Veterano observador del Brasil y
conocedor del PT –González, escribió Tagliaferro en 2003–, explica el cimbrón
que significa para el continente que surja una nueva identidad política de la
mano de Lula. La política imperial de EE.UU., la [entonces] crisis argentina y
el quiebre en Venezuela, a la luz de lo que puede ser el nacimiento de un nuevo
ordenamiento.
Nosotros, descubierta esta “perlita periodística”,
la reproducimos con original fotografía de entonces y todo porque alumbra al análisis
que hoy hay que obligadamente hacer cuando un aparato judicial tan obediente en
Brasil como en Argentina procura a pie firme, cual destacamento
militar, correr a Luiz Inácio da Silva de la candidatura presidencial en su
país. Los "visires" del imperio que vaticinó González –nosotros los llamamos virreyes– están instalados... G.E.
Por Eduardo Tagliaferro, en Página|12 del 12 de enero de 2003
Lejos
de las etiquetas o las definiciones de manual, el sociólogo Horacio González
recurre a sus conocimientos sobre la realidad brasileña y a sus experiencias
personales para desentrañar el fenómeno que Luiz Inácio Lula da Silva está
protagonizando en Brasil. “Apelando a mi experiencia con el sindicalismo
peronista, no podía creer que el principal intelectual del PT llegara a una
reunión con Lula y apoyara sobre su escritorio dos libros. Para colmo dos
libros de Rosa Luxemburgo”, cuenta, para definir el clima que suele rodear a
este nordestino que hoy deslumbra por igual a los sectores populares y
empresariales y que comienza a ser mirado atentamente por los ojos de la
administración norteamericana. El encuentro del que habla González se
desarrolló a principios de los ‘80 en la sede paulista del PT. “Enseguida
comprendí que para Lula eso era algo natural y formaba parte del clima de
porosidad intelectual y cultural que se respira en Brasil”, comenta. No se le
pasa por alto que muchos de los escenarios imaginados por Carlos Marx hoy
condimentan la llegada de Lula al gobierno y al poder. “Es emocionante ver a
Lula y a la clase trabajadora heredando toda la cultura compleja de una
nación”, resume parangonando teoría y práctica. Lula, Latinoamérica, las
perspectivas de Argentina y su mirada sobre la izquierda, la dirigencia
política y los empresarios argentinos aparecen en este interesante diálogo con
uno de los intelectuales más lúcidos que hoy puede encontrarse en las aulas
universitarias.
–¿Cómo definiría el escenario que se abre con el ascenso de Lula?
–La
complejidad es la nota característica de la política en Brasil. Allí conviven
refinados acuerdos y voluminosas luchas sociales que a su vez originan grandes
transiciones históricas. Tal el paso del Imperio a la República. Estos acuerdos
y luchas sociales también originan notables formas de violencia y salvajismo.
Digo esto porque al volver de Brasilia, Elisa Carrió pareció fascinada por esta
política acuerdista casi florentina que hay en Brasil, pero no debe olvidarse
que estas formas convivieron históricamente con los procesos violentos de las
dictaduras, que marcaron a fuego a la izquierda brasileña, y también por la
forma en que se desarrolla la lucha secular por la apropiación de la tierra. El
Estado brasileño creció con repartos de áreas de influencias, capitanías y
baronías que se notan en la distribución geográfica de Brasil. A diferencia de
nuestro país, el despojo a los indígenas no lo organizó el ejército sino
ejércitos privados y capitanejos. Esto no impidió que se desarrollara en Brasil
una fuerte política indigenista. La gran novedad es que Lula permite que Brasil
esté en giro hacia algo que habrá que definir como una nueva forma de
izquierda. Hecho que a su vez habrá que redefinir, porque si uno asegurara que
hay un giro a la izquierda supondría que hay una cartilla fija para ese cambio.
Giro incluye definir hacia dónde se gira.
–¿Y
hacia dónde puede girar Brasil?
–En
Brasil no deja de haber ciertos aspectos de continuidad con Fernando Henrique
Cardoso en temas tales como geopolítica. Toda la clase militar y política tiene
esto muy presente en Brasil. Ellos parten de la homogeneidad que les da ser el
único país de América latina que habla otro idioma. Sin embargo, a Brasil le
falta esa nota argentina que ellos tanto miran y que es la integridad social
que da la educación. Aún con sus avances y con nuestros retrocesos, ellos
todavía no tienen el aparato escolar que, a pesar de su deterioro, tiene la
Argentina. Brasil tiene que lidiar con grandes cifras de analfabetismo y a
pesar de que recién hace 20 años ha creado lectores, hoy tiene un mundo
editorial mucho más complejo que el nuestro. Además, la vida educativa se ha
expandido a las zonas del hambre. No olvidar que en Brasil persisten zonas de
hambre crónica que no es el hambre argentino. Faltaba la clase política y el
momento histórico, ese clima indefinible que crea la historia y que en Brasil
ahora se creó. Todo eso que Brasil no tenía: la integración social de los
marginados a un mercado de consumo, a un sistema educativo, sindical, eso es
Lula. Es la incorporación de muchos sectores a la vida activa, los oficios, la
escuela y la palabra. La comida como la gran metáfora del lazo social combinado
con la lucidez que Brasil tiene en la estructura pública y privada lo convertirá
en un país con una gran responsabilidad en el continente. Sé que de haber
existido en Brasil una experiencia como la del peronismo, con los intelectuales
y sindicalistas que éste produjo, hubiera sido imposible la existencia de un
partido como el PT.
–¿Qué
desafíos piensa que enfrentará Lula?
–Entre
otras cosas tendrá que evitar producir políticas imperiales en América latina.
Tendrá que afinar la discusión con sus vecinos. La Argentina tiene mucho que
decirle a Brasil y viceversa. Pero Brasil hoy no tiene interlocutor. En este
contexto internacional es una pena que la Argentina esté metida en sus internas
justicialistas o radicales y que Venezuela esté tan partida. Hugo Chávez tiene
una gran responsabilidad también y es una pena que no haya logrado construir
una política para esa clase media norteamericanizada de Caracas que es un
horror.
–¿Cómo
interpreta las críticas que Lula recibió de algunos sectores de la izquierda
argentina?
–Las
críticas feroces de la izquierda argentina hacia Lula están totalmente
equivocadas. Olvidan que George W. Bush gobierna el mundo. Me da la impresión
de que el Movimiento de los Sin Tierra está llamado a hacer una contribución
excepcional, ya que aunque le asisten derechos inalienables a la tierra, tiene
que evitar que éstos se conviertan en un foco de conflicto. Lula tomó el campo
cultural del folletín brasileño amoroso y basta ver las escenas de su asunción
en las que, además de mostrarse como producto de una transición histórica, no
dejó de presentarse como el marido de Marisa, a la que mencionó por su
elegancia. Esto forma parte de la formación sentimental brasileña, pero también
tiene sus límites y además espero que abandone el tono evangélico que tuvo su
campaña. Lula tiene en sus manos una alquimia muy interesante. La capacidad de
aprendizaje de Lula demuestra una vez más que el saber y el conocimiento no son
necesariamente lo que dicen los sabios o lo que se enseña en la Universidad.
Los sabios también pueden ser los inmigrantes que parecían no saber nada y
sacan de sí lo mejor de la experiencia humana.
–¿A
Bush este fenómeno tampoco le pasa inadvertido?
–Por
cierto, Bush mira esto con mucha desconfianza. Tal vez como mira a Corea del
Norte, sólo que alguien le debe haber dicho todos al mismo tiempo no. O quizás
alguno reparó que Brasil es otra cosa. Henry Kissinger conoce mucho Brasil,
pero no estoy seguro que la actual administración conozca profundamente lo que
sucede en Brasil. A pesar de que los Estados Unidos formaron al ejército
brasileño, la discusión intelectual que se da en esa fuerza sobre el rumbo
latinoamericano es mucho más interesante que la que se da en la Argentina con
los engominados carapintadas. En Brasil hay una clase industrial, una clase
burguesa que en la Argentina se extinguió. Allí no sólo se coleccionan cuadros
o se hacen obras de beneficencia.
–¿Puede
la responsabilidad de un gobierno latinoamericano frenar políticas imperiales?
–La
guerra es un límite para la humanidad. Es difícil suponer cómo saldrá la
humanidad luego de bombardear Bagdad o después de la implantación de un
gobierno títere o de que Estados Unidos se quede con el petróleo. Es difícil
saber cómo evolucionará la humanidad luego de este retorno a los imperios
clásicos con la apropiación de la riqueza por parte de los países poderosos
merced a ejércitos de ocupación. En su libro Imperio, Toni Negri piensa al centro imperial con muchas
mediaciones, pero no parece que Bush haya leído ese libro. Sus modos son mucho
más banales, chabacanos y tradicionales. Recurre al dedo sobre el misil. Sin
embargo hay un pensamiento político alternativo a desarrollar. Brasil está en
mejores condiciones de hacerlo pero no descarto que aquí pueda hacerse también.
–¿Qué
puede ofrecer nuestra clase dirigente?
–Desde
los genocidios indígenas hasta las dictaduras militares, los gobiernos y los
políticos no se han lucido por evitarlos. Me da pena la actual clase política.
Los miro desprejuiciadamente y no veo nada. De vez en cuando alguien dice algo,
pero los discursos completos no convencen. Por ahí Carrió dice algo y al otro
día se la escucha diciendo una torpeza. No veo que ningún empresario salga a
decir nada. Siempre espero ansioso escucharlos, pero nunca dicen nada. Decir
algo es poner entre paréntesis mi reivindicación propia. Estamos frente a los últimos
corcoveos de una clase banal que encubre asesinatos y otras aberraciones.
–Son
muchos los pensadores extranjeros que miran a la Argentina como un laboratorio.
¿Qué puede incubarse en esta gran probeta?
–Somos
un laboratorio. Me parece que se incuba una concepción nueva de la ciudad. Las
asambleas en las plazas eran bárbaras y ahora persisten en otros ámbitos. Todas
han perdido algunas perspectivas y ganado otras. En los cartoneros que recorren
la noche tiene que surgir un nuevo tipo de cooperativismo. Las fábricas tomadas
son un punto diminuto en el contexto productivo pero desde lo simbólico son una
nueva dimensión sobre el trabajo y la dimensión del hombre. Son todas ideas que
pertenecen a la izquierda, pero hay que decirlas sin que aparezca el retintín
dogmático. Hoy ser de izquierda es ver lo nuevo. Es no contar con esa cartilla
en la que estaban todas las definiciones. Sería muy beneficioso para el país
que los partidos tradicionales no sobrevivan, ya que son un obstáculo. Sin
embargo, hay que tratarlos con cuidado ya que allí hay miles de personas que
son cofres con memorias muy interesantes. Decirles obstáculos es muy duro, pero
en verdad estas dos identidades son incluso un freno para las personas que
participan de ellas. Se impone una nueva fórmula política que no repita las
tradiciones de peronistas y radicales. De lo contrario no tendremos país y se
impondrá la regionalización con un visir de Bush.
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