Primero, en Página|12, el pasado
día 5 de septiembre, fue la dolida opinión de Julio Maier, reconocido jurista
argentino. Luego, el miércoles 7, la reflexiva respuesta de otro jurista
argentino, Raúl Zaffaroni. Reproducimos una y otra para leer en el tan doloroso
como concreto contexto social y político de nuestra América del Sur:
“Tristeza não tem fim”, por Julio Maier1
Desconfío
actualmente del Derecho, del orden jurídico y de sus instituciones prácticas.
Esa falta de confianza comprende también a los operadores jurídicos, los jueces
y funcionarios judiciales, los abogados y hasta los docentes en Derecho, y a
los principios que adornan esos oficios, de modo genérico, esto es, sin
intención alguna de injuriar a alguien en particular. Me pregunto yo a mí
mismo: ¿cómo pude edificar mi vida alrededor de esta profesión y de sus
instituciones? Una de mis conferencias, originada en una conversación con
bachilleres con vocación de juristas, versaba sobre “¿Para qué sirve el
Derecho?”. Hoy debería escribir lo contrario: el Derecho es inservible, al
menos para los fines magnánimos para los cuales yo lo concebía. Es un mecanismo
de dominación, de exclusión.
En efecto, a la
vejez viruela, he venido a experimentar que no hace falta una intervención
violenta, armada, contra las instituciones democráticas para anularlas en un
santiamén. Nunca pude imaginar –a pesar de las amenazas pronunciadas y de la
conciencia de que no todo estaba antes “bien hecho”– a un gobierno que en el
mejor de los casos ganó una elección por un mínimo porcentaje de votos, en
segunda vuelta y con todavía menor participación parlamentaria, en cuestión de
horas o días podía desvalijar el trabajo de más de una década, regresar a
épocas pasadas, ya transitadas y con resultados más que desastrosos para la
población, todavía persistentes. Sirvan de ejemplo, en nuestro país, la
derogación práctica, por decreto administrativo, de una ley de medios
audiovisuales elaborada en años y alabada universalmente, la cercenación de los
fondos sustentables de jubilaciones y pensiones universales y de otros
beneficios sociales, el derrumbe de la paciente elaboración –de mayor
antigüedad aún– de un mercado regional (Mercosur) y la trágica falta de
aplicación de una de sus leyes básicas respecto de su administración (que sólo
la R. O. del Uruguay, aparte del país excluido, osó defender como vigente e
insustituible por otra solución ilegítima, de conformidad con la norma
internacional de creación), el desmantelamiento de medios y oficinas estatales
de auxilio para el juzgamiento de crímenes contra la humanidad, el
reconocimiento inmediato, casi anticipado, de un gobierno de un país vecino,
socio principal integrante del Mercosur, surgido de aquello que calificadas
opiniones titulan como “golpe de Estado blando” –opiniones quizá discutibles
pero nunca ignorables–, la pérdida de soberanía política y económica a favor de
otro país dominante y su área de influencia, que incluye a los organismos
financieros globales (FMI, Banco Mundial), el regreso de la desocupación de dos
dígitos, alimentada por la propia administración pública (despidos masivos sin
fundamento), de la inflación de porcentajes estratosféricos, del dólar como
moneda nacional de ahorro y exportación de capitales, la calificación de
inservible del Derecho laboral y sus convenciones colectivas, en fin, sólo unos
pocos ejemplos de lo visto en medio año de gobierno. Más tristemente aún: todo
ello contó con la colaboración –cuando no traición– de la oposición
parlamentaria, incluso de parte del grupo político antes gobernante, que
expresa verbalmente una cosa y hace otra, y con la cuasiomisión de las
autoridades de la mayoría de las organizaciones sindicales. Pero, además, se
reprime a organizaciones sociales como la Tupac Amaru, integrada por pueblos
originarios, a la que se rotula como asociación ilícita, y se priva de libertad
a sus dirigentes y colaboradores por la tamaña felonía de demostrar
públicamente contra el gobierno.
A ello se suma lo
sucedido ahora en Brasil, la mayor potencia económica, territorial y de
población de nuestra América meridional, suceso anticipado en Paraguay y en
Honduras a manera de ensayo: la utilización formal de un mecanismo
constitucional de excepción como regla, para sustituir a una jefa de gobierno,
que presidía el país votada por una inmensa mayoría del pueblo, sentencia de un
tribunal integrado por legisladores elegidos popularmente, senadores
nacionales, incluso algunos de ellos de la coalición política gobernante y
varios sospechados formalmente por corruptos, cuasiconfesos de que la
imputación contra la jefa de gobierno era inexistente o, cuando menos, no se
había demostrado o no justificaba la condena. De nuevo era trágico, pero
risible, payasesca, la exposición de fundamentos de los condenantes, la mayoría
de los cuales no sólo no se atenía a la imputación deducida, objeto de la
defensa practicada por la propia jefa de gobierno, sino que, antes bien, con
claridad, ignoraba por completo la imputación deducida contra ella. Tan es así
que no se alcanzó mayoría para condenar a la acusada a la pérdida de sus
derechos políticos, sanción prevista en el ordenamiento jurídico-constitucional
brasileño; sólo fue sustituida en su cargo de presidente del país.
Esto me afirma
sin más en mi condena al Derecho como inservible o, mejor aún, servible a gusto
y paladar de quien lo aplica prácticamente, sin reglas hermenéuticas claras y
precisas, abierto a cualquier interpretación según los ideales (?), la
necesidad o el interés de quien juzga. Un instrumento como éste no “hace
justicia” en sentido alguno, sólo aplica poder, de modo similar a la violencia
física, sin vergüenza o, mejor, sinvergüenzas o “canallas”, como dijera el
legislador que señaló a uno de los condenantes con el dedo, según informó en
este mismo diario un periodista brasileño, Eric Nepomuceno. Así sucede también
en la vida común, fuera del ámbito político. Para muestra basta un botón:
observen la imputación de fiscales y una organización social a la presidenta
anterior y a su canciller por “traición a la patria” o, si les resulta más
sencillo, visiten una cárcel.
“El derecho es lucha”, por
Raúl Zaffaroni2
En la canción de Tom Jobim que usted, Julio Maier, cita
en su columna de opinión publicada el lunes 5 en Página|12, la felicidad tiene
fin y la tristeza no. Pero en el derecho ninguna de ellas lo tiene, porque hay
momentos de avance y otros de retroceso. A veces pierde la pulsión hacia la
dignidad de la persona.
Pero calma, Julio. Usted no desperdició su vida ni mucho
menos. Siempre empujó en la dirección correcta, como el más distinguido teórico
del derecho procesal penal de toda la región.
Creo que –como tantos otros– hizo prosa sin quererlo
porque luchó y lucha, y siempre el derecho es lucha. Para los trogloditas
conviene aclarar que no lo dijo Marx, sino Rudolf von Jhering.
No puede ser de otro modo, porque el derecho siempre es
político. Escribimos para que los jueces nos hagan caso en sus sentencias. Los
jueces son un poder del Estado, cada sentencia es un acto de gobierno y, como
tal, el derecho nunca puede ser neutro respecto del gobierno de la polis, jamás
puede ser no ideológico, porque siempre expresa una cosmovisión, un sistema de
ideas. La cuestión está en saber qué ideas expresa.
Usted siempre estuvo de un lado, luchando por un derecho
que tratase a todo ser humano como persona. ¿Acaso pensó no encontrar
resistencia en esa lucha? ¿Creyó que alguna vez y por un rato no nos torcerían
la mano en la pulseada?
Querido Julio: sus propias ideas provienen de anteriores
luchas. De Túpac Amaru y los comuneros, de los quilombos, de los héroes de la
Independencia, de las burguesías europeas del siglo XVIII, de nuestros
caudillos federales, de los movimientos populares latinoamericanos, de conflagraciones
con millones de muertos. Siempre los derechos resultaron de luchas políticas y
les dieron forma a sus logros.
Es verdad que hay traidores que quieren detener la
dinámica de la historia para degradar al ser humano, como tampoco faltan
escribas que con tales fines corrompen los más nobles conceptos jurídicos.
Si bien esto es particularmente indignante en una región
con cientos de miles de víctimas del subdesarrollo y del colonialismo
financiero transnacional, lo cierto es que en todos los tiempos hubo
mercenarios dedicados con empeño a estos despreciables menesteres. Nunca
faltaron los ingenuos y perversos que quisieron reducir el derecho a una
técnica neutra, pretendiendo que el maloliente producto de su olla de bruja sea
útil tanto a las democracias como a las dictaduras criminales. Para eso se
eleva la lógica a ontología y se fabrica un complejo aparataje funcional a la
concentración de riqueza.
Pero usted, querido Julio, nunca fue un aséptico
teorizador de algo tan despreciable que pueda servir tanto como tostadora para
el desayuno o como instrumento de tortura del vecino.
No Julio, usted no desperdició la vida, ni tampoco el
derecho es algo inservible: es el medio necesario para empujar la política de
respeto a la dignidad humana, en la lucha en que usted participa como pocos,
con su saber y su pasión y, más aún, con su ejemplo de vida.
Pero así es la vida del derecho: no tiene fin, ni en sus
logros ni en sus fracasos. Es un unfinished,
siempre en lucha, dinámico y, sobre todo, partisano, jamás neutro. No es
posible ser neutral ante la negación de la dignidad humana, y es necesario ser
partisano para luchar por su avance en la historia.
¡Vamos, Julio! ¡Todo jurista es político! Proyectamos
jurisprudencia y actos de gobierno de la polis. No se niegue como político y,
por ende, no lamente que el derecho sirva a la política, porque conforme a la
naturaleza de las cosas no puede ser de otro modo.
La cuestión es hacerlo consciente y saber en todo momento
que se responde a una política humana y no a una inhumana. Estamos del lado del
derecho humano, pero sabemos que enfrente tenemos un derecho inhumano.
Julio, ¡bienvenido a la lucha en que siempre estuvo!
Notas:
1 Maier es profesor
titular consulto de Derecho Penal y Derecho Procesal Penal en la Universidad de
Buenos Aires. http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-308578-2016-09-05.html
2
Zaffaroni es Juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y ex miembro
de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina. http://www.pagina12.com.ar/diario/ultimas/20-308817-2016-09-07.html
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