacional, a pedido del
nuevo asesor de seguridad, el general Herbert McMaster, quien considera al
Kremlin una amenaza. En este contexto, el bombardeo en Siria estaría vinculado
a cuestiones domésticas. De hecho, el saliente Flynn manifestó la semana pasada
que estaba dispuesto a testificar ante el FBI si le otorgaban inmunidad penal,
apelando a una especie de figura del arrepentido.
En definitiva, en caso que efectivamente estas cuestiones
sean las que están marcando el pulso de la política exterior estadounidense,
vale la pena tener en cuenta dos lecciones:
1) Que Trump, lejos de ser un loco irracional es, como
buen empresario, alguien que busca siempre negociar para sacar el mejor rédito
y, como buen político, alguien que apela al pragmatismo para poder sobrevivir
en el cargo.
2) Que el “sistema” del que hablaba Fidel, lejos de
aplacar toda iniciativa temeraria puede, más bien, llevar al presidente a
ordenar un bombardeo indiscriminado y, lo que es peor, a un enfrentamiento
entre las dos principales potencias militares del planeta. Es por ello que tal
vez haya que preguntarse si no es mejor decir: “¡abajo el sistema!”.
* Investigador del Conicet. Politólogo-UBA.
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