alai amlatina, 25.8.2016
Cualquiera que
sea el desenlace inmediato de la más profunda y prolongada crisis que el país
ha vivido, Brasil no saldrá igual, nunca más será el mismo que fue. Será mejor
o peor, pero nunca más el mismo. La crisis devastó la credibilidad de todo el
sistema político, liquidó la legitimidad del Congreso, propagó la falta de
creencia en el Sistema Judicial e hizo que el pueblo sepa que no basta votar y
ganar cuatro elecciones para que el mandato presidencial sea respetado. En
resumen, lo que se creía que el país tenía como República, se terminó. Lo que
se difundía que era un sistema político democrático, ya no sobrevivirá. O bien
Brasil construye una democracia sólida – para lo cual el Congreso actual, esta
Justicia, este monopolio de los medios de comunicación no podrán seguir
existiendo como ahora – o el país deja realmente de vivir en democracia.
La derecha
brasileña muestra su cara sin eufemismos. Al inicio alegaba que se trataría de un
proyecto para “reunificar el país”, supuestamente dividido por los gobiernos
del Partido de los Trabajadores (PT). Se valía de la pérdida de popularidad del
gobierno Dilma, así como del Congreso más conservador y descalificado que el
país ha tenido, como también del rol escandaloso y ya sin ningún pundonor de
los viejos medios de comunicación, para destruir la democracia política que
hemos tenido y promover un gobierno antidemocrático, antipopular y
antinacional.
Muy rápidamente
fue posible constatar que se trata simplemente de lo que se denunciaba por toda
la región: el proyecto de restauración del modelo fracasado en los años 1990
con Fernando Collor de Mello y Fernando Henrique Cardoso, por un gobierno
golpista y minoritario, contra el pueblo, contra la democracia y contra el
país.
¿Cómo se va a
pronunciar el Supremo Tribunal Federal sobre cualquier tema, si ha callado
frente al golpe, puesto en práctica bajo sus narices, presidido en el Senado
por su Presidente, que apoya todas las brutales ilegalidades que se practican?
¿De qué sirve una Justicia, un STF, que no está para impedir que un crimen en
contra de la democracia sea perpetrado por el Congreso? Lo que hay es un
silencio cómplice, mezclado con un vergonzoso aumento del 41% de sus salarios, concedido
públicamente – con fotos en los periódicos -, por Eduardo Cunha, el político
más corrupto del país, cuya impunidad solo se da por la complicidad de los que
deberían punir, así como a tantos otros miembros del gobierno, incluso el
presidente interino. Ya no habrá democracia en Brasil sin un Sistema Judicial
elegido y controlado por la ciudadanía, con mandatos limitados y poderes
circunscritos.
No habrá
democracia en Brasil sin un Congreso efectivamente elegido y sin financiamiento
privado, sin que represente a los lobbies
elegidos por el poder del dinero. Un Congreso democrático tiene que estar
fundado en el voto condicionado, por el cual los electores controlen aquellos
en quienes han votado y que se comprometan con un programa y con un partido determinado.
En una
democracia, todos tienen el derecho a la voz, la opinión pública no puede ser
fabricada por algunas familias, que imponen su punto de vista al país, como si
pudieran hablar en nombre del país, aun cuando han perdido cuatro elecciones
presidenciales consecutivas. Nadie debe perder el derecho a hablar, pero todos
deben tener el derecho a expresarse, sino, no se trata de una democracia, sino
de la dictadura de una minoría oligárquica.
En una
democracia un impostor no podría haber asumido la presidencia, aunque interina,
por un golpe e imponer el programa económico derrotado cuatro veces
sucesivamente, incluso en dos veces en que ese golpista estuvo en la lista
vencedora, con un programa radicalmente opuesto al vencedor. Si ello ocurre, es
porque la democracia fue herida de muerte, la voluntad de la mayoría fue
desconocida.
Si el golpismo
triunfa en el Senado brasileño, será necesario hacer que pague duramente el
precio del atentado que está perpetrando. Que sus proyectos fracasen, que la vida
de sus componentes se vuelva insoportable, que su banda de ladrones sea víctima
de la ingobernabilidad. Que se ocupe y se resista en todos los espacios del
gobierno ilegítimo, antidemocrático, antipopular y antinacional.
Es parte
indisoluble de la resistencia democrática impedir cualquiera acción en contra
de Lula, que representa los anhelos mayoritarios del pueblo brasileño, conforme
las mismas encuestas que los golpistas han utilizado para buscar legitimidad
popular, apuntan. Esta será la señal de que sobreviven espacios democráticos o
no. Si logran blindar de tal forma su gobierno y constitucionalizar el
neoliberalismo, habrán enterrado definitivamente cualquier señal de democracia
en Brasil. En ese caso ellos tendrán el mismo destino de sus antecesores: serán
tumbados, derrotados, execrados y un nuevo tribunal de la verdad los juzgará y
los condenará por crimen en contra de la democracia. Serán derrotados por el
pueblo, por la democracia, por el país, que construirán una democracia de
verdad en Brasil.
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