Mi amigo Rafael Bielsa fue a visitar a Julio De Vido, preso político
argentino, al Penal de Marcos Paz, Buenos Aires.
Para no ir con las manos vacías y porque él también pasó por el calvario
de una prisión ilegal y tortuosa durante la dictadura genocida y es un maestro
en solidaridades, decidió llevarle de regalo un libro. Fue minucioso en la
elección, me contó. Eligió un precioso ejemplar que reúne las cartas de
Fernando Pessoa a Ofélia Queiroz, el único amor, se dice, del poeta y escritor
portugués. Con ilustraciones de Antonio Seguí, con litografías de los
originales de las misivas, con una impresión que despide esa fragancia que sólo
el desasosiego profundo del sentimiento apasionado y no consumado produce.
Y en una edición de tapas duras.
No pudo ver a su amigo. Cuando llegó ya se había cubierto el cupo de
tres personas no familiares directos que pueden visitarlo cada semana. Quiso,
entonces, dejarle el regalo. Le indicaron que tenía que dirigirse a la Oficina
de Objetos. Allá fue Rafael, libro en mano. La empleada que lo atendió le
explicó que no podía recibirle el "objeto" porque era de tapas duras.
Puede ser un arma, le dijo.
Imagino los ojos de asombro del Rafa, su incredulidad. La misma que
tenía mientras nos contaba el episodio. Solicitó hablar con un personal
superior del Servicio Penitenciario Federal, pero de la Oficina de Objetos. Una
joven mujer uniformada le reiteró la objeción al objeto.
Y se volvió con el libro, dedicado con cariño, a su hogar. Allí esperará
que Julio y los demás (Milagro Sala y sus compañeras de Alto Comedero en Jujuy,
Amado Boudou, Cristóbal López, Fabián de Sousa y tantas y tantos más) salgan de
las mazmorras del régimen.
Y que las armas de tapas duras liberen. Los libros suelen tener esa
virtud.
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