Lavaba esta mañana las tazas y demás utensilios del desayuno
entre nosotros, ella y yo iniciando un nuevo día en el 48º año de nuestro
emparejamiento, sucedidos ya el asesinato de Che Guevara y la victoria de la
Guerra de Independencia en Vietnam, la hambruna y asesinato en Biafra, las
dictaduras oligárquico-militares en Nuestra América, la muerte de Chicho
Allende, el dormir casi con las zapatillas puestas por si había que salir
corriendo cuando los tanques de guerra pasaban frente a nuestra puerta, el
canto tierno de Óscar Matus y de –entre tantas otras y otros– la Negra Sosa, el
Cordobazo, la ruin huída de la
Casa Rosada de De la Rúa en 2001 y las miles de palabras
claras de Fidel, bien claras como las del José Ramón Cantaliso de Nicolás
Guillén.
Lavaba esta mañana las tazas y demás utensilios del desayuno
entre nosotros, ella y yo iniciando un nuevo día en el 48º año de nuestro
emparejamiento, cuando desde atrás se me acercó y me dijo “mirá…”. De su jardín
sencillo traía una juvenil rosa amarilla de pétalos con ribetes rosados en su
tallo de sutiles espinas. Éstas, las espinas, sin duda alguna, porque las rosas
auténticas no son ingenuas. Tanto nos han robado la belleza y los aromas de las
rosas, que habiendo ellos perdido sensibilidades y amores humanos ahora las
fabrican casi de plástico, genéticamente modificadas, sin aroma y sin espinas. Sin belleza.
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