(Texto publicado originalmente el 19 de marzo de 2003,
cuando Iraq. Hoy, más de diez años después, amenazada Siria, vale redirigido a
Obama y sus amigos.)
1:
Escuchen Bush, Blair y Aznar and Co., escuchen bien, abran
orejas y ojos, lean y escuchen: stop
their war against us! Escuchen y lean bien, pongan a sus políglotas a
repetir in english and spanish, en francés,
ruso y alemán, a repetir en turco e israelí, pongan también a repetir a sus
políglotas expertos en provocar catástrofes globales: detengan su guerra contra
nosotros, basta ya, stop, cuerpo a
tierra, no se muevan, arrojen sus cohetes, bombas electrónicas y nucleares,
binoculares infrarrojos, ordenadores de bolsillo, calzones, preservativos, boinas
y sus mal habidos dólares. No jodan más, go
home!
2:
Lo dijo Saramago el sábado 15 en Madrid, somos más, muchos
más, los que no queremos sus guerras. Es un hecho cualitativo, sin duda, pero
que aún es necesario mejorar cualitativa y cuantitativamente. Así, entonces,
bien fundados en la historia hay que ordenar que hagan stop, que se pongan
cuerpo a tierra, que no se muevan, que no jodan más. Y con la práctica hacer inmediata
reflexión crítica y autocrítica, volver a vernos y reencontrarnos, despabilarnos
del letargo y sus sueños presuntamente “civilizatorios”; asumirnos autores y
actores, ejercer nuestra genuina autoridad.
3:
La cortesía inhibe la valentía. Basta de
rogatorias a los generalísimos, cartas que nos dejan confundidos, escépticos,
burlados, mudos. Son solicitudes sin sentido que de facto legitiman al
autoritarismo imperial. Go home se
les dice, sin mediaciones ni circunloquios: Stop
the war against us!
Serenamente: porque el tiempo apremia (ahora hasta el papa
Wojtyla no ha demorado su anuncio de la condena sobrehumana pendiendo sobre las
cabezas de los imperiales jefes guerreros), para asumir plenamente
responsabilidades hay que apurar la revisión de los propios errores:
principalmente no haber podido o querido comprender que la mentada posmodernidad
capitalista, imponiendo pseudo ciencias económicas y sociales con
emperifolladas jerigonzas y su expansionismo global, posibilitó en las últimas
décadas concentrar aún más la acumulación de poder financiero, político y
militar, funcionales entre sí en una confraternidad mafiosa.
Errores de responsabilidades distintas, claro, según
fuéramos o seamos sus actores los más elementales “nuevos ciudadanos” del mundo
(yendo al timón de autos, montados en taxis o microbuses a operar por encargo
enajenados ordenadores digitales, o desde cualquier puesto de abajo
reproduciendo el poder de los de arriba, al fin clientes A, B, o C, del shoping o de los traficantes de limosnas),
o sus hermanos trasvasados al aparente extremo de un papel estelar fungiendo de
académicos e intelectuales, técnicos de la “gobernalidad”, educadores,
publicistas e inclusive periodistas, entretenidos por las llamadas tecnologías
de la información.
Pareció, quizá, que un eventual paradigma único detuvo la
dialéctica de la conciencia colectiva, detuvo su proceso de deconstrucción y
construcción permanente. Eso pareció, y al parecerlo pareció negar, ocultando
sin mucho decoro la persistencia todavía más vil de la superexplotación: cuanto
más “felicidad” más miseria hubo.
Que el tiempo apremia no significa que ya sea tarde para los
pueblos. Si lo es para una institucionalidad que de dramática ha devenido una
farsa, se derrumba una vez más el palo mayor del circo. Moviéndonos al unísono,
protagonistas de una nueva historia, carpa y palos nos harán menos daño. Detengamos
a aquellos y a las cosas que nos hacen mal. Stop!
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