El artículo que ahora ponemos en ¡Ansina
es!... tiene casi diecisiete años, fue publicado y leído inicialmente en el
suplemento “Futuro” del diario Página|12
el sábado 2 de marzo de 2002. Su autor, Pablo Capanna, por entonces colaborador
del suplemento, es un intelectual católico nacido en Florencia (Italia) en 1939
y llegado con sus padres a Buenos Aires en 1949, cuando apenas tenía diez años.
Profesor de Filosofía (Universidad de Buenos Aires) ya retirado del claustro
universitario y especialista en literatura y cinematografía de ciencia ficción,
con Pablo desde hace varias décadas compartimos, siendo ambos vecinos
suburbanos y consortes de docentes compañeras de trabajo, sincero afecto y
respeto mutuo.
Sospecho firmemente que él, no he querido preguntárselo, promediando el
año 2015 cometió un error electoral que ahora aparece disimulado dada la enorme
cantidad de quienes cayeron en el mismo con consecuencias socialmente
costosísimas.
La relectura, a inicios de 2019, de su texto de 2002 en “Futuro”, artículo
que refiere a Ayn Rand, “autora” a quien confiesa admirar el virrey rioplatense
en funciones (de nacionalidad argentina y apellido italiano, recuérdese esta
asociación que aparecerá en el texto de Capanna), pone en evidencia que quien
ejerce de representante del imperio “adorado” no es otra cosa que un “vigilador”
obediente, un Chocobar global, peligrosísimo…
Este fin de año no nos ha sorprendido. Han ocurrido hechos previstos y
anunciados en el blog ya desde diciembre de 2015 y aún antes. Se han ido de
entre nosotros, en estos últimos meses, muchísimos compañeros víctimas de la represión
de los aparatos del Estado, del abandono y consecuente angustia, despedidos,
sin trabajo, sin recursos suficientes para la subsistencia, sin atención médica…
Queremos destacar de entre esas numerosas partidas, entre las que resaltan las
violentas de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, o por vejez y enfermedades las
de Osvaldo Bayer y Héctor Timerman…
Otra lectura interesante es la que sugiere un “parate” y recule en la cúspide
intelectual orgánica del establishment
global: si la experiencia recolonizadora se tranca habrá que mandar parar. El
texto es del economista español José Manuel García de la Cruz y lo reproduce el
portal argentino Pájaro Rojo, dirigido
por Juan Salinas: http://pajarorojo.com.ar/?p=41280
Inspirémonos ahora, para entender y para proceder en política acorde al
entendimiento, en que con el comienzo del año irrumpe sonoro, feliz, festivo y
profundo el 60° Aniversario de la Revolución Cubana…
¡Salud!
G. E.
Adorando... *
Por Pablo
Capanna
Texto
tomado de
Se suele dar por supuesto que el fundamentalismo es una patología propia
de las religiones. Muchas de las cosas que se han escrito apresuradamente en torno
del fundamentalismo islámico parten de esta premisa, que permite trivializar al
máximo las cosas para echarle la culpa de todo a Mahoma.
Al parecer, nos
hemos olvidado de los fundamentalismos políticos del siglo XX, que cuando no
eran ateos sólo usaban pragmáticamente de la religión; pero aun así fueron
intolerantes y sectarios en un grado nunca visto. También los jacobinos
adoraban a la Diosa Razón, pero acabaron por levantar la guillotina; y los
positivistas endiosaban a la Ciencia sólo para acabar venerando a la amante de
Comte.
Por eso, cuando
se habla de los nuevos fundamentalismos "religiosos", habrá que
pensar, más que en cuestiones teológicas, en una consecuencia indeseada del
pensamiento único, que erosiona la identidad cultural y empuja a defender
fanáticamente la diferencia.
El fanatismo, el
sectarismo y el fundamentalismo son fenómenos recurrentes en la historia. Al
igual que la neurosis, pueden justificarse con cualquier guion ideológico.
También pueden llegar a hacerlo sobre la base de un programa racionalista, en
cuanto abandonan el pensamiento crítico para proclamar dogmas indiscutibles,
con un empecinamiento propio de las peores inquisiciones.
De esta paradoja
se ha ocupado el "escéptico" Michael Shermer, uno de los pocos que
mencionan el Objetivismo de Ayn Rand como una curiosa secta racionalista que
hizo del capitalismo un dogma y acabó enredándose en el culto a su fundadora,
justificando ideológicamente sus caprichos y sometiéndose a una disciplina
autoritaria.
La paradójica historia
del Objetivismo no es demasiado conocida, aunque nadie negará que ha influido
en nuestras vidas. En sus dogmas podemos incluso descubrir una de las fuentes
de ese pensamiento único que hoy inspira a los talibanes del mercado.
La infalible Ayn Rand
La infalible Ayn Rand
Alissa Rosenbaum
(1905-1982) nació en San Petersburgo y murió en Nueva York. Según la leyenda
oficial, aprendió a leer sola a los seis años y a los ocho ya quería ser
escritora. Durante la revolución rusa, la farmacia de sus padres fue confiscada
y tuvo que emigrar a Crimea. Luego, estudió filosofía e historia en la ciudad
que también se llamó Petrogrado. También se enamoró del cine de Hollywood y
aprendió a escribir guiones. En 1926 viajó a los Estados Unidos, invitada por
unos parientes que tenía en Chicago, y aprovechó para quedarse.
Al año siguiente
desembarcó en Hollywood y atrajo la atención de Cecil B. DeMille, quien le dio
un papel de extra en Rey de Reyes. Sus devotos suelen buscar su rostro en la
muchedumbre que sigue a Cristo camino al Gólgota. Junto a ella distinguen a
Frank O'Connor, quien sería su esposo.
O'Connor, que
sólo alcanzó cierta fama a su lado, no era precisamente un astro: su
filmografía sólo incluye varios "bolos" como policía, parroquiano,
sheriff o empleado de telégrafo entre 1922 y 1934.
La Rosenbaum,
que ahora se hacía llamar Ayn Rand (un nombre inspirado por su máquina de
escribir Remington Rand) logró vender un guión en 1932, con lo cual dejó de
trabajar de extra y tuvo tiempo para escribir. Sus primeras novelas, Los que estamos
vivos (1936) e Himno (1938), cultivaban un anticomunismo que le abrió las
puertas del mercado editorial. Dos best
sellers, El manantial (1943) y La rebelión de Atlas (1957) le
aseguraron el éxito, permitiéndole amasar una fortuna y hasta fundar un movimiento
ideológico.
Su fama hizo de
ella un referente cultural de las derechas norteamericanas. A pesar de haber
escrito apenas novelas y artículos, fue aclamada como pensadora y comparada con
Aristóteles y Kant. En los años sesenta, Andy Warhol la retrató y acabó de
entronizarla entre los ídolos americanos.
Para entonces ya
existía un instituto destinado a difundir su pensamiento, que ganaba adeptos
día tras día, cuando sobrevino un escandalete sexual que dividió a sus fieles.
Murió, bastante olvidada, en su departamento de Nueva York y fue enterrada en
un ataúd que llevaba grabado el signo "$". Era su emblema personal,
que compartía con aquel tío millonario del Pato Donald que inspirara Paul
Getty.
La Biblia de Rand
Se dice que los
libros de Rand han vendido más de cuatro millones de ejemplares, lo cual le
permite competir con la Biblia y hasta con Harry Potter. Durante los años
sesenta, cuando los estudiantes contestatarios de los campus norteamericanos
buscaban inspiración en cualquier parte, desde Marcuse y Thoreau hasta Tolkien,
alcanzó el cenit de su popularidad. Después comenzó a ser leída por los
banqueros, consultores de empresas y políticos republicanos.
Es difícil hallar un crítico capaz de encontrarle algún mérito literario a sus novelas, y los filósofos profesionales nunca tomaron en serio sus ideas. Sus adeptos afirman que los críticos jamás leyeron La rebelión de Atlas, lo cual es explicable, tratándose de un mamotreto de 1070 páginas con letra de contrato.
Es difícil hallar un crítico capaz de encontrarle algún mérito literario a sus novelas, y los filósofos profesionales nunca tomaron en serio sus ideas. Sus adeptos afirman que los críticos jamás leyeron La rebelión de Atlas, lo cual es explicable, tratándose de un mamotreto de 1070 páginas con letra de contrato.
Su tercera
novela, El manantial, que fue llevada al cine en 1948 con Gary Cooper y
Patricia Neal, es la lucha de un arquitecto genial contra la mediocridad, y le
debe bastante a Ibsen. Algo distintas son Himno y Atlas, que según la
enciclopedia de Clute y MacNicholls podrían caber dentro de la ciencia ficción,
ya que transcurren en un futuro de mediano plazo.
El himno en cuestión es la admiración del individuo por sí mismo, el triunfo del Yo a la manera de Whitman. El marco es una grotesca distopía socialista. Sucede en un mundo donde ha triunfado el colectivismo, causando la extinción de la iniciativa privada, la ciencia y el arte. Todo pertenece al Estado, pero reina la miseria, la gente se alumbra con velas y se viste de arpillera. El heroico protagonista se rebela contra el sistema y escapa de la tortura, porque la cárcel es ineficiente y burocrática. Conoce a su pareja, huye con ella al campo y culmina su obra el día que vuelve a inventar la lamparita eléctrica. Ha descubierto el poder del individuo, y entona un himno a sí mismo.
El himno en cuestión es la admiración del individuo por sí mismo, el triunfo del Yo a la manera de Whitman. El marco es una grotesca distopía socialista. Sucede en un mundo donde ha triunfado el colectivismo, causando la extinción de la iniciativa privada, la ciencia y el arte. Todo pertenece al Estado, pero reina la miseria, la gente se alumbra con velas y se viste de arpillera. El heroico protagonista se rebela contra el sistema y escapa de la tortura, porque la cárcel es ineficiente y burocrática. Conoce a su pareja, huye con ella al campo y culmina su obra el día que vuelve a inventar la lamparita eléctrica. Ha descubierto el poder del individuo, y entona un himno a sí mismo.
En este mundo,
el Estado obliga a todos a hablar en plural, para combatir el individualismo.
Por ejemplo, cuando el protagonista se enamora se ve obligado a decir:
"nosotros apreciamos que ellas tenían unas hermosas curvas". Con este
lenguaje, a las pocas páginas el libro se vuelve no sólo absurdo, sino
francamente ilegible. Por suerte, es apenas un cuento largo, al punto que los
editores se ven obligados a completarlo con la versión facsimilar del
manuscrito.
El voluminoso
Atlas, en cambio, escenifica una huelga de capitalistas, algo así como un lock out masivo de los Capitanes de la
Industria y las Finanzas, a quienes Rand considera una minoría perseguida,
víctima del Estado regulador. La novela transcurre en un impreciso futuro donde
el socialismo ha ido dominando el mundo. En Estados Unidos se desalienta la
eficiencia y hasta se cree que la gente tiene derecho a cosas como el salario
vital o la educación, cuando lo único que cuenta es la libertad de empresa.
Lo notable es la
miopía con que la Rand, que en algo se parecía a Stalin, sólo es capaz de
imaginar un futuro dominado por los ferrocarriles y los cables de cobre.
Escribir esto en 1957, cuando asomaban las autopistas, el avión y la fibra
óptica, era un tanto ingenuo.
Los Estados
Unidos están en franca e irreversible decadencia; los sindicatos defienden a
los vagos, los huelguistas abandonan un tren con todos sus pasajeros en medio
del desierto y el Estado prohíbe las innovaciones técnicas para proteger las
fuentes de trabajo.
El libro se abre
con la "repulsiva" imagen de un desocupado que pide limosna y no
escatima calificativos casi racistas para la gente común, los fracasados
indignos de vivir en ese mundo que construyeron los Grandes Hombres.
Ayn Rand se
retrata a sí misma en la protagonista Dagny Taggart, que es tenaz, intrépida y
promiscua. Dagny lucha para que su ferrocarril privado pueda contar con rieles
hechos de una milagrosa aleación creada por Rearden, otro magnate innovador,
que le permitirá a sus trenes alcanzar grandes velocidades.
La crisis es
terminal, y habrá de culminar con un gran apagón en Nueva York. Perseguidos,
los Capitanes de la Industria se hartan del Estado benefactor y abandonan a su
suerte la sociedad de los mediocres, los "saqueadores" de la riqueza
que sólo ellos son capaces de crear.
Se refugian en
una base secreta de Colorado, donde esperan el colapso del sistema. Entre ellos
hay un compositor incomprendido y un filósofo que se hizo pirata sólo para
robarle al Estado, a la inversa de Robin Hood, que para la Rand era el epítome
del mal. Hasta hay un millonario argentino de apellido italiano, pero se dice
que desciende de hidalgos españoles y posee grandes yacimientos de cobre, lo
cual podría hacerlo chileno. Pero todo eso queda... en Brasil.
Cuando el
gobierno está por estatizar sus empresas, un petrolero incendia sus yacimientos
y el argentino vuela sus minas de cobre, para acelerar el colapso del sistema.
Se trata de empobrecer todavía más a la gente, no para que se rebele sino para
que se resigne.
El movimiento
tiene un líder en la clandestinidad: un ingeniero genial llamado John Galt,
quien inventó un motor eléctrico que convierte la estática en movimiento, pero
destruyó el prototipo para ponerse al frente de la resistencia. El núcleo
ideológico de la novela está en un largo discurso de Galt, que en un momento se
apodera de la cadena de radio y le endilga al país un discurso tan largo como
los de Fidel.
Apresado por
desganados esbirros, Galt es torturado con descargas eléctricas (Ayn tenía
ciertos gustos sadomasoquistas) pero la máquina se descompone por falta de
repuestos. Huye y se reúne en las montañas con los otros empresarios. Allí
esperarán que la sociedad les ruegue que vuelvan para otorgarles el poder
absoluto. Mientras tanto, fuman sus exquisitos cigarrillos que llevan la marca
del dólar. En la plaza de su aldea, se levanta un enorme signo "$" de
acero inoxidable. "En él confiamos..."
Filosofía barata
Filosofía barata
Una laboriosa
exégesis de estas dos novelas, y de los escritos de Rand contra la izquierda,
los sindicatos, los estudiantes y el Estado de bienestar, en defensa de la
economía de mercado y el egoísmo como principio social, han permitido a sus
discípulos compilar algo que no sólo llaman un sistema filosófico, sino el más
grande de todos los tiempos.
El sistema se
resume en un catecismo de pocas palabras: objetivismo, racionalismo, interés
personal y capitalismo. Su ideología suele ser definida como
"libertaria", algo que en Estados Unidos es lo opuesto de lo que
nosotros conocemos como anarquismo. Claro está que para hacer filosofía no
basta con afirmar que uno es "realista" (eso significa
"objetivismo") o que su epistemología consiste en confiar sólo en
"la razón". Gente como Aristóteles, Kant o Hegel han necesitado litros
de tinta para explicar cosas así, y aún seguimos discutiéndolos. A Rand le
basta con proclamarlas. Frente al radicalismo egoísta de la Rand, Bentham y
Mill –los utilitaristas ingleses del siglo XIX– parecen filántropos. Para Rand,
la raíz de todos los males está en el altruismo, ya que éste subvierte los
valores al poner el bien supremo (el beneficio personal) por debajo del interés
general. Su fuerte no era la ética, pero tampoco la lógica.
La sociedad se
divide en "saqueadores" y "creadores". Los primeros sólo
piden que la sociedad los contenga y respete sus derechos. Los segundos crean
riqueza para todos, pero sólo cuando lo hacen para sí. Luego, dirán los
exegetas, se producirá el "derrame" de la riqueza. Nada se dice de
cuántos mediocres hacen falta para que un héroe haga su acumulación de capital
o lo incremente, pues parece que los genios crearan desde la nada.
Humano, demasiado humano
Humano, demasiado humano
En los años 60,
cuando las tendencias individualistas que luego alimentarían a la New Age florecían en las universidades,
Nathaniel Branden surgió como el exegeta oficial del Objetivismo, al fundar un
instituto dedicado a difundir su pensamiento.
En torno de Rand
y Branden surgió una suerte de secta que sus propios miembros llamaban "el
Colectivo". Antes de romper tardíamente con su líder, Branden había sido
proclamado su heredero espiritual, pero luego fue expulsado. Murray Rothbard,
un disidente, fue el primero en denunciar las prácticas
"totalitarias" del movimiento, por lo cual fue execrado como traidor.
Mientras tanto,
Branden y su mujer habían caído en desgracia. Recién muchos años después de la
muerte de Rand, allá por los 80, se atrevieron a publicar varios libros donde
denunciaban las prácticas del
Colectivo objetivista
Según el
arrepentido Branden, los adeptos creían que Rand era la personalidad más grande
que había producido el género humano y que en Atlas culminaba toda la historia
del pensamiento.
No se toleraba
que alguien fuera tan individualista como para disentir con ella, y sus gustos
eran el paradigma estético. Ayn había echado a algunos colaboradores porque no
sabían gustar de la música de Rachmaninoff, lo cual era un claro indicio de su
inferioridad. En eso, y en el "culto de la personalidad", también se
parecía a Stalin.
El escándalo
comenzó cuando Branden y Ayn se hicieron amantes. Como ambos eran Seres
Superiores, acordaron con sus parejas Frank O'Connor y Barbara Branden, que
tenían derecho a una noche de pasión semanal. Pero tiempo después Ayn descubrió
que Branden, defensor de la libre empresa, tenía una segunda amante. Entonces,
hizo tronar el escarmiento. Había escrito que la fórmula "no juzguéis, y
no seréis juzgados" era una expresión de cobardía, de manera que juzgó
severamente. Fuera de sí, maldijo a Nat, a quien le deseó la impotencia para el
resto de sus días y prometió destruirlo. Por fin emitió una excomunión para Nat
y su esposa, por "haber traicionado los principios del Objetivismo"
con su conducta "irracional" y los expulsó ignominiosamente de la
organización. En esos días no faltaron algunos fieles que propusieron
apalearlos y cosas aún peores.
El escándalo
dividió profundamente al movimiento, cuya decadencia se hizo inevitable. En
1982, Rand murió rodeada de un puñado de fieles, y fue enterrada junto a su
marido, el complaciente Frank O'Connor. Pero años después su ejecutor
testamentario Leonard Peikoff fundó el Instituto Rand, que sigue difundiendo su
doctrina desde California. Todo esto sería anecdótico si no recordamos que Rand
fue la primera en hablar de desregulación, privatización, capitalismo global y
otras ideas que se impusieron desde Reagan. El Instituto sigue activo, incluso
tiene una filial argentina, y en marzo de 2001 organizó un seminario por el
libre comercio continental en Punta del Este.
Un somero viaje
por la Red, nos revela que Rand sigue engendrando papers filosóficos, y hasta hay quien escribe libros para refutar
su epistemología y su ética. El filósofo católico Michael Novak pretende
demostrar que el Objetivismo es compatible con el cristianismo, pero, pocos
sitios más allá, algo que se titula Frente de Liberación Luciferino lo exalta
como una moral heroica diametralmente opuesta a la cobardía judeocristiana.
Sólo el mercado puede lograr ciertas coincidencias.
Las doctrinas un
tanto groseras de Ayn Rand y la tragicómica historia de estalinismo liberal
parecerían cosas superadas, pero seguimos conviviendo con ellas. Leamos si no
Capitalismo, el ideal desconocido, una recopilación de textos de Rand y
colaboradores que viene reeditándose desde 1967. No sólo encontraremos allí los
trabajos del herético Branden, rehabilitado a los fines editoriales como si no
hubiera pasado nada. La gran sorpresa es que nos topamos nada menos que con
tres artículos de un viejo conocido nuestro. Es nada menos que Alan Greenspan,
el presidente del Fondo de Reserva Federal, que entonces criticaba el populismo
de los demócratas.
En cosas como
éstas creen los que manejan el mundo, aunque por pudor no suelen confesarlo.
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